ALEJANDRO MAGNO .-
En general, con los bárbaros se mostraba arrogante y como quien estaba muy persuadido de su generación y origen divino; pero con los griegos se iba con más tiento en divinizarse; sólo una vez escribiendo a los atenienses cerca de Samos les dijo: "No soy yo quien os entregó esta ciudad libre y gloriosa, sino que la tenéis habiéndola recibido del que entonces se decía mi señor y padre", queriendo indicar a Filipo. En una ocasión, habiendo venido al suelo herido de un golpe de saeta y sintiendo demasiado el dolor: "Esto que corre, amigos —dijo—es sangre, y no licor sutil, como el que fluye de los almos dioses", y otra vez, como habiendo dado un gran trueno se hubiesen asustado todos, el sofista Anaxarco, que se hallaba presente, le preguntó: "Y tú, hijo de Júpiter, ¿no haces algo de esto?" Y él, riéndose: "No quiero —le dijo— infundir terror a mis amigos, como me lo propones tú, el que desdeñas mi cena porque ves en las mesas pescados, y no cabezas de sátrapas". Y era así la verdad, que Anaxarco, según se cuenta, habiendo enviado el rey a Hefestión unos peces, prorrumpió en la frase que se deja expresada, como teniendo en poco y escarneciendo a los que con grandes trabajos y peligros van en pos de cosas brillantes, sin que por eso en el goce de los placeres y de las comodidades excedan a los demás ni en lo más mínimo. Se ve, pues, por lo que se deja dicho, que Alejandro dentro de sí mismo no fue seducido ni se engrió con la idea de su origen divino, sino que solamente quiso subyugar con la opinión de él a los demás.
Siendo por naturaleza dadivoso, creció en él la liberalidad a proporción que creció su poder; y ésta iba siempre acompañada de afabilidad y benevolencia, que es como los beneficios inspiran una verdadera gratitud. Haremos memoria de algunas de sus dádivas. Aristón, general de los peones, había dado muerte a un enemigo; y mostrándole la cabeza, "entre nosotros, oh rey —le dijo—, este presente se recompensa con vaso de oro"; y Alejandro, sonriéndose, "vacío —le contestó—, y yo te lo doy lleno de buen vino, bebiendo antes a tu salud". Guiaba uno de tantos macedonios una acémila cargada de oro de que se había ocupado al rey; y como ésta se cansase, tomó él la carga y la llevaba a cuestas. Viole Alejandro sumamente fatigado, y enterado de lo que era, cuando iba a dejarla caer, "no hagas tal —le dijo— sino sigue tu camino llevándola hasta tu tienda para ti"
En general, más se incomodaba con los que no recibían sus beneficios, que con los que le pedían; y a Foción le escribió una carta en que le decía que no le tendría en adelante por amigo si desechaba sus favores. A Serapión, uno de los mozos que jugaban con él a la pelota, no le dio nunca nada porque no pedía; y en una ocasión, puesto éste en el juego, alargaba la pelota a los demás, y diciéndole el Rey: "Y a mí ¿no me la alargas?" "Si no la pides...", le respondió, con lo que se echó a reír y le hizo un gran regalo. Pareció que se había enojado con Protea, uno de los decidores y bufones, que no carecía de gracia; rogábanle por él los amigos, y el mismo Protea se presentó llorando y les dijo que estaba aplacado; mas como éste repusiese, "¿y no empezarás, oh rey, a darme de ello alguna prenda...?", mandó que le dieran cinco talentos. Cuánta hubiese sido su profusión en repartir dones y gracias a sus amigos y a los de su guardia lo manifestó Olimpia en una carta que le escribió. "De otro modo —le decía—, sería de aprobar que hicieses bien a tus amigos y que te portases con esplendor, pero ahora, haciéndolos otros tantos reyes, a ellos les proporcionas que tengan amigos, y a ti el quedarte solo." Escribíale frecuentemente Olimpia por este mismo término, y estas cartas tenía cuidado de reservarlas; sólo una vez, leyendo juntamente con él Hefestión, pues solía tener esta confianza, una de estas cartas que acababa de abrir, no se lo prohibió, sino que se quitó el anillo y le puso a aquél el sello en la boca. Al hijo de Maceo, aquel que gozaba de la mayor privanza con Darío teníendo una satrapía, le dio con ella otra mayor; mas éste la rehusó diciendo: "Antes, oh rey, no había más que un Darío, pero tú ahora has hecho muchos Alejandros". A Parmenión, pues, le dio la casa de Bagoas, en la que se dice haberse encontrado en muebles de Susa hasta mil talentos. Escribió a Antipatro que se rodeara de guardias, pues había quien le armaba asechanzas. A la madre le dio y envió muchos presentes; pero nunca le permitió mezclarse en el gobierno ni en las cosas del ejército; y siendo de ella reprendido, llevó blandamente la dureza de su genio; y una vez habiendo leído una larga carta de Antipatro, en que trataba de ponerle mal con ella, "no sabe Antipatro —dijo— que una sola lágrima de una madre borra miles de cartas".
