martes, 17 de octubre de 2017

Apuntes de Historia Universal

EL ISLAM CONTRA CONSTANTINOPLASIGUIENTE
El emperador Constante II tenía tres hijos, a los que nombró emperadores en 666. Tras sus éxitos frente a los lombardos, éstos respondieron con un enérgico contraataque que les permitió recuperar Benevento. En 668 el duque Romualdo ocupó numerosos territorios imperiales en el sur de Italia. Constante II debió de presionar excesivamente a sus hombres, porque terminó siendo asesinado en el baño por un guardia de palacio. Su hijo mayor tenía sólo catorce años, pero se las arregló para asesinar a sus hermanos y convertirse en el único emperador, Constantino IV. Cuando su padre fue asesinado estaba en Constantinopla, pero tuvo que desplazarse rápidamente a Sicilia a vengar la muerte de Constante II y aplacar la rebelión, al tiempo que se producían nuevos motines en Asia Menor. El joven emperador logró restablecer el orden rápidamente.
El papa Vitaliano, al igual que sus antecesores, puso mucho interés en la evangelización de Inglaterra. Envió a un oriental llamado Teodoro de Tarso, al que protegió un noble de Northumbria llamado Benito Biscop. En 669 Teodoro fue nombrado arzobispo de Canterbury, y pronto inició un eficiente programa de organización de la iglesia inglesa. Reformó las órdenes monásticas y organizó a los obispos. Poco a poco fue borrando los restos del cristianismo celta.
Por esta época el califa Muawiya estaba ya firmemente asentado en el poder y el islam pudo continuar su expansión. Ese mismo año los musulmanes invadieron Sicilia y en 670 fundaron la ciudad de Kairuán en el norte de África, a unos ciento veinte kilómetros de Cartago. Esta ciudad fue la base para organizar el ataque al exarcado de África. Nuevamente, hubo conversiones masivas al islam por parte de la población bereber.
Ese mismo año murió el rey Oswiu de Northumbria.
Los tibetanos hicieron una incursión en Asia central que arrebató a China el control de la zona.
En 671 murió el rey lombardo Grimoaldo I y Pertarito pudo finalmente convertirse en rey.
En 672 murió el papa san Vitaliano, y en su lugar fue elegido el benedictino Adeodato. También  murió el rey visigodo Recesvinto y fue elegido como sucesor el rey Wamba, si bien la elección fue disputada y una parte de la nobleza no la aceptó. El conde Hilderico se rebeló al poco tiempo en la Septimania con la ayuda de los francos y de los judíos. Wamba envió contra él al conde Paulo, quien por el camino se lo pensó mejor y terminó siendo proclamado rey en Narbona con el apoyo de numerosos nobles. Wamba reaccionó rápidamente y en 673, después de sofocar una revuelta de los vascos, ocupó Barcelona y Gerona, tras lo cual penetró en la Septimania y tomó Nimes, donde Paulo se había atrincherado. Poco después promulgó una ley que obligaba a todos sus súbditos a prestar servicio militar siempre que el rey lo requiriera. Los nobles y obispos debían armar (corriendo ellos con los gastos) a la décima parte de sus siervos. En caso de incumplimiento los obispos serían desterrados y a los seglares se les confiscarían bienes y se les reduciría la servidumbre.
El rey de Neustria Clotario III murió sin descendencia, lo cual puso en entredicho la autoridad del mayordomo de palacio Ebroíno. Para reafirmar su poder, Ebroíno puso en el trono al hermano menor del difunto rey (el que juzgó más fácil de manejar) que se convirtió en Thierry III. El mayordomo no se molestó en consultar a la nobleza, pero los nobles se rebelaron y prefirieron aceptar como rey a Childerico II, el hermano de Thierry III que reinaba en Austrasia. Nuevamente el reino de los francos estaba unificado.
Teodoro, el arzobispo de Canterbury, convocó un concilio en Hertford, que fue el primero en el que estuvieron representados los obispos de toda Inglaterra. Teodoro dividió Inglaterra en obispados de dimensiones convenientes, eliminando la antigua división fortuita. Estimuló la copia y conservación de manuscritos en los monasterios, lo que contribuyó significativamente a conservar la cultura clásica. Una muestra del impulso cultural que supuso la obra de Teodoro fue que en esta época surgió en Northumbria un poeta llamado Caedmon. En realidad es probable que fuera más de uno, pues los poemas que se le atribuyen parecen compuestos por varios autores. Su historia está envuelta en una leyenda, según la cual Caedmon era un pastor analfabeto que compuso un poema en un sueño y lo recordó al despertar. Luego se refugió en un monasterio de Whitby, donde la abadesa reconoció su talento y le ofreció hospitalidad.
