lunes, 11 de febrero de 2019

EVANGELIO Y LECTURA DEL 17 DE FEBRERO DEL 2019


Lecturas del Domingo 6º del Tiempo Ordinario - Ciclo C



Primera lectura

Lectura del libro de Jeremías (17,5-8):

Así dice el Señor: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 1,1-2.3.4.6

R/.
 Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.

Será como un árbol plantado
al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.

No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,12.16-20):

Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.

Palabra de Dios

Evangelio

Evangelio según san Lucas (6,17.20-26), del domingo, 17 de febrero de 2019
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Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,17.20-26):

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacian vuestros padres con los falsos profetas.»

Palabra del Señor


Comentario al Evangelio del 

Fernando Torres cmf

¡Benditos y malditos!
      A veces conviene exagerar para que se entienda bien lo que se quiere decir. Así hace la primera lectura. Plantea dos formas de vida muy opuestas. Son tan opuestas las dos que en realidad no se dan en la vida real. Es de dudar que existen los que confían sólo y exclusivamente en sí mismos. Y también es de dudar que nosotros seamos de los que confiamos única y exclusivamente en Dios. Pero la oposición nos sirve para comprender por donde deberíamos orientar nuestra vida. Porque con cada uno de los extremos se relacionan en la lectura unas ideas. Los que “confían en el hombre” se parecen a un “desierto”, que es lugar de muerte, estéril y vacío de Dios. Los que “confían en el Señor” son como árboles plantados en agua que siempre dan fruto. Es como si vivieran en un oasis, lugar de vida en medio de la muerte que es el desierto.
      Algo parecido nos plantea Jesús en el evangelio de Lucas. En esta versión de las bienaventuranzas, diferente de la de Mateo, las bendiciones se presentan en paralelo con unas maldiciones. Las maldiciones recogen prácticamente las mismas ideas que hemos comentado de la primera lectura. Los que confían en sí mismos, en el hombre, no tienen mucho futuro. Parece que están condenados al sufrimiento y a la muerte. Confían en sí mismos porque son ricos, porque comen en abundancia, porque gozan y porque todos hablan bien de ellos. En el lado opuesto están los que son declarados “bienaventurados” o “felices” por Jesús. 
      Pero hay un hecho importante a resaltar en este lado de la oposición. Si en la primera lectura se declaraba “bendito” al que confiaba en el Señor, en el Evangelio se declara “bienaventurado” no al que confía en el Señor sino simplemente a los que en este mundo les ha tocado la peor parte. Jesús no dice “dichos los pobres que confían en Dios”. Dice simplemente “Dichosos los pobres” y “los que tienen hambre” y “los que lloran”. Sin más. No es necesario ningún título más para merecer ser declarados “bienaventurados” por Jesús y recibir la promesa de reino. Sólo la última de las bienaventuranzas se refiere a los discípulos de Jesús, a los que serán perseguidos por causa de su nombre. Esos también son “bienaventurados”. 
      El amor y la misericordia de Dios son para todos los hombres y mujeres. Precisamente por eso se manifiesta, en primer lugar, a aquellos que no tienen nada, a los que les ha tocado la peor parte en este mundo. A ellos se dirige preferentemente el amor Dios. A ellos les tenemos que amar preferentemente los cristianos porque son los “bienaventurados” de Dios. Porque son nuestros hermanos pobres y abandonados. Nosotros confiamos en que en el reino nos encontraremos todos, ellos y nosotros, compartiendo la mesa de la “bienaventuranza”. 

Para la reflexión
      ¿Quiénes son, cerca de nosotros, los pobres, los que pasan hambre, los que lloran? ¿Qué hacemos en nuestra comunidad para que se sientan los amados y preferidos de Dios? ¿O preferimos mirar sólo por nuestro bien y confiar en nosotros mismos? ¿Qué podríamos hacer?









Liturgia Viva del Domingo 6º del Tiempo Ordinario - Ciclo C

DOMINGO SEXTO (Ciclo C)
Aquellos a Quienes Dios Hace Felices. Dios Está con Los Pobres

Saludo (Ver la Primera Lectura)
Que toda bendición venga sobre ustedes,
que se reconocen pobres
y por tanto ponen su confianza en el Señor;
Toda bendición sobre ustedes
ya que el Señor es su esperanza.
Que la gracia del Señor esté siempre con ustedes.

