martes, 12 de febrero de 2019

SONETOS

A la memoria de Eusebio Blasco  de Marcos Zapata

Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
A LA MEMORIA DE EUSEBIO BLASCO
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Soneto leído en la velada que en homenaje de tan ilustre aragonésha celebrado el Ateneo de Zaragoza

Máquina de escribir, raro portento
de amenidad, de gracia y ligereza;
tipo elegante, escultural cabeza,
albergue propio de su gran talento.

Fué famoso en la crónica y el cuento
y en su teatro abunda la belleza;
ensalzó la humanidad y la pobreza
y al desvalido le prestó su aliento.

Pasma y asombra su labor honrada,
pues devoró a montones las cuartillas,
y sólo ante la muerte despiadada,

que hunde torres y abate maravillas,
¡se inclinó aquella frente, coronada
de laureles y rosas amarillas!








A la memoria de Garcilaso
de Juan Nicasio Gallego 


 Río, ¿do está de Laso la divina   
 musa que un tiempo suspiraba amores;   
 la que tu verde sien ciñó de flores   
 y suspendió tu linfa cristalina?   
 

 A tu margen la alondra matutina  
 modula al son del agua sus loores,   
 y el dulce lamentar de dos pastores   
 resuena grato en la imperial colina.   
 

 Zagales de Aranjuez, que en lastimera   
 voz recordáis su muerte cada día,  
 vosotros los del Tajo en su ribera,   
 

 dejad ¡ay! que la humilde musa mía   
 de flores a su cítara ligera   
 y tierno llanto a su ceniza fría. 



A la memoria de mi padre
 ¡Oh Señor de la vida y de la muerte!   
 ¿Por qué no me escuchaste? Yo humildoso   
 mi faz cosía con el polvo negro,   
 y te rogaba que el instante aciago,   
 

 señalado al morir del padre mío,  
 lentamente viniera, y tarde entrara   
 en la serie constante de las horas.   
 ¿Por qué no me escuchaste, y en mis ojos   
 

 perenne material de amargo llanto   
 sin piedad has abierto? Si una sombra  
 de unirse había a las del reino oscuro,   
 

 ¿Mi vida aquí no estaba? En flor yo hubiera   
 a la tumba bajado, y ningún hijo,   
 ninguna esposa, en mi morir pensara.   



A la misma de Juan Nicasio Gallego 
 Cuando mi bien el campo hermoseaba   
 que del Órbigo baña la corriente,    
 yo de su vista celestial ausente   
 solitario y lloroso me quejaba.   
 

 Hoy, que la veo al fin; hoy que esperaba  
 el dulce premio de mi amor ardiente,   
 hállola sin piedad, dura, inclemente,   
 y más mi angustia y mi dolor se agrava.   
 

 Pues bien, Pradina: si al afecto mío   
 perpetuo llanto y desamor le espera,  
 culpa de ausencia o del olvido impío;   
 

 goce yo tu sonrisa placentera,   
 y más que en fuerza de tu infiel desvío   
 gimiendo viva, y suspirando muera.   




A la mudanza de la fortuna
 Yo vi del rojo sol la luz serena   turbarse y que en un punto desparece   su alegre faz, y en torno se oscurece   el cielo, con tiniebla de horror llena.     El Austro proceloso airado suena,   crece su furia, y la tormenta crece,   y en los hombros d e Atlante se estremece   el alto Olimpo, y con espanto truena.     Mas luego vi romperse el negro velo   deshecho en agua, y a su luz primera   restituirse alegre el claro día.     Y de nuevo esplendor ornado el cielo   miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera   igual mudanza a la fortuna mía?

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