lunes, 11 de febrero de 2019

SONETOS


A Dido abandonada

 Más bella que la flor del tamarindo   
 (antes que se inventara el almanaque),   
 luciste ¡oh Reina! tu gallardo empaque,   
 que tanto ha dado que decir al Pindo.   
 

 Si sólo de pensar en ti me rindo,   
 ¿qué es de extrañar que el otro badulaque,   
 que huyó con tiempo del troyano ataque,   
 quedase, al verte, convertido en guindo?   
 

 ¡Ay! su pasión fue tiro de escopeta,   
 que te hundió en sempiterno purgatorio,  
 gozándote y huyendo con vil treta.   
 

 Fue falsa su pasión como abalorio,   
 niño impotente al que juzgaste atleta,   
 y tu tálamo lecho mortuorio. 




A Dios de Clemente Althaus 
Con motivo de las frecuentes muertes de peruanos acaecidas en París, a principios de 1862 Templa, Señor, tu rigorosa saña, y a nosotros los ojos ya convierte de tu dulce piedad; mira a la Muerte embotar en nosotros su guadaña. Nuevo sepulcro cada aurora baña  el llanto nuestro, y sin cesar se vierte; ve a la peruana esposa, al joven fuerte morir, y a la vïuda en tierra extraña. Morir en apartado suelo ajeno, desventura mayor que otra ninguna, excusa a los que viven: oh Dios bueno, tu piedad a los nuestros nos reúna, y nos dé tumba en su materno seno la dulce tierra que nos dio la cuna.
A Dios
 ¿En dónde está ese Dios que no me oído   cuando mil y mil veces le he llamado   con gritos de dolor desesperado,   en el naufragio de mi bien perdido?     ¿En qué lugar del mundo se ha escondido   que en vano por doquiera le he buscado,   y en la lucha indefenso me ha dejado,   del mal esclavo, de la duda herido?     ¿Arriba estás? Pues ve desde la altura   esta contienda desigual y horrible   que el mismo tiempo que mi vida dura.     Y si aún me juzgas corazón sensible,   amante y resignado en mi amargura,   pedirás, con ser Dios, un imposible.
A do tienes la luz, Héspero mío de Fernando de Herrera 
 ¿A do tienes la luz, Héspero mío,   
 la luz, gloria y honor del Occidente?   
 ¿Estás puesto en el cielo reluciente   
 en importuno tiempo y seco estío?   
 

 Lleva tu resplandor al sacro río, 
 que tu belleza espera alegremente,   
 y el céfiro te sea otro oriente,   
 hecho lucero, y no Héspero tardío.   
 

 Merezca Betis fértil tanta gloria,   
 que solo él de estas luces ilustrado, 
 a tierra y cielo lleve la victoria:   
 

 Que tu belleza y resplandor sagrado   
 hará perpetuo, de inmortal memoria,   
 mientras corriere al mar arrebatado.   




A Don Antonio Venegas, obispo de Pamplona de Luis de Góngora 
¡Oh, de alto valor, de virtud rara, sacro esplendor, en toda edad luciente, cuya fama los términos de Oriente ecos los hace de su trompa clara!
Vuestro cayado pastoral, hoy vara, dará flores, y vos gloriosamente, del pellico a la púrpura ascendiente, subiréis de la mitra a la tiara.
No es voz de fabulosa deidad ésta, consultada en oráculo profano, sino de la razón muda respuesta.
Deja su urna el Betis, y lozano, cuantos engendra toros la floresta por vos fatiga el hábito africano.

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