LA COMUNICACIÓN GRAMATICAL .-
Señala como intencional el comportamiento guiado por normas, las cuales tienen un contenido semántico; un sentido que el sujeto con competencia comunicativa es capaz de entender, lo convierte en motivo de otro comportamiento, y se genera la acción. «Todo aquel que domine un lenguaje natural puede en virtud de su competencia comunicativa comprender en principio y hacer comprensibles a otro, es decir, interpretar, cualesquiera expresiones con tal que tengan sentido»5; lo cual explicita la necesidad de contar con sujetos competentes, saberes lingüísticos y estratégicos, para lograr la acción comunicativa, simbólicamente mediada por normas obligatorias, valores y máximas que tienen que ser reconocidos y consensualmente compartidos por los sujetos involucrados.
Su ética discursiva propugna una reflexión moral orientada hacia la resolución de conflictos a través de medios comunicativos encaminados a la consecución de acuerdos. Como extensión de la acción comunicativa, los sujetos generan normas morales y evalúan las pre-existentes. La simetría en las relaciones comunicativas, el reconocimiento de la alteridad y la fundamentación imparcial de las normas intersubjetivas de acción son los principios fundadores de esta ética discursiva.
Habermas sostiene que los medios de comunicación siguen la lógica sistémica y, por lo tanto, constituyen un peligro para el mundo de la vida6. Esto se debe a que los procesos comunicativos unidireccionales, característicos de la comunicación mediática, son contrarios al libre flujo informativo que se produce en el mundo de la vida. En consecuencia, comienzan a identificarse fuentes potenciales del conflicto, bien porque las necesidades de algunos quedan marginadas, bien porque se generan tensiones y desigualdades, que pueden dar lugar a disputas por el poder. Puede llegarse a acuerdos para retomar el entendimiento mutuo, pueden mejorar las relaciones entre las partes, como prueba de que se logró el consenso. Por el contrario, si reaparece el conflicto se puede pensar que hay subyacente un choque de intereses. Habrá entonces que revisar el proceso de comunicación que se ha estado generando, identificar posibles distorsiones y efectuar los correctivos necesarios: retroalimentar el modelo y reformular las estrategias.
EL LENGUAJE COMO MEDIADOR
En la comunicación, emisores y receptores comparten un marco referencial común y una normativa consensualmente aceptada, bajo tres pretensiones de validez de las emisiones: el enunciado es verdadero, es la vinculación con el mundo objetivo; la acción pretendida es correcta por referencia a un contexto normativo vigente; y, cada interlocutor está expresando su intención comunicativa, es la vinculación con el mundo subjetivo.
Habermas toma del modelo orgánico de Karl Bühler algunos planteamientos para centrar su modelo de comunicación en la estructura de la expresión lingüística. «Bühler parte del modelo semiótico de un signo lingüístico que es utilizado por el hablante (emisor) con la finalidad de entenderse con un oyente (receptor) sobre objetos y estado de cosas»7. Retoma de este autor las tres funciones de uso del signo: la cognitiva, que tiene como referencia el mundo objetivo, también conocida como función expositiva de un estado de cosas, de hechos; la expresiva, que se genera en las vivencias del hablante; y la apelativa: el hablante entabla relaciones con un destinatario.
El propósito expreso de Habermas es completar y ampliar el modelo bühleriano, lo cual implica asignarles a la función expresiva y a la apelativa del lenguaje sus propias pretensiones de validez, con el fin de encontrar un punto de encuentro en el reconocimiento intersubjetivo de los participantes en la acción comunicativa. De este modo, la relación lenguaje-mundo objetivo se podría complementar mediante la introducción de otras pretensiones de validez no condicionadas por la verdad proposicional. Estas pretensiones son la rectitud normativa y la veracidad subjetiva, en referencia cada una a respectivo mundo.
Así pues, en la TAC se abarcan las tres funciones del modelo orgánico de Bühler, más otras dos agregadas –gracias, en buena parte, a los aportes de la teoría de los actos de habla de Austin y Searle–: la función apelativa, cuando la acción tiene como referencia el mundo social; la función expresiva, cuando los actos de habla tienen como referencia el mundo subjetivo; la función expositiva, mediante los actos de habla constatativos que se legitiman en pretensiones de validez que buscan la verdad; la función apelativa, con los actos de habla normativos que se legitiman en la pretensión de rectitud de los hablantes; y, por último, la función expresiva, en los actos de habla representativos que se expresan en la veracidad de los hablantes.
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