martes, 17 de octubre de 2017

Apuntes de Historia Universal

EL IMPERIO FRANCOSIGUIENTE
En la última década del siglo VIII los pueblos escandinavos se lanzaron sobre las islas británicas. En la Europa cristiana, los piratas del norte iban a ser conocidos simplemente como nórdicos, pero ellos se llamaban a sí mismos vikingos (guerreros). No se sabe su procedencia exacta. Al margen de pequeñas incursiones aisladas, su primer paso fue tomar algunas islas del norte y usarlas como base para efectuar desembarcos en territorios pictos o escotos.
El emir de Al-Ándalus Hisam I había apaciguado relativamente a sus nobles y estuvo en condiciones de atacar al reino de Asturias. En 791 envió dos expediciones. Una remontó el Ebro tras haber sometido una revuelta en Zaragoza y llegó hasta Álava. La segunda devastó Galicia y, de regreso, derrotó al ejército de Vermudo I. Tras esta derrota, el rey decidió abdicar en su sobrino Alfonso II, el que ya había sido elegido rey años atrás pero había sido derrocado por Mauregato. Nunca se casó, por lo que fue recordado como Alfonso II el Casto. Instaló la corte en la ciudad de Oviedo, fundada unos años antes por el rey Fruela.
En 792 el emperador Constantino VI hizo volver del destierro a su madre Irene. Posiblemente la decisión se debió a que Irene era su madre y la quería, pero lo cierto fue que Irene no quería a su hijo, e inmediatamente empezó a conspirar contra él. En 793 el emperador tuvo que hacer frente a una revuelta de los que habían sido partidarios suyos. La represión fue encarnizada, con lo que se ganó más enemigos.
Hisam I envió una expedición contra los francos que llegó hasta Narbona, donde fue detenido por el conde Guillermo de Tolosa, nieto por parte de madre de Carlos Martel. Probablemente, la incursión mora fue una respuesta al hecho de que el reino franco había aceptado las peticiones de protección de varias ciudades, como Gerona, que habían escapado así al dominio moro.
Carlomagno estaba proyectando una expedición contra los ávaros, situados entre las fronteras orientales de Germania y el Imperio Búlgaro. Los ávaros tenían sometida a la población eslava, pero los eslavos estaban empezando a rebelarse contra sus debilitados amos. Por ello es probable que Carlomagno hubiera recibido alguna petición de ayuda eslava y además consiguió la típica alianza con "el vecino del vecino", en este caso con los búlgaros. La campaña contra los ávaros le ocupó durante tres años consecutivos.
En 794 el emir Hisam I volvió a atacar al reino de Asturias. Un ejército penetró en el territorio de los vascos, mientras que el otro entró en Oviedo y la saqueó. Sin embargo, el ejército de Alfonso II lo cogió por sorpresa cuando se retiraba y lo aniquiló.
Los vikingos saquearon y destruyeron el monasterio de Jarrow, en Northumbria, donde había trabajado Beda el Venerable.
El emperador japonés Kammu inauguró una nueva capital, construida siguiendo el modelo de Changan, la capital de los Tang. La nueva ciudad se llamaba Heiankyo, la actual Kyoto. 
El emperador Constantino VI tenía una esposa llamada María y una amante llamada Teodota. Esto no le importaba a nadie, pero en 795 Constantino VI quiso poner orden en su vida, así que se divorció de su esposa y se casó con su amante. Esto sí que escandalizó a los más puritanos de Constantinopla, y fue lo que Irene necesitaba para privar a su hijo de todo apoyo.
Ese mismo año murió el papa Adriano I y en su lugar fue elegido León III. Por primera vez, la elección no fue notificada al emperador romano, sino a Carlomagno. Como todos los nuevos papas-monarcas, la situación de León III en Roma era precaria y prácticamente insostenible sin el apoyo carolingio. Por ello León III se apresuró a mostrar su absoluta lealtad a Carlomagno.
Mientras tanto los vikingos devastaban el monasterio de Iona y desembarcaban por primera vez en Irlanda.
