martes, 12 de febrero de 2019

SONETOS


A la victoria de Bailén

 Rompe el león soberbio la cadena   
 con que atarle pensó la felonía,   
 y sacude con noble bizarría   
 sobre el robusto cuello la melena.   
 
 La espuma del furor sus labios llena, 
 y a los rugidos que indignado envía,   
 el tigre tiembla en la caverna umbría,   
 y todo el bosque atónito resuena.   
 

 El león despertó; ¡temblad, traidores!   
 lo que vejez creísteis, fue descanso;  
 las juveniles fuerzas guarda enteras.   
 

 Perseguid alevosos cazadores,   
 a la tímida liebre, al ciervo manso;   
 ¡no insultéis al monarca de las fieras! 



A la vida
 Vida, que sin cesar huyes de suerte   
 que no eres de algún bien merecedora,   
 ¿Por qué quieres llevarme encantadora   
 con alegre esperanza hasta la muerte?   
 

 Si el tiempo que risueña te divierte  
 es el mismo al fin que te devora   
 ¿Por qué te he de apreciar si a cada hora   
 se me acerca el momento de perderte?   
 

 ¿Mas, que pierdo en perderte?; la vil parte   
 de la miseria humana, el cuerpo indigno  
 que debieras mas bien de él alejarte,   
 

 si a más vida, más males imagino   
 ya me puedes dejar, que yo en dejarte   
 harto que agradecer tengo al destino.




A la virgen de Clemente Althaus 
Virgen, ¿por qué, cuando el divino infante a la tuya su faz junta risueño, o goza entre tus brazos blando sueño, cubre grave tristeza tu semblante? ¡Ay! que ya de tu mente está delante  de sus verdugos el airado ceño, y ya pendiente del infame leño le ve morir tu corazón amante. Que es de tu claridad nube sombría y a tus placeres todos mezcla duelo  de Simeón la triste profecía; mas mirarle te dé justo consuelo resucitar en el tercero día, y en gloria excelsa remontarse al cielo.
A las ardientes puertas de diamante de Lope de Vega 
Soneto 129
   A las ardientes puertas de diamante, 
coronado del árbol de Peneo,
mostraba en dulce voz llorando Orfeo
que allí puede llorar un tierno amante.

   Suspendidas las furias de Atamante
y parado a sus lágrimas Leteo,
en carne, que no en sombra, su deseo,
vio su querida Eurídice delante.

   ¡Oh dulces prendas de perder tan caras!
tú, Salicio, ¿qué dices?, ¿amas tanto, 
que por la tuya a suspender barajas

   los tormentos del reino del espanto?
Paréceme que dices que cantaras
que el doblaran la prisión y el llanto.



A las estrellas
Reina el silencia: fúlgidas en tanto, luces de amor, purísimas estrellas, de la noche feliz lámparas bellas, Bordais con oro su enlutado manto. El placer duerme y vela mi quebranto, y rompen el silencio mis querellas, volviendo el eco, unísono con ellas, de aves nocturnas el siniesrto canto. Estrellas, cuya luz modesta y pura, del mar duplica el azulado espejo, si a compasión os mueve la amargura. Del intenso penar, por que me quejo, ¿Cómo para aclarar mi noche oscura no teneis ¡ay! ni un pálido reflejo?

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