lunes, 20 de febrero de 2017

Nuevo testamento - Religión

eventos en la vida de Jesucristo

La multiplicación de los panes y los peces es uno de los milagros de Jesús quien, con una pequeñísima cantidad de alimento, fue capaz de dar de comer a toda una multitud.
El suceso está contado seis veces en los Evangelios: los cuatro evangelistas describen la primera, en que cinco mil hombres son saciados con cinco panes y dos peces; Mateo el Apóstol y Marcos, además relatan la segunda en que cuatro mil hombres se alimentan de siete panes y "unos pocos pescados".
Este milagro tiene fuertes signos mesiánicos, proféticos y litúrgicos; al igual que el episodio del camino hacia Emaús.
En el presente artículo se intenta exponer el signo de la multiplicación con su contexto bíblico.
La Primera Multiplicación de los Panes puede apreciarse en cuatro textos "paralelos", escrito por cada uno de los cuatro evangelistas. En el Evangelio de Mateo está en el capítulo 14, versículos 13 a 21. En Marcoscapítulo 6.30-44. En Lucascapítulo 9, vers. 10-17. En Juan6.1-15.

Contexto en el Nuevo Testamento

Los tres Evangelios Sinópticos explican -y Juan deja entrever1 - que este episodio sucedió justo después de la la muerte de Juan el Bautista. Su ejecución fue ordenada por el tetrarca Herodes Antipas para cumplir una promesa hecha a su hijastra Salomé. La decapitación y posteriormente la llegada de la cabeza del profeta en una bandeja de plata sucedieron durante un suntuoso banquete por el cumpleaños del gobernante.2 Opuesta a la opulencia de Herodes está el banquete que celebra Cristo: es el signo del Banquete Celestial (Lc 14.15 y siguientes)

Primera multiplicación

Mosaico de una iglesia en Tabgha, Israel.
Jesús recibió la noticia del asesinato de Juan el Bautista.3 Apenado, cruzó en una barca el mar de Tiberíades,3 hacia un monte desierto cerca de la ciudad de Betsaida para estar a solas.4 Al enterarse de su partida, mucha gente lo siguió a pie, de forma tal que Jesús se encontró con que había un gran multitud. Compadeciéndose de ellos, Jesús curó a los enfermos y predicó su mensaje a toda la gente. Cuando ya se hacía tarde se le acercaron los discípulos y le dijeron que despidiera a la gente para que fuese a las ciudades vecinas a comprar comida, pero Él respondió: "Denles de comer ustedes mismos" (Lc 9.13). Ante la aparente imposibilidad de hacerlo, los apóstoles reflexionaron sobre la situación. Felipe estimó que doscientos denarios no eran suficientes para comprar comida para todos (Un denario podía bien conformar el jornal de un trabajador), mientras que Andrés el Apóstol encontró a un niño que tenía cinco panes de cebada y dos pescados. Sin preocuparse, Jesús ordenó que todos se sentaran en grupos de cien y de cincuenta.5 Luego Tomó los cinco panes y los dos peces, pronunció la bendición, y se los dio a sus discípulos para que los distribuyeran entre las personas. Los que comieron fueron cinco mil hombres, pero sin contar a las mujeres ni a los niños. Cuando todos quedaron saciados, el Cristo ordenó: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada" (Jn 6.12); y se juntaron doce canastas de sobras.

Segunda multiplicación

Como el primero, el segundo milagro también tiene lugar en una montaña a orillas del mar de Galilea (lago Tiberíades).6 Una multitud estuvo durante tres días siguiendo al Maestro, quien curó a "paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos".7 Otra vez, Jesús tuvo compasión de la gente que le había sido tan fiel, y quería darles de comer ya que muchos habían venido de lejos y podían desfallecer en el camino. Tomando siete panes, dio las gracias, los partió, y los dio a sus discípulos para que a su vez los repartieran a la gente, que eran unos cuatro mil hombres, otra vez sin contar mujeres y niños. Luego Jesús se subió a una barca y se trasladó a la región de Magadán (Dalmantua).
Jesús sana a muchos. Mateo 15:29-39 (Reina-Valera 1960)
29 Pasó Jesús de allí y vino junto al mar de Galilea; y subiendo al monte, se sentó allí.
30 Y se le acercó mucha gente que traía consigo a cojos, ciegos, mudos, mancos, y otros muchos enfermos; y los pusieron a los pies de Jesús, y los sanó;
31 de manera que la multitud se maravillaba, viendo a los mudos hablar, a los mancos sanados, a los cojos andar, y a los ciegos ver; y glorificaban al Dios de Israel.
Alimentación de los cuatro mil Mr. 8.1-10 (Reina-Valera 1960)
32 Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino.
33 Entonces sus discípulos le dijeron: ¿De dónde tenemos nosotros tantos panes en el desierto, para saciar a una multitud tan grande?
34 Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Y ellos dijeron: Siete, y unos pocos pececillos.
35 Y mandó a la multitud que se recostase en tierra.
36 Y tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud.
37 Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, siete canastas llenas.
38 Y eran los que habían comido, cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
39 Entonces, despedida la gente, entró en la barca, y vino a la región de Magdala.

