jueves, 27 de abril de 2017

CUADROS POR AUTOR

Cuadros de Francisco de Zurbarán


San Lucas como pintor, ante Cristo en la Cruz, también conocido como San Lucas pintando la crucifixión o Crucificado con San Lucas, es un cuadro de Francisco de Zurbarán expuesto en el Museo del Prado de MadridEspaña. Está pintado al óleo sobre lienzo y mide 105 cm de alto por 84 cm de ancho. Probablemente el modelo para el evangelista es el mismo pintor.
El Cristo crucificado con San Lucas siempre ha sido considerado una de las imágenes más interesantes de Zurbarán ya que parece ser que el pintor se autorretrató en la figura del santo. Aunque San Lucas ejerció durante su vida la medicina en Siria, los pintores le consideran también su patrón ya que la leyenda le atribuye el retrato de la Virgen. Por lo tanto, Zurbarán ha elegido su efigie para representar a su santo patrón, con las paletas en la mano y la mirada hacia Dios. Junto a él está el Crucificado, que rompe con las normas iconográficas dictadas por Pacheco y seguidas fielmente en el Cristo de Velázquez ya que Zurbarán cruza los pies de Jesús, aunque coloca los cuatro clavos pero elimina el subpedáneo, otorgando así a la figura un mayor escorzo y movimiento. El artista continúa con los dictados del Naturalismo tenebrista y utiliza imágenes muy realistas hasta el punto de colocarse él mismo como San Lucas. Aunque existe cierta idealización en la figura de Cristo es sorprendente cómo se le marcan las costillas y la caja torácica para otorgar mayor veracidad a la escena. La fuerte luz procedente de la izquierda crea pronunciados contrastes entre zonas de luz y sombra, como tanto le gustaba también a Caravaggio. Por último, los tonos oscuros y la delicadeza de los pliegues son características específicas de toda la obra de Zurbarán.








San Serapio es un cuadro de Francisco de Zurbarán realizado en 1628.

Zurbarán firmó un contrato, en 1628, con los religiosos del convento de Nuestra Señora de la Merced Calzada y fue entonces cuando pintó a San Serapio, uno de los mártires de los mercedarios, muerto en 1240 a manos de los piratas sarracenos tras haber sido, seguramente, torturado.
Los religiosos mercedarios, según reza la tradición, pronunciaban un voto de "redención o de sangre", que les comprometía a dar su vida a cambio del rescate de los cautivos en peligro de perder su fe.
Zurbarán quiso representar el horror sin que en la composición se viera ni una gota de sangre. Aquí no se intuye el ensueño divino que precede a la Resurrección. La boca entreabierta no deja escapar ni un grito de dolor, demuestra el abatimiento paroxístico, dice en un soplo, simple y terriblemente, que ya es demasiado para seguir viviendo.
La gran capa blanca, casi un trampantojo, ocupando la mayor parte del cuadro. Si se hace abstracción del rostro, la relación entre la superficie total y la de este gran espacio blanco es, exactamente, el Número áureo.
El cuadro no representa la locura que convirtió en mártir al compañero inglés de Alfonso VIII. El pintor trata de provocar la empatía. El San Serapio de Zurbarán nos ofrece la manifestación sensible de un alma que abandona la vida al mismo tiempo que él se abandona también, al no encontrar ya la razón por la que existir. Serapio, ¿confía todavía en ese ser más poderoso que él, en "eso" prometido que le espera? ¿Qué piensa? Si es que puede pensar todavía. Una obra sanguinolenta no nos habría mostrado más que el grado de maldad de los torturadores y su complacencia. La trampa del voyeurismo, es evitada en esta composición.






Santa Águeda es un cuadro de Francisco de Zurbarán realizado entre 1630 y 1633. Forma parte del conjunto de lienzos conocidos como Santas de Zurbarán.
Después del Concilio de Trento el cardenal Paleotti encargó a los pintores los cuadros de siete santas, entre ellas la de Santa Águeda. Las leyes romanas prohibían matar a las jóvenes vírgenes; un prefecto siciliano, no pudiendo seducir ni violentar la virginidad milagrosamente protegida de santa Águeda, le hizo cortar los pechos y la encarceló. San Pedro se apareció a la joven y curó sus heridas. Debido a la naturaleza de su suplicio esta santa sólo aparece, en segundo plano, en tres cuadros del Siglo de Oro. Pero tanto la Orden de la Merced, como los conventos hospitalarios querían tener una imagen de ella: Santa Águeda, patrona de las nodrizas, piadosa auxiliadora de la lactancia, la que podía asegurar la subsistencia a los más débiles y a los más pobres.
Paul Valéry sentía gran admiración por esta Santa Águeda expuesta en el Museo Fabre (Montpellier) que, probablemente procedía del convento de la Merced Calzada.
Rolliza, como las Madonas del siglo XVI francés, la joven presenta sus senos puestos sobre una bandeja, sin ostentación alguna, mostrándolos con un gesto sencillo y digno. Con mucho contraste y sin modelación, la obra puede pertenecer al período tenebrista de Zurbarán.
Los ojos y los rasgos de la cara hicieron pensar a algunos críticos que se trataba de la misma modelo que posó para el cuadro de Santa Margarita.


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