«El Miserere» es uno de los cuentos englobados dentro de las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, publicado el 17 de abril de 1862 en El Contemporáneo. Ha sido objeto de varias adaptaciones, como la historieta realizada en 1971 por Carlos Giménez.
Estructura[editar]
Se presentan dos leyendas.
Presentación del relato a través del autor (de Bécquer).
Tres partes relatadas por el anciano:
- Primer capítulo: introducción.
- Segundo capítulo: nudo.
- Tercer capítulo: desenlace.
Conclusión (el autor reaparece de nuevo).
Relación con otras obras literarias[editar]
Esta leyenda la podemos relacionar con La rosa de la pasión, porque ambas son de carácter religioso y también porque tienen relación con la muerte. Asimismo tiene relación con su leyenda La cueva de la mora, ya que cerca de este monasterio cisterciense hay unos balnearios renombrados, como el propio autor dejó escrito en esta leyenda.
Otra obra literaria con la que tiene relación es con el antiguo mito de Anfión, pues tiene su semejanza en que los dos utilizan el poder de la música en relación con las piedras.
Miserere es el nombre que se da al salmo 50 de David en la Biblia por empezar con dicha palabra en la versión latina. El Miserere de Allegri se canta a cappella. Está escrito para dos coros, uno de cuatro voces y otro de cinco. El primer coro canta una versión simple del tema original y el otro, a cierta distancia, canta un comentario más elaborado. Esta obra constituye uno de los mejores ejemplos del estilo polifónico del Renacimiento, llamado en el siglo XVII stile antico o prima prattica, y denota las influencias combinadas de la escuela romana (Palestrina) y veneciana (Andrea y Giovanni Gabrielli, el coro doble).
Adaptaciones a otros medios[editar]
En el número 8 de la revista Trinca, correspondiente a febrero de 1971, se publicó una adaptación a historieta por Carlos Giménez. En esta edición, el director de la revista, Isidoro Carvajal, sustituyó la frase "¿Me habrán engañado?", que ya aparecía en el texto becqueriano original, por "¡Dios mío!".1 Ese mismo año, Antonio Laracalificaba esta historieta como "una de las mejores obras de la especialidad, no sólo en España, sino en todo el mundo".2destacando la perfecta ligazón de música, textos, grafías e imágenes en un ritmo visual que se adecúa perfectamente al material literario entre la realidad y la pesadilla que constituye su punto de partida. Este teórico no deja, sin embargo, de criticar la definición formularía de los rostros, y ciertos excesos formales en alguna viñeta.
Representación teatral del miserere[editar]
Para escribir el miserere Bécquer se inspiró en el 1º monasterio Cister de España, en Autol (La Rioja). Desde hace ya 19 años se hace la representación del Miserere en dicho manasterio a más de 1100 m de altura, en pleno monte.
El Monte de las Ánimas es uno de los relatos que forman parte de la colección de Gustavo Adolfo Bécquer llamada Soria. La leyenda cuenta lo que le ocurrió a un joven llamado Alonso al intentar complacer a su prima durante la noche de difuntos, la noche de la festividad de Todos los Santos. Se publicó el 7 de noviembre de 1861 con dieciséis leyendas más, en el diario El Contemporáneo.
Bécquer pretende haber recibido la leyenda por vía oral, y trata de darle vista de realidad con nuevos consejos, al final de la leyenda la historia del cazador.
Estructura[editar]
La obra consta de una pequeña introducción, tres partes y el epílogo.
- Prólogo. El autor narrador dice haber oído la leyenda en Soria y que siente miedo al escribirla. La leyenda está escrita en tercera persona y tiene un narrador editor-historiador. El autor cuenta unos hechos que a él ya se los habían contado anteriormente. Al principio de la novela se ve con claridad cuando dice al principio de la leyenda:
"La noche de los difuntos me despertó a no sé que hora el doble de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria. (...) Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo, cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche."
- Alonso narra a su prima Beatriz los sucesos que ocurrieron en tiempos de los Templarios en el Monte de las Ánimas.
- Cambio de escenario, el castillo de los condes de Alcudiel.
- Abandono de Beatriz.
- Epílogo. El autor narrador añade nuevas letras a la leyenda.
La acción transcurre en la Edad Media, y la leyenda es contada por el personaje Alonso, dentro de la obra. Se podría decir que en el momento que la cuenta está recordando unos hechos que el propio personaje ya sabía. Son unos hechos que representa que son verosímiles, ya que los cuenta con todo detalle. Por lo tanto, se produce un flash back, es decir, recuerda una historia que pasó con anterioridad a la época que ellos están viviendo. Entonces cuenta su recuerdo, que ocurre en veinticuatro horas, desde la mañana hasta el amanecer del día siguiente.
Sinopsis[editar]
La historia transcurre en Soria, en el llamado Monte de las Ánimas, el día de los difuntos. Los Condes de Borges y de Alcudiel, junto a sus hijos Beatriz y Alonso y pajes iniciaban el camino hacia la cacería, montados a caballo. Alonso, empezó a relatar una leyenda, la del Monte de las Ánimas. Al parecer, a este monte que llamaban de las ánimas pertenecía a los Templarios, que eran guerreros y religiosos a la vez. Cuando los árabes fueron expulsados de Soria, el Rey los hizo venir para defender la ciudad, lo que ofendió a los nobles de Castilla y se creó rivalidad entre ellos. Así, se inició una batalla hasta que el rey finalizó la lucha; el monte fue abandonado y en la capilla de los religiosos se enterraron los cuerpos de unos y otros. Cuenta la leyenda que cuando llega la noche de los difuntos las almas de los muertos corren junto con los animales del monte y nadie quiere estar ahí en dicha fecha.
Una vez en casa de los Condes y reunidos junto a la lumbre, sólo los primos estaban ajenos a la conversación: Alonso y Beatriz, hasta que Alonso rompió el prolongado silencio diciéndole a su prima que, debido a que ella se separará de él próximamente, le gustaría hacerle un regalo para que se acordara siempre de él. Después de insistir mucho, la joven acepta una joya sin decir nada y su primo a cambio le pidió algún obsequio suyo. Beatriz estuvo conforme y le expuso que en el Monte de las Ánimas perdió la banda azul y que era lo que deseaba regalarle.
Alonso se sentía muy fuerte a la hora de luchar con cualquier bestia, pero le aterrorizaba la idea de ir a ese oscuro lugar en aquella fecha tan indicada y sintió miedo. Entonces se vio motivado por una sonrisa de la bella dama y se dirigió, aterrorizado, a recuperar la banda perdida para así contentar a Beatriz.
Las horas pasaron y Beatriz se desveló al creer oír su nombre en una pesadilla. Al despertarse no pudo volver a conciliar el sueño, así que decidió ponerse a rezar muy asustada. Cuando amaneció se avergonzó de su comportamiento de la noche anterior al haberse asustado, y, entonces, vio su banda azul ensangrentada y desgarrada en su mesilla de noche. Beatriz se quedó petrificada, no podía creer lo que veía. Más tarde fueron a avisarla sus sirvientes de una triste noticia: Alonso había sido devorado por los lobos del monte, pero la encontraron muerta.
Dicen que después de este suceso, un cazador tuvo que permanecer una noche dentro del monte de las ánimas, y que antes de morir pudo contar que vio los esqueletos de los antiguos Templarios y de los nobles sorianos enterrados en la capilla levantarse, y además, pudo ver también como una mujer hermosa desmelenada, corría apresuradamente, con los pies ensangrentados , perseguida por caballos y lanzando chillidos de terror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
Espacio y personajes[editar]
La historia transcurre en el Monte de las Ánimas, situado a las afueras de Soria y a orillas del Duero.
Otras referencias especiales que aparecen en la Leyenda son:
- La ciudad de Soria. Destaca entre la referencia que de ella se hacen el reloj del Postigo. La Puerta del Postigo era una de las puertas de la muralla de Soria, todavía conservada en época del autor.
- El convento de San Polo, situado a las afueras de Soria y del que hoy solo se conserva la iglesia. Su fundación se atribuye a la orden de los Templarios.
- San Juan de Duero. Monasterio románico de Soria perteneciente a la Orden de Malta.
- El Monte de las Ánimas. Situado a las afueras de Soria y a orillas del Duero. Cierta cofradía rendía los frutos de ese paraje para recaudar fondos con los que decir mirar por las almas de los difuntos, de ahí el nombre del Monte.
Por su parte, los personajes son:
- Alonso: Heredero de las tierras en las que se desarrolla la historia. Es un muchacho joven e inocente. Se encuentra enamorado de la hermosa Beatriz. Muere por complacerla al ir en busca de un objeto perdido de ella.
- Beatriz: Es la prima de Alonso, hija de los condes de Borges. Es una mujer joven y hermosa con caballera oscura, labios finos y profundos ojos azules.
- Otros personajes: Condes, sirvientes, cazadores, templarios e hidalgos.
Temas[editar]
En la leyenda se establecen los siguientes temas:
- Hay una conexión que encaja dos temas a la vez. Bécquer recoge el tema folclórico universal con el enfrentamiento de los templarios contra los nobles señores de Soria, y añade a la obra el carácter de la mujer, la cual engaña al hombre para conseguir sus propósitos y dominarlo. Estos dos temas van constantemente relacionados durante la obra, son los que se ven con más claridad, que son la lucha y el amor.
