sábado, 24 de enero de 2015

MEDIO AMBIENTE

GESTIÓN DE RESIDUOS :
Transporte

El transporte comprende el conjunto de operaciones de traslado de los residuos, desde el punto en el que se producen o almacenan hasta otro lugar donde se van a depositar, tratar o eliminar. Esta definición hace prever que dentro del esquema de gestión de los desechos, puede haber varias operaciones de transporte (desde donde se produce el residuo hasta un almacén intermedio, desde este a una planta de tratamiento, de esta a un vertedero o una incineradora…). De este modo pude hablarse de transporte primario, secundario, terciario… según cuantos traslados sean necesarios dentro del modelo de gestión.
En esta fase pueden concentrarse los costes más importantes para la gestión de los residuos, que serán mayores o menores dependiendo de factores como:
- El volumen de residuos que haya que mover.
- La cercanía entre los lugares de origen y de destino.
- El medio de transporte empleado.
- El precio de los combustibles.
- Las medidas de seguridad que requiera el residuo trasladado…
Algunas medidas interesantes para minimizar los costes y exprimir al máximo los recursos son:
- Utilizar vehículos con una capacidad de carga adecuada al volumen de residuos a gestionar, y procurar que se acerquen lo máximo posible al límite de su capacidad.
- Aumentar la densidad de los residuos a trasladar mediante operaciones de compactación, desmontaje, trituración, etc. Que permitan aprovechar al máximo el volumen disponible en el habitáculo destinado al transporte de residuos.
- Prever rutas de viaje que permitan prestar el servicio al mayor número de productores posible, estableciendo días concretos para la retirada de un determinado residuo, agrupando a los productores según el tipo de actividad (que suelen producir los mismos tipos de residuos), según los municipios donde habiten (buscando la cercanía entre los puntos de recogida), etc.
- Para poblaciones muy dispersas, prever centros de transferencia comarcales que abastezcan a un único centro de tratamiento final, lo más equidistante posible con respecto a aquellos.
A pesar de lo dicho anteriormente, la cercanía de las instalaciones de tratamiento de residuos a los lugares de producción puede encontrar inconvenientes como malos olores, ruidos, perturbaciones en el paisaje… que afectan negativamente a la habitabilidad de las zonas más pobladas y a determinados negocios relacionados con la hostelería, el turismo y los servicios en general.
Por este motivo, aunque desde el punto de vista del transporte lo ideal es acercar lo máximo posible la producción al tratamiento, habrá que tener en cuenta otros factores como los mencionados anteriormente, a la hora de decidir sobre la ubicación de una determinada planta o estación de residuos ya sea de transferencia o tratamiento.
Así, la experiencia muestra como los centros de tratamiento de residuos urbanos se sitúan cada vez más alejados de los centros urbanos, para no producir molestias sobre sus habitantes.
La solución puede estar en integrar en entornos urbanos pequeñas estaciones de transferencia que den cobertura a fracciones importantes de la población y que, gracias a la implantación de medidas preventivas y correctoras de impacto ambiental, permitan esa proximidad al ciudadano que se persigue para optimizar el transporte. En estos centros de transferencia los residuos se almacenarán hasta su traslado definitivo al centro de tratamiento final, para lo cual se emplearán vehículos de mayor tonelaje.
Este modelo de gestión permite a su vez aumentar la eficiencia en las operaciones de transporte puesto que, sin la presencia de los centros o estaciones de transferencia, se puede condicionar una jornada laboral completa para una sola operación de recogida de residuos, bastará con que la planta o el vertedero se sitúe a más de 30 km del lugar de retirada de los desechos. Sin embargo, pequeños vehículos recolectores funcionando toda la jornada en un entorno cercano a la estación de transferencia y un vaciado de ésta semanal o mensual para el traslado de desechos al centro de tratamiento final, permitirá rentabilizar al máximo la actividad.
Pero todo este análisis ha estado orientado al estudio del transporte de residuos urbanos o asimilables a ellos por sus características, mención a parte merece el transporte de residuos peligrosos, que para volúmenes importantes necesita prever medidas especiales de seguridad, ya que cualquier fuga, derrame o accidente puede traducirse en daños graves sobre el medio ambiente y la salud de las personas.
Para este último caso son muchos los países que cuentan ya con leyes y reglamentos al respecto, y muchos más los que abordan este tema dentro del transporte de mercancías peligrosas (pues se entiende que estos residuos también lo son). Casi todos coinciden en que es necesario un control documental de estas operaciones que especifique “quién”, “qué” y “cuánto” se produce, “quién” y “cómo” se transporta y “dónde” se dirigen finalmente los residuos. Para ello se establecen todo tipo de registros (de productores, de gestores, de transportistas…) y se utilizan multitud de justificantes con formatos establecidos (albaranes, recibís, hojas de pedido…).
Además, para el transporte de residuos peligrosos es necesario generalmente el uso de vehículos especiales, que estén equipados para garantizar el máximo aislamiento de los residuos que transportan e impedir así cualquier contacto con el medio exterior. Un caso extremo sería el transporte de residuos nucleares, cuya radioactividad exige medidas excepcionales de prevención.
Así, tenemos el ejemplo del famoso convoy “Castor” que transporta residuos nucleares entre Alemania y Francia, y que recibe ese nombre por el tipo de contenedores que van en ese tren. Se elige así el transporte ferroviario, para reducir al mínimo el riesgo de accidentes, aunque ello no tranquiliza a la multitud de colectivos ecologistas (como Greenpeace) que año a año intentan impedir que este convoy complete su recorrido.
Pero el futuro pasa por el transporte de residuos en el que no media ningún tipo de vehículo, lo cual tiene ventajas muy apreciables como el aumento de la programabilidad del sistema (se sabe cuando se van a recibir los residuos y se puede modular la cantidad máxima admitida de los mismos), la supresión de numerosos impactos ambientales (olores, emisiones, vertidos…), la mejora de la salubridad en la vía pública (impide que aparezcan ratas, cucarachas, mosquitos…) y muchas más. El más famoso de estos sistemas es la recogida neumática de residuos, que se describirá más adelante.


Tratamiento

Como ya se dijo, el tratamiento incluye las operaciones de preparación de los residuos, valorización y eliminación, independientemente de que en un determinado modelo de gestión aparezcan todas ellas o sólo alguna. Ya sea para cualificar a los desechos, obtener un aprovechamiento de ellos o hacerlos desaparecer, las operaciones de tratamiento culminan la gestión de los residuos y dan sentido a las etapas anteriores al devolver los materiales, en condiciones ambientalmente aceptables, a los ciclos productivos o al medio natural.
Esta última fase para la gestión de los residuos, se produce en instalaciones de muy diferente tipo, según la operación a la que se de mayor importancia y la finalidad perseguida (puede tratarse de plantas de reciclaje o de compostaje, pero también de un vertedero o de una incineradora). Aunque el modelo de gestión ideal es aquel que sigue “la regla de las tres erres” (reducir, reutilizar y reciclar), y por tanto la eliminación es la última operación de tratamiento a la que debe recurrir el buen gestor de residuos, que sólo debe aplicar a la fracción de residuos que no a sido valorizada. Por este motivo, los vertederos modernos llevan siempre asociada una planta de tratamiento y valorización, para intentar aprovechar al máximo los materiales contenidos en los residuos antes de su eliminación definitiva.
Cuando durante la fabricación o en el transcurso de la vida útil de un producto, aparecen rechazos, la diferencia entre considerar a estos como residuos o como subproductos la marcan las operaciones de tratamiento que se les puedan aplicar. Conforme a ellas, el material disponible podrá sustituir funcionalmente a otro producto, formar parte de algún proceso o no tener utilidad alguna.
Los subproductos son considerados en muchas actividades productivas como materias primas secundarias, ya que no se pueden utilizar directamente para el fin previsto pero pueden sustituir a las materias primas en ciertos procesos productivos tras haber sido convenientemente preparados a tales efectos.
Enlazando con lo anterior, la preparación de los residuos es quizá la etapa más confusa de la gestión, puesto que generalmente se entiende como un pretratamiento que se da a ciertos residuos antes de que sean valorizados o eliminados (por ejemplo secar y compactar los restos vegetales antes de quemarlos en una caldera de biomasa o estabilizar los lodos de una depuradora antes de depositarlos en un vertedero). Pero también puede dar “valor” por sí sola a algo que antes no lo tenía (el desecho), si lo habilita para ser nuevamente útil.
Según la Ley 22/2011, de residuos y suelos contaminados, la “preparación para la reutilización” es “la operación de valorización consistente en la comprobación, limpieza o reparación” de los residuos para “que puedan reutilizarse sin ninguna otra transformación previa”.
Reutilizar consiste en volver a utilizar el residuo como producto, con la misma finalidad que tenía originalmente, pero sin transformarlo (sólo comprobando que aún pueda usarse, limpiándolo de impurezas o con un pequeño ajuste o reparación poco relevante). Esta puesta en valor, hace que este tipo de preparación sea entendida por la Ley como una operación de valorización que sin embargo, bajo nuestro punto de vista, merece una mención a parte pues cae casi del lado de la prevención, al evitar que esos materiales se pierdan o sean tratados, con el consecuente gasto de energía y recursos.
Cabe considerar en este momento, aquellos elementos que tienen valor con la forma y estado que presentan al aparecer como residuos, aquellos que sólo lavándolos y almacenándolos en condiciones adecuadas ya vuelven a ser útiles para el uso que tenían en su etapa anterior.
Un ejemplo muy recurrente de preparación para la reutilización, es el de los envases, una práctica que se ha perdido en muchos países dónde décadas atrás estaba bastante implantada, debido a la generalización de los productos de “usar y tirar”. Los mismos distribuidores del producto recogían los envases a sus clientes devolviéndoles parte del importe del precio de venta, y aquellos a su vez, devolvían los envases al fabricante, el cual, compensaba económicamente a estos distribuidores por no tener que invertir de nuevo en la fabricación de recipientes. Tras pasar por una fase de higienización, ya estaban listos para contener de nuevo el producto del que se tratase.


La preparación para la reutilización será beneficiosa desde el punto de vista ecológico, siempre y cuando los residuos:
- No deban ser transportados a gran distancia para poder prepararlos y reutilizarlos.
- Estén hechos de materiales lo suficientemente resistentes, valiosos y/o cuantiosos como para que merezca la pena.
Los envases de vidrio, metálicos y ciertos plásticos, presentan grandes posibilidades de reutilización, ya que con sencillas operaciones de lavado pueden volver a contener una bebida, un detergente o cualquier otro líquido, como ya hicieron durante su primer uso. Las botellas metálicas que contienen gases útiles en automoción, refrigeración, calefacción, etc., pueden ser rellenadas directamente con el mismo gas que contuviesen y volver a ser distribuidas siempre que la legislación vigente lo permita. 





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