jueves, 10 de julio de 2014

BATALLAS DE LA ANTIGUEDAD


BATALLA DE CAMPOS CATALÁUNICOS .-

LOS HECHOS
 
Seguramente, podemos decir que el pasillo de hechos que conducen a la batalla comienza en 450. En oriente, a la muerte de Teodosio II sube al poder Marciano, que se niega a pagar el tributo a Atila, esperando provocarle para una guerra, pues en campo abierto el ejército romano (de oriente) tendría posibilidades de vencer a la caballería huna. Sin embargo, Atila, como buen diplomático que es ahora, no sólo no ataca, sino que además se le presenta una oportunidad de oro.
 
Valentiniano III, emperador de Occidente había mandado asesinar al amante de su hermana, Honoria. Esta, como venganza, manda una carta pidiendo auxilio a Atila. Lo que sucede a continuación no puede ser confirmado, pero parece ser que Atila recibe, junto con la carta, un anillo de Honoria. El interpreta eso como si Honoria le ofreciera su mano, siendo el Imperio Occidental la dote para el matrimonio.
 
Pese a que la lucha contra Occidente no estaba justificada, al contrario que con Oriente, parece ser que Atila escoge la primera opción, pues la división del Oeste de Europa la hace débil, es más fácil de conquistar. Recogiendo aliados como los gépidos y los ostrogodos por el camino, dirige sus ataques al centro de la Galia. Sólo en este momento es cuando los diferentes pueblos se dan cuenta del peligro que representan los hunos para su existencia y, bajo el mando de Aecio, deciden unirse para luchar contra Atila.
 
En uno de estos ataques de Atila, durante el Asedio de Orleans, Atila conoce de la existencia del ejército que se ha reunido contra él, por lo que deja el asedio y se retira a campo abierto. Parece ser que una rama del ejército de Aecio, los francos, es capaz de atacar a la retaguardia huna, formada por tribus germanas. Sin embargo este incidente no decide nada, y en 451 tiene fecha una de las más grandes batallas de la historia.
 
Posible recorrido de Atila. Hay que recordar que no se conoce el lugar exacto donde ocurrió la batalla final.
BATALLA
 
Nos encontramos con dos ejércitos bastante igualados en cuanto a número. Pese a que los historiadores antiguos, como los que hemos mencionado, cifran el total de tropas en medio millón de personas, seguramente tendríamos que reducir esas cifras a entre treinta mil y cincuenta mil por bando. De todas formas era la primera vez que peleaban en el mismo lugar todas las naciones de Europa, lo que ya por si sólo hace que esta batalla sea importante como pocas. Digamos que ninguno de los bandos principales (Aecio y Atila) dependía de sí mismo, pues cada ejército era una amalgama de tribus diversas.
 
Atila, situado en el centro de su ejército con su caballería, había apostado a los ostrogodos a su derecha comandados por su rey Valamer, junto con diversas tribus, como los gépidos, o una parte de francos comandada por el príncipe Clodion, con aspiraciones al trono. A la izquierda de su ejército iban los Vándalos a cargo de Gensérico, que venían desde Cartago para unirse a Atila.
 
Su estrategia era dividir el ejército contrario por el centro, lo que crearía el típico caos que aprovechaban los hunos, y luego atacarían desde la retaguardia con lluvias de flechas que detendrían su avance. Aecio dispuso a su ejército en una formación distinta. En vez de situar su punto fuerte en el centro, como el caso del ejército de Atila, lo había situado en las alas. El flanco derecho, el puesto de honor en todas las batallas, era para Teodorico y sus visigodos, que lucharían contra los vándalos. El centro lo había dejado para los Alanos, a cargo de Sangibano, tropas reforzadas con contingentes de veteranos romanos: los liticianos y los olibriones. Cabe decir que la situación de Sangibano en el centro era debido a que no Teodorico ni Aecio estaban seguros de su lealtad. Finalmente, Aecio se había situado a la izquierda de su ejército, junto con los francos del rey Anto.
 
