Rompe el león soberbio la cadena
con que atarle pensó la felonía,
y sacude con noble bizarría
sobre el robusto cuello la melena.
La espuma del furor sus labios llena,
y a los rugidos que indignado envía,
el tigre tiembla en la caverna umbría,
y todo el bosque atónito resuena.
El león despertó; ¡temblad, traidores!
lo que vejez creísteis, fue descanso;
las juveniles fuerzas guarda enteras.
Perseguid alevosos cazadores,
a la tímida liebre, al ciervo manso;
¡no insultéis al monarca de las fieras!
Vida, que sin cesar huyes de suerte
que no eres de algún bien merecedora,
¿Por qué quieres llevarme encantadora
con alegre esperanza hasta la muerte?
Si el tiempo que risueña te divierte
es el mismo al fin que te devora
¿Por qué te he de apreciar si a cada hora
se me acerca el momento de perderte?
¿Mas, que pierdo en perderte?; la vil parte
de la miseria humana, el cuerpo indigno
que debieras mas bien de él alejarte,
si a más vida, más males imagino
ya me puedes dejar, que yo en dejarte
harto que agradecer tengo al destino.
Virgen, ¿por qué, cuando el divino infante
a la tuya su faz junta risueño,
o goza entre tus brazos blando sueño,
cubre grave tristeza tu semblante?
¡Ay! que ya de tu mente está delante
de sus verdugos el airado ceño,
y ya pendiente del infame leño
le ve morir tu corazón amante.
Que es de tu claridad nube sombría
y a tus placeres todos mezcla duelo
de Simeón la triste profecía;
mas mirarle te dé justo consuelo
resucitar en el tercero día,
y en gloria excelsa remontarse al cielo.
- Soneto 129
A las ardientes puertas de diamante,
coronado del árbol de Peneo,
mostraba en dulce voz llorando Orfeo
que allí puede llorar un tierno amante.
Suspendidas las furias de Atamante
y parado a sus lágrimas Leteo,
en carne, que no en sombra, su deseo,
vio su querida Eurídice delante.
¡Oh dulces prendas de perder tan caras!
tú, Salicio, ¿qué dices?, ¿amas tanto,
que por la tuya a suspender barajas
los tormentos del reino del espanto?
Paréceme que dices que cantaras
que el doblaran la prisión y el llanto.
Reina el silencia: fúlgidas en tanto,
luces de amor, purísimas estrellas,
de la noche feliz lámparas bellas,
Bordais con oro su enlutado manto.
El placer duerme y vela mi quebranto,
y rompen el silencio mis querellas,
volviendo el eco, unísono con ellas,
de aves nocturnas el siniesrto canto.
Estrellas, cuya luz modesta y pura,
del mar duplica el azulado espejo,
si a compasión os mueve la amargura.
Del intenso penar, por que me quejo,
¿Cómo para aclarar mi noche oscura
no teneis ¡ay! ni un pálido reflejo?
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