martes, 12 de febrero de 2019

SONETOS

A la amistad

 ¿Qué resta al infeliz que acongojado   
 en alma y cuerpo, ni una sola hora   
 espera de descanso o de mejora   
 cual malhechor a un poste aherrojado?   
 

 Por el dolor y la endeblez atado   
 me ofrece en vano en arrebola Aurora,   
 y el sol en vano el ancho mundo dora:   
 tal gozo inmole, en vida sepultado.   
 

 ¡Infeliz! ¿Qué hago aquí? ¿Por qué no abrigo   
 del sepulcro una voz que dice: «Abierta    
 tienes la cárcel en que gimes: vente».   
 

 ¿Por qué? pregunto. Porque en tierno amigo,   
 en imagen vivísima a la puerta   
 se alza, y llorando, dice: «No detente». 



A la amistad
 La ilusión dulce de mi edad primera,   
 del crudo desengaño la amargura,   
 la sagrada amistad, la virtud pura   
 canté con voz ya blanda, ya severa.   
 

 No de Helicón la rama lisonjera  
 mi humilde genio conquistar procura;   
 memorias de mi mal y mi ventura,   
 robar al triste olvido sólo espera.   
 

 A nadie, sino a ti, querido Albino,   
 debe mi tierno pecho y amoroso  
 de sus afectos consagrar la historia.   
 

 Tú a sentir me enseñaste, tú el divino   
 canto y el pensamiento generoso:   
 Tuyos mis versos son y esa es mi gloria. 



A la bandera del batallón de Ciudad Rodrigo de Pedro Antonio de Alarcón 
 ¡Sombra y honor bajo tus pliegues dame,   santo pendón de Cristo y de Castilla!   Tu ley, que juro, hincada la rodilla,   en generoso ardor mi pecho inflame.     No más estérilmente se derrame   mi vida en torpe amor y vil mancilla...   Roja está de la patria la mejilla...   ¡Despierte el corazón de su ocio infame!     De un naufragio entre lágrimas y errores   salva mi fe, que combatida muere   por enemigo viento y mar contrario...     Sé tú el manto que envuelva mis dolores,   mi tienda en el desierto; y si cayere   en la revuelta lid... ¡sé mi sudario!
A la batalla de Ayacucho de Rafael María Baralt 
 ¡Mudo EL cañón, del campo fratricida   el suelo en sangre tinto; la bandera   que triunfadora el orbe recorriera,   por española menos abatida!     ¡Oh Pizarro! ¡Oh dolor! Si aquí blandida   tu centelleante espada reluciera,   del mundo de Colón señora fuera,   no de mis propios hijos, ¡ay!, vencida.     Así, sobre los Andes, real matrona,   el manto desprendido, adusto el ceño,   con llanto de furor su mal pregona.     Y al ver un mundo en manos de otro dueño,   a la vencida tropa, por desdoro,   lanza en pedazos mil el centro de oro.
A la capilla del Pilar de Zaragoza de Leandro Fernández de Moratín 
  Estos que levantó de mármol duro   
 sacros altares la ciudad famosa,   
 a quien del Ebro la corriente undosa   
 baña los campos y el soberbio muro,   
 

 serán asombro en el girar futuro  
 de los siglos, basílica dichosa,   
 donde el Señor en majestad reposa,   
 y el culto admite reverendo y puro.   
 

 Don que la fe dictó, y erige, eterno,   
 religiosa nación a la divina  
 Madre que adora en simulacro santo:   
 

 por él, vencido el odio del Averno,   
 gloria inmortal el cielo la destina,   
 que tan alta piedad merece tanto. 

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