miércoles, 31 de diciembre de 2014

HISTORIA DE LA VIDA DE JESUCRISTO

7. Taumaturgo popular y exorcista
Un aspecto cuya enorme importancia no guarda relación con el pequeño espacio que aquí se le va a dedicar es la actividad de Jesús como sanador popular y como exorcista. Me limito a un breve apunte.
Durante mucho tiempo los llamados milagros de Jesús eran un engorro para historiadores y teólogos que no sabían qué hacer con ellos. En la Iglesia misma si no se podía eludir su explicación se recurría a interpretaciones alegorizantes. Hoy las cosas han cambiado. Hasta los críticos más radicales aceptan que Jesús realizó curaciones que sus contemporáneos consideraban milagrosas. El dato se encuentra en absolutamente todas las tradiciones evangélicas y quien lo niegue se incapacita para decir nada del Jesús histórico.
Jesús tuvo las características de un sanador popular y éste es un rasgo muy importante para explicar la enorme atracción que ejercía entre la gente. “Una gran muchedumbre, al oír lo que hacia acudió a el” (Mc 3,10; Cfr 1,32-34; 1,45; 6,55-56).
En este punto, quizá como en ningún otro, necesitamos superar el anacronismo y el etnocentrismo. Un antropólogo ateo o agnóstico no tiene ninguna dificultad para aceptar al Jesús curandero popular y exorcista, mientras que suele tener muchas el teólogo supuestamente crítico.
Sin duda que las tradiciones de milagros de Jesús han sido muy amplificadas por la fe postpascual y por la imaginación popular. Hay relatos de milagros que son totalmente creaciones comunitarias. Habrá que ver en cada caso (Meier 1999; Theissen-Merz 1999; Twelftree 1999). Pero parece claro que Jesús tenía poderes taumatúrgicos, que hay que situar a la luz de lo que la antropología nos enseña sobre los llamados sanadores étnicos, que se dan prácticamente en todas las culturas (Pilch).
Los milagros de Jesús tienen una serie de características bien conocidas y que no voy a enumerar ahora, pero lo más propio es que relacionaba sus curaciones con la fe y la venida del Reino.
Por otra parte, Jesús y sus contemporáneo, tienen una cosmovisión supernaturalista del mundo y creen en seres intermedios y espíritus malignos: es el marco para entender los exorcismos de Jesús (Twelftree 1993) . Como las curaciones, responden a un dato histórico indudable pero que hay que saber interpretar. Es interesante notar que a diferencia de éstas, la tradición no tiende a engrandecer los exorcismos de Jesús, que no se encuentran ni en el último evangelio, el de Juan, ni tampoco en las fuentes exclusivas de Mateo y Lucas; están sólo en las fuentes más antiguas, en Mc y en Q.
Los fenómenos de posesión se conocen en muchísimas culturas y se dan con especial frecuencia en situaciones de ruptura de los equilibrios tradicionales, por ejemplo cuando una cultura nativa se siente gravemente amenazada (pensemos en situaciones de colonialismo; en las culturas preindustriales, en situaciones de graves presiones en el seno familiar). También se constata que hay personas o sectores sociales que por su debilidad o vulnerabilidad están más expuestos a estar poseídos por espíritus inmundos.
Es evidente que considerar “posesión” a determinados estados psicológicos supone una interpretación cultural, pero a la vez contribuye a provocarlos y fortalecerlos. Las posesiones por espíritus son una variante de los Estados Alterados de Conciencia o de las situaciones de trance, que aparecen en casi todas las culturas preindustriales. El recurso a esta perspectiva de la antropología y de la psicología social es muy útil para el estudio del movimiento de Jesús y del cristianismo primitivo y me limito sólo a apuntar el tema (Lewis, Guijarrro 2001, Davies).
