miércoles, 31 de diciembre de 2014

HISTORIA DE LA VIDA DE JESUCRISTO

Encarnación de Jesucristo

I. EL HECHO DE LA ENCARNACIÓN (1) La Persona Divina de Jesucristo
A. Pruebas del Antiguo Testamento B. Pruebas del Nuevo Testamento C. Testimonio de la Tradición
(2) La Naturaleza Humana de Jesucristo
(3) La Unión Hipostática
A. El testimonio de las escrituras B. Testimonio de la Tradición
II. LA NATURALEZA DE LA ENCARNACIÓN (1) Nestorianismo (2) Monofisismo (3) Monotelismo (4) Catolicismo
III. EFECTOS DE LA ENCARNACIÓN (1) Sobre el propio Cristo
A. En el Cuerpo de Cristo B. En el Alma humana de Cristo C. En el Dios-Hombre
(2) La adoración de la Humanidad de Cristo (3) Otros efectos de la Encarnación


La Encarnación es el misterio y el dogma de la Palabra hecha carne. En este sentido técnico la palabra encarnación se adoptó, durante el Siglo XIII, procedente del latín incarnatio. Los Padres latinos, desde el Siglo IV, hacen uso común de la palabra; así San Jerónimo, San Ambrosio, San Hilario, etc. El latín incarnatio (in-caro, carne) corresponde al griego sarkosis o ensarkosis, palabras que se basan en Juan (1, 14) kai ho Logos sarx egeneto, “Y el Verbo se hizo carne”. Estos dos términos fueron usados por los Padres griegos desde la época de San Ireneo – esto es, según Harnack, los años 181-189 (cf. Iren., “Adv. Haer.” III, 19, n.i.,; Migne, VII, 939). El verbo sarkousthai, hacerse carne, aparece en el credo del Concilio de Nicea (cf. Denzinger, “Enchiridion”, n.86). En el lenguaje de la Sagrada Escritura, carne significa, por sinécdoque, naturaleza humana u hombre (cf. Lucas, 3, 6; Rom., 3, 20). Suárez cree que la elección de la palabra encarnación ha sido muy adecuada. El hombre es llamado carne para enfatizar la parte más débil de su naturaleza. Cuando se dice que el Verbo se ha encarnado, se ha hecho carne, la bondad divina está mejor expresada por cuanto Dios “se despojó de Sí mismo... y apareció en su porte (schemati) como hombre” (Filip., 2, 7); tomó sobre Sí mismo no sólo la naturaleza de hombre, una naturaleza capaz de sufrimiento y enfermedad y muerte, se hizo hombre en todo excepto sólo en el pecado (cf. Suárez, “De Incarnatione”, Praef. n.5). Los Padres entonces y ahora utilizan la palabra henanthropesis, el acto de convertirse en hombre, al que corresponde el término inhumanatio, usado por algunos Padres latinos, y “Menschwerdung”, corriente en alemán. El misterio de la Encarnación se expresa en la Escritura por otros términos: epilepsis, el acto de asumir una naturaleza (Heb. 2, 16); epiphaneia, aparición (II Tim. 1,10); phanerosis hen sarki, manifestación en la carne (I Tim. 3, 16); somatos katartismos, la adaptación a un cuerpo, que algunos Padres latinos llaman incorporatio (Heb. 10, 5); kenosis, el acto de despojarse de sí mismo (Filip. 2, 7). En este artículo trataremos del hecho, naturaleza y efectos de la Encarnación.