Mientras tanto un gran ejército islámico se abrió paso por Asia Menor y llegó a orillas del Bósforo, frente a Constantinopla. Los musulmanes contaban además con una flota, con lo que la situación de la ciudad era crítica. Constantino IV se dispuso a resistir un asedio que se prometía largo. Las sólidas murallas de Constantinopla demostraron su valía. Más aún, una clave del éxito imperial fue un arma secreta que, de hecho, seguimos sin saber qué era exactamente. Se cuenta que la inventó un alquimista de Siria o Egipto llamado Calímaco. Se trataba de una mezcla que flotaba en el agua y ardía en contacto con ella. Probablemente entre sus componentes había algún derivado del petróleo y cal viva. Recibió el nombre de fuego griego, y muchos barcos musulmanes se hundieron en llamas. Al poder en sí del fuego griego había que añadir el terror supersticioso que provocaba en los árabes contemplar una llama flotando en el agua.
En 674 la emperatriz Wu inició en China una política de reformas para eliminar abusos de poder. Para ello instituyó una especie de secretariado independiente del resto del aparato gubernamental que fue conocido como los sabios de la puerta norte.
En 675 murió el rey franco Childerico II y los nobles de Austrasia eligieron rey a Dagoberto II, el hijo de Sigeberto III que Grimoaldo había enviado a Irlanda. En Neustria los nobles prefirieron a Thierry III, el hermano de Clotario III al que Ebroíno había tratado de imponer. A quien ya no aceptaron fue a Ebroíno, que tuvo que huir a Austrasia.
El rey visigodo Wamba convocó el X concilio de Toledo para combatir la relajación de la disciplina eclesiástica y rechazó un ataque musulmán en Algeciras.
En 676 murió el papa Adeodato, que había aprovechado que el emperador estaba ocupado defendiendo Constantinopla para combatir nuevamente el monotelismo. El nuevo papa se llamaba Donino.
En 677 los musulmanes seguían con el asedio a Constantinopla, pero su flota fue destruida al sur de Asia Menor por la acción combinada de un temporal y un ataque del Imperio. Paulatinamente, los ejércitos de Constantino IV fueron tomando la iniciativa y los musulmanes fueron retrocediendo. En 678 su ejército en retirada fue totalmente destruido.
China logró restablecer su dominio sobre Asia central haciendo retroceder a los tibetanos.
Ese mismo año murió el papa Donino y fue sucedo por Agatón. En 679 los búlgaros, dirigidos por el kan Asparuh, cruzaron el Danubio y conquistaron Mesia. Formaron el Primer Imperio Búlgaro, que se extendía por la actual Rumanía (al norte del Danubio) y parte de la actual Bulgaria (al sur del río).
En Italia, al rey lombardo Pertarito le surgió un rival: Cuniberto.
En Austrasia murió el rey Dagoberto II. Había tenido cuatro hijos, pero todos habían muerto sin descendencia. Ebroíno se ganó de nuevo la confianza de Thierry III con la promesa de convertirlo en rey de Austrasia. No obstante, la nobleza de Austrasia no estuvo de acuerdo y se aliaron bajo el liderazgo de Pipino de Heristal, que era hijo de Begga, la hija de Pipino de Landen, y Ansegisal, el que ocupó el cargo de mayordomo de palacio cuando Pipino de Landen cayó en desgracia. En 680 Pipino de Heristal recuperó el cargo de mayordomo de palacio que habían disfrutado su padre, su abuelo y su tío materno, Grimoaldo, e impuso como rey-títere de Austrasia a Dagoberto III, un presunto hijo de Dagoberto II. Así estalló una guerra civil entre los francos. En realidad fue una guerra entre Pipino y Ebroíno, en la que los reyes no eran más que excusas para legitimar la autoridad de los mayordomos.
Ebroíno logró coger por sorpresa a Pipino y éste tuvo que huir. Se cuenta que uno de los principales aliados de Pipino, llamado Martín, se refugió en un santuario, de donde no se le podía sacar sin cometer sacrilegio. Ebroíno envió a dos obispos que le juraron sobre una caja con reliquias que no se le haría daño. Martín accedió y se encontró con Ebroíno, que le ejecutó al instante. Eso sí, los obispos no cometieron pecado alguno al mentir, porque en realidad la caja estaba vacía.
Ese mismo año murió el califa Muawiya. Tal y como había establecido, fue sucedido por su hijo Yazid I, si bien no fue reconocido en La Meca y en Medina. Los partidarios de Alí persuadieron a Husayn, el hijo menor de éste, para que los condujera a luchar por el califato. Husayn acudió a Kufa, pero terminó siendo abandonado por sus propios adeptos, y murió en una batalla contra un ejército omeya que se libró junto a la ciudad de Karbala, cerca de Kufa. Poco después Yazid I tomó La Meca.
