viernes, 23 de junio de 2017

Años por países - España

en el 910 - reino de asturias

La Crónica albeldense (Chronicon Albeldense o Codex Conciliorum Albeldensis seu Vigilanus), también se le llama Cronicón Emilianense,1es un manuscrito anónimo redactado en latín y finalizado en el 881.

Contenido[editar]

Historia del mundo[editar]

La crónica albeldense no recoge información exclusiva de España, sino que su contribución es mucho más amplia, aportando referencias históricas y geográfica sobre el resto del mundo (Roma...).

Geografía y cultura[editar]

Además de su aspecto histórico, más conocido, también es una importante fuente de datos geográficos sobre España (montañas, ríos...) y culturales (léxico...).2 Esta crónica se escribe en el momento de transición entre la España visigótica, reducida a su mínima expresión tras la invasión musulmana del año 711, y una nueva Hispania cristiano-astur, que se podría decir3

Historia de España[editar]

En un formato de crónica histórica, relata pasajes de la historia antigua y de Hispania y supone una de las escasas fuentes conservadas de estudio del periodo final de la monarquía hispanovisigoda, la invasión y asentamiento del poder Omeya en la península, y la génesis del Reino de Asturias.
Junto con la Crónica rotense y la sebastianense, es también referida como las crónicas alfonsinas.
Se cree que fue confeccionada por un eclesiástico llamando Dulcidius o Dulcidio, con supervisión directa del propio rey. Por ello, tiene el sesgo goticista propio de las últimas décadas del Reino de Asturias.
Comienza narrando la historia de Roma, pasa por los reyes visigodos y, por último, habla de los reyes asturianos, desde Pelayo hasta Alfonso III.
La primera versión se acaba de escribir en 881. Más tarde se le añadirían dos grandes párrafos referidos a los años 882 y 883. La crónica acaba en noviembre de ese año.
El nombre de Albeldense le viene del códice del monasterio de San Martín de Albelda en Albelda de IreguaLa Rioja, copiado y continuado por el monje Vigila o Vigilán hasta el año 976. De ahí el nombre de Códice vigilano (Codex Conciliorum Albeldensis seu Vigilanus).4
Entre otras informaciones útiles, el Códice vigilano contiene la primera mención y representación de los números arábigos (excepto el cero) en Occidente.
La versión más completa que se conserva de la crónica se encuentra en la Real Academia de la Historia y es un manuscrito procedente del monasterio de San Millán de la Cogolla que data del año 951 aproximadamente.

Folio 241 del manuscrito de la Crónica albeldense (siglo IX).

La gente de Toledo, según el Códice vigilano, la versión más avanzada e ilustrada de la Crónica albeldense.


Reyes visigodos en el Codex Vigilanus





La Crónica de Alfonso III es un documento histórico del tipo crónica que se atribuye al propio rey Alfonso III. Abarca un espacio de tiempo que va desde el reinado de Wamba hasta el final del de Ordoño I de Asturias. Existen dos versiones de esta crónica: la Rotense, que se encuentra en el Códice de Roda, y la Sebastianense, también llamada Ovetense, ad Sebastianum o Erudita.

Permaneció inédita hasta que en 1615 Prudencio de Sandoval publicó el fragmento de la crónica que abarca los reyes de Asturias, interpolado y corregido por él mismo,1 aunque la editio princeps fue la que Juan Ferreras incluyó en su "Historia de España" en 1727.2 Dos años después Francisco de Berganza publicó su propia versión criticando la de Ferreras,3 pero la de más esmerada elaboración fue la que Enrique Flórez incluyó en 1756 en su España sagrada,4 que posteriormente sería reproducida por Jacques Paul MigneRamón Cobo y Sampedro5 y Ambrosio Huici,6 estos dos últimos con traducción al castellano. En 1918 Zacarías García Villada sacó a la luz un estudio sobre la crónica que incluía las versiones Rotense y Sebastianense.7

Crónica rotense[editar]

Comienzo de la Crónica de Alfonso III en su versión rotense. Códice de Roda, folio 178 recto.
En un orden cronológico sobre las crónicas que hacen referencia a la monarquía asturiana y a su historia, la de mayor antigüedad es la Crónica albeldense, y a continuación la Crónica de Alfonso III. De esta última, la primera «versión» es la Crónica rotense, así llamada por haberse hallado en la Catedral de San Vicente de Roda de Isábena. Posteriormente aparece la Crónica ovetense, que hacía mayor hincapié en considerar a Don Pelayo como sucesor de los reyes de Toledo, es decir del reino visigodo. El fin de estas dos crónicas era demostrar la continuidad del reino visigodo en el reino de Asturias.
Está escrita en un latín bastante bárbaro, se cree que por un laico, para muchos estudiosos el propio rey Alfonso III ya que en una frase referida a la ciudad de Viseu, en Portugal, se dice que fue poblada “por nuestro mandato”[cita requerida], frase que sólo el rey podía escribir. La obra pretendía haber sido una continuación de la Historia de los godos del obispo Isidoro de Sevilla y terminaba al final del reinado de Ordoño I.

