Victorino Abente y Lago (1846-1935)
SALTO DEL GUAIRÁ
Canindeyú gigante! Absorto veo
Cumplido mi deseo.
Ante tu majestad, turba y oprime
El peso del asombro el alma mía,
Y está mi fantasía
Postrada ante el altar de lo sublime.
Un tiempo aquí también desde estas breñas,
Viendo cómo despeñas
Por el agrio talud de la montaña
Tu tremendo caudal arrebatado,
Te contempló, admirado,
El eminente Azara, honor de España.
¡Qué soberbio espectáculo grandioso!
Ni el mar tempestuoso
Tan arrogante poderío ostenta,
Cuando yergue sus hondas encrespadas,
Y en las acantiladas
Costas con alto frémito revienta.
Inmensa mole de aguas despeñadas
En rugientes cascadas.
Densas brumas, corrientes que se embisten,
Furiosos remolinos, grandes bloques
Que los constantes choques
De las olas, inmóviles, resisten.
Peñascos en el hondo precipicio,
Sacados de su quicio,
Restos de murallones que cayeron,
Profundas torrenteras y salidas
Que las rocas vencidas
A las triunfantes aguas concedieron.
Únense impetuosas las corrientes
De todos los torrentes,
Y atacando con ímpetu bravío
El peñascoso cauce que se estrecha,
Se arroja por la brecha
En tremenda avalancha todo el río.
Invencible titán, que sin reposo
Batalla poderoso
Los basálticos diques destruyendo,
¿Cuántos siglos habrá que estás luchando
Y sin cesar bramando
Con ronca voz de pavoroso estruendo?
Con la indómita acción del formidable
Poder incontrastable
Que tu raudal precipitado encierra
En rápido y furente torbelino,
Te has abierto camino
Destrozando la espalda de la sierra.
¡Cuán grande te contemplo y sorprendente,
Luciendo el esplendente
Manto que arrastras de albicante espuma,
Y los nimbos de fúlgida belleza
Que sobre tu cabeza
Dibuja el sol en la flotante bruma!
En la vasta extensión de la comarca
Que fragoroso abarca
El eco atronador de tu bramido,
Ahuyentadas las aves y las fieras,
Lejos de tus riberas,
Pávidas buscan silencioso nido.
Embebido en el sublime encanto
De admiración y espanto
Que infunde tu grandeza prepotente,
Parece que me arrastra el turbulento
Furioso movimiento
Que lleva despeñada tu corriente.
¿Tendrá término un día tu carrera
Tumultuosa y fiera?
¿O siempre bramador, siempre iracundo
En ese arrebatado movimiento
De tu despeñamiento
Durarás tanto como dure el mundo?
Edades pasarán y más edades,
Y éstas, hoy, soledades
Irán poblando las futuras gentes
En sucesión continua, interminable,
Y tú, siempre incansable,
¡Tronando en estas ásperas rompientes!
Yo, que a inmortalizar mi nombre aspiro,
Con envidia te miro;
Mi pequeñez aumenta mi amargura,
Y el afán impotente del desvelo
Sugiéreme el anhelo
De tener junto a ti la sepultura.
¡Canindeyú! Extático en tu orilla
Mi pretensión se humilla:
En vano la osadía del intento
Al estro de mi espíritu enardece,
Que débil desfallece
Ante la esplendidez de tu portento.
En el espumoso manto
De tu soberbia belleza,
Grabar quisiera este canto,
Pobre ofrenda que levanto
En aras de tu grandeza;
Para que en edad futura
Quien viniere a contemplarte,
Viese sobre la blancura
De tu hermosa vestidura
Que fui el primero en cantarte.
Cumplido mi deseo.
Ante tu majestad, turba y oprime
El peso del asombro el alma mía,
Y está mi fantasía
Postrada ante el altar de lo sublime.
Un tiempo aquí también desde estas breñas,
Viendo cómo despeñas
Por el agrio talud de la montaña
Tu tremendo caudal arrebatado,
Te contempló, admirado,
El eminente Azara, honor de España.
¡Qué soberbio espectáculo grandioso!
Ni el mar tempestuoso
Tan arrogante poderío ostenta,
Cuando yergue sus hondas encrespadas,
Y en las acantiladas
Costas con alto frémito revienta.
Inmensa mole de aguas despeñadas
En rugientes cascadas.
Densas brumas, corrientes que se embisten,
Furiosos remolinos, grandes bloques
Que los constantes choques
De las olas, inmóviles, resisten.
Peñascos en el hondo precipicio,
Sacados de su quicio,
Restos de murallones que cayeron,
Profundas torrenteras y salidas
Que las rocas vencidas
A las triunfantes aguas concedieron.
Únense impetuosas las corrientes
De todos los torrentes,
Y atacando con ímpetu bravío
El peñascoso cauce que se estrecha,
Se arroja por la brecha
En tremenda avalancha todo el río.
Invencible titán, que sin reposo
Batalla poderoso
Los basálticos diques destruyendo,
¿Cuántos siglos habrá que estás luchando
Y sin cesar bramando
Con ronca voz de pavoroso estruendo?
