domingo, 15 de febrero de 2015

ÁCIDOS NUCLEICOS

ADN : ADN egoísta se define como las secuencias de ADN que, en su forma más pura, tienen dos propiedades distintas: (1) la secuencia de ADN se propaga mediante la formación de copias de sí mismo dentro del genoma, y (2) no hace ninguna contribución específica al éxito de la reproducción de su organismo de acogida. Esta idea fue esbozado brevemente por Richard Dawkins en su libro de 1976 El gen egoísta y fue explícitamente expuesto en dos artículos en 1980 la revista Nature. Según uno de estos artículos:
«La teoría de la selección natural, en su formulación más general, se refiere a la competencia entre las entidades de replicación biológica; es decir los genes. Se extrapola que los replicadores eficientes aumentan en número a expensas de sus competidores menos eficientes. Después de un tiempo suficiente, sólo los replicadores más eficientes sobreviven en el acervo génico.»1
El ADN egoísta puede ser interpretado como un conjunto de replicadores que no infieren ninguna ventaja adaptativa a sus organismos portadores o maquinas de supervivencia, comportándose como auténticos parásitos.



¿Transposones egoístas?

Los conceptos tradicionales de evolución sostienen que para que un gen pueda mantenerse dentro de una población a través de muchas generaciones, debe ser "positivamente seleccionado", es decir, debe conferir alguna característica que contribuya a la prevalencia de su linaje.

Contrariamente, los transposones son el mejor ejemplo de lo que suele llamarse "genes egoístas", ya que, a pesar de no conferir ventajas adaptativas a los organismos, se distribuyen con rapidez dentro del genoma. En general, los genes saltarines pueden afectar la evolución y expresión de los genes de los organismos, así como su estructura y función.

Sin embargo, en la actualidad la evidencia científica apunta hacia la idea de que los transposones no son ni genes chatarra, ni egoístas, sino que con frecuencia juegan un papel útil en la evolución.

Entre otras ventajas que los transposones confieren a los genomas está la de ser una fuente importante de diversidad genética.

Uno de tales criterios está dado por el hecho de que, para que la teoría de Dawkins pueda ser aplicada, sólo puede hacerse sobre poblaciones de genes perfectamente mezcladas. Una analogía sería suponer que el color de los ojos en humanos puede ser sólo café, verde o azul. Para que la teoría de Dawkins pudiera ser aplicada, sería necesario que la proporción de cada color de ojos en humanos fuera exactamente igual, y que estos tuvieran las mismas probabilidades de reproducirse entre sí, condiciones nada fáciles de conseguir.

Empero, ésta no es la primera vez que alguien se manifiesta públicamente en contra de la hipótesis propuesta por Dawkins. El reconocido biólogo Richard Lewontin, el filósofo Elliott Sober, el zoólogo Stephen Jay Gould y la bióloga Margaret G. Kidwell lo han hecho en su momento.

Esta última explica, en un reporte publicado el pasado febrero por la Universidad de Arizona, que los transposones conforman más del 35 por ciento de la totalidad del genoma humano. Sin embargo, el porcentaje de mutaciones originadas por transposones en el ADN del hombre se limita únicamente a la sexta parte del uno por ciento del total.

"Tal pareciera que los humanos somos muy afortunados, ya que los elementos transponibles, a pesar de ser tan prevalentes en nuestro genoma, no han tenido efectos graves" comenta Kidwell.

Una razón, ciertamente, ha sido que la mayoría de los transposones no están saltando de un lado a otro todo el tiempo. Muchos elementos móviles se degradan por efecto de las mutaciones y con el tiempo se convierten en elementos no autónomos, es decir que pierden la habilidad para producir las enzimas necesarias para transponerse.

Kidwell cuestiona el "egoísmo" de los transposones, ya que los pocos que conservan la capacidad de saltar de una locación a otra, con mucha frecuencia evitan instalarse sobre genes activos, por lo que reducen las posibilidades de causar algún tipo de daño.

Mediante la identificación de la secuencia de algunos transposones se ha conseguido ubicar su presencia en diversas áreas del genoma encargadas de producir elementos de importancia biológica. Por ejemplo, en el sistema inmunitario de vertebrados, los elementos transponibles llamados genes de activación recombinante (RAG) han dado origen a ciertos arreglos en los receptores de antígenos, hecho de fundamental importancia para la auto-defensa de los vertebrados.

La bióloga Kidwell explica además que algunos transposones se comportan como agentes patógenos, y son capaces de saltar de un linaje evolutivo (digamos, de una bacteria), a otro (por ejemplo, una planta), lo que se conoce como "transferencia horizontal".

Lo que parece evidente para los científicos es que no debe asumirse ninguna posición determinista con respecto al rol evolutivo de los genes saltarines. "Lo más realista es considerar a las relaciones entre los transposones y los organismos que les hospedan como un continuo que va desde el parasitismo, en un extremo, hasta las relaciones mutualistas en el otro", concluye Kidwell.

En el aire queda cuestionarse si los transposones, que al parecer sí contribuyen al bienestar de sus hospederos, son egoístas o no.
MISTERIOS DEL GENOMAEl Genoma Humano tiene tres mil millones de nucleótidos, pero, según parece, sólo el tres por ciento de ese ADN tiene importancia funcional. Otro dos por ciento se emplea para tareas “internas” (regular genes individuales, ayudarlos a mandar mensajes y otras operaciones no muy definidas). Queda el 95 por ciento restante.
Los genes humanos están separados por largas secuencias evidentemente inútiles llamadas “basura”. Por ejemplo: secuencias ALU, y que representa aproximadamente el 5 por ciento del genoma total, sin que se sepa ni por qué ni para qué está allí, ni si tiene función alguna. Es posible que en alguna fase de la evolución fueran elementos dinámicos, pero no hay evidencias al respecto. 

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