Crónica sebastianense[editar]

Una vez redactada la anterior «versión», el rey Alfonso III se la envió a su sobrino Sebastián, obispo de Salamanca u Orense,8 quien mejoró el estilo retocando su tosco latín, censuró varios fragmentos e introdujo ciertas correcciones ideológicas como las del noble origen de Pelayo, la exculpación del clero o la exaltación de la intervención goda en el origen del reino de Asturias. Esta versión corregida es la conocida como la versión Ad Sebastianum o Sebastianense. Por tanto la Rotense sería la redacción primitiva, anterior a la Sebastianense y consecuentemente menos manipulada.

La

El Desierto del Duero es un término historiográfico que hace referencia a un supuesto despoblamiento de la cuenca del Duero durante el siglo VIII. Según esta tesis, mantenida por Claudio Sánchez-Albornoz, se trataría de un despoblamiento estratégico llevado a cabo por el rey Alfonso I el Católico en sus campañas de defensa del Reino de Asturias. Otros historiadores, como Menéndez Pidal o Américo Castro, restaron importancia a este despoblamiento y sostenían que en el posterior avance cristiano no hubo un repoblamiento, sino una reorganización del territorio y la población al incorporarse al reino leonés. Los historiadores Abilio Barbero y Marcelo Vigil publicaron en 1978 La formación del feudalismo en la Península Ibérica, en el que pretendían desacreditar esta teoría; no obstante, sus argumentos se han probado falsos. Como ha demostrado, con todo tipo de argumentos, Armando Besga Marroquín en su libro Orígenes Hispano Godos del Reino de Asturias, la despoblación fue una realidad notoria, pese a algunos autores, fundamentalmente Barbero y Vigil, que la niegan sin apoyo documental ni arqueológico, ni intentando rebatir las tesis de Albornoz.

Historia[editar]

El historiador Herculano comienza a hablar de este despoblamiento en su obra La Historia de Portugal (1846-1850), siendo pionero en las tesis repobladoras. Esta teoría fue desarrollada posteriormente por Sánchez-Albornoz.
Según Sánchez Albornoz, el rey Alfonso I el Católico llevó a cabo una serie de campañas en el área de la cuenca del Duero, llamada entonces los Campos Góticos. En su avance contra los musulmanes dejaba a las ciudades y pueblos que iba tomando despoblados, para no debilitar su ejército al dejar guarniciones en las ciudades conquistadas. Hacía matar a los moros y llevaba a la población cristiana a sus dominios en la cordillera Cantábrica. De esta forma Alfonso el Católico llegó a tomar las ciudades de LeónAstorgaSalamancaÁvilaOsmaSepúlveda, y otros muchos pueblos.
El incremento de población que experimentaron las tierras de la vertiente norte de la Cordillera, principalmente Asturias, con la gente traída de la meseta, provocó la roturación de nuevas tierras y la fundación de nuevos pueblos y aldeas, configurando el tipo de poblamiento que ha llegado hasta nuestros días.[cita requerida]
Este despoblamiento se hizo para dificultar los futuros avances de tropas musulmanas hacia el norte, aunque otros historiadores consideran que esta despoblación no fue realizada de manera intencionada. La repoblación de parte de estas tierras comenzará a producirse en el siglo IX, con gentes del propio reino cristiano y mozárabes venidos de reinos musulmanes.







Pelaya o Palla Ordóñez llamada Doña Palla (murió después de 1058) fue una hija del infante Ordoño Ramírez el Ciego y la infanta Cristina Bermúdez.
Se casó con el magnate asturiano Bermudo Armentáriz. Aparecen juntos en la documentación de la Catedral de Oviedo el 15 de julio de 1058 haciendo una donación de sus posesiones sobre los ríos Narcea y Cubia, así como el monasterio de San Bartolomé de Lodón junto al río Narcea. En dicho documento aparece su hijo Martín Bermúdez que robora el documento con sus padres. Martín casó con la condesa Enderquina García, hija de García Ovéquiz y Adosinda Gutiérrez
El matrimonio residió en el pueblo de Peñaullán del Concejo de Pravia, donde aún se halla un castro que lleva su nombre, el Castro de Doña Palla.






La dinastía astur-leonesa o cántabro-pelagiana estuvo compuesta por una serie de soberanos que reinaron en Asturias y en León desde don Pelayo de Asturias, elegido rey en 718, hasta Bermudo III de León, derrotado y muerto en la batalla de Tamarón en 1037 por su cuñado, el conde Fernando de Castilla, quien heredó el trono por su matrimonio con Sancha de León, hermana de Bermudo III, introduciendo la dinastía Jimena en León.

Reglas de sucesión[editar]

Antecedentes: el reino visigodo[editar]

La sucesión en el reino visigodo era formalmente electiva. Este uso estaba recogido en la lex in confirmatione concilii y refrendado por los Concilios de Toledo IVVVI y VIII.
Sin embargo, la tendencia a ceder el trono a los hijos, mediante la fórmula de la asociación al trono, fue una constante a lo largo del reino visigodo. El enfrentamiento entre bandos diferenciados de la nobleza que apoyaban a diferentes candidatos propiciaron en el reino una constante inestabilidad que provocó constantes guerras civiles y asesinatos de reyes, llamado en las fuentes de la época el morbus gothorum. Todo esto mostraba que la legitimidad de la sangre no era un hecho arraigado en el subconsciente colectivo de los visigodos.