La victoria de Constantino IV sobre los musulmanes aumentó notablemente el prestigio del Imperio. La pérdida de Siria y Egipto parecía secundaria frente a la heroica resistencia de la capital. El emperador comprendió que no había posibilidad de recuperar las provincias perdidas, así que el monotelismo era una fuente inútil de discordia con Occidente. Por ello convocó un concilio ecuménico en Constantinopla donde el monotelismo dejó de existir. Incluso se dictó una condena contra el papa Honorio por su actitud equívoca ante el monotelismo. Las iglesias de Roma y Constantinopla volvían a estar unidas y el patriarca de Constantinopla llegó a la cima de su poder. El papa Agatón quedó encantado con este cambio de rumbo, pero en realidad su opinión no contaba. Estaba dominado por el exarca de Ravena y no podía moverse mucho si no quería conocer la misma suerte que había corrido san Martín I unos años antes. De todos modos, el obispo de Ravena reconoció finalmente la autoridad papal que le venía disputando en los últimos años.
El rey visigodo Wamba fue invitado a un banquete por su sobrino Ervigio. Durante la cena, el monarca sufrió un ataque cataléptico (o bien fue narcotizado, según otra versión). Sus sirvientes le afeitaron la cabeza y lo vistieron como un monje para facilitar su entrada en el Cielo (o bien por los motivos que enseguida se verán). Cuando el rey "resucitó", se convocó el XII concilio de Toledo, que se celebró en 681y resolvió que Wamba era ahora un monje y, como tal, no podía ser rey. En el mismo concilio se proclamó rey a Ervigio y Wamba se retiró a un monasterio en Burgos. Ervigio suavizó las sanciones contra los que no cumplían sus obligaciones militares y restituyó los bienes a los nobles que habían participado en la sublevación de Paulo. Ervigio adoptó severas medidas contra los judíos. Ante la debilidad de la monarquía visigoda, muchos de los judíos que se habían visto obligados a adoptar el cristianismo en tiempos de Sisebuto estaban volviendo a afirmarse en sus creencias.
Ebroíno fue asesinado y el nuevo mayordomo de palacio de Neustria pasó a ser Waratton.  Pipino reunió un nuevo ejército y la guerra civil continuó.
En 682 Ilteris Kagan reunificó el Imperio Turco. Tras la muerte de san Agatón fue elegido papa san León II. Mitigó la sentencia contra el papa Honorio decretada por el concilio de Constantinopla, pero poco más pudo hacer, ya que murió al año siguiente, en 683. Fue sucedido por Benedicto II, quien tardó un tiempo en ocupar el cargo porque se demoró la ratificación imperial. Luego Constantino IV delegó en el exarca de Ravena su derecho a ratificar la elección de los papas. El XIII concilio de Toledo decretó que, salvo en caso de flagrante culpabilidad, los nobles y los sacerdotes no podían ser privados de su dignidad, encarcelados, torturados o expropiados. Además, no podían ser juzgados más que por sus iguales. Con ello se acrecentaba la independencia de la nobleza y el clero frente a la autoridad real.
En Damasco murió el califa Yazid I y fue sucedido por Marwán.
También murió el emperador chino Gaozong, que fue sucedido por su hijo Zhongzong bajo la tutela de la emperatriz Wu. La emperatriz era la que ejercía el poder efectivo. De hecho, en 685 decidió deponer a Zhongzong y sustituirlo por su segundo hijo, Ruizong, siempre bajo su tutela.
Ese año murió el califa Marwán y fue sucedido por su hijo Abd al-Malik. El nuevo califa organizó una administración árabe en sus dominios, tanto civil como militar. También murió el emperador Constantino IV. Había recibido el sobrenombre de el barbudo. La nueva costumbre de dejarse barba había llegado al trono, pero aún llamaba la atención. Fue sucedido por su hijo, Justiniano II. Al mismo tiempo moría en Roma el papa san Benedicto II. Aprovechando que Constantinopla estaba ocupada con el cambio de emperador, su sucesor Juan V se hizo consagrar sin esperar la autorización imperial. Justiniano II llevó a cabo una vigorosa política exterior. Firmó una paz ventajosa con los árabes, que estaban menos belicosos desde su última derrota. Esto le permitió centrarse en los eslavos. El emperador ratificó las buenas relaciones que el Imperio tenía con los jázaros desde los tiempos de Heraclio. Él mismo se casó con una princesa jázara.
En 686 murió el papa Juan V y fue sucedido por Conón. También murió Waratton, el mayordomo de palacio de Neustria, y en 687 Pipino de Heristal obtuvo una rotunda victoria en Tertry. Entonces decidió apoyar a Thierry III y denunciar a Dagoberto III como rey ilegítimo. Así el reino franco quedó unido de nuevo bajo el reinado teórico de Thierry III y la autoridad efectiva de Pipino de Heristal como mayordomo de palacio de Austrasia, que poco después puso a su hijo Grimoaldo como mayordomo de palacio de Neustria.
