martes, 12 de febrero de 2019

SONETOS

A la muerte de Cicerón
de Juan de Arguijo 
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.



Deten un poco la cobarde espada,
Cruel Pompilio, ingrato, y considera
La injusta empresa que á tu brazo espera,
Y largos siglos ha de ser llorada.

¿Posible es que se ve tu mano armada
Contra el gran Tulio, á quien librar debiera
En igual recompensa de la fiera
Muerte, á tu ingratitud recomendada?

¡Oh, cuán poco aprovecha la memoria
Del recibido bien, que al obstinado
Ninguna cosa de su error le muda!

Desciende el golpe sobre la alta gloria
De la latina lengua; derribado
Deja el valor, y la elocuencia muda.








A la muerte de D. Pío de Tristán
de Clemente Althaus 


Padre segundo de mi madre y mío,
que la cumbre ocupaste del Estado,
luego a lo eterno y santo consagrado,
viviste de la tierra en el desvío:

tu fin, temprano al mundo, a ti tardío,
lamenta el pobre a quien contigo el hado
quitó amparo y sustento y padre amado,
¡Oh en la virtud, como en el nombre, Pío!

Tu familia a quien fuiste muro fuerte,
y que eterna anhelara tu existencia,
su gozo en llanto perennal convierte;

y a mayor duelo el hado me sentencia,
pues dos años y dos tu acerba muerte
para mí solo adelantó la ausencia.








A la muerte de Filis

 Mientras vivió la dulce prenda mía,   
 Amor, sonoros versos me inspiraste;   
 obedecí la ley que me dictaste,   
 y sus fuerzas me dio la poesía.   
 

 Mas, ay, que desde aquel aciago día  
 que me privó del bien que tú admiraste,   
 al punto sin imperio en mí te hallaste,   
 y hallé falta de ardor a mi Talía.   
 

 Pues no borra su ley la Parca dura   
 (a quien el mismo Jove no resiste),   
 olvido el Pindo y dejo la hermosura.   
 

 Y tú también de tu ambición desiste,   
 y junto a Filis tengan sepultura   
 tu flecha inútil y mi lira triste. 




A la muerte de Judas de Rafael María Baralt 
 De su traición el peso infame a tierra   Judas arroja, al árbol se abalanza   y de un ramo oscilando el cuerpo lanza   pendiente al lazo que su cuello cierra.     El alma en su prisión, contra sí en guerra,   se agita y ruge y blasfemando alcanza   los cielos aterrar y de esperanza   hendir el antro en que Luzbel se encierra.     De su cárcel al fin sale bramando;   y entonces la justicia, en la inocente   sangre de Cristo el índice empapando,     al Gólgota la arrastra y en su frente   sentencia escribe de penar eterno   y, vuelto el rostro, lánzala al infierno.
A la muerte de su dama
 Si después de la muerte, todavía   
 se encuentran nuestras voces dolorosas   
 y bajo las heladas duras losas   
 abrasa al pecho el fuego que solía,   
 

 prosiga el eco de la angustia mía;  
 y las verdes colinas que, envidiosas,   
 dividen nuestras tumbas silenciosas   
 lo aumenten y repitan a porfía;   
 

 para que sea el punto conducido   
 a Leyla en alas del piadoso viento  
 hiriendo con amor su tierno oído.   
 

 Así tendré al morir ese contento,   
 que aunque me halle ya a polvo reducido,   
 se goce Leyla con mi triste aliento. 

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