Península ibérica XVII-XVIII mendeen artean, UEUren kondaira.eus webgunetik hartua.
Mapa de la península ibérica
Territorio de la extensión de los íberos
Extensión y cronología
A los datos de la tradición escrita grecorromana acerca del territorio sobre el que vivieron los iberos podemos añadir hoy los proporcionados por la investigación moderna, que vienen a completarlos y que en líneas generales resultan coincidentes. Según los textos clásicos, el territorio ibérico comprendía, al norte de los Pirineos, el Rosellón y el bajo Languedoc, y al sur Cataluña, el valle del Ebro y la zona litoral entre el Sistema Ibérico y el mar. La parte meridional comprendió Murcia.
Respecto de Andalucía se manifiestan ciertas vacilaciones. Para unos es país de los iberos, mientras que otros parecen fijar su límite meridional en torno a Cartagena, considerando que Andalucía —o sea concretamente los grupos o pueblos burdetanos, bastetanos y mastienos— representan un mundo distinto, si bien emparentado.
En el área señalada por la vieja tradición aparecen, en efecto, una serie de fenómenos que son exclusivos de ella y que se han podido investigar a través de técnicas modernas. Uno de los más significativos es el que se refiere al idioma y a la escritura. Los residuos toponímicos así como el estudio de los topónimos perdidos que se han podido localizar muestran que en la zona indicada se utilizó un idioma distinto del que contemporáneamente se hablaba en las restantes tierras peninsulares o entre los pueblos del área mediterránea y europea.
Asimismo, el empleo de dos sistemas de escritura ibéricos se hallan circunscritos, salvo algún caso esporádico al mismo territorio. Cuando los romanos, en los primeros siglos de la ocupación, estimulan que aparezca una moneda indígena bajo el patrón del denario, y aparece una constelación de cecas ibéricas, se distribuyen asimismo dentro del ámbito definido por los elementos que acabamos de citar, con escasísimas excepciones.
Resultado análogo se obtiene analizando los hallazgos arqueológicos. Siempre es este mismo territorio el que ofrece las manifestaciones de la cultura material que se ha designado modernamente con el nombre de cultura ibérica. Los matices entre unas zonas y otras son patentes. El sector meridional creó la gran escultura en piedra, que apenas pasa al norte del Júcar; los estilos pictóricos de las cerámicas tienen determinadas localizaciones; ciudades y poblados son más complejos en unas comarcas que en otras.
Pero por encima de los matices internos, las características generales vienen a coincidir prácticamente siempre. Incluso se reflejan idénticas vacilaciones que las consignadas en las fuentes por lo que respecta al caso de Andalucía, territorio en que hallamos por una parte elementos coincidentes con el resto del área ibérica, pero por otro diferencias que permiten sospechar que, en efecto, el territorio donde en los siglos inmediatamente anteriores había existido la sociedad tartésica y sus extensiones se mantiene con un carácter distinto, aunque presente rasgos comunes con el resto de la civilización ibérica.
Otros matices diferenciales son asimismo apreciables en el territorio considerado ibérico en sentido estricto. Cataluña, el valle central del Ebro y el país valenciano constituyen tres áreas que, cuando llevamos los análisis a fondo, aparecen dotadas de personalidad propia, por lo menos en determinados elementos. Sin poder ahora entrar en detalles sobre el problema conviene no olvidar que junto con la evidente personalidad general del mundo ibérico hallamos matices propios en cada área, y que no existió uniformidad.
Asimismo, es interesante fijar otro concepto previo: la diferenciación cronológica. La historia de lo iberos se divide en dos periodos bien delimitados. Una fase antigua, durante los siglos V y IV a. C., en que los iberos viven como pueblos independientes. Y, después de las grandes convulsiones del siglo III —intento de conquista cartaginesa, segunda guerra púnica, ocupación romana— los siglos II y I, en que la civilización ibérica continúa, pero mantenida por una sociedad que se halla ya bajo dominio romano.
Existe entre las dos fases continuidad evidente. Pero si es difícil que un pueblo pueda vivir medio milenio sin cambios, lo es más todavía si entretanto ha entrado en la órbita de otra civilización cuyos porteadores son, además, los dueños del país. No olvidemos que en la segunda etapa, durante los siglos II y I a. C., los poblados ibéricos que continúan en líneas generales con el sistema de valores ancestrales eran contemporáneos de los nuevos campamentos militares o de los nuevos centros urbanos que los romanos establecían en los territorios incorporados.
Las cerámicas pintadas en San Miguel de Liria, por ejemplo, son coetáneas de la primera época de la ciudad romana Valentia (Valencia) que se halla a menos de treinta kilómetros de distancia. No debe de sorprendernos, pues, que cuando se estudia cualquier aspecto concreto del mundo ibérico aparezca reflejada la división de las dos épocas: por una parte los siglos V y IV y por otra los siglos II y I.
Durante la centuria anterior al cambio de Era comienza la lenta desintegración de la cultura indígena. Como en cualquier proceso de aculturización, no es fácil fijar una fecha final. El iberismo va muriendo lentamente a medida que los nuevos modos de vida romanos penetran en la sociedad. Hacia los comienzos de nuestra Era este proceso había alcanzado un grado ya muy intenso. Quedan supervivencias, pero no existe ya una sociedad o una cultura ibérica
Al-Ándalus durante el Califato de Córdoba
El Califato Omeya de Córdoba o Califato de Occidente fue un estado musulmán andalusí con capital en Córdoba, proclamado por Abderramán III en 929. El Califato puso fin al emirato independiente instaurado por Abderramán I en 756 y perduró oficialmente hasta el año 1031, en que fue abolido, dando lugar a la fragmentación del estado omeya en multitud de reinos conocidos como taifas. Por otro lado, la del Califato de Córdoba fue la época de máximo esplendor político, cultural y comercial de Al-Ándalus, aunque también fue intenso en unos de los reinos de taifas.
Mapa anacrónico del imperio aragonés.
El Reino de Aragón fue un estado hispánico nacido en 1035 por la unión de los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza en la figura de Ramiro I. Se expandió hacia el sur y fue la base de la posterior Corona de Aragón. Por la unión de los Reyes Católicos se unió a la Corona de Castilla en el siglo XV, formando la Monarquía Española.
En 1707, en el contexto de la guerra de Sucesión española, el rey Felipe V derogó sus fueros, abolió el Consejo de Aragón y eliminó la figura del virrey. Poco después desaparecerían el resto de instituciones propias, como el Justicia, la Diputación o las Cortes de Aragón y se aplicarían las Leyes de Castilla en lugar de las aragonesas. Estas medidas supusieron el fin de Aragón como reino autónomo,1 si bien continuaría considerándose una división territorial de España hasta 1833, cuando Javier de Burgos estableció la división territorial por provincias, suprimiendo la división por reinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario