Cuando, al compás del bandolín sonoro
y del crótalo ronco, Lucianela,
bailando la gallarda tarantela,
ostenta de sus gracias el tesoro;
y, conservando el natural decoro,
gira y su falda con recato vuela,
vale más el listón de su chinela
que del rico Perú las minas de oro.
¡Cómo late tu seno! ¡Cuán gallardo
su talle ondea! ¡Qué celeste llama
lanzan los negros ojos brilladores!
¡Ay! Yo en su fuego me consumo y ardo,
y en alta voz mi labio la proclama
de las gracias deidad, reina de amores.
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
A LUISA.[editar]
El cielo con sus dones te engalana,
Lisonjas te prodigan los cantores,
Te brinda la riqueza sus favores,
Y vives, niña, de tu suerte ufana.
Altiva como egregia soberana
El mundo cruzas desdeñando amores,
Y pasas como pasa entre las flores
La brisa juguetona en la mañana.
Mas ay! ignoras que la dicha dura
Lo que el aroma de la flor que luce
En el prado sus galas y hermosura.
Y en medio al esplendor que te seduce
Olvidas por tu mal la desventura
A que la loca vanidad conduce.
Lisonjas te prodigan los cantores,
Te brinda la riqueza sus favores,
Y vives, niña, de tu suerte ufana.
Altiva como egregia soberana
El mundo cruzas desdeñando amores,
Y pasas como pasa entre las flores
La brisa juguetona en la mañana.
Mas ay! ignoras que la dicha dura
Lo que el aroma de la flor que luce
En el prado sus galas y hermosura.
Y en medio al esplendor que te seduce
Olvidas por tu mal la desventura
A que la loca vanidad conduce.
Aquí a tus pies lanzada, pecadora,
contra tu tierra azul, mi cara oscura,
tú, virgen entre ejércitos de palmas
que no encanecen como los humanos.
No me atrevo a mirar tus ojos puros
ni a tocarte la mano milagrosa;
miro hacia atrás y un río de lujurias
me ladra contra tí, sin Culpa Alzada.
Una pequeña rama verdecida
en tu orla pongo con humilde intento
de pecar menos, por tu fina gracia,
ya que vivir cortada de tu sombra
posible no me fue, que me cegaste
cuando nacida con tus hierros bravos.
contra tu tierra azul, mi cara oscura,
tú, virgen entre ejércitos de palmas
que no encanecen como los humanos.
No me atrevo a mirar tus ojos puros
ni a tocarte la mano milagrosa;
miro hacia atrás y un río de lujurias
me ladra contra tí, sin Culpa Alzada.
Una pequeña rama verdecida
en tu orla pongo con humilde intento
de pecar menos, por tu fina gracia,
ya que vivir cortada de tu sombra
posible no me fue, que me cegaste
cuando nacida con tus hierros bravos.
Dos veces y no más Márgara mía, veces y no más plugo al destino que a tu lado me hallase el matutino plácido ambiente de tu fausto día. Gozoso entonces admirar solía los rasgos de tu imperio peregrino, y al eco de tu labio purpurino colmaba el pecho insólita alegría. Todo cambió. Por términos extraños perdida ya de verte la esperanza, me acosan males, tedio, desengaños. Sólo en mi corazón no hallo mudanza; que el poder de las penas y los años en él tu imagen a borrar no alcanza.
Hoy se presenta a mi memoria triste tu fin sangriento ¡oh malogrado hermano! Con tanta pena, que la gloria en vano tu cara imagen de laurel reviste. «Viva mi patria, y muera yo» dijiste, firme en el muro, y con espada en mano; responde el trueno del cañón tirano, y envuelto en sangre a su rigor cediste. Consternación, pavor, silencio, y llama siguió al desmayo de tu brazo fuerte, y sobre tu sepulcro se derrama. ¡Ay! Que también en el morir hay suerte, que el terror mismo enmudeció a la Fama, y el mundo ignora tan gloriosa muerte.A menudo me dice el fiel espejo, el ánimo cansado y tez mudada, y la destreza y fuerza derrengada: «No te escondas de ti, sábete viejo. Acatar natural es buen consejo, que combatirlo es vano y sólo enfada». Yo, entonces, como fuego agua anonada, un largo y grave sueño rompo y dejo, y veo bien que vuela nuestra vida, y no más de una vez arde su llama; y dentro de mí suena voz sentida de aquella cuya alma hoy se derrama, y aquí fue por tan única tenida que a todas, si no yerro, quitó fama.
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