Hisam I envió un nuevo ejército a Oviedo que constaba de hasta diez mil jinetes, según fuentes árabes. Alfonso II le hizo frente con ayuda de los vascos, pero fue inútil. Los cristianos fueron derrotados tres veces seguidas y Oviedo fue destruida. Sin embargo el reino asturiano subsistió. Alfonso II envió mensajeros al rey Luis de Aquitania, el hijo de Carlomagno, con el que firmó un pacto de amistad y alianza contra los moros. Sin embargo no fue necesario recurrir a él, ya que Hisam I murió prematuramente en 796, y su sucesor, al-Hakam I, tuvo que hacer frente a las pretensiones al trono de sus tíos Sulaymán y Abd Allah, con lo que no pudo continuar la guerra santa. El primero fue vencido y muerto, mientras que el segundo marchó a Aquisgrán para solicitar la ayuda de Carlomagno, pero finalmente aceptó de al-Hakam I el cargo de gobernador de Valencia. Alfonso II no dejó pasar la ocasión y extendió considerablemente hacia el sur las fronteras de su reino.
Ese mismo año murió el rey Offa de Mercia.
Carlomagno capturó el campamento de Khaghán Tudún, el jefe de los ávaros, que vio reducidos sus dominios a un pequeño territorio. Los eslavos recibieron a los francos como liberadores. Teóricamente quedaban ahora bajo dominio franco, pero Aquisgrán estaba muy lejos, por lo que este dominio era mucho más débil que el que habían tenido que sufrir bajo los ávaros.
En 797 Luis, el rey de Aquitania, hijo de Carlomagno, convocó una asamblea de nobles en Tolosa para estudiar la mejor forma de defender los territorios al sur de los Pirineos que estaban bajo la protección franca. Se formó el condado de Ausona y se construyeron numerosas fortalezas. El territorio quedó bajo la custodia del conde Borrell.
Mientras tanto, Irene, la madre del emperador Constantino VI tenía ya el poder necesario para dar su golpe definitivo. Ordenó que su hijo fuera capturado y cegado. Después no se sabe más de él. Irene no consideró necesario buscar un hombre al que poner como emperador-títere, sino que ella misma asumió el título de emperador (no ya emperatriz). Irene ordenó el regreso de un monje al que Constantino VI había exiliado el año anterior por ser uno de los que más abiertamente había denunciado el matrimonio del emperador con su amante. Dicho monje pasó a residir en el monasterio de Stoudios, en Constantinopla, por lo que es conocido como Teodoro Estudita. Fue un acérrimo detractor de la iconoclastia y supo organizar a los monjes contra ella. Reformó la vida monástica y escribió para sus monjes dos Catequesis, y Estudios espirituales. Entre sus obras polémicas destacan tres Discursos contra los iconómacos. Irene contaba con el apoyo de los monjes iconodulos pero no con el de los militares iconoclastas. Por ello el Imperio se debilitó militarmente. En 798 Irene se comprometió a pagar un pesado tributo anual al califa Harún al-Rashid y no hizo nada para impedir que los eslavos atravesaran las fronteras del norte.
Cuando los jutos, los anglos y los sajones invadieron Inglaterra, dejaron un vacío en la península de Jutlandia que fue ocupado por un pueblo escandinavo: los daneses. En 798, Godofredo se convirtió en rey de los daneses y bajo su reinado éstos se lanzaron al mar aumentando el número de los vikingos.
Ese mismo año murió Beato de Liébana. Alfonso II de Asturias llegó hasta Lisboa, la tomó y envió a Carlomagno parte del botín.
La aristocracia romana presionaba al papa, como de costumbre, planteándole cada vez más exigencias. Como éste no se mostró dispuesto a ceder, se urdió una conjuración para mutilarlo e incapacitarlo así para el cargo, lo que obligaría a elegir un nuevo papa (presumiblemente más sumiso). A finales de 799 León III fue encarcelado y tuvo que refugiarse en el palacio del duque de Spoleto. Desde allí pidió ayuda a Carlomagno, pero éste no se movió. Decidió (al parecer, aconsejado por Alcuino) que si el papa quería su ayuda tenía que ir a pedírsela personalmente. En aquel momento Carlomagno estaba nuevamente en Sajonia, tratando de reducir a los sajones mediante deportaciones masivas (ese mismo año Sajonia fue incorporada al reino franco). El papa tuvo que viajar hasta allí, tras lo cual Carlomagno se brindó a escoltarlo de regreso a Roma.
