martes, 8 de julio de 2014

CONQUISTAS DE ALEJANDRO MAGNO


ALEJANDRO MAGNO .-

Formó entonces Alejandro el proyecto de ir desde allí a ver el mar exterior, y construyendo muchos transportes y lanchas navegaba con sosegado curso por el río. Mas no por eso era el viaje descansado y sin peligro, pues saltando en tierra y acometiendo a las ciudades, lo iba sujetando todo. Sin embargo, entre los llamados malios, que se dice son los más belicosos de la India, estuvo en muy poco el que no pereciese. Porque a saetazos retiró a aquellos habitantes de la muralla, y puestas las escalas, subió a ella el primero; pero habiéndose roto la escala, colocados los bárbaros al pie del muro, le causaron desde abajo diferentes heridas; mas él, sin embargo de tener muy poca gente consigo, tuvo el arrojo de dejarse caer en medio de los enemigos, quedando por fortuna de pie, y habiendo recibido gran sacudimiento las armas, les pareció a los bárbaros que un resplandor y apariencia extraordinaria discurría por delante de él. Así, al principio huyeron y se dispersaron; pero al verle con sólo dos escuderos, corrieron de nuevo a él, y algunos, aunque se defendía, le herían de cerca con espadas y lanzas; y uno que estaba algo más lejos le disparó del arco una saeta con tal fuerza y rapidez, que pasando la coraza se le clavó en las costillas junto a la tetilla. Cedió el cuerpo al golpe, y aun se trastornó algún tanto, y el tirador acudió al punto sacando el alfanje que usan los bárbaros; pero Peucestas y Limneo se pusieron delante, y siendo heridos ambos, éste murió; pero Peucestas se sostuvo, y Alejandro dio muerte al bárbaro. Había recibido muchos golpes, y herido por fin con un mazo junto al cuello, tuvo que apoyarse en la muralla, quedándose mirando a los enemigos. Acudieron en esto los macedonios y, recogiéndole ya sin sentido, le llevaron a su tienda; y al principio en el ejército corrió la voz de que había muerto.

Sacáronle, no sin gran dificultad y trabajo, el cabo de la saeta, que era de madera, con lo que pudo desatarse, aunque también a mucha costa, la coraza, descubriendo así la herida y hallando que la punta había quedado clavada en uno de los huesos, la cual se dice tenía tres dedos de ancho y cuatro de largo. Al sacársela tuvo desmayos, en los que creyeron se quedara; pero luego se restableció. Aunque había salido del peligro, quedó todavía muy débil, y tuvo que pasar bastante tiempo guardando dieta y medicinándose; mas habiendo un día sentido a la parte de fuera a los macedonios alborotados e inquietos por el deseo de verle, poniéndose una ropa salió adonde estaban. Sacrificó después a los dioses, y volviendo a embarcarse y dar la vela, sujetó nuevas regiones y muchas ciudades.

Buste d'Alexandre le Grand (musée national d'Athènes)




Vinieron a su poder diez de los filósofos gimnosofistas, aquellos que con sus persuasiones habían contribuido más a que Sabas se rebelase, y que mayores males habían causado a los macedonios. Como tuviesen fama de que eran muy hábiles en dar respuestas breves y concisas, les propuso ciertas preguntas oscuras, diciendo que primero daría la muerte al que más mal respondiese, y así después por orden a los demás, intimando al más anciano que juzgase. Preguntó al primero si eran más en su opinión los vivos o los muertos, y dijo que los vivos, porque los muertos ya no eran. Al segundo, cuál cría mayores bestias, la tierra o el mar, y dijo que la tierra, porque el mar hacía parte de ella. Al tercero, cuál es el animal más astuto, y respondió: aquel que el hombre no ha conocido todavía. Preguntado el cuarto con qué objeto había hecho que Sabas se rebelase, respondió: con el deseo de que viviera bien, o muriera malamente. Siendo preguntado el quinto cuál le parecía que había sido hecho primero, el día o la noche, respondió que el día precedió a ésta en un día, y añadió, viendo


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