Ese mismo año murió el papa Conón y fue sucedido por Sergio I, que fue consagrado con el consentimiento del exarca de Ravena.
También murió el rey visigodo Ervigio. Poco antes de su muerte había recomendado que fuera elegido como sucesor Égica, un sobrino de Wamba que estaba casado con una hija de Ervigio. Su intención era reconciliar ambas familias, pero el nuevo rey, con el consentimiento del XV concilio de Toledo, se desligó del juramento que había prestado de respetar a la familia de su mujer y la repudió.
En Italia murió Romualdo, el duque lombardo de Benevento, y fue sucedido por Gisulfo. En 688 murió el rey lombardo Pertarito, y fue sucedido por Alachi, pero éste murió a su vez en 689 y Cuniberto quedó como rey indiscutido de los lombardos.
Pipino de Heristal inició una campaña contra los frisones, un pueblo germánico pagano que habitaba en la frontera noreste del reino franco. Mientras tanto Justiniano II obtuvo una victoria sobre los búlgaros. En lugar de tomar duras represalias, envió unos doscientos mil eslavos a Asia Menor, donde se mezclaron con la población nativa y se convirtieron en una fuente de soldados. A continuación inició una campaña en Armenia.
En 690 llegó a Frisia como misionero un northumbrio llamado Willibrord, que contó con el apoyo de los francos en la arriesgada misión de convertir a los frisones al cristianismo. (Torturar y matar misioneros era una diversión muy popular entre los germanos paganos.)
La emperatriz Wu decidió deponer a su hijo Ruizong y desde ese momento ella fue la suma autoridad en China.
En 691 murió el rey franco Thierry III. Fue sucedido por su hijo Clodoveo III. En realidad no se puede asegurar que los reyes merovingios a partir de Clodoveo III sean realmente merovingios. Simplemente, los mayordomos de Palacio decían que lo eran.
También murió Ilteris Kagan, y el Imperio Turco siguió fortaleciéndose y reorganizándose bajo Kapagan Kagan.
En 692 Justiniano II reunió un concilio que aprobó la igualdad del papa y el patriarca de Constantinopla. También acordó que los sacerdotes casados podían vivir con sus esposas. Ambas decisiones fueron rechazadas por el papa Sergio I. El califa Abd al-Malik fue el primero en acuñar monedas de oro. Sin embargo, Justiniano II se negó a aceptar estas monedas, y se rompió la tregua. Las tropas imperiales sufrieron una derrota en Asia Menor, y se culpó de ello a los soldados eslavos. El prestigio de Justiniano II se vio empañado, y peor aún fue que agobió al pueblo con excesivos impuestos. En 693 un general llamado Leoncio se ganó la enemistad del emperador a pesar de que había luchado bien en Armenia. En 695 fue puesto en libertad y se le nombró gobernador militar de Grecia. Sin embargo, Leoncio actuó rápidamente antes de su partida, se puso al frente de un sector descontento de los habitantes de Constantinopla y logró capturar a Justiniano II. En lugar de matarlo, decidió ser caritativo: mandó que le cortaran la nariz (pensando que con ello ya no sería aceptado como emperador) y lo desterró a Quersonea, al norte del mar Negro. Leoncio fue aclamado emperador.
Ese mismo año murió el rey franco Clodoveo III y Pipino de Heristal puso en el trono a su hermano Childeberto III. Por esta época Pipino terminó su campaña contra los frisones. Willibrord fue nombrado obispo de la actual Utrecht.
Las fuerzas musulmanas llevaban ya tiempo presionando sobre las posesiones imperiales en África, y Cartago era el centro de la resistencia. La fuerza imperial era mayor en la costa, mientras que en el interior los bereberes estaban adoptando el islam. En 698 cayó Cartago y con ella el emperador Leoncio: las tropas imperiales en retirada se detuvieron en Creta y allí se sublevaron. Un general llamado Apsimar fue proclamado emperador con el nombre de Tiberio III y condujo sus tropas a Constantinopla. Leoncio fue apresado y corrió la misma suerte que Justiniano II: le cortaron la nariz y lo recluyeron en un monasterio. Tiberio III empezó a gobernar con bastante eficacia y su hermano Heraclio obtuvo algunas victorias frente a los musulmanes.
En 699 el rey tibetano Khri-hdus-song infligió una nueva derrota a los chinos, tras la cual pactó con ellos.
El reino de Shampa no había logrado controlar el comercio entre China y la India, sino que fue eclipsado por Srivijaya, una nueva talasocracia centrada en el sur de Sumatra más extensa aún de lo que lo había sido el Fu-nan. Dominaba Sumatra, parte de Java y parte de Borneo.