A la llegada, los nobles romanos explicaron su grave preocupación por la dudosa moral de León III y lo acusaron de simonía. Carlomagno podía haber rechazado sin más tales acusaciones, pero hizo algo más provechoso. Convocó una asamblea de autoridades eclesiásticas presidida por él mismo en la que se esclarecerían los hechos. En definitiva, León III tuvo que pasar por la humillación de ser juzgado por Carlomagno. El juicio se celebró el 23 de diciembre de 800 y fue un mero trámite: León III juró su inocencia y su juramento fue suficiente. Pero quedó asentado que el rey franco estaba por encima del papa y no al revés.
Contra todo pronóstico, la última Nochebuena del siglo León III urdió la treta más astuta imaginable para invertir los papeles. Al día siguiente él y el rey franco presidieron una misa de navidad, y en el momento en que Carlomagno estaba arrodillado, tal vez con los ojos cerrados devotamente, León III sacó una magnífica corona que había encargado y la colocó sobre la cabeza del que ahora pasaba a ser proclamado ¡emperador!
Tenía su lógica. Oficialmente, toda la Europa cristiana formaba parte del Imperio Romano. Importaba poco que el emperador no tuviera ninguna autoridad real en Occidente. Todos eran súbditos romanos. El linaje de emperadores romanos se había transmitido desde Augusto hasta Constantino VI, pero ahora el trono imperial estaba vacío. Había una mujer en el trono, Irene, pero para los francos, una mujer emperador no sólo era un atentado contra la gramática, sino que carecía de todo sentido. La vieja ley sálica merovingia no consentía que las mujeres reinaran. Así pues, no había emperador.
Todos los presentes, salvo Carlomagno y sus acompañantes, habían sido prevenidos, y en cuanto León III le impuso la corona prorrumpieron en aclamaciones. Carlomagno era ahora el emperador del Imperio Romano. No pudo rechazar la corona. No había forma razonable de hacerlo. Más adelante confesó que si hubiera podido prever la intención de León III nunca habría ido a Roma. Los historiadores quisieron ver en esto una declaración de modestia, de que no se sentía a la altura del título, pero lo que Carlomagno quería decir es que vio claramente la manipulación de la que fue objeto. Dos días antes tenía al papa a sus pies, y ahora el papa podía hacerlo caer en desgracia ante sus súbditos sin más que excomulgarlo y declarar que no era digno del título de emperador. Además, Constantinopla nunca reconocería la legitimidad del título y a largo plazo eso podía suponer una guerra. El ejército franco estaba acostumbrado a barrer bárbaros germanos y, a veces, moros, pero el ejército romano de verdad (el de Constantinopla) era infinitamente superior. De momento no había peligro, porque Irene no podía dirigir un ejército y, si enviaba a un general y resultaba victorioso, no tardaría en apoderarse del trono. Pero tarde o temprano habría otro emperador en Constantinopla, y entonces los francos tendrían problemas. De hecho, Carlomagno nunca usó el título de emperador romano en abierto desafío a Constantinopla. En su lugar se llamaba a sí mismo Emperador, Rey de los francos y los lombardos.
Pese a las reticencias del nuevo emperador, el fantasmagórico Imperio Romano que había sobrevivido nominalmente varios siglos a su propia caída se volvió algo más real. A pesar de que Occidente llevaba siglos sin ver un emperador, la figura del emperador había conservado su prestigio, sólo recientemente empañado con la crisis iconoclasta. Ahora los súbditos occidentales del Imperio Romano volvían a tener un emperador digno de admiración, designado por Dios para velar por ellos. Constantinopla volvería a nombrar pronto su propio emperador, pero éste, quien fuera que fuese, ya no iba a ser tenido en Occidente por el "auténtico emperador". Finalmente, Occidente iba a admitir lo que era evidente desde hacía siglos: que el Imperio de Constantinopla no tenía nada de romano. Los orientales no eran romanos, eran griegos barbudos y heréticos. A