Con la indómita acción del formidable
Poder incontrastable
Que tu raudal precipitado encierra
En rápido y furente torbelino,
Te has abierto camino
Destrozando la espalda de la sierra.
¡Cuán grande te contemplo y sorprendente,
Luciendo el esplendente
Manto que arrastras de albicante espuma,
Y los nimbos de fúlgida belleza
Que sobre tu cabeza
Dibuja el sol en la flotante bruma!
En la vasta extensión de la comarca
Que fragoroso abarca
El eco atronador de tu bramido,
Ahuyentadas las aves y las fieras,
Lejos de tus riberas,
Pávidas buscan silencioso nido.
Embebido en el sublime encanto
De admiración y espanto
Que infunde tu grandeza prepotente,
Parece que me arrastra el turbulento
Furioso movimiento
Que lleva despeñada tu corriente.
¿Tendrá término un día tu carrera
Tumultuosa y fiera?
¿O siempre bramador, siempre iracundo
En ese arrebatado movimiento
De tu despeñamiento
Durarás tanto como dure el mundo?
Edades pasarán y más edades,
Y éstas, hoy, soledades
Irán poblando las futuras gentes
En sucesión continua, interminable,
Y tú, siempre incansable,
¡Tronando en estas ásperas rompientes!
Yo, que a inmortalizar mi nombre aspiro,
Con envidia te miro;
Mi pequeñez aumenta mi amargura,
Y el afán impotente del desvelo
Sugiéreme el anhelo
De tener junto a ti la sepultura.
¡Canindeyú! Extático en tu orilla
Mi pretensión se humilla:
En vano la osadía del intento
Al estro de mi espíritu enardece,
Que débil desfallece
Ante la esplendidez de tu portento.
En el espumoso manto
De tu soberbia belleza,
Grabar quisiera este canto,
Pobre ofrenda que levanto
En aras de tu grandeza;
Para que en edad futura
Quien viniere a contemplarte,
Viese sobre la blancura
De tu hermosa vestidura
Que fui el primero en cantarte.
LA SIBILA PARAGUAYA
En solitaria ruina
donde el recuerdo se encierra
de aquella cruenta guerra
que tanto al dolor inclina,
se oyó una voz peregrina
que con dulcísimo acento,
mezcla de triste lamento
y de profético canto,
gozo infundía y quebranto
en un mismo sentimiento:
—No llores más, Patria mía,
levanta la noble frente
y mira el sol refulgente
de un nuevo y hermoso día.
La densa nube sombría
que un tiempo extendió su velo
de muerte sobre tu suelo
se va fugaz disipando
espacio libre dejando
al resplandor de tu cielo.
Los hechos de alta memoria
que tu gran valor aclama,
los eterniza la fama
en los fastos de la Historia.
Tuya es ¡oh Patria! la gloria
de aquella lucha tremenda
cuando en desigual contienda
el más sublime heroísmo
en aras del patriotismo
te dio su mejor ofrenda.
De luto y sangre cubierto
quedó tu inmenso cariño;
lloró sin padres el niño,
el hogar se vio desierto.
Entonces el hado incierto,
viéndote postrada, inerte,
al azar puso tu suerte
y te anubló de tal modo
que en torno tuyo fue todo
envuelto en sombras de muerte.
Y mientras todo lo acalla
el peso de tanta pena,
dice una voz que resuena
en los campos de batalla:
—Aquí estuvo la muralla
de Curupayty famoso,
donde mostró poderoso
su ardimiento el paraguayo
y envió la gloria un rayo
de su cetro esplendoroso.
Allí Humaitá renombrado
muestra su ruina altiva
como un espectro que aviva
el sufrimiento pasado
Allí el valiente soldado,
de pie sobre la trinchera,
entre la metralla fiera
de su valor hizo alarde,
cayendo muerto más tarde
envuelto con su bandera.
Acullá de Tuyutí
la lucha sangrienta fue,
allí la de Tuyucué,
más allá la de Tayí,
lugar donde al frenesí
alzóse el bélico ardor,
cuando en un leño el valor,
con fiera arrogancia ignota,
abordó la férrea flota
del ejército invasor.
En fin, la lucha fue tanta
que no hay pedazo de tierra
donde la sangrienta guerra
no haya posado su planta,
y encendió la llama santa
del patrio amor tal vehemencia
que en la heroica resistencia,
antes que verla rendida,
se sacrificó la vida
por la sacra independencia.
—Así la fama pregona
con su trompa resonante
tu augusto nombre radiante
volando de zona a zona,
y te ciñe una corona
la diosa de la Victoria
para que diga la Historia
que la paraguaya tierra,
si ha sucumbido en la guerra,
se ha levantado en la gloria.
No llores más, Patria mía,
enjuga el llanto, no llores,
y mira los resplandores
de un nuevo y hermoso día.
La Paz que en grata armonía
alegra y anima el mundo,
sobre tu suelo fecundo
extiende su inmenso manto
y torna en alegre canto
tu sentimiento profundo.
