martes, 25 de agosto de 2015

Literatura - teoría literaria

Conceptos literarios

La analepsis (escena retrospectiva, flashback en inglés) es una técnica, utilizada tanto en el cine y la televisión como en la literatura, que altera la secuencia cronológica de la historia, conectando momentos distintos y trasladando la acción al pasado.1 Se utiliza con bastante frecuencia para recordar eventos o desarrollar más profundamente el carácter de un personaje.
La analepsis es una vuelta repentina y rápida al pasado del personaje, diferente al "racconto", que es también un quiebre en el relato volviendo al pasado, pero este último no es tan repentino y es más pausado en lo que se refiere a la velocidad del relato.
En literatura El ruido y la furia de William FaulknerEl jardinero fiel de John le CarréEl camino de Miguel Delibes o Pedro Páramo, deJuan Rulfo son ejemplos significativos. Un buen ejemplo en cinematografía es La conquista del honor (Banderas de nuestros padres), deClint Eastwood o el Doctor Zhivago de David Lean. En series de televisión pueden tomarse como ejemplos Lost (Perdidos), FringeOnce Upon a TimeCold CasePsych y How I Met Your Mother, donde se utiliza este recurso para conocer con mayor precisión acontecimientos del pasado de los protagonistas.

La analepsis es una figura literaria consistente en alterar una secuencia narrativa, cambiando el momento presente a una visión retrospectiva o un recuerdo del pasado, que se presenta de forma repentina. También se utiliza en el cine y es llamada en inglés Flashback.

La analepsis se diferencia del racconto, en que éste último el momento presente tiene un paso gradual hacia el recuerdo, un aviso, por decirlo así.

Ejemplo: 

Analepsis:

Hace diez minutos que llegué de nuevo aquí, a ciudad donde nací. Todo ha cambiado demasiado. Voy caminando por la Avenida del Río. Ahora doy vuelta en la calle del Lago Viejo, caminando rumbo a mi vieja escuela. Apenas falta una cuadra para llegar, suena la campana de la escuela. Sigo caminando y mientras más me acerco, me envuelve el barullo de los estudiantes. Blanca me ve y me saluda, preguntando por qué no he ido a clases. Con toda la tristeza del mundo le digo que he estado preparando mis cosas, porque mi familia y yo nos iremos a otro Estado. Me mira con tristeza, mientras por su mejilla rueda una lágrima. No decimos nada más, sólo nos abrazamos. Un sentido y cálido abrazo que no he olvidado en estos quince años de ausencia. Llego a la escuela y doy vuelta a la izquierda, rumbo al nuevo centro comercial que voy a supervisar.

Racconto:

Hace diez minutos que llegué a la ciudad en que nací, y me maravillo de ver todo lo que ha cambiado. Vengo a pie, por la Avenida del Rio, y Voy a dar vuelta en la Calle de Lago Viejo, que era mi camino a la escuela. Mientras camino suena la campana de salida de la escuela. Vuelven a mi mente los recuerdos de aquél día en que Blanca y yo nos despedimos. Hacía varios días que no había ido a clases, así que cuando me vio me saludó y me preguntó por qué no había ido; con tristeza le dije que mi familia se iría a otro estado. No dijimos nada más, y me abrazó, un abrazo tan cálido y sincero que hasta ahora no he sentido otro igual. La algarabía de los niños me despierta de mis recuerdos, mientras llego frente a la escuela. Doy vuelta a la izquierda y me dirijo al Nuevo centro comercial que voy a supervisar.

La analepsis es un recurso muy usado en narrativa. Consiste en interrumpir la línea temporal de la narración para explicar hechos del pasado. La interrupción puede tener una extensión menor o mayor. 

Veamos un ejemplo. En el siguiente fragmento, extraído de la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, el narrador interrumpe una escena que tiene lugar en Macondo, el pueblo de los protagonistas, para explicar dónde había estado metido Melquíades, el amigo que les ha venido a visitar: 
Mientras Macondo celebraba la reconquista de los recuerdos, José Arcadio Buendía y Melquíades le sacudieron el polvo a su vieja amistad. El gitano iba dispuesto a quedarse en el pueblo. Había estado en la muerte, en efecto, pero había regresado porque no pudo soportar la soledad. Repudiado por su tribu [...] decidió refugiarse en aquel rincón del mundo todavía no descubierto por la muerte, dedicado a la explotación de un laboratorio de daguerrotipia. José Arcadio Buendía [...] cuando se vio a sí mismo y a toda su familia plasmados en una edad eterna sobre una lámina de metal tornasol, se quedó mudo de estupor.