El pan de vida

La primera Multiplicación de los panes abre el capítulo 6 del evangelio de Juan. Más adelante Jesús se encuentra con las mismas personas en la ciudad de Cafarnaún, que habían ido a buscarlo.8 Jesús les dijo que no fueron a buscarlo por haber visto signos [milagros], sino porque habían comido hasta saciarse, y que tiene que trabajar por el alimento imperecedero "que permanece hasta la Vida eterna"9 (ver Profecía de Amós 8.11). Ellos contestaron que sus antepasados habían comido del pan de Dios, el maná del desierto, pero el Nazareno les contestó que ese pan no era de Moisés -como ellos creían- sino que el verdadero Pan descendía del Cielo y venía de Dios. Entonces dijo:
"Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre. El que cree en mí jamás tendrá sed." (Jn 6.35)
"Sus padres, en el desierto, comieron maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo." (Jn 6.51)
"Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente." (Jn 6.58)
Las Iglesias de tradición apostólica -CatólicaOrtodoxaCoptaAnglicana- asocian a este texto con la Eucaristía:
"El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y sangre de Cristo, se prepara en el altar del Señor; en algunos lugares, todos los días y en otros, a intervalos... Con la comida y bebida, los hombres buscan apagar su hambre y su sed; pero eso no lo logran en verdad sino con este alimento y bebida, que hace inmortales e incorruptibles a los que lo toman, haciendo de ellos la sociedad misma de los santos, donde existe la paz y unidad plena y perfectas. Por esto -y ya lo han visto antes algunos hombres de Dios- nuestro Señor Jesucristo nos dejó su cuerpo y sangre bajo realidades que se hacen unidad a partir de muchos elementos. En efecto, una de ellas se elabora a partir de muchos granos de trigo y la otra de muchos granos de uva.
Finalmente, explica ya cómo se efectúa ese su comer su cuerpo y beber su sangre. Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él (Jn 6;57). Comer ese manjar y beber esa bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo que permanece en sí mismo. Por eso, quien no permanece en Cristo y aquel en quien no permanece Cristo, sin duda alguna no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y sangre, aunque material y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo. Por el contrario, come y bebe para su perdición el sacramento de realidad tan augusta, ya que, impuro como es, osa acercarse a los sacramentos de Cristo, que sólo los limpios pueden recibir dignamente. De ellos se dice: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8)." (San Agustín de HiponaComentarios de San Juan 26.15-18


MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES Y PECES

“Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: – Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús les replicó: – No hace falta que vayan, denles ustedes de comer. Ellos le dijeron: – No tenemos más que cinco panes y dos peces. Les dijo: -Tráiganmelos. Mandó a la gente que se recostara en la hierba, y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos, que se los repartieron… Comieron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños”. (Mateo 14, 14-21)
Siempre que escucho o leo este pasaje del Evangelio, una frase queda resonando en mis oídos: “Denles ustedes de comer”.
  • ¿Qué quiso decir Jesús a sus dicípulos cuando la pronunció?
  • ¿Qué nos quiere decir a nosotros, personas del siglo XXI?
Imagino lo que pensarían los apóstoles al escucharlo, viendo la cantidad enorme de gente que estaba frente a ellos: “¿Acaso el Maestro perdió el sentido?… ¿Cómo se le ocurre pedirnos algo así?… ¿No ve la inmensa multitud que lo aclama?… ¿No sabe que nunca cargamos provisiones, y menos aún, para dar de comer a tanta gente?… ¿Y si lo poco que tenemos: cinco panes y dos peces, lo repartimos, qué vamos a comer nosotros?…”
Y sé bien lo que decimos nosotros hoy: “A la gente no hay que darle el pescado, sino enseñarle a pescar. Si vinieron era porque sabían cómo iban a solucionar sus necesidades. La gente es muy conchuda y muy tranquila, hacen lo que quieren y luego que uno solucione todos sus problemas y dificultades. Que se devuelvan para sus casas de la misma manera como vinieron aqui. No tenemos por qué darles lo nuestro, porque cómo vamos a atender nosotros nuestras propias necesidades. Ya el Maestro hizo algo bueno por ellos: curó a sus enfermos, y les ha enseñado gratis toda la mañana, entonces que regresen a sus casas, porque no hay nada más para darles”.
Evidentemente, la intención de Jesús al decir a sus discípulos estas palabras, era hacerlos caer en la cuenta – a ellos y también a nosotros, por supuesto -, de una realidad que es clave para nuestra vida: la necesidad que tenemos de compartir lo que somos y lo que poseemos, sea mucho o poco, con quien requiere nuestra ayuda y nuestro apoyo.
Cuando compartimos lo que tenemos, se multiplica; ¿ o acaso no hemos visto cómo cuando estamos en la mesa, y ha venido alguien a nuestra casa, lo que habíamos preparado, alcanza perfectamente para todos, y hasta sobra?…
Nuestra vida en el mundo es un compartir constante. Compartimos la tierra en que vivimos, el aire que respiramos,  el cielo que nos cobija, el sol que nos ilumina, la noche que nos permite descansar, las plantas que nos alimentan, el agua que nos refresca, los animales que nos acompañan, el cariño de las personas que nos anima. Sólo en el compartir podemos experimentar lo que realmente somos: hijos de un mismo Padre, que construyó un hogar hermoso para todos, y que nos quiere unidos como hermanos que se aman y se ayudan en todo.
El egoísmo no nos conduce a nada. Cuando somos egoístas, nos estamos haciendo un gran daño a nosotros mismos, porque cerramos nuestro corazón y nuestra vida a todo lo bueno que podríamos recibir de los demás, y a la enorme alegría espiritual que produce interactuar con ellos, comunicándoles lo mejor de nosotros mismos: nuestros bienes materiales y nuestra riqueza interior, que vale más que cualquier riqueza material, y a la vez, recibir también lo mejor de cada uno de ellos.
Los bienes materiales son eso que dicen ser, es decir, “bienes”, en la medida en que nos sirvan para integrarnos en la vida de los otros, y a los otros en la nuestra. De lo contrario no pasan de ser meros objetos pasajeros, caducos, que no tienen ningún valor, ninguna trascendencia en sí mismos, y que dependen totalmente de aquello para lo que son empleados.
Compartir con los necesitados lo que Dios nos ha dado en abundancia, es lo que Él espera de nosotros; pero el Señor que nos ama, ha hecho que recibamos por ello una recompensa que supera infinitamente nuestro gesto de dar, y es la enorme alegría que esta acción produce en nuestro corazón; una alegría profunda que permanece en nosotros por largo tiempo, y que todos podremos experimentar con sólo hacer lo que nos corresponde.







Prendimiento de Jesús es la denominación habitual de un episodio clave de los Evangelios Canónicos, dentro del ciclo de la Pasión de Cristo (que se inicia con la Última Cena y lleva, en última instancia, a su crucifixión).
Jesús, que se encontraba con sus discípulos en el huerto de los olivos (Getsemaní), es identificado al recibir el Beso de Judas (una señal convenida, y símbolo de su traición), y arrestado por la policía del Sanedrín, que le conducirá ante distintas instancias que debatirán su enjuiciamiento.

