Alfonso, vuestro noble y grave canto,
con quien de eternos giros la armonía
asuena, celebrar de la luz mía
debiera la belleza que honro y canto;
que yo la dura fuerza de mi llanto
muestro, y mal fiero y la ponzoña fría,
y el bien que a mi esperanza se desvía,
cuando en cuitoso son la voz levanto.
No que a mi nombre humilde diera gloria,
que ya osa alzar igual por vos la frente,
a quien ilustra el Arno, grato al cielo;
mas estimar si puedo esta memoria
verá el ilustre reino de Occidente
cuánto en vuestra alabanza ensalzo el vuelo.
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Fué el amor! fué el amor! el sentimiento
Que enciende el corazón en llama pura,
El primero en hablarte con ternura
De la gloria, provocando tu ardimiento.
Despues la patria en funeral lamento
Dolióse de su negra desventura
Y fiera esclavitud, á tu bravura
Pidiendo el fin de su fatal tormento.
La patria y la beldad! los dos amores
Tu noble pecho juvenil llenaron
Con sus santos y divos resplandores;
Y corriste á la lid, y en tí miraron
Los bravos insurgentes de Dolores
El mejor capitan que ambicionaron.
A Antonio
(El año que se prohibió la función cívico-religiosa del Dos de Mayo)
|
|
Grande llaman, Antonio, -¡qué simpleza!-
a los que mueren por la patria cara...
¿Ves qué manera tan inculta y rara
tiene la plebe de adquirir grandeza?
Mete por esos hierros la cabeza;
derriba la columna, rompe el ara;
si te falta valor, vuelve la cara;
que, de espaldas, asusta tu fiereza.
¡Murieron de arrojados e inexpertos!...
Y ¿han de estar por tan fútiles motivos,
de grandeza y honor siempre cubiertos?
¡Acaben los recuerdos aflictivos!
¿Qué importan las cenizas de los muertos
a quien vende la sangre de los vivos?
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
A tí, de alegres vides coronado,
Baco, gran padre domador de Oriente,
He de cantar; á tí, que blandamente
Tiemplas la fuerza del mayor cuidado;
Ora castigues á Licurgo aírado,
O á Penteo en tus aras insolente,
Ora te mire la festiva gente
En sus convites dulce y regalado,
O ya de tu Ariadna al alto asiento
Subas ufano la mortal corona
Vén fácil, vén humano al canto mio;
Que si no desmerece el sacro aliento,
Mi voz penetrará la opuesta zona,
Y al Tibre envidiará el Hispalio rio.
A Baco pide Midas que se vuelva
oro cuanto tocare (¡ambición loca!);
vuélvese en oro cuanto mira y toca,
el labrado palacio y verde selva.
Adonde quiera que su cuerpo envuelva,
oro le ofende, y duerme en dura roca;
oro come, oro bebe, que la boca
quiere también que en oro se resuelva.
La Muerte, finalmente, su auricida,
triunfó de la ambición, y en oro envuelto,
se fue secando, hasta su fin postrero.
Así yo, triste, acabaré la vida,
pues tanto amor pedí, que, en amor vuelto
el sueño, el gusto, de abundancia muero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario