HISTORIA DE ESPAÑA .-
TARTESOS .-
Pero si bien Tartessos era tan real como la memoria de Herodoto, ¿dónde se encontraba? Durante miles de años se hicieron cábalas sobre el lugar exacto en que se había levantado la capital de aquel fabuloso imperio. A principios del siglo pasado un alemán, Adolf Schulten, se echó sobre las espaldas el encargo de dar con las ruinas de la legendaria ciudad.
La suponía en la desembocadura del Guadalquivir, en algún punto entre Sevilla, Huelva y Cádiz. Esperaba encontrarse con algo parecido a Micenas, Cnossos o incluso Troya, que décadas antes había desenterrado su compatriota Heinrich Schliemann. Los nietos de los bárbaros del norte desvelando los secretos de las ilustradas culturas del sur: las vueltas que da la vida.
Excavó sin descanso durante años, pero nunca dio con la corte de Argantonio; todo lo más que consiguió fue topar con las ruinas de un poblado, pero era de la época romana. Su gozo en un pozo. Desanimado por el fracaso, abandonó las excavaciones y dedicó su vida a desentrañar los misterios ocultos de Tartessos por vías menos sacrificadas, como la de escribir libros o dar conferencias.
Tartessos nunca se ha encontrado. Quizá porque nunca existió, al menos como ciudad, lo que los primeros arqueólogos presumían. La opulenta Tartessos, bañada en plata y antesala de la Atlándida, por la que los antiguos se maravillaban, era un simple mito, pero no la existencia de algo parecido a un reino que, durante un par de siglos, floreció a orillas del Guadalquivir.
Quizá llegó a tener un rey, o quizá la cosa no pasó de una confederación de caudillos ibéricos que se unieron para negociar en mejores condiciones con los fenicios y los griegos. No lo sabemos y, probablemente, no lo sabremos nunca.
Los tartesios conocían la escritura, pero aún no se ha conseguido descifrar. Hemos de conformarnos, pues, con vasijas, brazaletes, alguna ruina dispersa y lo que los griegos apuntaron con elegante caligrafía. Para el resto, la imaginación es libre. De ahí que Tartessos siempre quede en la difusa frontera entre la realidad y la leyenda, entre lo que de verdad fue y lo que, a algunos, les hubiera gustado que fuese.
"Tartessos" fue el nombre por el que los griegos conocían a la primera civilización de Occidente situada en el suroeste de la Península Ibérica. Fue el primer estado organizado que se formó en la Península Ibérica, hacia finales del segundo milenio antes de Cristo, y que adquirió una extraordinaria personalidad política y cultural.
Los tartesos fueron los primeros hispánicos que se relacionaron con los pueblos históricos civilizados del Mediterráneo oriental, llegados al litoral peninsular con propósitos de tráfico mercantil. Por ello y por su riqueza minera, Tartessos alcanzó inmenso poderío. El país de los tartesos es citado en numerosas fuentes históricas siempre como pueblo rico y rebosante de esplendor.
Ubicación y periodo histórico
Estaba situado en una región bañada por el entonces río "Tartessos". Este río fue llamado posteriormente "Betis" por los romanos y "Guadalquivir" por los musulmanes:"Tartessos es un río en la tierra de los iberos, llegando al mar por dos bocas y que entre esas dos bocas se encuentra una ciudad de ese mismo nombre. El río, que es el más largo de Iberia y tiene marea, llamado en días más recientes Baetis".
Con este nombre, por tanto, identificaban a un reino, al río que lo cruzaba y a la capital del reino situado en la desembocadura del mismo:
Eforos (Escimno, 162) escribe que la capital Tartessos estaba a dos días de viaje (1.000 estadios) de las columnas de Hércules (Gibraltar). Desde Gibraltar a la actual desembocadura del Guadalquivir hay 900 estadios.