Veamos otro ejemplo. En el siguiente fragmento, extraído del relato Mi Cristina, de Mercé Rodoreda, el narrador, un marinero, interrumpe momentáneamente el relato de su naufragio para explicar una experiencia de años atrás: 
El mar entero era un gemido y una ráfaga y volantes de olas y yo atrapado y arrojado, y atrapado, escupido y engullido y abrazado a mi tablón. Todo estaba negro, el mar y la noche, y el Cristina hundido, y los gritos de los que morían en el agua ya no se escuchaban [...] y entonces, con todas aquellas nubes encima, me sentí chupado hasta muy adentro, más adentro que las otras veces. Descendía, entre remolinos y peces alarmados que me rozaban las mejillas [...] y cuando el agua se calmó y fue bajando poco a poco, la cola de un pescado más grande que los demás me golpeó en la pierna [...] Cuando intenté levantarme para andar por el suelo, resbalaba, y aunque ya me figuraba dónde estaba, preferí no pensar, pues me acordé de lo que mi madre me había dicho en su lecho de muerte. Yo estaba a su lado, muy triste, y mi madre, que se ahogaba, tuvo fuerzas para levantarse de medio cuerpo para arriba y con el brazo largo, largo y seco como un mango de escoba, me pegó un tremendo guantazo y me gritó aunque apenas se la entendía: ¡no pienses! Y murió.
Me agaché para tocar el suelo con las manos. Estaba resbaloso [...]

Leamos un tercer ejemplo. En esta ocasión lo tenemos en la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo. El narrador, que está explicando cómo se encontró en un pueblo llamado Comala, interrumpe la escena para explicar dónde había estado el día antes: 
Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde. Cuando aun las paredes negras reflejan la luz amarilla del sol.
Al menos eso había visto en Sayula, todavía ayer a esta misma hora. Y había visto también el vuelo de las palomas rompiendo el aire quieto, sacudiendo sus alas como si se desprendieran del día. Volaban y caían sobre los tejados, mientras los gritos de los niños revoloteaban y parecian teñirse de azul en el cielo del atardecer.
Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles.

Fijémonos en que en los tres casos el autor o autora ha tenido cuidado de no desorientar al lector. Tanto en el inicio de cada analepsis (en el paso a la parte subrayada) como en el regreso a la escena principal (a la parte no subrayada) hay alguna palabra o expresión, o un punto y aparte, que le permite al lector entender que la narración ha pasado a referirse a otro período de tiempo. Así, en el tercer ejemplo, la expresión "ayer a esta misma hora" hace saltar la narración un día al pasado, mientras que el "Ahora estaba aquí, en este pueblo" y el punto y aparte que lo precede la llevan de vuelta a la escena que había quedado interrumpida por la analepsis. 
[...] llenando con sus gritos la tarde. Cuando aun las paredes negras reflejan la luz amarilla del sol.
Al menos eso había visto en Sayula, todavía ayer a esta misma hora. Y había visto también el vuelo de las palomas rompiendo el aire quieto, sacudiendo sus alas como si se desprendieran del día. Volaban y caían sobre los tejados, mientras los gritos de los niños revoloteaban y parecian teñirse de azul en el cielo del atardecer.
Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer [...]

Es importante marcar el inicio y el final de la analepsis de esta manera para evitar que el lector se nos pueda despistar. 




arquetipo (del griego αρχή, arjé, ‘fuente’, ‘principio’ u ‘origen’, y τυπος, tipos, ‘impresión’ o ‘modelo’) es el patrón ejemplar del cual otros objetos, ideas o conceptos se derivan. En la filosofía de Platón se expresan las formas sustanciales (ejemplares eternos y perfectos) de las cosas que existen eternamente en el pensamiento divino. También puede entenderse como una estructura funcional que subyace a la conducta de un individuo, grupo o sociedad en su conjunto, estableciendo una serie de automatismos a los que se responde de forma espontánea.- .................................:https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Arquetipo&printable=yes

