Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
A LA MEMORIA DE EUSEBIO BLASCO
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Soneto leído en la velada que en homenaje de tan ilustre aragonésha celebrado el Ateneo de Zaragoza
Máquina de escribir, raro portento
de amenidad, de gracia y ligereza;
tipo elegante, escultural cabeza,
albergue propio de su gran talento.
Fué famoso en la crónica y el cuento
y en su teatro abunda la belleza;
ensalzó la humanidad y la pobreza
y al desvalido le prestó su aliento.
Pasma y asombra su labor honrada,
pues devoró a montones las cuartillas,
y sólo ante la muerte despiadada,
que hunde torres y abate maravillas,
¡se inclinó aquella frente, coronada
de laureles y rosas amarillas!
Río, ¿do está de Laso la divina musa que un tiempo suspiraba amores; la que tu verde sien ciñó de flores y suspendió tu linfa cristalina? A tu margen la alondra matutina modula al son del agua sus loores, y el dulce lamentar de dos pastores resuena grato en la imperial colina. Zagales de Aranjuez, que en lastimera voz recordáis su muerte cada día, vosotros los del Tajo en su ribera, dejad ¡ay! que la humilde musa mía de flores a su cítara ligera y tierno llanto a su ceniza fría.
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¡Oh Señor de la vida y de la muerte! ¿Por qué no me escuchaste? Yo humildoso mi faz cosía con el polvo negro, y te rogaba que el instante aciago, señalado al morir del padre mío, lentamente viniera, y tarde entrara en la serie constante de las horas. ¿Por qué no me escuchaste, y en mis ojos perenne material de amargo llanto sin piedad has abierto? Si una sombra de unirse había a las del reino oscuro, ¿Mi vida aquí no estaba? En flor yo hubiera a la tumba bajado, y ningún hijo, ninguna esposa, en mi morir pensara.
Cuando mi bien el campo hermoseaba que del Órbigo baña la corriente, yo de su vista celestial ausente solitario y lloroso me quejaba. Hoy, que la veo al fin; hoy que esperaba el dulce premio de mi amor ardiente, hállola sin piedad, dura, inclemente, y más mi angustia y mi dolor se agrava. Pues bien, Pradina: si al afecto mío perpetuo llanto y desamor le espera, culpa de ausencia o del olvido impío; goce yo tu sonrisa placentera, y más que en fuerza de tu infiel desvío gimiendo viva, y suspirando muera.
A la mudanza de la fortuna Yo vi del rojo sol la luz serena turbarse y que en un punto desparece su alegre faz, y en torno se oscurece el cielo, con tiniebla de horror llena. El Austro proceloso airado suena, crece su furia, y la tormenta crece, y en los hombros d e Atlante se estremece el alto Olimpo, y con espanto truena. Mas luego vi romperse el negro velo deshecho en agua, y a su luz primera restituirse alegre el claro día. Y de nuevo esplendor ornado el cielo miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera igual mudanza a la fortuna mía?
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