Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Deten un poco la cobarde espada,
Cruel Pompilio, ingrato, y considera
La injusta empresa que á tu brazo espera,
Y largos siglos ha de ser llorada.
¿Posible es que se ve tu mano armada
Contra el gran Tulio, á quien librar debiera
En igual recompensa de la fiera
Muerte, á tu ingratitud recomendada?
¡Oh, cuán poco aprovecha la memoria
Del recibido bien, que al obstinado
Ninguna cosa de su error le muda!
Desciende el golpe sobre la alta gloria
De la latina lengua; derribado
Deja el valor, y la elocuencia muda.
Padre segundo de mi madre y mío,
que la cumbre ocupaste del Estado,
luego a lo eterno y santo consagrado,
viviste de la tierra en el desvío:
tu fin, temprano al mundo, a ti tardío,
lamenta el pobre a quien contigo el hado
quitó amparo y sustento y padre amado,
¡Oh en la virtud, como en el nombre, Pío!
Tu familia a quien fuiste muro fuerte,
y que eterna anhelara tu existencia,
su gozo en llanto perennal convierte;
y a mayor duelo el hado me sentencia,
pues dos años y dos tu acerba muerte
para mí solo adelantó la ausencia.
que la cumbre ocupaste del Estado,
luego a lo eterno y santo consagrado,
viviste de la tierra en el desvío:
tu fin, temprano al mundo, a ti tardío,
lamenta el pobre a quien contigo el hado
quitó amparo y sustento y padre amado,
¡Oh en la virtud, como en el nombre, Pío!
Tu familia a quien fuiste muro fuerte,
y que eterna anhelara tu existencia,
su gozo en llanto perennal convierte;
y a mayor duelo el hado me sentencia,
pues dos años y dos tu acerba muerte
para mí solo adelantó la ausencia.
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Mientras vivió la dulce prenda mía, Amor, sonoros versos me inspiraste; obedecí la ley que me dictaste, y sus fuerzas me dio la poesía. Mas, ay, que desde aquel aciago día que me privó del bien que tú admiraste, al punto sin imperio en mí te hallaste, y hallé falta de ardor a mi Talía. Pues no borra su ley la Parca dura (a quien el mismo Jove no resiste), olvido el Pindo y dejo la hermosura. Y tú también de tu ambición desiste, y junto a Filis tengan sepultura tu flecha inútil y mi lira triste.
De su traición el peso infame a tierra Judas arroja, al árbol se abalanza y de un ramo oscilando el cuerpo lanza pendiente al lazo que su cuello cierra. El alma en su prisión, contra sí en guerra, se agita y ruge y blasfemando alcanza los cielos aterrar y de esperanza hendir el antro en que Luzbel se encierra. De su cárcel al fin sale bramando; y entonces la justicia, en la inocente sangre de Cristo el índice empapando, al Gólgota la arrastra y en su frente sentencia escribe de penar eterno y, vuelto el rostro, lánzala al infierno.
A la muerte de su dama Si después de la muerte, todavía se encuentran nuestras voces dolorosas y bajo las heladas duras losas abrasa al pecho el fuego que solía, prosiga el eco de la angustia mía; y las verdes colinas que, envidiosas, dividen nuestras tumbas silenciosas lo aumenten y repitan a porfía; para que sea el punto conducido a Leyla en alas del piadoso viento hiriendo con amor su tierno oído. Así tendré al morir ese contento, que aunque me halle ya a polvo reducido, se goce Leyla con mi triste aliento.
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