Episodio evangélico

Detalle de un mosaico del Néa Moní (Quíos), con el tema del Prendimiento.
Según los Evangelios Canónicos, tras la Última Cena, Jesús y sus discípulos fueron a Getsemaní, un jardín situado al borde del valle de Cedrón, que probablemente era un huerto de olivos. Una vez allí se describe como Jesús abandona al grupo y se retira para rezar en privado. Los Evangelios sinópticos mencionan que Jesús le pide a Dios que lo libere de su pesada carga, y le solicita que no haya necesidad de llevar a cabo los eventos que sabía debían ocurrir, sin embargo dejando la decisión final en Dios.1
Lucas menciona que entonces un ángel apareció y le dio fortaleza a Jesús.,2 en cambio los otros sinópticos solo mencionan su regresó después de la oración. Los sinópticos mencionan que los tres discípulos que acompañaban a Jesús estaban dormidos a su regreso, y que Jesús los criticó por haber fallado en permanecer despiertos tan sólo por una hora, sugiriéndoles que debían rezar para poder evitar la tentación.3 Los sinópticos mencionan que Jesús se fue y oró nuevamente, y nuevamente encontró a los discípulos durmiendo a su regreso, y que después de regañarlos por segunda vez los dejó nuevamente para orar por tercera vez.4
Talla de marfil representando el Prendimiento.
En este punto Judas aparece en escena, y los sinópticos agregan que Jesús alerta a sus discípulos acerca de esto antes de que Judas se acerque. Judas es acompañado por una multitud que los sinópticos reconocen como gente enviada por los sacerdotes principales, los escribas y los ancianos. Juan agrega que la multitud incluía a algunos soldados y oficiales de los sacerdotes principales y a fariseos. Es posible que Juan se refiera a la policía del Sanedrín.5 Indiferente, ante la entrada del grupo de hombres al jardín, Jesús salió a su paso y les preguntó, "¿A quién buscan?". Ellos contestaron que estaban en busca de Jesús de Nazaret y Judas se encontraba entre ellos. Jesús les contestó, "Soy yo", en este punto todos los miembros del grupo que venía a arrestarlo cayeron al suelo.6
El beso de Judas, de Gustavo Doré (1866).
Los relatos tradicionales mencionan que Judas da un beso a Jesús, como señal preestablecida para señalar quién era Jesús a aquellos que acompañaban a Judas. Es poco claro el por qué la muchedumbre no sabría quién era Jesús, siendo que los líderes de los fariseos y saduceos habían dialogado con él previamente, pero un beso era un saludo judío tradicional dado a un maestro, lo cual puede indicar la razón real del acto.7 La Versión de los Estudiosos hace notar acerca del versículo de Mateo 26:48 que "el hecho de que Judas necesitara usar un signo para señalarlo indica que Jesús no era reconocido en Jerusalén por su cara". Siendo identificado, la multitud arresta a Jesús, aunque uno de los discípulos de Jesús intenta detenerlos usando una espada mediante la cual corta la oreja de uno de los hombres de la multitud. El evangelio de Juan especifíca que fue Simón Pedro quién cortó la oreja de Malco, un sirviente de Caifás, el sumo sacerdote. Lucas agrega que Jesús curó la herida. Juan, Mateo y Lucas mencionan que Jesús criticó el acto de violencia, insistiendo en que no debían resistirse al arresto de Jesús, Marcos sólo cita el acto.
En el evangelio de Mateo, Jesús dice todos los que toman la espada perecerán por la espada, expresión que se ha convertido en un tópico muy usado. Después del juicio de Jesús llevado a cabo por el Sanedrín, de acuerdo con el evangelio de Mateo, Judas se llena de remordimiento y trata de devolverles a los fariseos las treinta piezas de plata, diciendo que había "traicionado a sangre inocente". Cuando los sacerdotes rehúsan, diciéndole que su moral es asunto suyo, Judas, enojado, arroja el dinero en el templo, huye y se ahorca. En Hechos de los Apóstoles se menciona que Judas usó el dinero para comprar un campo, en el cual cayó de cabeza, "su cuerpo reventó y sus intestinos se desparramaron". El campo es conocido específicamente como Aceldama, o "Campo de Sangre". Los escépticos citan estos relatos como mutuamente excluyentes. Los apologistas armonizan estos eventos diciendo que Judas compró el campo y se colgó el mismo en él y algún tiempo después su cadáver descompuesto estalló.8 En el recientemente reconstruido Evangelio de Judas, Judas es representado como el discípulo más apreciado por Jesús, uno al cual él enseñó muchas verdades ocultas. Las acciones de Judas no representan una traición en este relato, sino un acto de amistad, y Judas actúa según las instrucciones explícitas de Jesús.

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