viernes, 11 de julio de 2014

GUERRAS POR PAÍSES - ESPAÑA


GUERRA ANGLO-ESPAÑOLS DE 1585-1604 .-

No mandé mis naves a luchar contra los elementos:
Esta es la frase que se atribuye a Felipe II al tener noticia de la derrota de la Armada Invencible en agosto de 1588. Es su forma vulgar, porque la fórmula retórica viene en el libro de Modesto LafuenteHistoria General de España (tomo XIV, página 247) y dice así: «Yo envié a mis naves a luchar contra los hombres, no contra las tempestades. Doy gracias a Dios de que me haya dejado recursos para soportar tal pérdida: y no creo importe mucho que nos hayan cortado las ramas con tal de que quede el árbol de donde han salido y puedan salir otras». De entrada parece extraño que Felipe IIque tuvo fama de lacónico, soltara esta frase tan redonda. Pero era la época romántica de Don Modesto y los historiadores pretendían conocer a través del túnel del tiempo las frases más cinceladas de los protagonistas de la historia. Y así, la impasible y pulida reacción del Rey Prudente ha quedado como clásica. El erudito don Felipe Picatoste afirma que esta frase retrata mejor el pincel de Pantoja de la Cruz:
    «En ella se ve al tétrico monarca penetrarse silenciosamente en el coro de El Escorial por una miserable puertecilla, sentarse humildemente en uno de los últimos sillones, oír la temblorosa voz del enviado que le traía la fatal noticia, juntar las manos, inclinar la cabeza y continuar el rezo. ¡Qué dominio sobre sí mismo no tendría aquella alma tenebrosa!».
No obstante, creemos que ninguna de estas dos versiones puede ser auténtica. Felipe II no tuvo oportunidad de demostrar su famosa serenidad ante la noticia súbita y completa del increíble desastre porque las nuevas le llegaron poco a poco. Si la frase fuera cierta, hubiera tenido que pronunciarse cuando Felipe II recibió el correo de Santander, donde había anclado el duque de Medina Sidonia y este correo tenía que ser el maestro de campo Bobadilla. Es evidente que Felipe II antes de recibir esta visita, ya conocía la carta fechada el 21 de agosto del duque a la que acompañaba su Diario. Y en este Diario no se hablaba en absoluto del tiempo, de los vientos, ni de las tempestades. Amén de esto, conocía también el relato desalentador del capitán Baltasar de Zúñiga. Había recibido asimismo un aviso del duque de Parma muy variado sobre la facasada batalla y noticias de los naufragios en la costa irlandesa y francesa. Pudo expresar evidentemente una frase parecida, pero no en ocasión de recibir este correo. Añadamos que, aunque Felipe II afrontara con su dignidad y firmeza habituales, con su exasperante imperturbabilidad las malas nuevas, éstas le afecta ron profundamente. En otoño de 1588 estuvo muy enfermo. En opinión de los observadores diplomáticos venecianos, los más sagaces, la enfermedad fue agravada por la ansiedad y los disgustos. El nuevo nuncio de Su Santidad opinó que el rey tenía los ojos enrojecidos, no sólo a causa del estudio, sino del llanto, aunque si el rey lloró nadie había sido testigo de ello. Su tez adquirió una extraña palidez en su rostro comenzaron a formarse bolsas, a la vez que su barba encaneció absolutamente. La reacción oficial de Felipe II se puede leer en una carta dirigida a los obispos españoles con fecha del 13 de octubre. Tras comunicarles las malas noticias ya conocidas, concluye: «Debemos loar a Dios por cuanto El ha querido que ocurriera así. Ahora le doy las gracias por la clemencia demostrada. Durante las tormentas que la Armada tuvo que soportar, ésta hubiera podido correr peor suerte...» Lo curioso es que tanto por un lado como por otro de los contendientes se adhirieron a la teoría de la intervención de la Providencia en la destrucción de la Invencible. Isabel de Inglaterra hizo grabar una inscripción que decía: «Dios sopló y fueron dispersados». Los holandeses dijeron algo parecido en sus crónicas. Triunfo y derrota se interpretaron como designio de la Providencia y por esta razón la frase de Felipe II, aunque no la pronuncian en la ocasión que los historiadores románticos le atribuyen, tiene un fondo de total autenticidad. (Luján)

Alonso de Guzmán Duque de Medina Sidonia (1550-1619):
Se excusó ante la propuesta de Felipe II alegando su escasa capacidad y su mal estado de salud. Se mareaba ante el más leve movimiento. Se ignora por qué motivo el monarca le confirmó en su nombramiento. Era lealísimo al rey y Felipe, que difícilmente soportaba personalidades excesivas, como el duque de Alba, don Juan de Austria y el mismo marqués de Santa Cruz, veía en él un dócil instrumento que no discutiría nunca sus planes. Reconocía en sus cartas "no saber de la mar ni de la guerra". Se le atribuye una considerable cobardía e incompetencia. Después del desastre no perdió el favor de Felipe II. Siguió actuando como virrey de Andalucía y ostentando el supremo mando naval en el litoral andaluz. En 1595 fue nombrado capitán general del Mar Océano. No pudo evitar el saqueo e incendio de Cádiz a manos de los ingleses.

Combate en aguas del Canal. Cuadro atribuido a Aert van Antum. Museo Marítimo Nacional. Londres    brulotes incendiarios. Cuadro atribuido a Aert van Antum. Museo Marítimo Nacional. Londres   


     Ark Royal. Nave capitana comandada por el almirante Howard    Felipe II

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