partir de aquí Oriente y Occidente iban a tener un punto más de desencuentro: iba a haber dos líneas de emperadores, cada una de las cuales se consideraba legítima continuadora de la línea iniciada por Augusto. En Occidente, el Imperio de Constantinopla dejó de ser reconocido como Imperio Romano y pasó a ser llamado Imperio Griego. Los historiadores prefieren un término más preciso, que en un principio debería ser Imperio Constantinopolitano, pero como ocho sílabas son demasiadas por muy grande que sea el Imperio, han recurrido al antiguo nombre de Constantinopla para llamarlo Imperio Bizantino. No hay ningún criterio objetivo para fijar en qué momento el Imperio Romano de Oriente debe pasar a llamarse Imperio Bizantino, pues la transformación fue gradual y muy lenta. Hay quien fija el cambio en el momento de la caída del Imperio Romano de Occidente, es decir, cuando Odoacro depuso a Rómulo Augústulo; hay quien mantiene el nombre de Imperio Romano hasta el reinado de Heraclio; y nosotros hemos mantenido el nombre mientras toda Europa estuvo de acuerdo en mantenerlo, por ficticio y equívoco que éste pudiera ser. De todos modos, no debemos olvidar que los emperadores bizantinos se llamaron a sí mismos emperadores romanos hasta el fin del Imperio, pese a que Roma nunca volvió a estar bajo su dominio.
Por otra parte, llamar Imperio Romano al Imperio de Carlomagno no es menos equívoco que llamar así al Imperio Bizantino, así que hablaremos del Imperio Franco, si bien no debemos olvidar que ambos Imperios eran oficialmente el Imperio Romano.
Carlomagno decretó que los años fueran datados a partir del nacimiento de Jesucristo, según la costumbre adoptada ya por algunos historiadores y religiosos, de modo que el año 800 d. C. fue el primero fechado con este sistema de forma oficial.
Si el papa tenía ahora la autoridad de nombrar (y, por consiguiente, deponer) emperadores, no dejaba de ser cierto que los Estados Pontificios eran una donación de los reyes francos, Pipino el Breve primero y Carlomagno después. Esto abría una puerta para que los monarcas francos pudieran recuperar la supremacía frente a los papas, pero en realidad no era así, ya que no tardó en aparecer un crucial documento histórico.
El clero hizo saber al mundo que alrededor del año 330 el emperador Constantino enfermó de lepra. Los sacerdotes paganos le recomendaron que se bañara en sangre de niños pequeños, pero Constantino se negó horrorizado. En un sueño, recibió instrucciones de ver al papa Silvestre I. El papa bautizó a Constantino e inmediatamente la lepra desapareció. El agradecido emperador decretó que el papa tendría la supremacía sobre todos los obispos y le concedió el derecho a la mitad occidental del Imperio. Luego, para no interferir en la dominación del papa sobre el oeste, decidió retirarse a una nueva capital en el este, Constantinopla.
Quien pudiera pensar que esta historia era inventada pecaba de desconfiado, pues no tardó en encontrarse la Donación de Constantino, es decir, la escritura en la que Constantino cedía a Silvestre I el Imperio Romano de Occidente. De este modo, al papa no sólo le correspondía legítimamente el gobierno de los Estados Pontificios, sino de todo el Imperio Romano de Occidente, gobierno que él gentilmente cedía al emperador. Es curioso que el latín en que estaba redactada la donación no era el propio de un romano del siglo IV, sino más bien el de un franco del siglo VIII, más concretamente de la zona de París. Pero no hay razón para buscar explicaciones para todo.
El territorio del norte de África que actualmente ocupan Tunicia y Argelia nunca había aceptado en la práctica la autoridad del Califato, si bien la había reconocido nominalmente. Ahora, el gobernador abasí Ibrahím ibn al-Alglab se independizó definitivamente e inició la dinastía de los Aglabíes. La capital estaba en Keiruán. Ahora ya eran cuatro los territorios musulmanes independientes de Bagdad: Al-Ándalus, el reino de los Idrisíes, el de los Rustemíes y el de los Aglabíes.