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Constantinopla fue un acontecimiento clave a la hora de conformar su forma de entender el mundo, tal y como para sus respectivas generaciones lo fue la ejecución de Luis XVI en Francia o la caída del Muro de Berlín. «Esta es la segunda muerte de Homero y también la de Platón. Ahora, Mahoma reina entre nosotros. El peligro turco pende entre nosotros», anunció el futuro Papa Pío II al conocer la noticia. Cuando Occidente creía que había llegado al fin su momento, el Imperio otomano se presentó ante el mundo como la nueva hidra venida de Oriente a conquistar todo lo que se hallara en su camino. La conocida como segunda Roma había sobrevivido a los años más oscuros de la Edad Media a base de una fuerza militar temida y una pujanza comercial que parecía no tener fin, pero nada pudo hacer ante la llegada otomana.
Conquistar Constantinopla había sido un viejo sueño medieval para los musulmanes desde el siglo VIII. «La guerra santa es nuestra principal obligación [...]. Constantinopla, situada en el centro de nuestros dominios, protege a nuestros enemigos e incita contra nosotros. La conquista de la ciudad es, por lo tanto, esencial para el futuro y la seguridad del Estado otomano», proclamó el sultán Mehmed II años antes de comenzar la campaña. Para este sultán turco aquella guerra era, además, algo más que una cruzada religiosa: era la conquista de un mito otomano, «la manzana roja», por la que se harían con el dominio universal una vez tomaran ese territorio. Mas cuando él se consideraba entre su interminable ristra de títulos «soberano de los romanos» de Oriente. A todo ello había que sumar el resquemor que el sultán guardaba al emperador bizantino Constantino IX Paleólogo por apoyar la cruzada cristiana que en 1444 había dividido en dos el emergente Imperio otomano.