Introducción
1.    Aquellos a Quienes Dios Hace Felices
    La gente que tiene todo lo que necesita,  o que  piensa que necesita, no se abre fácilmente a Dios, ni tampoco a otras personas. Por otra parte, personas que atraviesan dificultades son generalmente más abiertas a los demás, más receptivas a la ayuda y al amor de Dios y de los hermanos, y por consiguiente, son también más abiertas para ver las necesidades de otros y para ayudarles; ya que saben por experiencia lo que significa ser pobre, preocupado, afligido y dependiente de otros. --- Jesús nos pide hoy que lleguemos a ser personas dispuestas a sentir nuestras propias necesidades y a depender de Dios. Entonces nos abriremos más fácilmente a nuestro prójimo, tanto para recibir como para dar.  --- Reconozcamos ahora nuestra pobreza y dependencia ante el Señor.

2.    Dios Está con Los Pobres
    A los torpes y desdichados, a los que sufren y son perseguidos, el Señor les asegura: “¡Considérense felices y dichosos, porque yo estoy con ustedes! Nunca les abandonaré. Les voy a cargar sobre mis hombros, porque ustedes son conscientes de su pobreza y confían en mí”.  --- Pidamos al Señor que nos cuente entre los pobres que se fían de él  y confían en él,  y que nos acoja en su reino.

Acto Penitencial
Con demasiada frecuencia somos demasiado autocomplacientes como para dejar lugar a Dios y a los hermanos… Pidamos ahora perdón a Dios y los unos a los otros.
    (Pausa)
  • Señor Jesús, tú te hiciste pobre por nuestra causa para enriquecernos con tu perdón y tu vida.
    R/ Señor, ten piedad de nosotros.
  • Cristo Jesús, tú viniste para unirte a nosotros en nuestras miserias, para curarnos y para traernos gozo y alegría.
    R/  Cristo, ten piedad de nosotros.
  • Señor Jesús, tú provocas en nosotros hambre de amor duradero para colmarnos con tu felicidad eterna:
    R / Señor, ten piedad de nosotros.
Perdona nuestras debilidades, Señor, y haz que vivamos para ti y para los hermanos.
Llévanos a la vida eterna.

Oración Colecta
Pongamos nuestra confianza en Dios
y esperemos todo de él
a causa de Jesús, nuestro Señor resucitado.
        (Pausa)
Oh Dios y Padre nuestro:
Tú solicitas hoy de nosotros, por medio de tu Hijo,
que nos va a proclamar las Bienaventuranzas,
elegir libremente y con responsabilidad
el tipo de felicidad que perdure.
Que el evangelio de las Bienaventuranzas nos mueva
a reconocer la vaciedad y pobreza
de las riquezas materiales y del poder humano
y llene nuestra indigencia y pobreza
con la riqueza y la libertad
de tu verdad, tu amor y tu justicia,
que tú nos ofreces por medio de Jesucristo,
tu Hijo resucitado y Señor nuestro
por los siglos de los siglos.

Primera Lectura (Jer 17,5-8): Una Maldición o una Bendición: Esa es tu Opción
    Por medio del profeta, Dios pide a su pueblo escoger entre dos caminos:  los caminos humanos o el camino de Dios. Solamente el camino de Dios conduce a la felicidad.

Segunda Lectura (1 Cor 15,12.16-20): Si Cristo No ha Resucitado, Nuestra Fe Es Ilusoria.
    Cristo resucitó de entre los muertos. Su resurrección es la señal y promesa de que nuestros pecados están perdonados, de que la vida vale la pena, y de que un día resucitaremos con él.

Evangelio (Lc 6,17.20-26): ¡Felices Ustedes… Ay de Ustedes…!
    Considérate dichoso y afortunado, dice Lucas, si eres pobre y rechazado, porque entonces estás abierto todavía a Dios.  De los autosatisfechos es de quienes tenemos que tener lástima, porque se cierran al futuro prometido por Dios.

