Id, mis suspiros, id sobre el ligero
plácido ambiente que el abril derrama;
id a los campos fértiles do brama
en ancho cauce el orgulloso Duero.
Id de Corina al pie sin que el severo
ceño temáis del cano Guadarrama,
pues el ardor volcánico os inflama
que en mí incendió la hermosa por quien muero.
Saludadla por mí; su alegre día
gozad ufanos, y el cruel tormento
recordadle del triste que os envía;
y en pago me traed del mal que siento
un ¡ay! que exhale a la memoria mía
empapado en el ámbar de su aliento.
Cual sin arrimo vid, cual planta umbrosa
viuda del ruiseñor que antes solía
con dulce canto, al parecer del día,
invocar de Titón la blanca esposa;
[1]
cual navecilla en noche tenebrosa
do el gobierno faltó que la regía,
cual caminante que perdió su guía
en selva oscura, horrible y temerosa;
cual nube de mil vientos combatida,
cual ave que atajó la red su vuelo,
cual siervo fugitivo y cautivado,
cual de peso infernal alma afligida,
o cual quedó tras el diluvio el suelo:
tal quedé yo sin vos, hermano amado.
Cansado estoy de haber sin Ti vivido,
que todo cansa en tan dañosa ausencia.
Mas, ¿qué derecho tengo a tu clemencia,
si me falta el dolor de arrepentido?
Pero, Señor, en pecho tan rendido
algo descubrirás de suficiencia
que te obligue a curar como dolencia
mi obstinación y yerro cometido.
Tuya es mi conversión y Tú la quieres;
tuya es, Señor, la traza y tuyo el medio
de conocerme yo y de conocerte.
Aplícale a mi mal, por quien Tú eres,
aquel eficasísimo remedio
compuesto de tu sangre, vida y muerte.
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
¿Quién La fiereza insulta de mis olas?
¿Quién del rumbo apartado y de la orilla,
entre cielos y abismos hunde la quilla
de tristes naves, náufragas y solas?
Las banderas triunfantes que enarbolas,
en la mojada arena con mancilla
miedo al mundo serán, no maravilla
y el casco de tus naves española.
Rugiendo el mar clamó; pero sonora
¡Colón! dijo una voz, y al fuerte acento
inclina la cerviz, besa la prora.
Cruje el timón, la lona se hincha al viento
y, Dios guiando, el nauta sin segundo
a los pies de Isabel arroja un mundo.
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