El poseído expresa dimensiones reprimidas y en este sentido, ejerce una denuncio social, pero también es una válvula de escape de las contradicciones psicológicas y sociales. Jesús tiene la capacidad, que interpreta siempre en clave religiosa , de liberar a poseídos por espíritus inmundos y de recuperarlos para la convivencia humana pero esto tenía innegables repercusiones sociales: los gerasenos lo consideran un desestabilizador peligroso y le piden que se vaya (Mc 5,17); en otro caso se levantan reacciones muy distintas y mientras unos sospechan que Jesús es el Hijo de David, otros, los fariseos, afirman que, “expulsa los demonios por Beelzebul, príncipe de los demonios” (Mt 12,23-24). Se trata obviamente de interpretaciones culturales pero que responden a intereses distintos y por eso son tan diferentes.
Nos encontramos aquí con un caso del etiquetamiento negativo de Jesús, del intento de estigmatizarle socialmente, es decir de desacreditarle ante el pueblo y de impedir su influencia; un aspecto de grave conflicto que Jesús provocó en el sociedad judía.
8. El grupo de Jesús
Jesús convocaba a todos los judíos en vista del Reino de Dios. Ni rompió con el judaísmo ni pretendió fundar una institución propia en Israel, ni, menos aún, aparte de Israel.
Pero el judaísmo del siglo I, sobre todo antes de la catástrofe del año 70, era enormemente plural. Precisamente porque su unidad es étnica el judaísmo no necesita propiamente una ortodoxia doctrinal; y en tiempo de Jesús había una diversidad muy grande de tendencias, grupos, interpretaciones y movimientos populares.
En torno a Jesús se formó un grupo con características propias, como sucedía con los maestros y profetas; encontramos gentes con diversos grados de vinculación con el maestro y su movimiento.
- La creación de “los Doce” es muy probable que se remonte a Jesús (denominarles apóstoles es, sin embargo, postpascual). Difícilmente puede ser una invención que quien traicionó a Jesús fuese un miembro de este grupo. En la más pura tradición profética, Jesús realizó una serie de gestos simbólicos a lo largo de su vida, uno de los cuales fue la constitución de los Doce (otros gestos simbólicos fueron la purificación del Templo, las comidas con pecadores y publicanos, los gestos con el pan y el vino en la cena de despedida...). Es claro que los Doce hacen referencia a los doce patriarcas y a las doce tribus, y la creación de este grupo simboliza la voluntad de Jesús de congregar al Israel escatológico para la llegada del Reino de Dios.
-Hay también una serie de discípulos que son seguidores itinerantes de Jesús. Su número sería variable y muchas palabras de Jesús se dirigen a este grupo que lleva una vida radical y desinstalada; es evidente que entre estos discípulos hay un cierto número de mujeres, lo que no deja de ser un fenómeno muy notable.
- Un tercer círculo está formado por lo que se suele llamar “simpatizantes locales”, gentes que permanecen en sus casas y vida cotidiana pero que acogen a Jesús y a sus discípulos y, de algún modo, se identifican con ellos. Tengamos en cuenta que el ministerio itinerante de Jesús se desarrolló fundamentalmente en un área no muy extensa de Galilea.
- Más allá de estos simpatizantes locales, Jesús alcanzó un eco popular muy amplio y positivo en las zonas rurales de Galilea. Los evangelios están llenos de indicaciones tales como “su fama se extendía por todas partes”, “acudían a él muchedumbres”, “se agolpaba la gente junto a él”, “se quedaban admirados de su enseñanza”...
No hay datos para pensar que este eco popular positivo disminuyese a lo largo de la vida de Jesús. Durante su estancia final en Jerusalén, la gente (es cierto que puede tratarse, sobre todo, de galileos que han peregrinado para la fiesta) le tiene por profeta, está pendiente de sus palabras y es el favor popular con que cuenta lo que impide que las autoridades le pueden detener.
Este eco popular de Jesús podía movilizar a masas relativamente importantes de gente y éste es un factor clave de la peligrosidad de Jesús a los ojos de las autoridades (Jn 11,46-53). Un profeta aislado y sin seguidores, por muy exaltados que sean sus planteamientos y proclamas, no es peligroso y no causa mayor preocupación en los responsables del orden.





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