Occidente ignora las peticiones de ayuda

Ante la inminente campaña, Constantino XI Paleólogo lanzó una desesperada llamada de auxilio a toda la cristiandad, y uno a uno casi todo los reyes europeos desoyeron la petición alegando causas egoístas. El Papa vio en la angustiosa situación de la ciudad una oportunidad para convencer a la Iglesia ortodoxa griega de que se uniera a la tradición católica a cambio del envío de tropas. El Cardenal Isidoro acudió allí en noviembre de 1452 con 200 soldados napolitanos buscando negociar la unificación entre iglesias, si bien las autoridades bizantinas solo hicieron caso al enviado papal porque pensaban que se trataba de la avanzadilla de un ejército de rescate. Nada más lejos de la realidad, nadie más iría en nombre del Papa.
Las últimas posesiones bizantinas se limitaban a la gran ciudad, varios territorios en Grecia y a varios puertos marítimos de los que las repúblicas italianas sacaban amplias ventajas comerciales. Es por ello que Venecia y Génova sí participarían en la defensa de Constantinopla.

Retrato de Mehmed II
Retrato de Mehmed II

A principios de 1452, la construcción de una enorme fortaleza otomana en territorio bizantino trajo consigo a la desembocadura del Bósforo una flota otomana que cogió por sorpresa a los cristianos. Se trataba de una declaración de intenciones bastante evidente. Constantino se preparó para lo peor y ordenó que se hiciera acopio de alimentos y bebidas a la población, además de hacer un llamamiento para que los pueblos periféricos se refugiaran en la capital. La plata de las iglesias y monasterios fue empleada para pagar a las tropas y mejorar las defensas de la ciudad. También los aliados organizaron entonces sus refuerzos.
El Senado de Venecia estaba dividido entre los que defendían ir en ayuda de sus viejos aliados y los que consideraban a Bizancio una causa perdida y preferían mejorar sus relaciones con los turcos. El Senado armó dos buques de transporte con 400 soldados cada uno custodiados por 15 galeras que zarparon el 8 de abril de 1453 hacia Constantinopla, si bien no llegaron a tiempo de salvar la ciudad. Según el testimonio de Giacomo Tebaldi, la fuerza de rescate veneciano hubiera roto el asedio de haber llegado solo un día antes. Además, las autoridades venecianas de Creta enviaron otros dos buques de guerra, de los que solo uno llegó a su destino. En tanto, los venecianos que estaban en la capital huyeron en su mayoría, seis de ellos incumpliendo las órdenes de Girolamo Minotto, representante del senado en la ciudad.

Retrato idealizado del emperador Constantino XI, realizado en el siglo XIX.
Retrato idealizado del emperador Constantino XI, realizado en el siglo XIX.