A pesar numerosas descripciones pormenorizadas, la capital de Tartessos aún no se ha encontrado, ya que la geografía de la zona ha cambiado mucho en estos 3000 años. La desembocadura oriental es la única que hoy existe en la provincia de Cádiz pero era entonces mucho mas ancha que hoy. La desembocadura occidental no existe, pero se considera situada entre de la actual Matalascañas y Huelva, zona donde hoy sólo queda una cadena de lagunas como recuerdo. Entre estos dos brazos había una gran laguna y al menos una isla donde estaría situada la legendaria ciudad. Ni la laguna ni la isla existen, todo ello es un territorio de marismas en la actual Doñana o en algún lugar de laCosta de la Luz. Prospecciones en Doñana han detectado dos catástrofes naturales (o tsunamis) que provocaron el hundimiento de lo que pudieron ser islas o territorios secos, uno al rededor del 1500 a.C. y otro en el s. II d.C.
En cualquier caso, Tartessos era una sociedad muy urbana con numerosas ciudades a lo largo de la ribera del Guadalquivir. De las ciudades tartesas que hoy se conocen podemos citar algunas como Huelva y en su provinciaEscacena del Campo donde se han encontrado los más importantes hallazgos sobre esta civilización. En las provincias de Cádiz (Turtha, hoy en el Puerto de Santa María), de Sevilla (Urso, hoy Osuna) y Etibirge (hoy Elvira en Granada) .
A modo anecdótico podemos mencionar una cita de Posidonio que afirma que los tartesios eran “ampulosos y de genio alegre”, algo que curiosamente encaja hoy con el carácter de los habitantes de estas zonas.
A partir de las excavaciones arqueológicas se ha dividido la cultura tartésica en dos periodos: Uno llamadogeométrico, que coincide con el bronce final y abarca desde el 1200 al 750 a.C. y un segundo llamadoorientalizante, que es cuando la cultura tartésica se empapa de elementos orientales provenientes principalmente de los contactos con fenicios y griegos y que coincide con la I Edad del Hierro y abarca desde el año 750-550 a.C.
El rey Argantonio
Heródoto escribe sobre el rey Argantonio ("Hombre de plata") último rey de Tartessos que reinó entre los años 630-550 a.C. En estos escritos menciona su incontable riqueza, sabiduría y generosidad y escribe sobre sus amigables relaciones con los griegos focenses.Sobre este rey tenemos numerosas citas (de Anacreonte, Rufo Festo Avieno, Estrabón, Luciano, Cicerón, Plinio, Valerio Máximo...) en las que destacan su riqueza, pacifismo, longevidad y hospitalidad.
Heródoto escribe sobre la amistad de Argantonio con los griegos focenses. Cuando la expansión del imperio persa amenazaba las ciudades jonias de la costa occidental del Asia Menor, Argantonio llega a proponerles (a mediados del siglo VI a.C.) que abandonen dicha costa y se establezcan dentro de su territorio. Los focenses no aceptaron el ofrecimiento, no obstante si aceptaron 1500 kilos de plata que Argantonio les envió con objeto de reforzar las murallas de Focea, su capital en la actual Turquía. A pesar de todo, los griegos no pudieron frenar la expansión persa, y sus ciudades jonias fueron cayendo una a una bajo el dominio persa; Focea fue tomada y destruida sobre el año 540 a.C., diez años después de la muerte de Argantonio.
La política de amistad Argantonio con los griegos focenses debió ser muy molesta para los fenicios, que encontraban a los focenses competidores que hacían desaparecer su tradicional monopolio en el comercio con Tartessos. Estrabón hace referencia a este hecho al escribir que las mejores ciudades de este reino eran habitadas por los fenicios. Ahora Argantonio invitaba también a los griegos a hacer lo mismo.
Adicionalmente los fenicios ya habían sufrido la presión asiria sobre sus ciudades en oriente. La caída de su capital Tiro en el 580 a. C. en manos babilonias había marcado la independencia de la ciudad fenicia de Cartago que se convirtió en la capital del Estado púnico. Cortado el nexo con oriente, Cartago se concentró en el comercio con occidente. En posesión de una poderosa armada Cartago se convirtió en la primera potencia económica y militar en el Mediterráneo occidental.
Por ello, el comercio de Tartessos con los fenicios a partir del 580 a. C. (30 años antes de la muerte de Argantonio) no era ya con los fenicios de Tiro, como fue al principio cuando estos fundaron sus factorías en las costas del reino de Tartessos sino con los púnicos de Cartago, que dependían en gran medida de las riquezas minerales de estas tierras.
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