Niño con un cesto de frutas es un cuadro de Caravaggio datado en 1593, que se exhibe en la Galería Borghese de Roma. El cuadro muestra a un joven sosteniendo un cesto de frutas, en medio de un panorama tenebrista y desolado. El muchacho es sensual y con unos ojos negros vivos y penetrantes. Este cuadro fue alabado en su tiempo por su viveza y más tarde fue precursor de otros genios universales como Francisco de Zurbarán.
Niños comiendo de una tartera es un cuadro de Bartolomé Esteban Murillo, pintado al óleo sobre lienzo con unas dimensiones de 123 x 102 cm. Datado entre los años 1670 al 1675, actualmente se conserva en el Alte Pinakothek de Munich.
Historia
Murillo fue uno de los primeros pintores europeos en comenzar a representar escenas con muchachos de protagonistas y a pesar de que hubo artistas como el danés Eberhard Keil, contemporáneo a Murillo y cuyo trabajo lo desarrolló principalmente en Italia, que ya habían pintado algunos lienzos con muchachos como tema principal, ninguno de ellos sin embargo supo igualar la actitud espontánea y casual que Murillo conseguía imprimir a sus retratos.
La tela pertenece a un grupo de pinturas de género popular y tema infantil pintados por Murillo entre los años 1670 al 1675. Esta temática ya había sido utilizada por el pintor anteriormente con lienzos donde, como en este trabajo, nos mostraba a través de una inocente e intrascendental escena la triste y miserable condición que sufrían los jovencísimos mendigos que pululaban por las calles de Sevilla. Así se puede ver también por ejemplo en su obra Niños comiendo uvas y melón de cerca de 1650 y de parecida factura.
En este lienzo el tema de la infancia es afrontado de una manera más esperanzadora y serena, con optimismo y alegría y aunque de forma muy idealizada, los dos niños son representados con gran verosimilitud y sin intenciones moralizantes.
Lo más probable es que quienes encargaran estas representaciones a Murillo fueran marchantes de la Europa Septentrional donde las pinturas de esta temática eran muy apreciadas. Seguramente por esto, ninguna de estas pinturas infantiles se conservan en museos españoles cuyo gusto en aquella época se decantaba más por temas religiosos.
Descripción y características
En el lienzo se ven a dos niños en primer plano que ocupan casi toda la escena. Están sentados, parecen comer de una tartera que hay entre ellos y uno de ellos levanta su brazo en cuya mano sostiene un trozo de comida que se dispone a devorar con glotonería. Su compañero, mientras tanto, lo mira divertido y expectante al igual que el perro, que con gesto atento espera ansioso que caiga alguna sobra. A sus pies se observa también un bodegón de gran realismo.
Murillo en este cuadro hace un uso increíblemente hábil de la iluminación. Una única fuente de luz ilumina toda la escena creando las formas y volúmenes y distribuyendo los espacios con el fin de conseguir un gran realismo en toda la composición.
El naturalismo se enfatiza aún más por la expresividad de sentimientos en los gestos de los niños y del perro, así como en el estudio minucioso y detallado a la hora de plasmar los alimentos, las ropas harapientas o las sucias plantas de los pies del niño en primer término.
Las pinceladas son fluidas y los colores, distribuidos en capas finas, tienden a los pardos terrosos, al grisaceo y al verde, armonizando delicadamente en fusión perfecta con el oscuro fondo constituido por un paisaje sfumato ´
Niños comiendo uvas y melón es una pintura al óleo de estilo barroco realizada por el pintor Bartolomé Esteban Murillo entre 1645 y 1650. Se encuentra en la Alte Pinakothek de Múnich, donde se exhibe en la sala XIII con el nombre de Trauben- und Melonenesser, inventariada con el núm. 605.1 Una de las tipologías más recurrentes en la obra de Murillo, aparte de la pintura religiosa, fue la de la pintura de género realizada con realismo y gran naturalismo. Estas pinturas presentan en su mayoría escenas picarescas con niños mendigos en diversas actitudes, como son los Niños jugando a los dados o el Joven mendigo, y a pesar de la miseria que muestran, el pintor consigue crear una imagen de humanidad y simpatía.
Contexto
Este tipo de pinturas de género conocidas de Murillo, se encuentran casi todas fuera de España, lo que hace pensar que fueron pintadas por encargo de algunos de los numerosos comerciantes flamencos afincados en Sevilla y con destino al mercado nórdico, como lo hizo Nicolás de Omazur, importante coleccionista y cliente de Murillo.3
El pintor representa la vida de mendicidad y pobreza de Sevilla, que a pesar de ser una de las ciudades más importantes y con más comercio de la península, por esa misma razón, era también una de las que recibía mayor número de indigentes. A esto hay que añadir los estragos de la peste y la profunda crisis económica y social a que había conducido la monarquía absoluta de la Casa de Austria. Todo ello contribuyó a la miseria y práctica del pillaje. Esta época fue llamada el Siglo de Oro, denominación especialmente utilizada en lo que al terreno cultural se refiere. Así en esta pintura, los niños se encuentran vestidos pobremente con las camisas medio destrozadas, pero con muestras de cierta alegría en la glotonería con que consumen las frutas, seguramente robadas. Esta interpretación profana y cotidiana, muestra el conocimiento que el autor tenía de la escuela italiana, influido principalmente por Caravaggio, quizá en los pequeños «Bacos» realizados por este pintor cincuenta años antes.4
El príncipe elector Maximiliano II Manuel de Baviera en Amberes —donde era gobernador de los Países Bajos de los Habsburgo a finales del siglo XVII o a principios del siglo XVIII— adquirió esta pintura junto con Niños jugando a los dados, obra también de Murillo, siendo las dos primeras pinturas de este autor que pertenecieron a la Alte Pinakothek.5
Descripción
La pintura presenta como protagonistas a dos personajes, niños aún, que ocupan un primer plano; ambos se encuentran sentados y comiendo fruta. El de la derecha, sentado sobre una madera está situado en una posición un poco superior que su compañero, tiene la mejilla hinchada por la cantidad de melón puesto dentro de su boca, recién mordido de la tajada que sostiene en la mano izquierda, mientras con la derecha aguanta un cuchillo y el resto del melón apoyado sobre sus rodillas; tiene girada la cabeza hacia su compañero, el cual con la mano derecha en alto está comiendo uvas directamente del racimo; en la otra mano sostiene una tajada de melón. Las ropas son harapos rotos, los pies descalzos y sucios están próximos al espectador y en la parte izquierda del cuadro, se encuentra una cesta llena de uvas que forma por si sola una naturaleza muerta. Toda la escena mantiene una iluminación de claroscuro, proveniente de la parte izquierda, propia de la época barroca y de la influencia «caravagista» del autor. También la composición realizada con diagonales es típicamente barroca. El colorido empleado es en tonos ocres y verdosos, entre el blanco y el negro.
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