Por el contrario, Génova, la gran rival de la Serenísima, envió al Cuerno de Oro a 700 soldados al mando de Giovanni Giustiniani Longo, cuyo reputación de experto en asedios le hizo gala del rango de mariscal de todas las tropas terrestres en Constantinopla. Según estimó Giacomo Tebaldi, en la ciudad había un total de entre 30.000 y 35.000 hombres de armas, extranjeros y locales, y cerca de 7.000 soldados profesionales, lo que sumaba unos 42.000 cabezas armadas. El problema era que el grueso del ejército lo formaban milicias y voluntarios extranjeros sin mucha preparación.
El plan de Mehmed II era terminar rápido el asedio sin causar grandes daños materiales en la ciudad, puesto que temía que el paso del tiempo permitiera a Venecia y Hungría salvar la ciudad. Frente a la superioridad numérica musulmana, los cristianos pretendían hacer valer la fortaleza de sus murallas, que ya en 1422 habían frenado un ataque anterior, y valerse del fuego griego (probablemente se tratara de una mezcla de nafta, cal viva, azufre, y nitrato) para arrojarlo sobre los atacantes. Al otro lado de las murallas bizantinas se presentaron más de un centenar de navíos, entre galeras, galeotas y barcos de transporte, y un océano de hombres que alcanzaba los 80.000 soldados. Entre las filas turcas sobresalían los jenízaros, la élite de la infantería otomana reclutada entre los jóvenes cristianos secuestrados en los Balcanes, la mayoría eslavos y albanos.

La artillería otomana marca la diferencia

El 6 de abril la principal fuerza terrestre otomana con los regimientos de palacio del sultán, temida infantería, en el centro avanzó hacia las enormes murallas que defendían por el oeste la ciudad. El sultán situó su tienda en esta posición, frente a la puerta de San Romano. Los primeros asaltos fueron rápidamente rechazados por unas piedras que llevaban siglos en pie.
El resto de la ciudad estaba rodeado de agua y protegida también por murallas, además de que las galeras bizantinas e italianas se concentraron entre la ciudad y la fortaleza de la Galata, en la otra orilla del llamado Cuerno de Oro. El Emperador confiaba en las experimentadas tripulaciones italianas para defender este estrecho. Si el sultán quería tomar la ciudad debería derrotar a la flotilla cristiana, conquistar la Gálata (perteneciente a Génova) por tierra y por supuesto derrumbar las murallas en el oeste.
Con este último fin había trasladado a esta zona unos enormes cañones de artillería que, de tan pesados, necesitaban 60 bueyes para ser movidos. La artillería se concentró a 8 kilómetros de las murallas y se colocaron en zanjas inclinadas sobre grandes bloques de madera para amortiguar las sacudidas que acompañaban a los disparos. Durante el asedio los cañones no dejaron de rugir día y noche, lo que llevó a que varios se recalentaran e incluso se hundieran en el barro. Giacomo Tebaldi cuenta que los otomanos efectuaban entre 100 y 150 disparos diarios, con un consumo de 500 kilogramos de pólvora. El sultán tenía tantos hombres como para arriesgarse a mandarlos a recoger los proyectiles caídos a las puertas de la muralla.


Tras varios asaltos fallidos, en la noche del 18 de abril los musulmanes lanzaron un ataque nocturno en el sector de Mesoteichon que se alargó sin avances durante cuatro horas. Las cosas iban lentas en tierras, pero todavía más en el mar. El primer ataque otomano contra la barrera flotante cristiana acabó en fracaso, al igual que el segundo, pues la flota cristiana contaba con barcos más altos aunque menos numerosos. El 20 de abril, tres grandes buques de transporte papales con armas, tropas y alimentos cruzaron por sorpresa el bloqueo musulmán y entraron en la ciudad junto a un barco bizantino con trigo. Desde la costa, el sultán turco, colérico, se metió con su caballo en el mar lanzando órdenes incomprensibles a su flota. El bloqueo naval debía ser pleno o no serlo... El comandante turco fue azotado, degradado y sustituido por su negligencia.
La moral cristiana se elevó con aquella pequeña victoria sobre la flota turca. Si bien, no iba a haber tiempo para los festejos. El nuevo comandante de la flota trasladó la mayoría de los cañones de sus barcos a tierra para que bombardearan los bajeles cristianos desde detrás de la Gálata, esto es, en un ángulo similar al de los morteros. Igualmente original fue la idea de trasladar por tierra, usando una rampa de madera, a 72 pequeñas galeras al Cuerno de Oro, en la retaguardia de la barrera flotante cristiana. Así no solo quedó en peligro la flota cristiana, sino que los defensores de las murallas tuvieron que desplegarse también en el este.
Dos horas antes del amanecer del 28 de abril, se produjo una batalla naval que en esta ocasión benefició a los musulmanes y entregó el control del Cuerno de Oro a los musulmanes.