- Aparece lo tradicional y el arte, con elementos como por ejemplo la iglesia que toca las campanadas a las doce de la noche para informar que es el día de todos los santos. En la obra también se pueden destacar toda clase de ruidos extraños, como por ejemplo: el ruido de unas pisadas que sonaban sobre la alfombra de Beatriz, el crujido de la madera; el azote de los vidrios del balcón; el agua que caía sin cesar, los ladridos de los perros, y las ráfagas del viento. Con todos estos sonidos lo que pretendía Bécquer era transmitir al lector sentimientos de miedo e inquietud.
Relación con otras obras[editar]
El castigo eterno de la mujer desdeñosa es tema frecuente en el arte y la literatura. Giovanni Boccaccio trató el mismo tema en el cuento titulado Historia de Nastagio o degli Onesti cuya protagonista también es perseguida por un jinete.
Botticelli pintó una serie de cuadros basándose en la historia de Boccaccio.
También se puede establecer una relación con obras musicales: El arquitecto gallego Rodríguez Losada estrenó una ópera sobre dicho texto. En 2008, la banda española de juglar metal Saurom creó un tema musical basándose en la leyenda del Monte de las Ánimas.
El grupo de los ochenta Gabinete Caligari nombra dicho monte en su canción "Camino Soria " con las frases "Cuando divises el monte de las ánimas, no lo mires, sobreponte, y sigue el caminar" o "Becquer no era idiota".
EL MONTE DE LAS ÁNIMAS
La noche de difuntos me despertó á no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo á las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada la imaginación, es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí á escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.
I
— Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta á la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el monte de las Animas.
— ¡Tan pronto!
— A ser otro el día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán á tañer su campana en la capilla del monte.
— ¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido á él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos: los condes de Bórges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron á sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva á bastante distancia.
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
—Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía á ios Templarios, cuyo convento ves allí á la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos á la vez. Conquistada Soria á los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio á sus nobles de Castilla, que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir á sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, á pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban á sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fué parte á detener á los unos en su manía de cazar y á los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó á cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fué una cacería, fué una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos á quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó á arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos, se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en girones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aullan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Animas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso á la ciudad por aquel lado. Allí esperaron el resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
II
Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas á la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, á propósito de la noche de difuntos, cuentos temerosos, en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel, y las campanas de las iglesias de Soria doblaban á lo lejos con un tañido monótono y triste.
— Hermosa prima, exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban, pronto vamos á separarnos, tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
— Tal vez por la pompa de la corte francesa, donde hasta aquí has vivido, se apresuró á añadir el joven. De un modo ó de otro, presiento que no tardaré en perderte... al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo á dar gracias á Dios por haberte devuelto la salud que viniste á buscar á esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló á la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
— No sé en el tuyo, contestó la hermosa, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir á Roma sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
— Lo sé, prima: pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo entre todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios, y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron á quedarse en silencio, y volvióse á oir la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos, y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó á anudarse de este modo:
— Y antes que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
— ¿ Por qué no? exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
— ¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy á la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
— Sí.
— Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido y pensaba dejártela como un recuerdo.
— ¡Se ha perdido! ¿y dónde? preguntó Alonso incorporándose de su asiento, y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
— No sé... en el monte acaso.
— ¡En el Monte de las Animas, murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial; en el Monte de las Animas!
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
— Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he llevado á esa diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; yo he combatido con ellas de día y de noche, á pie y á caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como á una fiesta; y sin embargo, esta noche... esta noche, ¿á qué ocultártelo? tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora á levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas! cuva sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos ó arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adonde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
— ¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía; movido como por un resorte, se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza, y no en su corazón, y con voz firme exclamó dirigiéndose á la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
— Adiós, Beatriz, adiós. Hasta... pronto.
— ¡Alonso! ¡Alonso! dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso ó aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído á aquel rumor, que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las campanas de la ciudad doblaban á lo lejos.
III
Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba á punto de sonar, y Beatriz se retiró á su oratorio. Alonso no volvía; no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
— ¡Habrá tenido miedo! exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose á su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la Iglesia consagra el día de difuntos á los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió: se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campaña, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído á par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
— Será el viento, dijo; y poniéndosela mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes con un chirrido agudo, prolongado y estridente.
Primero unas, y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso á su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante, lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles, ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve, y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba á escuchar: nada, silencio.
Veía con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
— ¡Bah! exclamó, volviendo á recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho; ¿soy yo tan miedosa como estas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oir una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir... pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió á incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión; las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y á su compás se oía crujir una cosa como madera ó hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba á la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía, y caía con un rumor éterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna á Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos á los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía á reirse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas; sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fué á buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos á noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que á la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Animas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos á una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
IV
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Animas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, se asegura que vio á los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla, levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como á una fiera á una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
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