La Virgen de los Plateros, también conocida como Inmaculada con San Antonio y San Eloy,1 es una pintura del artista español Juan de Valdés Leal. La obra fue encargada por el gremio de plateros de Córdoba destinada a un altar situado en la antigua calle Pescadería.2 Fue retirada de dicho altar en 1841, y actualmente se conserva en el Museo de Bellas Artes de Córdoba (España).
Esta pintura estaría inspirada en la obra Inmaculada con Fray Juan de Quirós de Murillo.1 3 4 Muestra a la Virgen María situada sobre un pedestal, a cuyos lados se arrodillan los santos San Antonio de Padua y San Eloy.1 Toda la escena está rodeada de querubines, uno de los cuales porta la siguiente leyenda: «El Platero Universal / de Dios el Eterno Padre / una Joya hizo tal / que en ella puso el caudal / porque fuera para su Madre».
La Virgen niña en oración o María niña es un cuadro del pintor Francisco de Zurbarán, realizado entre 1658 y 1660, que se encuentra en el Museo del Hermitage de San Petersburgo, Rusia.
Realizada unos años antes de la muerte del pintor, mientras se hallaba en Madrid (se había marchado de su ciudad de residencia, Sevilla, a causa de la peste), bajo el amparo de su amigo Diego Velázquez.
El lienzo representa a María en su niñez, orando mientras hace una pausa en su costura. En su regazo hay un paño blanco, identificado tradicionalmente con el sudario de su hijo, en el que se creía que pensaba en el momento de su oración.1
El tema surge de los escritos medievales, donde se afirmaba que la virgen pasó su juventud encerrada en el Templo de Jerusalén, cosiendo y rezando.
El pintor tiene otra obra de temática similar, Virgen niña en éxtasis, del Museo Metropolitano de Arte.
La Virgen, quien adora al Niño dormido es una pintura del artista italiano Giovanni Battista Salvi da Sassoferrato de c. 1650. Es un óleo sobre lienzo y mide 92.2 x 74.8 cm.
La pintura tiene como centro al Niño Jesús quien duerme desnudo sobre una almohada y una sábana blanca; su cuerpo tiene un marcado escorzo. Acariciando su cabello está su madre, la Virgen María, quien se encuentra vestida de rojo con una túnica azul y un manto de color blanco. María sostiene con su mano la sábana sobre la que descansa Jesús para cubrirlo, se cree que esta es una alegoría al momento en que la Virgen retira el sudario que cubrió el cuerpo de Cristo después de la crucifixión.1
Al fondo se encuentra un paisaje compuesto por un árbol y un montículo de tierra, aunque el artista simuló una mayor profundidad en este, aunque la mayor parte de este lo compone un cielo.
En esta obra se puede observar un contraste muy marcado entre los personajes y el fondo más inmediato a ellos, pues este ültimo es casi negro, y las figuras se encuentran muy iluminadas, lo cual es una característica de la pintura barroca desarrollada en la Península Itálica.
La visión de San Antonio de Padua es una obra del pintor Bartolomé Esteban Murillo, realizada originalmente en 1656 para la capilla de san Antonio de la Catedral de Santa María de la Sede de Sevilla, donde se encuentra actualmente.
Historia
Fue encargado por el cabildo catedralicio en octubre de 1656 para decorar el altar de la capilla de San Antonio, usada entonces para bautizos. Fue colocado en un retablo, obra de Bernardo Simón de Pineda. Murillo sigue la tradición de Herrera el Viejo, al crear un cuadro grande para una capilla pequeña.
Durante la ocupación francesa de Sevilla, en el marco de la invasión napoleónica a España, el tesoro de la catedral de Sevilla fue objeto de un expolio perpetrado por las tropas del mariscal francés Jean de Dieu Soult. Una de las obras confiscadas por el militar fue la Inmaculada de Soult y el Nacimiento de la Virgen, de Murillo. En principio, el francés pensaba obtener la Visión de San Antonio de Padua, pero el cabildo propuso intercambiarla por el Nacimiento de la Virgen y la obra permaneció en la capilla de San Antonio.1
En 1874 un ladrón recortó la figura del santo y la ofreció a un anticuario de Nueva York. Sin embargo, éste permitió que la embajada española comprara el recorte. Fue devuelto a la catedral y al año siguiente la pintura fue restaurada por Salvador Martínez Cubells.
Análisis
El santo se encuentra leyendo sobre la austera mesa de una gran estancia, cuando de pronto recibe la visita del Niño Jesús rodeado de ángeles —símbolos de pureza—. San Antonio interrumpe sus tareas y se arrodilla ante la visión. La luz que emana de la sagrada figura ilumina toda la escena.
La puerta al fondo de la estancia permite apreciar los detalles arquitectónicos, especialmente la columna. Murillo consigue con esto un estupendo efecto atmosférico, como en los mejores cuadros de Diego Velázquez. Varias figuras escorzadas acentúan la teatralidad barroca de la que estaban dotadas casi todas las obras de altar, como en los lienzos de Rubens, Herrera el Mozo y Van Dyck.
Un juego de luces, muy bien estructurado, unifica la composición y utiliza una amplia gama de colores para otorgar cohesión a la composición. Sin duda, Murillo consigue un estilo propio, más naturalista y con menos claroscuro —herencia de Francisco de Zurbarán y su generación—.
No hay comentarios:
Publicar un comentario