Habiendo visto que cuantos tenía a su lado se habían entregado enteramente al lujo y al regalo, haciendo excesivos gastos en todo lo relativo a sus personas, tanto que Agnón de Teyo llevaba clavos de plata en los zapatos, Leonato se hacía traer del Egipto con camellos muchas cargas de polvo para los gimnasios, Filotas había hecho para la caza toldos que se extendían hasta cien estadios; y eran más los que para ungirse y para el baño usaban de mirra que de aceite, llegando hasta el extremo de tener mozos únicamente destinados a que les rascasen y conciliasen el sueño, los reprendió suave y filosóficamente, diciendo maravillarse de que hombres que habían sostenido tantos y tan reñidos combates se hubieran olvidado de que duermen con más gusto los que trabajan que los que están ociosos, y de que no vieran, comparando su método de vida con el de los persas, que el darse al regalo es lo más servil y abatido, y el trabajar lo más regio y más propio de los que han de mandar:
"Fuera de que, ¿cómo cuidará por sí un caballo o acicalará la lanza y el morrión el que rehúsa poner mano en la cosa más preciada que tiene, que es su propio cuerpo?, ¿no sabéis que el fin que en vencer nos proponemos es el no hacer lo que hacen los vencidos?" Tomó, pues, desde entonces con más empeño el atarearse y darse malos ratos en la milicia y en la caza, de manera que un embajador de Lacedemonia, que se halló presente cuando dio fin de un terrible león, "muy bien, oh Alejandro —le dijo—, lidiar con un león sobre el reino". Esta cacería la dedicó Cratero en Delfos, haciendo esculpir en bronce la imagen del león, la de los perros, la del rey en actitud de haber postrado al león, y la del mismo Cratero que le asistía, de las cuales unas fueron obra de Lisipo y otras de Leocares.
Alejandro, pues, ejercitándose y excitando al mismo tiempo a los demás a la virtud, se exponía a todo riesgo; pero sus amigos, queriendo ya gozar y regalarse por la riqueza y el lujo, llevaban mal las marchas y las expediciones, y poco a poco llegaron hasta murmurar y hablar mal de él. Sufríalo al principio benigna y suavemente, diciendo que era muy de reyes el que se hablara mal de ellos cuando hacían bien. Y en verdad que aun los menores favores que dispensaba a sus amigos eran siempre indicio de lo que los apreciaba y quería honralos; de lo que añadiremos algunos ejemplos. Escribió a Peucestas quejándose de que, maltratado por un oso, le había escrito a otros y a él no se lo había participado; "pero ahora —le decía—, dime cómo te hallas, y si es que te abandonaron algunos de los que le acompañaban en la caza, para que lleven su merecido". A Hefestión, que se hallaba ausente con motivo de ciertas comisiones, le escribió que estando entreteniéndose con un Igneun, Cratero había caído sobre la lanza de Perdicas y se había lastimado los muslos. Habiendo sanado Peucestas de cierta enfermedad, escribió al médico Alexipo, dándole las gracias. Hallábase Cratero enfermo, y habiendo tenido una visión entre sueños, hizo sacrificios por él y le mandó que los hiciese. Al médico Pausanias, que quería dar eléboro a Cratero, le escribió, ya oponiéndose y ya dándole reglas sobre el modo de administrar aquella medicina. A los primeros que le dieron parte de la deserción y fuga de Hárpalo, que fueron Efialtes y Ciso, los hizo aprisionar, como que le levantaban una calumnia. Empezó a dar licencia para retirarse a su casa a los inválidos y ancianos; y habiéndose Euruloco de Egea puesto a sí mismo en la lista de los enfermos, como después se descubriese que ningún mal tenía y confesase que amaba a Telesipa y se había propuesto acompañarla en su regreso por mar, preguntó qué clase de mujer era ésta, y habiéndole informado que era una cortesana de condición libre, "pues me tendrás, oh. Euruloco —le dijo—, por amador contigo: mira si podremos persuadirla con dones o con palabras, puesto que es mujer libre".
"Fuera de que, ¿cómo cuidará por sí un caballo o acicalará la lanza y el morrión el que rehúsa poner mano en la cosa más preciada que tiene, que es su propio cuerpo?, ¿no sabéis que el fin que en vencer nos proponemos es el no hacer lo que hacen los vencidos?" Tomó, pues, desde entonces con más empeño el atarearse y darse malos ratos en la milicia y en la caza, de manera que un embajador de Lacedemonia, que se halló presente cuando dio fin de un terrible león, "muy bien, oh Alejandro —le dijo—, lidiar con un león sobre el reino". Esta cacería la dedicó Cratero en Delfos, haciendo esculpir en bronce la imagen del león, la de los perros, la del rey en actitud de haber postrado al león, y la del mismo Cratero que le asistía, de las cuales unas fueron obra de Lisipo y otras de Leocares.
Alejandro, pues, ejercitándose y excitando al mismo tiempo a los demás a la virtud, se exponía a todo riesgo; pero sus amigos, queriendo ya gozar y regalarse por la riqueza y el lujo, llevaban mal las marchas y las expediciones, y poco a poco llegaron hasta murmurar y hablar mal de él. Sufríalo al principio benigna y suavemente, diciendo que era muy de reyes el que se hablara mal de ellos cuando hacían bien. Y en verdad que aun los menores favores que dispensaba a sus amigos eran siempre indicio de lo que los apreciaba y quería honralos; de lo que añadiremos algunos ejemplos. Escribió a Peucestas quejándose de que, maltratado por un oso, le había escrito a otros y a él no se lo había participado; "pero ahora —le decía—, dime cómo te hallas, y si es que te abandonaron algunos de los que le acompañaban en la caza, para que lleven su merecido". A Hefestión, que se hallaba ausente con motivo de ciertas comisiones, le escribió que estando entreteniéndose con un Igneun, Cratero había caído sobre la lanza de Perdicas y se había lastimado los muslos. Habiendo sanado Peucestas de cierta enfermedad, escribió al médico Alexipo, dándole las gracias. Hallábase Cratero enfermo, y habiendo tenido una visión entre sueños, hizo sacrificios por él y le mandó que los hiciese. Al médico Pausanias, que quería dar eléboro a Cratero, le escribió, ya oponiéndose y ya dándole reglas sobre el modo de administrar aquella medicina. A los primeros que le dieron parte de la deserción y fuga de Hárpalo, que fueron Efialtes y Ciso, los hizo aprisionar, como que le levantaban una calumnia. Empezó a dar licencia para retirarse a su casa a los inválidos y ancianos; y habiéndose Euruloco de Egea puesto a sí mismo en la lista de los enfermos, como después se descubriese que ningún mal tenía y confesase que amaba a Telesipa y se había propuesto acompañarla en su regreso por mar, preguntó qué clase de mujer era ésta, y habiéndole informado que era una cortesana de condición libre, "pues me tendrás, oh. Euruloco —le dijo—, por amador contigo: mira si podremos persuadirla con dones o con palabras, puesto que es mujer libre".
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