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Los francos (del latín Franci o gens Francorum) fueron una comunidad de pueblos procedentes de Baja Renania y de los territorios situados inmediatamente al este del Rin (Westfalia), que al igual que muchas otras tribus germánicas occidentales entró a formar parte del Imperio romano en su última etapa en calidad de foederati, asentándose en el Limes (Bélgica y norte de Francia actuales). Las poderosas y duraderas dinastías establecidas por los francos reinaron en una zona que abarca la mayor parte de los actuales países de Francia, Bélgica y Países Bajos, así como la región de Franconia en Alemania.
La palabra franco (Frank o Francus) significa «libre» en la lengua de los francos, ya que los francos no estaban dominados por el Imperio romano ni por ningún otro pueblo.1​ Dado que la raíz frank- no es una raíz germánica conocida, se piensa también que podría derivar de frei-rancken (libere vacantes) que significa libres viajeros.

Francos
Les Francs entre 400 et 440-es.svg
Migraciones de los francos entre el 400 y el 440.
Información
Raíz étnicaGermanos occidentales
IdiomaIdioma fráncico
RegiónInicialmente: parte oriental del curso alto y medio del Rin; posteriormente: Reino de los francos.
Pueblos relacionadosSajonesfrisonesalamanes

Los primeros francos y su expansión[editar]

Los francos en el norte de la Galia en la segunda mitad del siglo v.
No se sabe mucho de los inicios de la historia de los francos. El cronista galo-romano Gregorio de Tours, autor de la Historia Francorum (Historia de los francos), que cubre el período hasta el año 594, es la fuente principal. En ella cita a su vez como fuentes a Sulpicio Alejandro y a Frigerido (los cuales serían desconocidos de no ser por él), además de aprovechar su propia relación personal con muchos francos insignes. Aparte de la Historia de Gregorio, existen además otras fuentes romanas anteriores, como Amiano y Sidonio Apolinar.
Los estudiosos modernos dedicados al período de las migraciones han sugerido que el pueblo franco podría haber surgido de la unificación de grupos germánicos anteriores más pequeños (usípetesténcterossicambrios y brúcteros), que habitaban el valle del Rin y los territorios situados inmediatamente al este. Esta unión podría estar relacionada con el aumento del caos y las insurrecciones acontecidas en la zona como resultado de la guerra entre Roma y los marcomanos, que había comenzado en el año 166, así como de los conflictos derivados de ésta durante la segunda mitad del siglo II y el siglo III.
La primera vez que los autores clásicos de la antigüedad nombran al territorio de los francos es en la recolección de relatos laudatorios de emperadores romanos Panegyrici Latini (Panegíricos Latinos), a principios del siglo IVEC. En esa época tal territorio se correspondía con el área situada al norte y al este del Rin (la Renania actual), con unos límites difusos encerrados en el triángulo entre las ciudades de UtrechtBielefeld y Bonn de hoy día. En el citado territorio se situaban las tierras de la confederación de pueblos francos de los sicambrios, los salios, téncteros, usípetes, vindélicos, brúcteros, ampsivaroscamavos y catos. Algunas de estas tribus, como los sicambros y los francos salios suministraban tropas a las fuerzas romanas que protegían el limes (las fronteras del imperio).
En un principio, se dividían en dos grupos, cuyos nombres derivarían, según algunas interpretaciones, de sus asentamientos en torno a dos ríos:
  • los francos salios habitarían, a mediados del siglo III d. C., el valle inferior del río Rin, en los actuales Países Bajos y noroeste de Alemania. Su nombre estaría vinculado, según unos, al río Ijssel (forma antigua Isala, como otros cursos de agua: Isère, Yser, Isar); según otros, al vocablo germánico «see» (mar), o también al germánico «i sala» (aguas oscuras).
  • los francos ripuarios habitarían el curso medio del río Rin, y su nombre derivaría del vocablo latino «ripa» (río), en el sentido de la gente del Rin.
Ya en el siglo IX la división entre ambos era prácticamente inexistente, pero durante algún tiempo continuó siendo aplicada en el sistema legal que definía el origen de las personas.
Por su parte, Gregorio afirma que los francos vivieron originalmente en Panonia, pero que más tarde se asentaron a las orillas del Rin. Existe una región al noreste de la actual Holanda (al norte de lo que una vez fue la frontera romana) que lleva el nombre de Salland, y podría haber recibido ese nombre de los salios.
Hacia el año 250, un grupo de francos, aprovechándose de la debilidad del Imperio romano, llegó hasta Tarragona (en la actual España), ocupando esta región durante una década antes de que las fuerzas romanas los doblegaran y expulsaran de territorio romano. Unos cuarenta años después, los francos tomaron el control de la región del río Escalda (actual Bélgica), interfiriendo en las rutas marítimas de Bretaña. Los romanos pacificaron la región, pero no expulsaron a los francos.