Los arquetipos son sistemas de aptitud para la acción y, al mismo tiempo, imágenes y emociones […] Por un lado, representan un conservatismo instintivo muy fuerte, y por otro, constituyen el medio más eficaz concebible para la adaptación instintiva. Así que son, esencialmente, la parte infernal de la psique […], aquella parte a través de la cual la psique se une a la naturaleza.
Jung quiere decir que lo arquetípico es el fundamento libidinal de la psique. Los arquetipos son los motivadores últimos de la conducta, de los sentimientos y los pensamientos humanos. Por este carácter basal en la dinámica psíquica Jung los considera “infernales”, en el sentido de daimones, “demonios”, potencias instigadoras de toda la vida psíquica, por encima de nuestra voluntad, a la que están supraordinados, y a la vez porque su aspecto instintivo los relaciona con nuestros impulsos animales, aunque su aspecto intuitivo lo haga con nuestras tendencias superiores, intelectuales, artísticas y espirituales. Estamos tentados de decir que su influencia posiblemente comience abarcando la constitución, diseño y regulación del sustrato fisiológico, y desde ahí se elevan hasta el control y organización del sustrato psicológico, del alma. Así, los arquetipos serían los constituyentes esenciales de todo el espectro de aquello que concebimos como naturaleza humana, desde lo animal al espíritu.
El conservatismo procede de su eminente rasgo genético, como algo que en ciertos aspectos se mantiene idéntico a sí mismo a través de incontables eras, así como la información guardada en el genoma humano se conserva copiándose a sí misma de generación en generación. Característica que avalan, entre otras cosas, los rasgos morfológicos con que suelen autorrepresentarse cuando nos acercamos a ellos, indesconociblemente arcaicos. Sin embargo, cuando Jung dice que “constituyen el medio más eficaz para la adaptación instintiva” se refiere a que son cualquier cosa menos impulsos ciegos y automáticos obcecados en satisfacer tendencias heredadas y quizás ya obsoletas y contraproducentes en la situación presente. Antes bien, parecen ejercer su influencia desde una clara conciencia del entorno y el contexto actuales, como gozando de una privilegiada noción del problema vigente, muy superior a la comprensión y visión de que es capaz la conciencia. Es más: acercarse a la manifestación arquetípica es adentrarse, y a menudo antes que en otra cosa, en el mundo de la premonición y la adivinación. Es decir, en el futuro. Siendo pues que los arquetipos pueden referirse a la vez al remoto pasado y al remoto futuro, tenemos que postular que su lugar temporal queda más allá de nuestras categorías de tiempo, así como su ubicación física resulta inabarcable dentro de nuestras coordenadas espaciales. Volveremos a estas cuestiones más abajo.
Psicológicamente […] el arquetipo como imagen del instinto es una meta espiritual buscada por toda la naturaleza del hombre; es el mar hacia el cual se encaminan todos los ríos, el premio que el héroe extrae de su lucha con el dragón.
Si el arquetipo es la causa última del ser y el obrar, averiguar su esencia y desvelar su sentido significan descubrir nuestra auténtica identidad y nuestro destino. Significan orientación. Subrayemos que la conciencia presuntamente otorga una amplia variabilidad en el concebir y el obrar, una amplia versatilidad moral (todo lo cual resume la expresión “libre albedrío”), pero sólo se concibe a sí misma, aislada de sus propios fundamentos, lo que la sume con facilidad en un estado de confusión, perdida en el mar de las múltiples opciones existenciales. La salvación legítima de este estado es la reconexión con el estrato arquetípico.
La imagen primigenia es, pues, una expresión que abarca el entero proceso vital. A las percepciones sensoriales y a las percepciones espirituales internas que al principio aparecen de un modo desordenado e inconexo, la imagen primigenia les da un sentido ordenador y vinculador y con ello libera la energía psíquica de la vinculación a la mera e incomprendida percepción. Pero la imagen primigenia vincula también las energías desencadenadas por la percepción de los estímulos a un determinado sentido, el cual encamina el obrar por las sendas correspondientes al sentido. Libera energía inutilizable, estancada, remitiendo el espíritu a la naturaleza y llevando el mero impulso natural a formas espirituales.
Antes que nada, es preciso aclarar que en esta declaración de Jung existe una confusión semántica entre los conceptos imagen primigenia y arquetipo. Es una definición temprana, aparecida en su obra Tipos Psicológicos, y aún no se había ocupado profundamente, como hizo después, de otras manifestaciones arquetípicas allende la imaginería simbólica (onírica, visionaria, artística o arqueológica). Así que se toma la licencia de hablar indistintamente de una y del otro, como si prácticamente fueran la misma cosa. Nosotros tenemos que tener siempre presente que la imagen es símbolo, metáfora, significante, y el arquetipo propiamente es el significado, la realidad misteriosa y oscura aludida. Él mismo aclarará en otro lugar que el arquetipo es un factor psicoide, trascendente incluso a lo psíquico, que pertenece, en su esencia, a un extremo invisible, inaprensible desde nuestras facultades cognoscitivas. En ese mismo sentido expresó también esta sentencia: “Los arquetipos no pueden ser representados en sí mismos, pero sus efectos son discernibles en imágenes y motivos arquetípicos”. Podríamos entenderlos como algo semejante a la energía, que inferimos desde manifestaciones materiales. La imagen primigenia no es una manifestación material, pero sí lo es psíquica. Es, como la materia, tangible, “sólida”.