Oración de los Fieles (J. Feder, adaptado)
Jesús nos ofreció su propia definición de quiénes son felices y de quiénes  hay que tener compasión. Pidámosle que nosotros juzguemos y vivamos  no según nuestros esquemas mentales sino según los suyos, y digamos: R/ Señor, escucha nuestra oración.
  • Por los pobres y afligidos, para que el Señor cumpla su promesa y les conceda sus expectaciones; por los satisfechos, para que el Señor cambie sus corazones y les haga capaces de amar generosamente, roguemos al Señor.  R/ Señor, escucha nuestra oración.
  • Por los que padecen hambre, para que el Señor mismo les dé el pan de vida eterna, y a nosotros nos inspire a compartir con ellos nuestro pan de cada día; y por los que se sienten ahora llenos de sí mismos,  que  el  Señor  les  despierte su hambre interior y abra sus corazones  para  que confíen  en él, roguemos  al  Señor.  
    R/ Señor, escucha nuestra oración.
  • Por los que ahora lloran, para que el Señor les consuele con su amor; y por los que ahora ríen, para que les recuerde la seriedad de la vida y les haga capaces de reflexionar y de cambiar de actitudes, roguemos al Señor.  
    R/ Señor, escucha nuestra oración.
  • Por los que son  insultados, odiados, rechazados, para que el Señor una sus sufrimientos a su propio sufrimiento; por los que  reciben alabanzas y son halagados y adulados, para que el Señor los despierte de su autocomplacencia y les revele también a ellos el misterio de su cruz, roguemos al Señor.  
    R/ Señor, escucha nuestra oración.
Señor Jesucristo, tú quisiste experimentar  la pobreza, el hambre, el sufrimiento y la persecución, que son el lote de tantos hombres y mujeres en el mundo de la pobreza y la miseria. Haznos participar en la novedad de tu propia vida de resucitado, y que nuestras vidas proclamen la felicidad que nos prometes y a la que nos llamas, porque tú eres nuestro Señor y Salvador por los siglos de los siglos.

Oración sobre las Ofrendas
Señor Dios, Padre amoroso:
En la pobreza de nuestros corazones
tú nos das a tu Hijo Jesucristo
como nuestro alimento y nuestra bebida de vida.
Que él nos dé valor
para poner toda nuestra confianza y esperanza en él,
de modo que le sigamos, no de modo ciego,
sino con deliberación y conocimiento profundos
en su camino de lealtad y pobreza,
para que obtengamos con él tu felicidad
que permanece para siempre,
por los siglos de los siglos.

Introducción a la Plegaria Eucarística
    Demos gracias y alabanza a nuestro Padre del cielo, porque sabemos que estamos en sus manos. En él y por él tenemos vida y verdadera felicidad.

Introducción al Padre Nuestro
Con los que tienen hambre de pan, de amor y de felicidad,
roguemos al Padre del cielo con las palabras que su Hijo Jesús nos enseñó.
R/ Padre nuestro…


Líbranos, Señor
Líbranos, Señor, de la maldición
de poner nuestra confianza en nosotros mismos,
en nuestras posesiones, en nuestros propios planes,
en nuestros esquemas mundanos para lograr felicidad.
En cambio, danos la bendición
de caminar por tus caminos,
aunque nos parezcan inseguros,
de vivir desprendidos, aceptando nuestra pobreza,
y hambreando tu amor y tu verdad,
mientras aguardamos con gozosa esperanza
la venida gloriosa de Jesucristo resucitado,
Señor y Salvador nuestro.



Invitación a la Comunión
Este es el Señor, Jesús, que dijo:
“Dichosos ustedes que son pobres;
dichosos ustedes que ahora pasan hambre,
porque serán saciados”.
Dichosos  realmente nosotros,
invitados a la mesa del Señor
para llenarnos de su vida y bendición.
R/ Señor, no soy digno…

Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro:
Las palabras que hoy hemos escuchado de Jesús, tu Hijo,
son difíciles de oír y de aceptar;
van en contra de nuestra mentalidad humana.
Que tu Hijo nos haga sabios
con tu propia actitud interior y tu sabiduría
y que nos dé valor
para estar al lado de los pobres y de los que sufren,
para que nuestra insuficiencia humana
atraiga las riquezas de tu gracia,
que tú nos ofreces
por medio de Jesucristo nuestro Señor.

Bendición
Hermanos: Maldición o bendición… Elijan, dice Jeremías.
Felices ustedes… Ay de ustedes, dice Jesús, por medio del evangelista Lucas. Seamos conscientes de nuestra propia indigencia;  de  que,  después  de  todo, ante  Dios somos mendigos que tenemos que abrir nuestras manos y extender nuestros brazos hacia él,  para lograr una felicidad auténtica y duradera.
Que no nos diga nunca el Señor un “ay de ustedes” o una maldición, sino una bondadosa bendición. 
Y así, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y permanezca para siempre. 

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