ALEJANDRO MAGNO .-
Siria, Palestina y Egipto
Encaminándose hacia el norte de Siria, en el otoño del año 333 a.C. llegó a enfrentarse con el propio rey aqueménida, Darío III, en Issos. En esta batalla infligió una nueva derrota a las tropas persas, obligando al gran rey a retirarse más allá del Éufrates y quedando a su merced el campamento en el que se encontraba la familia real: la esposa, los hijos y la madre de Darío.
Las conquistas de Alejandro Magno
Comenzó así una nueva etapa en la que consolidó su control en Asia Menor (en cuyas costas sucumbieron los últimos focos de resistencia persa), mientras las islas del Egeo eran liberadas por la flota macedonia, y abrió nuevas posibilidades de conquista en la región siriopalestina, cerrando las salidas al mar del Imperio persa. Al mismo tiempo lograba acallar las voces de determinados sectores griegos que aún se alzaban en su contra.
Las ciudades fenicias de la costa, desde Arados a Sidón, se entregaron sin presentar oposición alguna ante el irrefrenable avance del macedonio. Simultáneamente, Alejandro rehusaba las ventajosas propuestas de Darío III, que le ofrecía los territorios asiáticos al otro lado del Éufrates, así como una de sus hijas en matrimonio y diez mil talentos, a cambio de la paz y de la liberación de su familia (cuyos integrantes sí que restituyó al rey persa). Empeñado en su campaña de conquista, llegó ante las puertas de la ciudad de Tiro, cuya larga resistencia se reveló inútil, siendo castigada su población de forma ejemplar, al igual que la de Gaza. En el invierno del año 332 a.C. había culminado ya la conquista de Palestina y se dirigía hacia Egipto.
El asedio de Tiro
Ante la población egipcia, Alejandro se convirtió en el auténtico artífice de su liberación del yugo aqueménida; por ello, al alcanzar el delta del Nilo, no encontró demasiadas dificultades para vencer al sátrapa persa, aislado y sin el apoyo del pueblo egipcio. A su llegada a Menfis fue aclamado como libertador e investido con el poder y la corona del faraón. Precisamente, una de sus primeras medidas fue la fundación de una ciudad en el delta del Nilo, a la que dio su propio nombre, Alejandría. Después se dirigió a través del desierto hasta el santuario oracular de Amón, en el oasis de Siwa, donde fue proclamado por los sacerdotes como "hijo de Amón", dios ya identificado con Zeus por los griegos. Con ello consolidaba su propia ascendencia divina, como descendiente de la dinastía argéada, que se remontaba a Heracles y, por ende, al propio Zeus.
Mesopotamia, Persia y Media
Alejandro no se demoró mucho tiempo en Egipto, sino que retrocedió sobre sus pasos para llegar a las costas fenicias, desde donde partió hacia Mesopotamia en el verano del año 331 a.C. Habiendo dejado atrás el río Éufrates y después de atravesar el Tigris, se encontró en Gaugamela con el ejército de Darío, quien había renovado sin éxito su propuesta de paz. La victoria en esta batalla resultó decisiva, pues la retirada desordenada de los persas y la huida del rey dejaron indefensos muchos de los centros vitales del Imperio persa. Babilonia fue fácilmente sometida y Alejandro se apoderó del magnífico tesoro real; en Persia sucumbieron una tras otra las ciudades de Susa, Persépolis (donde incendió el palacio real) y Pasargada.
La batalla de Gaugamela
(óleo de Jan Brueghel el Viejo)
Los continuos éxitos de Alejandro se vieron transitoriamente ensombrecidos por la sublevación de Esparta, secundada por otras ciudades antimacedonias, que fue finalmente reprimida por Antípatro. En la primavera del año 330 a.C., Alejandro reemprendió la marcha en pos de Darío hacia Media. Al llegar a Ecbatana, el persa se había escabullido de nuevo, refugiándose en Bactriana. Antes de reanudar la persecución, Alejandro decidió reorganizar sus tropas, relevando a los efectivos griegos (recompensados con magnanimidad) y encomendando al macedonio Harpalo la custodia de las ingentes riquezas obtenidas en los botines.
En su enconado acoso al rey persa se adentró en la región del nordeste, atravesando las Puertas Caspias. Entre tanto, Darío había sido derrocado por Beso, el sátrapa de Bactriana, quien ante el avance de Alejandro ordenó dar muerte a Darío, proclamándose soberano él mismo con el nombre de Artajerjes. Habida cuenta de la inesperada forma en que se habían precipitado los acontecimientos y se había transformado la situación en ese verano del año 330 a.C., no resulta extraño que Alejandro se hiciera cargo de los restos de su difunto enemigo, ordenando su sepultura en la tumba real de Persépolis. Con este aparente gesto de benevolencia subrayaba en realidad su condición de legítimo sucesor de Darío III. Como tal, debía acabar con el usurpador del trono y conquistar los territorios orientales del Imperio persa.
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