Hecho este inciso, comentamos que Jung empieza hablando aquí de los arquetipos como categorías kantianas, los a priori, de la aprehensión y el conocimiento. Gracias a ellos la psique diferencia objetos y conceptos, abstrae y ordena cualidades, jerarquiza valores, y no se ahoga en un caos de sensaciones y experiencias yuxtapuestas. Lo mismo se aplica a la información sobre el mundo interior recibida por vía estrictamente psíquica, a través del aparato cognoscitivo intuitivo. Su función no termina ahí, pues el arquetipo es una fuente de energía que irradia hacia todas las direcciones psíquicas, y después de servir a la recopilación, ordenamiento y consideración de la información, y de alentar a ello, convoca a la acción correspondiente. Se produce así un flujo que avanza desde lo físico a lo mental y espiritual, para luego regresar a lo físico de nuevo. Convocando alternadamente a la abstracción intelectual y al impulso actuante en el mundo, en ciclos, podríamos decir, de introversión y extraversión. Modelos paradigmáticos de este proceso podrían ser la soledad reflexiva del sabio, cuyo conocimiento atesorado se divulga luego y se transforma en una doctrina que cambia el entorno, o, mitológicamente, el Buda que asciende al Nirvana y regresa, por compasión, hacia el mundo.
Quedémonos con la idea subrayada de los arquetipos como objetivos últimos de nuestra búsqueda de conocimiento, autoconocimiento y moral, y motivadores mismos de esas básicas necesidades. En este sentido, Jung vuelve a decir:
No podemos liberarnos legítimamente de nuestras bases arquetípicas a menos que estemos dispuestos a pagar el precio de una neurosis, tal como no podemos deshacernos de nuestro cuerpo y sus órganos sin cometer suicidio. Si no podemos negar los arquetipos o neutralizarlos de otro modo, nos vemos enfrentados, en cada nueva etapa de diferenciación de la conciencia a la cual aspira la civilización, a la tarea de encontrar una nueva interpretación apropiada para esa etapa, a fin de conectar la vida del pasado que aún existe en nosotros con la vida del presente que amenaza con escaparse.
Las cualidades y atributos de los arquetipos son claramente visibles, sobre todo, cuando hacen acto de presencia irrumpiendo desde lo inconsciente en una conciencia individual, convocando en el sujeto una crisis, como un volcán que se activa y transforma dramáticamente su entorno. Entonces, meditar en los contenidos aflorados, en los símbolos revelados, y atesorar los insights que no es raro se prodiguen en estos trances, produce asimilaciones filosóficas cada vez más profundas y universales. La emotividad que acompaña este proceso da valor y predispone a afrontar los pertinentes cambios en la dirección vital. El modo “casual” en que precisamente en esos momentos ocurren ciertos eventos en el entorno, que transforman su organización, es el rostro con que se presenta aquello que llamamos destino.
Por supuesto que lo arquetípico, como fundamento libidinal, no precisa hacerse consciente en ningún grado para ejercer de motor de las conciencias, individuales y colectivas. Su actividad es preexistente a la aprehensión de cualquiera de sus eventuales y flagrantes manifestaciones. Pero, eso sí, las ideas, motivaciones y actos que produce en una personalidad que se mantiene inconsciente de estos sus basamentos últimos tienden a ser más confusos, dispersos, vacilantes e incongruentes, y más propensos a posesiones y proyecciones compulsivas concretistas, a la corta o a la larga, inconducentes. Es por esto que las culturas atesoran representaciones mitológicas colectivas, que intentan prestar inspiración y orientación libidinal a todas aquellas conciencias, las más numerosas, donde el inconsciente colectivo, matriz de los arquetipos, no hace acto explícito, aclaratorio, de presencia. Las mitologías pretenden ser recordatorios y avisos para las masas de aquello que todas las almas contienen en su fondo. Anuncios del origen y sentido que anima todas las vidas, por más remoto y ajeno que le resulte a las conciencias.
Como hemos ido comprobando, Jung no escatima energías en recalcar la relación de los arquetipos con lo instintivo, lo terrenal, la realidad fáctica. Su intención en todo momento es evitar que se conciban sólo como productos de la mera fantasía, formas psíquicas etéreas, caprichosas, en última instancia, vacías. O bien como residuos obsoletos de arcaicas y hoy quizás erróneas formas de ver la realidad. En otro lugar habla de los arquetipos como autorrepresentaciones del instinto, es decir, formas en que nuestro basamento instintivo se revela a nuestra conciencia, facilitándonos la aprehensión de un sentido inteligible dentro de él. Para ilustrar esta idea, usó el símil del espectro de la luz, donde la franja infrarroja correspondería a la esfera instintiva fisiológica y la franja ultravioleta a la esfera intelectual, imaginal, espiritual. Así, dejaba claro que los dos planos participan de una misma naturaleza sustancial (en esta metáfora, la luz):