Su plan consistía en tres pasos. El flanco izquierdo debería alcanzar una colina que les otorgaría superioridad ofensiva a la hora de atacar. El centro debía resistir el ataque de la caballería huna, de este punto dependía todo lo demás, y, finalmente, Teodorico debería conseguir avanzar para acorralar a los hunos. Era la estrategia usada por Aníbal en Cannas, o por los Godos en Adrianópolis.
Al principio, como era de esperar, los romanos fueron el blanco de miles de flechas, tantas que quizá alguno pudiera recordar a los espartanos de las Termópilas, que lucharon a la sombra. Sin embargo, fueron capaces de alcanzar la loma pese a la constante lluvia de saetas, y a partir de ahí se impuso la superioridad de las disciplinadas legiones romanas. Los ostrogodos no tuvieron nada que hacer contra Aecio, que carga tras carga, era capaz de rechazar al adversario durante todo el día. Realmente, la pérdida de esa colina resultó en un desastre para el flanco derecho del ejército de Atila, que disminuía por momentos. De todas formas, resistir no servía de nada, y parecía ser que Aecio no era capaz de avanzar.
El centro, como también era de esperar, fue cediendo ante la presión de la caballería de Atila. Sin embargo se dio un factor que nadie había tenido en cuenta. El número de soldados congregados en el lugar era tal que se estorbaban entre sí, además que nadie había sido adiestrado para dirigir un número tan grande de tropas, y ni los hunos eran capaces de disparar sus flechas tan rápido como para conseguir su objetivo de abrir brechas en el centro de la formación adversaria. Además, la preparación de los alanos para las batallas como ésta fuera, probablemente, mejor que la de los hunos, de menor tamaño, con armaduras de cuero y armas más pequeñas.
Podemos decir que la clave de esta batalla se encuentra en la lucha que los Visigodos mantenían contra los vándalos. Las fuerzas de Teodorico eran mayores y fueron ganando con una ventaja cada vez mayor, lo que a su vez puso en peligro la formación, pues sus tropas se separaban del resto del ejército. Atila no permaneció ajeno a esto, y ordenó atacar a los visigodos. Sus tropas consiguen rodear a Teodorico y éste cae muerto por las flechas hunas.
 
Sin embargo, este hecho no provocó una retirada en masa, un golpe de moral que se podría esperar tras situaciones así, sino que desde la retaguardia se nombró rey al instante a Turismundo, hijo de Teodorico. A partir de aquí, los visigodos lucharon aun con más fuerza. La táctica usada por Aecio funcionó. Finalmente, el ejército de Atila fue repelido, y este, junto con sus hunos, acudió a refugiarse al círculo de carros que protegía su campamento, desde el que empezaron a llover oleadas y oleadas de flechas. La batalla había durado todo un día. A pesar de que ambos bandos habían sufrido miles de muertes, Aecio se había hecho con la victoria moral y había roto el aura de invencibilidad de Atila.
FINAL
 
Lo que sucede a continuación es objeto de debate entre los historiadores. Sin motivo aparente, Aecio no ordena el ataque final, el golpe de gracia, sino que deja que el ejército huno se retire y despide a sus aliados.
 
Según Jordanes, Aecio recomienda a Turismundo que vuelva a su capital para afianzar su posición y evitar usurpaciones del trono. No obstante, cabe esperar que Jordanes no utilice una posición imparcial a la hora de juzgar los hechos, pues era godo. Quizá el propio Turismundo decidió retirarse para evitar problemas como el que hemos mencionado, o viendo simplemente que la batalla estaba ganada optó por dar por finalizada su alianza con Roma.
 
Otra opción por la que Aecio actúa de esa forma es porque prefiere dejar las cosas en un empate técnico, cosa que evitaría una posible euforia de los aliados.
Una tercera opción es que quisiera evitar las pérdidas que supondría el que los hunos llevaran a cabo un ataque a la desesperada. Por último, se comenta la posibilidad de que Aecio aun sintiera nostalgia de su pasado con los hunos, y que por tristeza hubiera rechazado acabar con ellos.
 
En 452 Atila vuelve con más fuerza que nunca para conquistar Italia, pero tras su encuentro con el Papa León I decide retirarse. No se sabe lo que pasó realmente, pero se interpretó como un milagro, igual que el hecho de que muriera un año después, en su noche de bodas, justo en el momento en que se volvía a proponer conquistar Italia. Parecía ser que cuanta más fuerza tenía Atila, menos podía conseguir. De esta forma, se interpretó que la existencia de Atila había sido un castigo de Dios para los pueblos conquistados por él.
 
El encuentro de Atila con San León Magno. Arriba podemos ver a los Apóstoles Pablo y Pedro protegiendo al Papa.
 
A su muerte, el reino huno entró en una guerra civil entre los tres hijos de Atila y acabó desmembrándose. El mito dice que se marcharon hacia oriente, pero se sabe que acabaron formando parte del ejército romano como foederati.
Por otra parte, Aecio fue asesinado por el propio Valentiniano, que temía sus aspiraciones al trono. Este a su vez, fue asesinado un tiempo después por oficiales de Aecio.
 
Pese a todo, es innegable que tanto Atila como Aecio se han ganado un lugar imborrable en las páginas de nuestra historia.

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