De Málaga la tierra encantadora
puso en tu frente cuantas rosas crías,
y el espléndido sol de Andalucía,
en tus ardientes ojos se atesora.
Cuando la risa endulza y aminora
el rayo audaz que tu mirada envía,
el alma se estremece de alegría,
bañada en luz de la primer aurora.
Un espejo te mando... -¡Error profundo!
Si al retratarte, el gozo te despierta
de admirar en tu rostro un paraíso,
mustio después encontrarás el mundo,
y temo que el espejo se convierta
en la encantada fuente de Narciso.
Oh tú del mundo la más bella parte,
que ciñe el vasto mar y el Alpe cierra,
oh dulce, alegre, deleitosa tierra;
que alto y soberbio el Apenino parte.
En vano el pueblo te dejó de Marte
señora de la mar y de la tierra,
hoy tus antiguas siervas te hacen guerra
y no cesan de herirte y de pegarte.
Ni falta entre tus hijos quien ajeno
poder devastador convide y llame
y hunda su espada en tu materno seno;
no queda ya quien te respete y ame.
¡Oh duro siglo de maldades lleno!
¡Oh estirpe vil, degenerada, infame!
¡Italia, Italia! ¡Oh tú a quién dio la suerte
el don fatal de la beldad y en ésta
de mil males y vil dote funesta!
¡Oh! ¡menos bella fueras o más fuerte!
Así o lograras invencible hacerte
o no tentaras con tu luz modesta
la codicia de aquel que te detesta
fingiendo amarte; y que te reta a muerte.
¡No viera el Alpe entonces mil torrentes
de armados galos derramar do quiera
y que tu noble sangre el Po colora!
Ni por el brazo de extranjeras gentes
inútilmente combatir, te viera,
para servir, vencida o vencedora.
¿A quién acudiré, cuando estoy triste,
en busca de remedio y de consuelo,
si no a ti, que comprendes nuestro duelo,
del que experiencia tan crüel hiciste,
Cuando la mortal carne que nos viste,
te vio vestir el asombrado cielo,
y las miserias del mezquino suelo
todas por larga prueba conociste?
Me espanta de tu Padre soberano
la majestad tremenda; más contigo,
que te muestras tan dulce y tan humano,
me es dado hablar cual con estrecho amigo,
o cual pudiera hermano con hermano,
y mis dolores íntimos te digo.
A vos corriendo voy, brazos sagrados
en la Cruz sacrosanta descubiertos,
que para recibirme estáis abiertos
y para no castigarme estáis clavados:
A vos, ojos divinos, eclipsados,
de tanta sangre y lágrimas cubiertos,
que para perdonarme estáis despiertos
y por no confundirme estáis cerrados.
A vos, clavados los pies, para no huirme,
a vos, cabeza baja por llamarme;
a vos, sangre vertida para ungirme:
A vos, costado abierto, quiero unirme,
a vos, clavos preciosos, quiero atarme
con ligadura dulce, estable y firme.
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