INSTINTOS

Infrarrojo
Fisiológicos:
síntomas físicos, percepciones instintivas, etc.

ARQUETIPOS

Ultravioleta
Psicológicos:
sueños, conceptos, imágenes, fantasías, etc.
El usar espectros luminosos (infrarrojo y ultravioleta) que quedan fuera de la banda visible nos evita olvidar que el arquetipo pertenece al espacio inconsciente.

Lo psicoide en el arquetipo

Gracias al fenómeno de la sincronicidad, que es una manifestación arquetípica más allá de los sueños y la imaginación, donde extraordinariamente queda incluido el mundo físico, allende el cuerpo y la psique, podemos dar un paso muy audaz en la consideración de los arquetipos como realidades más robustas que lo psíquico, que lo etológico y que incluso lo biológico, al extenderse su esencia e influencia hasta la realidad más externa y objetiva, aquella de la que se ocupa la física. Su universalidad, que ya asegura el ser elementos colectivos, no individuales (“el […] arquetipo, es siempre colectivo, o sea, es común cuando menos a pueblos enteros o a épocas enteras. Es probable que los temas mitológicos más importantes sean comunes a todas las razas y a todos los tiempos […]”), da un paso más allá al atravesar incluso la frontera de lo transpersonal, hacia lo “transhumano”. Como decimos, en estas áreas los arquetipos se revelan también participantes de la naturaleza de lo físico, después de haberlo hecho de lo instintivo y lo espiritual, y Jung concluirá que lamateria de la que están hechos es ontológicamente trascendente a lo psíquico y lo físico. Participa de los dos, y son algo que debe habitar, por ello, un estrato metafísico.