Patria donde soberana
la Naturaleza quiso
colocar el paraíso
de la tierra americana,
voluptuosa sultana
que corona su cabeza
con la tropical belleza
entre dos gigantes ríos,
flores y bosques sombríos,
durmiendo está su grandeza;
Tierra que protege y mima
la providente Natura
con la pompa y galanura
del más benéfico clima,
y en donde el amor se anima
con tiernísima ansiedad
mimado por la beldad,
las virtudes y placeres
que le brindan sus mujeres
de incomparable bondad;
Yo que tu bien vaticino,
en lo futuro te veo
más grande que mi deseo
en el cerro del Destino,
y por radiante camino
marchas ovante y segura
al celo de la ventura
que en el porvenir se expande,
ventura grande, tan grande
como lo fue tu amargura.
Así dijo entre la sombra
de la ruina en que se asila
la paraguaya sibila
que las patrias glorias nombra.
Por la solitaria alfombra
de la arboleda sombría,
como lejana armonía
el eco se fue perdiendo,
dulcemente repitiendo
¡No llores más, Patria mía!
donde el recuerdo se encierra
de aquella cruenta guerra
que tanto al dolor inclina,
se oyó una voz peregrina
que con dulcísimo acento,
mezcla de triste lamento
y de profético canto,
gozo infundía y quebranto
en un mismo sentimiento:
—No llores más, Patria mía,
levanta la noble frente
y mira el sol refulgente
de un nuevo y hermoso día.
La densa nube sombría
que un tiempo extendió su velo
de muerte sobre tu suelo
se va fugaz disipando
espacio libre dejando
al resplandor de tu cielo.
Los hechos de alta memoria
que tu gran valor aclama,
los eterniza la fama
en los fastos de la Historia.
Tuya es ¡oh Patria! la gloria
de aquella lucha tremenda
cuando en desigual contienda
el más sublime heroísmo
en aras del patriotismo
te dio su mejor ofrenda.
De luto y sangre cubierto
quedó tu inmenso cariño;
lloró sin padres el niño,
el hogar se vio desierto.
Entonces el hado incierto,
viéndote postrada, inerte,
al azar puso tu suerte
y te anubló de tal modo
que en torno tuyo fue todo
envuelto en sombras de muerte.
Y mientras todo lo acalla
el peso de tanta pena,
dice una voz que resuena
en los campos de batalla:
—Aquí estuvo la muralla
de Curupayty famoso,
donde mostró poderoso
su ardimiento el paraguayo
y envió la gloria un rayo
de su cetro esplendoroso.
Allí Humaitá renombrado
muestra su ruina altiva
como un espectro que aviva
el sufrimiento pasado
Allí el valiente soldado,
de pie sobre la trinchera,
entre la metralla fiera
de su valor hizo alarde,
cayendo muerto más tarde
envuelto con su bandera.
Acullá de Tuyutí
la lucha sangrienta fue,
allí la de Tuyucué,
más allá la de Tayí,
lugar donde al frenesí
alzóse el bélico ardor,
cuando en un leño el valor,
con fiera arrogancia ignota,
abordó la férrea flota
del ejército invasor.
En fin, la lucha fue tanta
que no hay pedazo de tierra
donde la sangrienta guerra
no haya posado su planta,
y encendió la llama santa
del patrio amor tal vehemencia
que en la heroica resistencia,
antes que verla rendida,
se sacrificó la vida
por la sacra independencia.
—Así la fama pregona
con su trompa resonante
tu augusto nombre radiante
volando de zona a zona,
y te ciñe una corona
la diosa de la Victoria
para que diga la Historia
que la paraguaya tierra,
si ha sucumbido en la guerra,
se ha levantado en la gloria.
No llores más, Patria mía,
enjuga el llanto, no llores,
y mira los resplandores
de un nuevo y hermoso día.
La Paz que en grata armonía
alegra y anima el mundo,
sobre tu suelo fecundo
extiende su inmenso manto
y torna en alegre canto
tu sentimiento profundo.
Patria donde soberana
la Naturaleza quiso
colocar el paraíso
de la tierra americana,
voluptuosa sultana
que corona su cabeza
con la tropical belleza
entre dos gigantes ríos,
flores y bosques sombríos,
durmiendo está su grandeza;
Tierra que protege y mima
la providente Natura
con la pompa y galanura
del más benéfico clima,
y en donde el amor se anima
con tiernísima ansiedad
mimado por la beldad,
las virtudes y placeres
que le brindan sus mujeres
de incomparable bondad;
Yo que tu bien vaticino,
en lo futuro te veo
más grande que mi deseo
en el cerro del Destino,
y por radiante camino
marchas ovante y segura
al celo de la ventura
que en el porvenir se expande,
ventura grande, tan grande
como lo fue tu amargura.
Así dijo entre la sombra
de la ruina en que se asila
la paraguaya sibila
que las patrias glorias nombra.
Por la solitaria alfombra
de la arboleda sombría,
como lejana armonía
el eco se fue perdiendo,
dulcemente repitiendo
¡No llores más, Patria mía!
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