I. EL HECHO DE LA ENCARNACIÓN
La Encarnación implica tres hechos: (1) La Persona Divina de Jesucristo; (2) La Naturaleza Humana de Jesucristo; (3) La Unión Hipostática de la Naturaleza Humana con la Divina en la Persona Divina de Jesucristo.
(1) La Persona Divina de Jesucristo
Presuponemos la historicidad de Jesucristo –esto es, que fue una persona real de la historia; el carácter mesiánico de Jesús; el valor histórico y autenticidad de los Evangelios y los Hechos; el carácter de enviado divino de Jesucristo de ese modo establecido; el establecimiento de un infalible y perdurable organismo de enseñanza que tenga y mantenga el depósito de la verdad revelada confiada a él por el enviado divino; la transmisión de todo ese depósito por tradición y de parte del mismo por la Sagrada Escritura; el canon e inspiración de las Sagradas Escrituras – todas estas cuestiones se encontrarán tratadas en sus correspondientes lugares. Además, damos por supuesto que la naturaleza divina y la personalidad divina son una e inseparable (ver TRINIDAD). La finalidad de este artículo es probar que la persona histórica, Jesucristo, es real y verdaderamente Dios, --esto es, tiene la naturaleza de Dios, y es una persona divina. La divinidad de Jesucristo está establecida por el Antiguo Testamento, por el Nuevo Testamento y por la Tradición.
A. Pruebas del Antiguo Testamento
Las pruebas del Antiguo Testamento de la divinidad de Jesús presuponen su testimonio de Él como el Cristo, el Mesías (ver MESÍAS). Dando entonces por supuesto que Jesús es el Cristo, el Mesías prometido en el Antiguo Testamento, de los términos de su promesa resulta seguro que el prometido es Dios, es una Persona Divina en el sentido estricto de la palabra, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo del Padre, uno en naturaleza con el Padre y el Espíritu Santo. Nuestro argumento es acumulativo. Los textos del Antiguo Testamento tienen peso por sí mismos; tomados junto a su cumplimiento en el Nuevo Testamento y con el testimonio de Jesús, sus apóstoles y su Iglesia, forman un argumento acumulado a favor de la divinidad de Jesucristo que es abrumador en su fuerza. Las pruebas del Antiguo Testamento las extraemos de los Salmos, de los Libros Sapienciales y de los Profetas.
(a) Testimonio de los Salmos
Salmo 2, 7. “El Señor me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” Aquí Yahvéh, esto es, el Dios de Israel, habla al Mesías prometido. Así interpreta San Pablo el texto (Heb. 1, 5) mientras que prueba la divinidad de Jesús a partir de los Salmos. Se plantea la objeción de que San Pablo no está aquí interpretando sino sólo acomodando la Escritura. El aplica las mismas palabras del Salmo 2, 7 al sacerdocio (Heb. 5, 5) y a la resurrección (Hechos 13, 33) de Jesús; pero sólo en un sentido figurado engendra el Padre al Mesías en el sacerdocio y en la resurrección de Jesús; de ahí que sólo en un sentido figurado engendra a Jesús como su Hijo. Respondemos que San Pablo habla figuradamente y acomoda la Escritura en la cuestión del sacerdocio y la resurrección pero no en la cuestión de la generación eterna de Jesús. Todo el contexto de este capítulo muestra que hay una cuestión de filiación real y real divinidad de Jesús. En el mismo versículo, San Pablo aplica a Cristo las palabras de Yahvéh a David, el arquetipo de Cristo: “Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo”. (II Reyes 7, 14). En el versículo siguiente, Cristo es mencionado como primogénito del padre, y es objeto de adoración de los ángeles, pero sólo Dios es adorado: “Tu trono, oh Dios, es para siempre jamás...Tu Dios, oh Dios, te ha ungido” (Sal. 44, 7,8). San Pablo refiere estas palabras a Cristo como el Hijo de Dios (Heb. 1, 9). Seguimos el texto masorético, “Tu Dios, oh Dios”. La versión de los Setenta y del Nuevo Testamento, ho theos, ho theos sou, “Oh Dios, tu Dios” es susceptible de la misma interpretación. Por tanto el Cristo es llamado aquí Dios dos veces; y de su trono o reino se dice que va a ser por toda la eternidad. Salmo 109, 1: “Dijo el Señor a mi Señor (Heb. Dijo Yahveh a mi Adonai): Siéntate a mi diestra”. Cristo cita este texto para probar que Él es Adonai (un término hebreo usado sólo para la deidad), sentado a la derecha de Yahvéh, que es invariablemente el gran Dios de Israel (Mat. 22, 44). En el mismo salmo, Yahvéh dice a Cristo: “Antes de la aurora, Yo te engendré”. Por tanto Cristo es el engendrado de Dios; fue engendrado antes de que el mundo existiera, y se sienta a la derecha del Padre celestial. Otros salmos mesiánicos podrían ser citados para demostrar el claro testimonio de estos poemas inspirados de la divinidad del Mesías prometido.