Los francos en el Imperio romano[editar]

Expansión franca en la Galia (486-511).
Entre los años 355 y 358, el emperador Juliano intentó dominar las vías fluviales del Rin bajo el control de los francos, y una vez más volvió a pacificarlos. Roma les concedió una parte considerable de la Gallia Belgica, momento a partir del cual pasaron a ser foederati del Imperio romano, aunque el emperador forzó el retorno de los camavos a Hamaland (un distrito ahora holandés en la actual Güeldres). De este modo, los francos se convirtieron en el primer pueblo germánico que se asentó de manera permanente dentro de territorio romano.9​ El holandéshablado en Flandes (Bélgica) y Holanda tiene su origen en las lenguas de origen germánico habladas por los francos (ver fráncico antiguo), también el limburgués tendría el mismo origen.
Algunos francos prosperaban en suelo romano, como Flavio Bauto y Arbogastes, militares que apoyaban la causa de los romanos, mientras que otros reyes francos, como Malobaudes se oponían a los romanos dentro del Imperio. Después de que la caída de Arbogastes tras su suicidio en la Batalla del Frígido, su hijo Arigiologró establecer un condado hereditario en Tréveris, y después de la caída del usurpador Constantino III, algunos francos apoyaron al usurpador Jovino (411).
A pesar de ser aliados de Roma —de hecho contribuyeron a defender las fronteras tras el paso de las tribus germánicas por el Rin en el 406— desde la década de 420, los francos aprovecharon la decadencia de la autoridad romana sobre la Galia, para extenderse al sur, de manera que fueron conquistando gradualmente la mayor parte de la Galia romana al norte del río Loira y al este de la Aquitania visigoda.
La invasión de los francos presionó hacia al suroeste, más o menos entre el Somme y la ciudad de Münster (en la Renania del Norte-Westfalia actual), y avanzó por la región parisina, donde terminaron con el control romano que ejercía Siagrio en el 486, y prosiguió hacia los territorios al sur del río Loira, de donde se expulsó a los visigodos a partir del 507.

Los merovingios[editar]

Situación territorial del imperio franco entre 481 y 814.
Lo poco que ha sobrevivido acerca de los reinos de los primeros jefes francos, Faramond (aproximadamente entre 419 y 427) y Clodión (aproximadamente entre 427 y 447), parece tener más de mito que de realidad, y su relación con la dinastía de los merovingios permanece poco clara.
Gregorio menciona a Clodión (Chlodio) como el primer rey que inició la conquista de la Galia al tomar «Camaracum» (actual Cambrai) y expandir la frontera hasta el río Somme, esto es, su territorio incluiría la región de la Toxandria (en el Brabante actual, entre las desembocaduras de los ríos Mosa y Escalda) y tendría como centro la ciudad y obispado de Tongeren (civitatus Tungrorum), desde donde se ampliaría hasta Cambrai (Camaracum) y el río SommeSidonio Apolinar relata como Aecio tomó a los francos por sorpresa, haciéndoles retroceder (probablemente alrededor de 431). Este período marca el inicio de una situación que se prolongaría durante siglos: los francos germánicos se convirtieron en soberanos de un número cada vez mayor de súbditos galorromanos.
En 451, Aecio pidió ayuda a sus aliados germánicos en suelo romano para repeler una invasión de los hunos. Mientras que los francos salios le apoyaron, los renanos lucharon en ambos bandos, dado que muchos de ellos vivían fuera del Imperio.
Los sucesores de Clodión son figuras poco conocidas. Las fuentes de Gregorio identifican sin demasiada seguridad a Meroveo (Merovech) como el rey de los francos, epónimo de la dinastía y posible hijo de Clodión. Meroveo fue sucedido en el trono por Childerico I, en cuya tumba, descubierta en 1653, se encontró un anillo que lo identificaba como rey de los francos, y al parecer gobernó un reino de francos salios en Tournai como foederatus del Imperio romano.

