martes, 12 de febrero de 2019

SONETOS

A la derrota de Castelnovo
de Fernando de Herrera 


Esta desnuda playa, esta llanura
de astas y rotas armas mal sembrada, 
do el vencedor cayó con muerte airada, 
es de España sangrienta sepultura. 

Mostró el valor su esfuerzo, mas ventura
negó el suceso y dio a la muerte entrada, 
que rehuyó dudosa y admirada 
del temido furor la suerte dura. 

Venció otomano al español ya muerto;
antes del muerto el vivo fue vencido, 
y España y Grecia lloran la victoria. 

Pero será testigo este desierto
que el español, muriendo no rendido, 
llevó de Grecia y Asia el nombre y gloria .



A la derrota del duque de Sajonia por Carlos V de Fernando de Herrera 
 Do el suelo horrido el Albis frío baña   
 al sajón, que oprimió con muerta gente   
 y rebosó espumoso su corriente   
 en la esparcida sangre de Alemaña;   
 

 al celo del excelso rey de España,  
 al seguro consejo y pecho ardiente,   
 inclina el duro orgullo de su frente,   
 medroso, y su pujanza, a tal hazaña.   
 

 La desleal cerviz cayó, que pudo   
 sus ondas con semblante sobrar fiero 
 y sus bosques romper con osadía,   
 

 Marte vio, y dijo, y sacudió el escudo:   
 «¡Oh gran Emperador, gran caballero!   
 ¡Cuánto debo a tu esfuerzo en este día!»   



A la entrada de un valle, en un desierto de Garcilaso de la Vega 

Soneto XXXVII[editar]

 
   
  A la entrada de un valle, en un desierto, 
do nadie atravesaba, ni se vía, 
vi que con extrañeza un can hacía 
extremos de dolor con desconcierto; 

  ahora suelta el llanto al cielo abierto, 
ora va rastreando por la vía; 
camina, vuelve, para, y todavía 
quedaba desmayado como muerto. 

  Y fue que se apartó de su presencia 
su amo, y no le hallaba; y esto siente; 
mirad hasta do llega el mal de ausencia. 

  Movióme a compasión ver su accidente; 
díjele, lastimado: Ten paciencia, 
que yo alcanzo razón, y estoy ausente.



A la entrada victoriosa del general Ricardos en Coliuvre de Juan Bautista Arriaza 
Pisa Ricardo la ciudad tomada   
y entre el tropel de la vencida gente   
Febo divino, Marte armipotente,   
sale también a celebrar su entrada.   
 

Febo le toma la invencible espada,  
y con laurel eterno alegremente   
ciñe y enjuga la gloriosa frente   
de espeso polvo y de sudor bañada.   
 

Contempla Marte al ademán bizarro,   
y al ver que resplandece en su semblante   
la gloria de Cortés y de Pizarro.   
 

Alargole la diestra fulminante,   
e hizo montar en su soberbio carro   
al domador del Rosellón triunfante.   

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