(b) Testimonio de los Libros Sapienciales
Tan claramente describen estos Libros Sapienciales a la Sabiduría increada como una Persona Divina distinta de la Primera Persona, que los racionalistas tienen que recurrir a un subterfugio y afirmar que la doctrina de la Sabiduría increada fue tomada por los autores de estos libros de la Filosofía neoplatónica de la escuela de Alejandría. Hay que señalar que en los libros presapienciales del Antiguo Testamento, el Logos increado, o hrema, es el principio activo y creativo de Yahvéh (ver Salmos 32, 4; 32, 6; 118, 89; 102, 20; Is. 40, 8; 54, 11). Más tarde el logos se convirtió en sophia, la Palabra increada se hizo increada Sabiduría. A la sabiduría se le atribuían todas las obras de creación y providencia divina (ver Job 26, 12; Prov. 8 y 9; Eccles. 1, 1; 24, 5-12; Sab. 6, 21; 9, 9) En Sab. 9, 1,2, tenemos un notable ejemplo de atribución de la actividad de Dios tanto al Logos como a la Sabiduría. Esta identificación del Logos premosaico con la sabiduría sapiencial y el Logos Joánico (ver LOGOS) es la prueba de que el subterfugio racionalista no es eficaz. La Sabiduría sapiencial y el Logos Joánico no son un desarrollo alejandrino de la idea platónica, sino el desarrollo hebraísta del premosaico Logos o Palabra increado y creador.
Ahora en cuanto a las pruebas sapienciales: En Eccl. 24, 7, la Sabiduría es descrita como increada, la “primera nacida del Altísimo antes de todas las criaturas”, “desde el principio y antes de los siglos me creó” (ibíd., 14). Tan universal fue la identificación de la Sabiduría con Cristo, que incluso los arrianos estaban de acuerdo con los Padres en esto; y se afanaban en probar mediante la palabra ektise, hecho o creado, del versículo 14, que la Sabiduría encarnada fue creada. Los Padres no respondieron que por la palabra Sabiduría no tenía que entenderse a Cristo, sino que explicaron que la palabra ektise tenía que ser interpretada aquí en relación con otros pasajes de la Sagrada Escritura y no según su significado habitual – el de la versión de los Setenta de Gén. 1, 1. No conocemos la palabra original hebrea o aramea; puede haber sido la misma palabra que aparece en Prov. 8, 22: “El Señor me ha poseído (en hebreo, me ha engendrado por generación; ver Gén. 4, 1) en la primicia de sus caminos, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui moldeado”. La Sabiduría que habla de sí misma en el libro del Eclesiástico no puede contradecir lo que la Sabiduría dice de sí misma en Proverbios y otros lugares. De ahí que los Padres tuvieran toda la razón al explicar que ektise no significaba hecho o creado en el sentido estricto del término (ver S. Atanasio, “Sermo ii contra Arianos”, n. 44; Migne, P.G., XXVI, 239). El Libro de la Sabiduría, también, habla claramente de la Sabiduría como “la que hizo todas las cosas... una emanación pura de la gloria del Omnipotente...el brillo de la luz eterna, y el espejo sin mancha de la majestad de Dios, y la imagen de su bondad” (Sab. 7, 21-26). San Pablo parafrasea este bello pasaje y lo refiere a Jesucristo (Heb. 1, 3). Está claro, entonces, por el estudio del texto de los propios libros, por la interpretación de estos libros por San Pablo, y especialmente, por la interpretación aceptada por los Padres y los usos litúrgicos de la Iglesia, que la sabiduría personificada de los Libros sapienciales es la Sabiduría increada, el Logos encarnado de San Juan, el Verbo hipostáticamente unido a la naturaleza humana, Jesucristo, el Hijo del Padre Eterno. Los Libros Sapienciales prueban que Jesús fue real y verdaderamente Dios.

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