De don Pelayo a Ordoño I[editar]

El carisma que tenía don Pelayo se tradujo en que la titularidad del reino se circunscribiese a su familia tanto directa como política, entendiendo ésta de una manera amplia incluyendo a Pedro de Cantabria, quien era su consuegro, y su familia. Lo que es muy discutido es la norma que se siguió para la elección de los sucesivos reyes siendo este un tema para el que diversos autores han propuesto varias teorías: elección de tipo visigodo, la indigenista de sucesión matrilineal y la que parece más probable, la hereditaria dentro del linaje real de la persona más capacitada en ese momento.1
Hay casos para todo: la sucesión directa de padres a hijos como de don Pelayo y Favila de Asturias, de Alfonso I el Católico y Fruela I, la sucesión matrilineal como la de Alfonso I el Católico a través de su esposa Ermesinda o de Silo a través de su esposa Adosinda, elección de tipo visigodo como las AurelioBermudo I el Diácono o Ramiro I. Lo que parece claro es que teniendo en cuenta la precaria existencia del reino a merced de un enemigo más poderoso, siempre aconsejaría la elección de una persona capaz independientemente de su filiación pero siempre lo más cercana al monarca precedente, lo cual va fijando el concepto de linaje o dinastía. Ramiro I fue el último monarca en ser elegido.
A partir de Ordoño I se opera el cambio definitivo a la sucesión patrilineal en el trono, ya no tuvo necesidad de ser elegido para suceder a su padre aunque eso no significaba que se respetase el derecho de primogenitura y mucho menos el de representación.

Alfonso III el Magno y sus sucesores, los reyes de León[editar]

Los problemas de sucesión se sucederán en los dos siglos siguientes pero los protagonistas serán siempre los hijos de los reyes y las soluciones dadas a los problemas planteados en cada momento variarán, pero siempre van encaminadas a reconocer la sucesión patrilineal cada vez con más fuerza.
Como ejemplo tenemos los hijos del rey Alfonso III el Magno, los cuales se repartieron el reino y reinaron sucesivamente en León, agrupándose de nuevo la herencia paterna en Fruela II imponiéndose a los hijos de Ordoño II. A la muerte de Fruela II la lucha por el trono entre su hijo Alfonso Froilaz, Ramiro, cuarto hijo de Alfonso III el Magno, y los hijos de Ordoño II, termina con el acceso al trono de Alfonso IV el Monje el cual es sucedido por su hermano Ramiro II.
Otro ejemplo de la evolución de las soluciones dadas a los mismos problemas a lo largo del tiempo y como éstas afirman cada vez más la herencia patrilineal es el de la minoría de edad de los infantes: Ordoño III solo tenía un hijo de corta edad2 cuando falleció por lo que el trono lo ocupó su hermano Sancho I el Craso, quien tras diversas peripecias, incluyendo un destronamiento y un viaje a la corte de Abderramán III para corregir su extremada gordura,3 dejó también un hijo de corta edad, pero en este caso sí fue entronizado como Ramiro III. Para caso tan inédito se juzgó necesario hacerle elegir a la antigua usanza visigoda para afirmar sus derechos al trono cosa que ya ni tan siquiera hizo falta cuando treinta años más tarde Alfonso V sucedió a su padre Bermudo II el Gotoso con cinco años de edad.
Reyes de Asturias y León de la Dinastía Astur-Leonesa o también llamada Cántabro-Pelagiana.

Titulación[editar]

En un principio, los reyes de Asturias son citados únicamente con el apelativo rex o princeps con idéntico valor. A partir del rey Alfonso II el Casto se empieza a añadir el territorio donde se desempeña la autoridad real, así se puede ver en la crónicas: domno Adefonso in Asturiassedente príncipe Ranimiro in Asturias. Con el rey Alfonso III el Magno hay un cambio citando Oviedo en vez de Asturiasregnante rex Adefonso in Oveto.
A partir del rey García, que traslada su residencia a León, la titulación del monarca cambia: regnante príncipe Garseani in Legioneregnante rex Ordonio in Legione.
Los sucesores del rey Alfonso III el Magno comenzaron con el uso de enaltecer a sus antecesores designándolos con el título de imperatorEgo Hordonius rex filius Adephonsi magni imperatoris.
Este uso ha provocado gran controversia, la más conocida entre Ramón Menéndez Pidal y Alfonso García-Gallo, sobre si este uso servía para indicar una supremacía de los reyes de León sobre los demás reyes peninsulares o no.
Sin embargo existe un diploma otorgado por el rey Ramiro I de Aragón en 1036 en el que se lee la siguiente relación de reyes y gobernantes en ese momento: Regnante imperator Veremundo in Leione et comité Fredinando in Castella et rex Garsea in Pampilona et rex Ranimirus in Aragone et rex Gundisalbus un Ripacorça.


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