A Carmela (En camino de ser madre por segunda vez)
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¡Vengan hijos de ti, cuya ternura
se hará apacible del vivir la senda,
si luce en cada uno alguna prenda
de tantas como adornan tu hermosura!
Imiten los varones la bravura
con que al potro andaluz sueltas la rienda;
y enamore en las hembras y suspenda
tu dulce trato, tu virtud segura.
Mire el mundo sin fin reproducidas
tu faz hermosa, tus contornos bellos,
alma sencilla y corazón valiente:
y en tus nietos tus gracias esparcidas,
la edad futura te amará por ellos,
como por ti te adora la presente.
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Si al marchitarse tu gentil belleza
De impuros goces al embate fuerte,
Como beso postrer el de la muerte
Sintieras, sin pesares ni tristeza;
Si al reclinar tu lánguida cabeza
En el lecho de amor, quedase inerte,
¿Qué dicha cual la tuya? ¿mejor suerte
Te pudiera ofrecer Naturaleza?
Mas no; que el tiempo al trascurrir impío
Reserva para tí tormento y llanto,
Desprecio, olvido, sinsabor y hastío;
De tantos sueños y delirio tanto
Recuerdo amargo en hospital sombrío
Y el último rincon del camposanto.
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Sin freno ni pudor, encenegada
Allí en las ondas del deleite impuro,
Tú vives sin pensar en lo futuro,
De tus deberes santos olvidada.
¿Quién puede contener la arrebatada
Corriente que te arrastra á un mal seguro?
Para volverte al bien ya no hay conjuro,
Y ruedas al abismo, despeñada.
¡Qué horrible despertar el que te espera
Tras ese sueño del amor insano!
¡Qué horrenda realidad tras la quimera
Del goce que imaginas soberano,
Al llegar la vejez adusta y fiera
Con sus arrugas y cabello cano....!
No mujer... ¡Hada eres! Si amorosa
las manos tiendes al callado viento,
en él despiertas lánguido concierto
como la brisa en arpa melodiosa.
No mujer, bella Carmen... Eres diosa;
y de tu rostro el celestial portento
irradia el infinito sentimiento,
ser de tu ser, inspiración hermosa.
No mujer... ¡Eres ángel! Tu pureza
eclipsa la del sol: la sensitiva
no es como tú modesta y delicada.
Yo admiro arrebatado tu grandeza;
pero calla mi voz, no osando altiva
cantar a la que es ángel, diosa y hada.
Pende en el foro, triunfo de un malvado,
la cabeza de aquel que la ruina
evitó a Roma, muerto Catilina,
y padre de la patria fue aclamado.
La ve el pueblo en los Rostros conturbado,
y un mudo horror los ánimos domina;
en los Rostros, do aquella voz divina
fue de la libertad muro sagrado.
¡O Cicerón! si tantos beneficios
paga tu ingrata patria de esta suerte,
¿cómo espera magnánimos patricios?
Mas ¿qué importa el morir? Témante ¡o muerte!
los viles siervos del poder y vicios,
pero el sabio ¿qué tiene que temerte?
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