viernes, 2 de mayo de 2014
MAPAS CONCEPTUALES - ESQUEMAS - DIAGRAMAS Y GRÁFICOS
MAPAS CONCEPTUALES DE LA ANTROPOLOGÍA FÍSICA .-
Dos son las vías principales para acercarnos al conocimiento del hombre y de los restos de su cultura material: la antropología física, “ciencia que trata de los aspectos biológicos del hombre”, y la arqueología, que “estudia los restos materiales producidos por el hombre”. Ambas son ciencias de hechos y poseen un sinnúmero de matices que las convierten en disciplinas complejas; por tanto, su coincidencia en el objetivo común de conocer integralmente el pasado es un proceso muy elaborado y a veces complicado.
La formulación de un proyecto de intervención es indispensable para la arqueología, se trate de un área con restos culturales o de un sitio aislado. El proceso comienza al elaborarse las preguntas que serán la guía de las intervenciones sucesivas para efectos de orden, además de los métodos y técnicas propias de su especialidad, como la excavación responsable, con el registro sistemático de la información aportada por el trabajo de campo y el de gabinete. El primero involucra las tareas de observación, evaluación y registro de las evidencias materiales, y el segundo consiste en el análisis, clasificación y descripción de los materiales recuperados en campo. Uno modifica al otro, pues lógicamente los hallazgos en campo –en general objetos enterrados– no se encuentran ordenados; el arqueólogo debe establecer ese orden mediante la prospección y después proceder a la excavación, que es la búsqueda especializada y sistemática de los restos arqueológicos, el punto de partida de ésta y de lo que se llama propiamente una estrategia de campo.
Como otras culturas del mundo, los pueblos mesoamericanos rendían culto a los ancestros. Se trataba de una práctica que resultaba fundamental para legitimar a los gobernantes. Aunque los rasgos más notorios de este culto se vinculan con la veneración de los antepasados de la elite, lo cierto es que además del ritual colectivo, todos los grupos de la sociedad tenían prácticas con las que de algún modo rendían culto a sus propios ancestros. Ése parece haber sido el sentido último de enterrar a sus muertos bajo los pisos de las casas, con lo cual se mantenía el vínculo con los antepasados y –de manera simbólica– se reconocía que el transcurso de la vida presente estaba fundado en los hechos del pasado. La veneración de los ancestros era pues un modo de configurar una suerte de memoria social que permitía aglutinar alrededor de un origen común a los miembros de la sociedad. En este sentido son de destacarse los llamados bultos sagrados, en los que se resguardaban los símbolos de la deidad tutelar del grupo, y con ellos los fundamentos de su propia identidad.
Aunque la información más detallada sobre el culto a los ancestros en Mesoamérica se refiere a las sociedades del Posclásico, es posible suponer que se trata de una práctica ritual de gran antigüedad; entre las funciones atribuidas a las esculturas olmecas, por ejemplo, está la de conmemorar la memoria de sus dirigentes. Hoy en día, los ritos asociados a la veneración de los ancestros persisten entre algunos grupos indígenas y en cierto modo entre el resto de la población, pues qué otra cosa constituyen nuestras celebraciones del Día de Muertos, sino un rito dirigido a recordar, honrar e incluso alimentar simbólicamente a quienes nos antecedieron.
Este número de Arqueología Mexicana busca dar cuenta de la variabilidad del culto a los ancestros en distintas épocas y áreas mesoamericanas, así como de sus elementos comunes, para arrojar luz sobre una de las prácticas fundamentales en la integración y reproducción de la memoria social a largo plazo de la región.
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