La última defensa desesperada

Aunque la barrera flotante seguía en pie, e incluso resistió ataques el 16, 17 y 21 de mayo, ya no tenían nada que defender ahora que detrás suyo había barcos musulmanes. Mientras tanto, el 25 de abril los cañones otomanos lograron al fin derribar una de las torres de la Puerta de San Romano y abrieron otras brechas en la muralla frente a la que se concentraba el ejército del sultán. El día 6 de mayo la brecha se agrandó hasta los 3 metros de ancho y el posterior asalto estuvo muy cerca de tener éxito, al menos hasta que la plana mayor bizantina, con el mismísimo emperador Constantino a la cabeza, lo evitaron espadas en mano.
El 11 de abril una nueva brecha, esta vez en la Puerta de Caligaria, precedió un asalto que alcanzó el palacio de Blanquerna. Y precisamente en el subsuelo de esta puerta, los zapadores serbios del sultán se enfrentaron a los zapadores bizantinos en una lucha cuerpo a cuerpo bajo tierra. Los asaltos cada vez se acercaban más a su objetivo y a mediados de mayo una serie de malos presagios extendieron entre el pueblo bizantino la idea de que estaban ante el final. La «Odigitria», el icono más sagrado, se desprendió cuando era llevado en procesión. Al día siguiente, una extraña niebla envolvió la catedral de Santa Sofía, en lo que los musulmanes quisieron ver la luz de Alá.
Entre tantas malas noticias, la noche del 19 de mayo los defensores salieron de las murallas y volaron con barriles de pólvora una de las torres de asedio que usaban los turcos a modo de cobertura. Una esperanza en un mar de malos presagios.


En esas fechas, Mehmet envió una última oferta a Constantino XI temiendo que si no rendía cuanto antes la ciudad pudieran llegar refuerzos venecianos y húngaros. Las condiciones dictadas eran que se le respetaría la vida si se retiraba al sur de Grecia y entregaba la ciudad. «Dios no permita que yo viva como un emperador sin imperio. Si cae mi ciudad, yo caeré con ella. Aquel que quiera huir, puede hacerlo y salvar la vida. Y el que esté preparado para enfrentarse a la muerte, que me siga», afirmó el emperador según las crónicas posteriores. Dicho y hecho. Muchos extranjeros se preparan para zarpar ante la defensa suicida planteada por el emperador.
El 29 de mayo de 1453 se preparó un ataque total desde distintos puntos. Giovanni Giustiniano Longo se situó con 400 italianos y lo mejor de las tropas bizantinas frente a la destrozada puerta de San RomanoPere Julià y un grupo de soldados catalanes defendió uno de los distritos de la ciudad, la zona del Palacio Bukoleon, al sureste de la ciudad tocando al mar. Y otras compañçias extranjeras se repartieron alrededor de la muralla. Todos ellos debieron hacer frente a los ataques sucesivos y en apariencia interminables que siguieron a un largo bombardeo desde el amanecer. Como si se tratara de las tres líneas de las legiones republicanas de Roma, Mehmet lanzó primero a su fuerza más débil, los regulares; luego a sus tropas provinciales; y finalmente a los jenízaros. 3.000 soldados de esta infantería avanzaron lentamente y en silencio hasta penetrar por la Kernaporta, donde desplegaron sus estandartes antes de ser desalojados por los cristianos por enésima vez. Y es que las balas cada vez sonaban más próximas al cuello del emperador.
Los cristianos seguían soportando estoicos cada golpe hasta que un balazo alcanzó a Giovanni Giustiniano Longo, convertido en un héroe del pueblo, que herido de muerte se retiró a retaguardia. Cuando los italianos vieron a su comandante retirarse creyeron que estaba huyendo y los otomanos incrementaron la presión en la Puerta de San Romano. El frente cristiano cayó en sucesión como piezas de domino.

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