Clodoveo y la creación del reino de los francos[editar]

El bautismo de Clodoveo I, que lo convirtió en el primer rey franco cristiano.
Clodoveo I (Clovis en francés), hijo de Childerico I, comenzó una política de expansión de su autoridad sobre las otras tribus francas y de ampliación de su territorio al sur y oeste de la Galia. Así, comenzó una campaña militar con la intención de consolidar los varios reinos francos en la Galia y Renania, dentro de la cual se enmarca la derrota de Siagrio en 486. Esta victoria sobre Siagrio supuso el fin del control romano en la región de París.
En la batalla de Vouillé (507), Clodoveo, con la ayuda de los burgundios, derrotó a los visigodos, expandiendo su reino al este, hasta los Pirineos. Tras esta batalla, Gregorio de Tours indica que Clodoveo llevó a cabo campañas para eliminar a los demás reyes francos, tanto ripuarios como salios.
La conversión de Clodoveo al cristianismo, tras su matrimonio con la princesa católica burgundia Clotilde en 493, pudo haber ayudado a acercarle al papa y a otros soberanos cristianos ortodoxos. La conversión de Clodoveo supuso la conversión del resto de francos. Al profesar la misma fe que sus vecinos católicos, los recientemente cristianizados francos encontraron mucho más fácilmente su aceptación por parte de la población local galo-romana que otros pueblos germánicos cristianizados de fe arriana, como los visigodos y ostrogodos, los vándalos, los lombardos o los burgundios. De esta forma, los merovingios dieron lugar a la que con el tiempo sería la dinastía de reyes más estable de Occidente. La dinastía merovingia fundada por Clodoveo toma su nombre de Meroveo, su antepasado germánico legendario y casi divino, que da legitimidad a su reino.
Esta estabilidad, sin embargo, no se extendía a la vida cotidiana durante la era merovingia. Los francos eran ante todo un pueblo guerrero, una característica que lógicamente impregnaba todos los aspectos de su cultura. Aunque en tiempos de los romanos existía un cierto grado de violencia (sobre todo en la etapa final), la introducción de la práctica germánica de recurrir a la violencia para solventar disputas y conflictos legales llevó a un cierto grado de anarquía al final de esta época. Esto afectó al comercio, que llegó a verse interrumpido ocasionalmente, dificultando de manera creciente la vida cotidiana, lo que desembocó en una progresiva fragmentación y localización de la sociedad en villas. La alfabetización, aparte de los pocos eruditos eclesiásticos, era prácticamente nula, como en toda la Europa occidental.
Los dominios francos entre 511 y 561 con Clodoveo I.
Los soberanos merovingios, siguiendo la tradición germánica, tenían la costumbre de dividir sus tierras entre los hijos supervivientes, ya que carecían de un amplio sentido de la res pública, concebían el reino como una propiedad privada de grandes dimensiones. Esto dio lugar divisiones territoriales, segregaciones y redistribuciones, reunificaciones y nuevas particiones, en un proceso que originaba asesinatos y guerras entre las distintas facciones. Esta práctica explica en parte la dificultad de describir con precisión tanto las fechas como las fronteras geográficas de cualquiera de los reinos francos, así como de determinar con precisión quién gobernaba en cada una de las regiones. El bajo nivel de alfabetización durante el periodo franco agrava el problema, ya que se conservan muy pocos documentos escritos.
El área franca se expandió aún más bajo el reinado de los hijos de Clodoveo, llegando a cubrir la mayor parte de la actual Francia (con la expulsión de los visigodos), pero incluyendo también zonas al este del río Rin, tales como Alamannia (el actual sudoeste de Alemania) y Turingia (desde 531); Sajonia, en cambio, permaneció fuera de las fronteras francas hasta ser conquistada por Carlomagno siglos más tarde. A su muerte en 511, repartió el reino entre sus cuatro hijos, hasta que su hijo Clotario I reunió temporalmente los reinos, tras él, los territorios francos volvieron a dividirse en 561en NeustriaAustrasia y Borgoña, que habían sido anexionadas por los francos por medio de matrimonios e invasiones.
En cada reino franco, el mayordomo de palacio ejercía las funciones de primer ministro. Una serie de muertes prematuras que comenzaron con la de Dagoberto I en 639 desembocaron en una sucesión de reyes menores de edad. A comienzos del siglo VIII, esto había permitido a los mayordomos austrasios consolidar el poder de su propio linaje, lo cual llevó a la fundación de una nueva dinastía: los carolingios.

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