A mi hermana Josefa (En su cumpleaños)
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¡Un año más!... No mires con desvelo
la carrera veloz del tiempo alado,
que un año más en la virtud pasado
un paso es más que te aproxima al cielo.
Llora, sí, con amargo desconsuelo
(pues bastante jamás lo habrás llorado)
el año que al morir te haya dejado
de alguna falta el interior recelo...
Que el tiempo que bien obres no es perdido;
pues los años de paz, hermana mía,
que en la santa virtud habrás vivido
se convierten en siglos de alegría
en el eterno edén que hay prometido
al alma justa que en su Dios confía.
Ven, dulce amiga, que tu amor imploro:
luzca en tus ojos esplendor sereno,
y bajo en ondas al ebúrneo seno
de tus cabellos fúlgidos el oro.
¡Oh mi único placer! ¡oh mi tesoro!
¡Cómo de gloria y de ternura lleno,
estático te escucho, y me enageno
en la argentada voz de la que adoro!
Recíbate mi pecho apasionado:
ven, hija celestial de los amores,
descansa aquí, donde tu amor se anida.
¡Oh! nunca te separes de mi lado;
y ante mis pasos de inocentes flores
riega la senda fácil de la vida.
Creció en mi ser la inspiración naciente
a los alientos de tu amor sincero
que al hallar un amigo y compañero
calma encuentra el dolor que el alma siente.
Creció cual lava de volcán hirviente
que estalla, sube y se remonta fiero
y canté con acento lastimero
el bien pasado y el dolor presente.
El cantar es vivir, sin necio alarde
quiero dar tregua a mi pasión traidora,
late la inspiración, mi frente arde.
Cantemos vate, sin dolor ahora,
tú, el crepúsculo triste de la tarde,
yo, el crepúsculo alegre de la aurora.
Si entre las damas que la corte adora
eres, Clori, la bella de las bellas;
y así a tu vista desparecen ellas
como la noche al despuntar la aurora,
por tu dulzura y tu bondad, señora,
en que también, venciéndolas, descuellas,
contra el fiero rigor de las estrellas
mi voz al cielo en tu favor implora.
Grata en tanto y benévola permite
que el rudo acento de la musa mía
en tan digna ocasión te felicite.
Un siglo goces tu dichoso día,
sin que adusto pesar tu tez marchite
ni del tiempo veloz la huella fría.
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Cúbreme con tus alas, ángel mío,
haciendo de ellas nube que no pasa;
tú proteges la mente á la que abrasa
la cara del Señor, mientras el río
del destino bajamos. Pues confío
que cuando vuelva á la paterna casa,
no ya velada la verdad, mas rasa
contemplar pueda á todo mi albedrío.
Mira, ángel mío, que la vida es corta
aunque muy trabajosa su carrera
y en ella no puede ir el alma absorta
de su Dios. Así espero á que me muera
para verlo, pues única soporta
la muerte á la verdad nuda y entera.
No expresa mi placer lenguaje humano:
al fin antiguo anhelo he satisfecho,
y entre mis brazos vuestro cuello estrecho,
¡oh de mi padre idolatrado hermano!
Pero de tanto júbilo a un insano
dolor pasa de súbito mi pecho;
y, en encendidas lágrimas deshecho,
pienso en mi padre, y le apellido en vano.
Pienso que, como a vos en este instante,
nunca abrazarle a su hijo dio la suerte
ni conocer su voz y su semblante;
pienso que, como vos, anciano fuerte,
aún hoy, consuelo de su prole amante,
¡burlar pudiera la terrible muerte!
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