lunes, 11 de febrero de 2019

SONETOS


A Córdoba
de Luis de Góngora 


¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran rio, gran rey de Andalucia,
de arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquella ruinas y despojos
que enriquece Genil y Darro baña
tu memoria no fue alimento mío,

¡nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tus muros, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, oh patria, oh flor de España!






A Dafne ya los brazos le crecían
de Garcilaso de la Vega 

Soneto XIII[editar]

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que'l oro escurecían. 

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aún bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían. 

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba. 

¡Oh miserable estado!, ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!






A Delia

 Si vi tus ojos, Delia, y no abrasaron   
 mi corazón en amorosa llama;   
 si en tus labios, que el abril inflama   
 de ardiente rosa, y no me enajenaron;   
 

 si vi el seno gentil, do se anidaron  
 las gracias; do el carmín, que Venus ama,   
 sobre luciente nieve se derrama,   
 e inocentes mis ojos lo miraron;   
 

 no es culpa, no, de tu beldad divina,   
 culpa es del infortunio que ha robado  
 la ilusión deliciosa al pecho mío.   
 

 Mas si en el tuyo la bondad domina,   
 más querrás la amistad que un desgraciado   
 que de un dichoso el tierno desvarío.   




A Dios de Rafael María Baralt 
 Perlas son de tu manto las estrellas;   tu corona los soles que al vacío   prendió tu mano, y de tu imperio pío   espada y cetro al par son las centellas.     Por el éter y el mar andas sin huellas;   y cuando el huracán suelta bravío   sus mil voces de un polo al otro frío,   con tu voz inmortal sus labios sellas.     Doquiera estás; doquier llevan tu nombre   mares, desiertos, bosques y palacios,   cielos y abismos, el animal, el hombre.     Aunque estrechos la mente y los espacios   te llevan, ¡oh Señor!, sin contenerte;   te adoran, ¡oh Señor!, sin conocerte.
A Dios de Rafael María Baralt 
 Cielos, orbes y abismos reverentes   narran tu gloria, ¡oh Dios!, y tu grandeza;   y ante el sol inmortal de tu belleza   postran los santos las radiosas frentes.     Materia y forma, especies y vivientes   sacaste a luz con próvida largueza;   y bebe, sin cesar, naturaleza   copiosa vida en tus eternas fuentes.     Diste al hombre tu imagen, y un destello   es su razón de tu razón sublime,   con que pusiste al gran prodigio el sello;     pues sólo aquel es digno de adorarte   que en libre estadio el pensamiento esgrime,   y libre puedo, aunque en error, negarte.

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