ALEJANDRO MAGNO .-
Leyó Alejandro la carta sin mostrarla a ninguno de los amigos y la puso bajo la almohada. Llegada la hora, entró Filipo con los amigos, trayendo la medicina en una taza; diole Alejandro la carta, y al mismo tiempo tomó la medicina con grande ánimo y sin que mostrase ninguna sospecha; de manera que era un espectáculo verdaderamente teatral el ver al uno leer y al otro beber, y que después se miraron uno a otro, aunque de muy diferente manera; porque Alejandro miraba a Filipo con semblante alegre y sereno, en el que estaban pintadas la benevolencia y la confianza; y éste, sorprendido con la calumnia, unas veces ponía por testigos a los dioses y levantaba las manos al cielo, y otras se reclinaba sobre el lecho exhortando a Alejandro a que estuviera tranquilo y confiara en él. Porque el remedio al principio parecía haber cortado el cuerpo, postrando y abatiendo las fuerzas hasta hacerle perder el habla y quedar muy apocados los sentidos, sobreviniéndole luego una congoja; pero Filipo logró volverle pronto, y restituyéndole las fuerzas, hizo que se mostrase a los macedonios, que se mantuvieron siempre muy desconfiados e inquietos mientras que no vieron a Alejandro.
XX. ESPÍAS MACEDONIOS EN PERSIA
Hallábase en el ejército de Darío un fugitivo de Macedonia y natural de ella llamado Amintas, el que no dejaba de tener conocimientos del carácter de Alejandro.
Éste, viendo que Darío iba a encerrarse entre desfiladeros en busca de Alejandro, le proponía que permaneciese donde se encontraba, en lugares llanos y abiertos, habiendo de pelear contra pocos con tan inmenso número de tropas; y como le respondiese Darío que temía no se anticiparan a huir los enemigos y se le escapara Alejandro: "Por eso, oh rey —le repuso—, no paséis pena, porque él vendrá contra vos, o quizá viene ya a estas horas".
XX.(cont.). ENCUENTRO CASUAL EN ISSOS
Mas no cedió por esto Darío, sino que; levantando el campo, marchó para la Cilicia, y al mismo tiempo Alejandro marchaba contra él a la Siria; pero habiendo en la noche apartándose por yerro unos de otros, retrocedieron. Alejandro, contento con que así le favoreciese la suerte para salirle a aquél al encuentro entre montañas, y Darío para ver si podría recobrar su antiguo campamento y poner sus tropas fuera de gargantas, porque ya entonces reconoció que, contra lo que le convenía, se había metido en lugares que por el mar, por las montañas y por el río Píndaro que corre en medio, eran poco a propósito para la caballería, y que le obligaban a tener divididas sus fuerzas, estando por tanto aquella posición muy en favor de los enemigos, que eran en corto número.
La fortuna, pues, le preparó este lugar a Alejandro; pero él por su parte procuró también ayudar a la fortuna, disponiendo las cosas del modo mejor posible para el vencimiento, pues siendo muy inferior a tanto número de bárbaros, no sólo no se dejó envolver, sino que extendiendo su ala derecha sobre la izquierda de aquéllos, llegó a formar semicírculo y obligó a la fuga a los que tenían al frente, peleando entre los primeros, tanto que fue herido de una cuchillada en un muslo, según dice Cares, por Darío, habiendo venido ambos a las manos; pero el mismo Alejandro, escribiendo a Antipatro acerca de esta batalla, no dijo quién hubiese sido el que lo hirió, sino que había salido herido de una cuchillada en un muslo, sin que hubiese tenido la herida malas resultas. Habiendo conseguido una señalada victoria con muerte de más de ciento y diez mil hombres, no acabó con Darío, que se le había adelantado en la fuga cuatro o cinco estadios, por lo cual, habiendo tomado su carro y su arco, se volvió y halló a los macedonios cargados de inmensa riqueza y botín que se llevaban del campo de los bárbaros, sin embargo de que éstos se habían aligerado para la batalla y habían dejado en Damasco la mayor parte del bagaje.
Habían reservado para el mismo Alejandro el pabellón de Darío, lleno de muchedumbre de sirvientes, de ricos enseres y de copia de oro y plata.
Desnudándose, pues, al punto de las armas, se dirigió sin dilación al baño, diciendo: "Vamos a lavarnos el sudor de la batalla en el baño de Darío"; sobre lo que uno de sus amigos repuso: "No a fe mía, sino de Alejandro, porque las cosas del vencido son y deben llamarse del vencedor".
Cuando vio las cajas, los jarros, los enjugadores y los alabastros, todo guarnecido de oro y trabajado con primor, percibió al mismo tiempo el olor fragante que de la mirra y los aromas despedía la casa, y habiendo pasado desde allí a la tienda, que en su altura y capacidad y en todo el adorno de alfombras, de mesas y de aparadores era ciertamente digna de admiración, vuelto a los amigos: "En esto consistía — les dijo—, según parece, el reinar".
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