El problema del origen de los arquetipos. Evolución del concepto

Reflexionando sobre el conspicuo carácter innato de la imagen primigenia nos topamos pronto con el grave problema que supone el modo desconcertantemente preciso en que parece heredarse y transmitirse, pues la sorprendente identidad formal de ciertas imágenes primordiales que se revelan hoy día desde los trasfondos inconscientes con sus antecedentes arqueológicos remotos fue precisamente lo que puso a Jung en la pista del gran descubrimiento, y lo que sirvió de excusa para su bautizo (arquetipo = modelo arcaico). Parecía, al principio, que la cuestión debía entenderse considerando los arquetipos como adquisiciones culturales que, de algún modo, quedaban integradas en los trasfondos más profundos de lo inconsciente, y desde ahí se heredaban de generación en generación (esta explicación apresurada y preliminar es, sin embargo, una de las más popularmente aceptadas hoy día, y la que más malentendidos causa alrededor de la comprensión de la naturaleza arquetípica. Por esta noción es acusado lo junguiano, erróneamente, de ser unlamarckismo). Jung matizó después estas reflexiones hablando del arquetipo como el precipitado de infinitamente repetidas experiencias humanas sobre temas esenciales y universales a lo largo de eones, que se iba sedimentando y arraigando en la psique, como un poso de infinita sabiduría práctica sobre los patrones vitales. Todo esto, además de a Lamarck, recuerda bastante al pensamiento freudiano que postulaba que los contenidos formales del inconsciente fueron antes contenidos conscientes, vivencias externas, que acabaron cayendo en la inconsciencia, pero todo esto llevado al plano de lo inconsciente colectivo. Con estas ideas freudianas alrededor de la ontogenésis de lo inconsciente individual Jung no comulgó nunca, pero se ve que dudó mucho en rechazarlas aplicadas a su filogénesis arquetípica. Comprendemos que estas explicaciones querían abarcar ese aspecto tan refinado, artístico, en definitiva tan propio de lo cultural consciente, que tienen las imágenes primigenias, aún nacidas espontáneamente desde los trasfondos inconscientes, donde la mente educada y lógica tiene una natural tendencia a esperar poco más que un informe caos de deseos, propios de una entidad animalesca, opaca y ciega. En rigor, ocupándonos del arquetipo en su faceta de patrón elaborado de comportamiento relacional y cultural, su aspecto, digamos, moral, se hace muy difícil alejarnos del mundo consciente humano y buscar orígenes que no estén en este estrato. La línea argumental es clara: algo tan preciso y diferenciado es propio como creación de las facultades psíquicas superiores, y éstas están en lo consciente. Así que la génesis tuvo que ocurrir desde fuera, hacia dentro: nada es en el arquetipo que no estuviera antes en la conciencia.
Pero ninguna de estas consideraciones abarca y hace justicia a esos otros rasgos esenciales, exóticos y ajenos al modo de ser de la conciencia, del arquetipo. El aspecto psicoide de su naturaleza, generador del fenómeno de la sincronicidad; sus relaciones íntimas con la premonición y el futuro y, a la postre, con el fenómeno paranormal en general; su aparente omnisciencia a la hora de, eventualmente, valorar y dar salida a los problemas concretos y actuales en que queda atascada la conciencia… Todo ello son cualidades que jamás estuvieron al alcance del yo ni de su cultura. Están muy por encima de la capacidad del hombre y de sus logros sociales. Por lo tanto, y desmintiendo lo anterior:mucho hay en el arquetipo que jamás estuvo en la conciencia. Así que no podemos relajarnos postulando explicaciones que traten de deducir su realidad congénita, tan insólita, desde experiencias en el ordinario afuera. En general, no esperemos mucho acierto de ninguna explicación que trate de fundamentar un a priori sólo desde un a posteriori.
En efecto, el primer gran escollo con que se encuentra, antes que después, toda teoría explicativa sobre la génesis de los arquetipos que trate de poner el acento en el factor aprendizaje es, precisamente, darse de bruces con el oponente natural que tiene en psicología toda aserción behaviourista: las consideraciones sobre lo innato, lo genetista. Y no sólo en psicología, pues estamos entrando de lleno en el mismo debate que conmueve los cimientos de la biología, la ciencia que, como vamos comprobando una y otra vez, forma con aquella una dupla inseparable (normalmente no muy bien avenida). El origen de las especies y el origen de los arquetipos se nos aparecen como problemas que discurren por un camino común, y no puede extrañarnos nada, habida cuenta de la íntima relación que tiene el arquetipo con el gen. Recordemos que no sólo su llamativo carácter hereditario nos remite a lo genético, también lo hace su aspecto “infrarrojo”, instintivo, que lo “corporiza” acentuadamente. Lo fisiológico, lo biológico, nos envían también inmediatamente al genoma. Jung postula la abierta relación entre lo genético somático y el arquetipo en esta sentencia: “[Los arquetipos] se heredan con la estructura cerebral (en verdad, son su aspecto psíquico)“. Si la tomamos como válida, entonces estamos legitimados para deambular el mismo derrotero de la biología y contradecir y superar a Lamarck con Darwin, añadiendo: “y el cerebro hizo al hombre, y no el hombre al cerebro”, solucionando así esta renovada edición del problema del huevo y la gallina.
La preexistencia ontológica del arquetipo, sin embargo, y en contraposición frontal al darwinismo, hace temblar los cimientos de todas las bases científicas atesoradas actualmente. Pues el gen como precursor es entendido como “ladrillo”, un elemento relativamente simple, subordinado, a partir del cual se construyen luego los organismos y sistemas más complejos y sofisticados, pero el arquetipo como precursor se encuentra ni más ni menos que en el papel de diseñador, de arquitecto. Un elemento inicial, generado espontáneamente, que permanece siempre supraordinado.

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