sábado, 8 de abril de 2017

Cuadros por estilo


cuadros del barroco

La Inmaculada Concepción es una pintura del pintor español (ExtremaduraFrancisco de Zurbarán(1598 - 1664). Está realizado en óleo sobre lienzo. Mide 252 cm de alto y 168 cm de ancho. Está firmado y fechado en 1632 y expuesto actualmente en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
Francisco de Zurbarán pintó numerosas Inmaculadas en defensa de este dogma del catolicismo, con representaciones poéticas de la Virgen como una joven muchacha.

Documentación

Historia

El cuadro fue pintado el 1632 poco antes de que el pintor decidiese marcharse a Madrid para colaborar en la decoración del Palacio del Buen Retiro.
No se conoce el motivo por el cual fue pintado ni su primer destino. La primera referencia lo sitúa en la colección de Pedro Aladro en Jerez el 1912. Posteriormente pasó a formar parte de la colección Domecq en la misma población. Después fue adquirido por la colección del bibliófilo Santiago Espona que la donó al Museo Nacional de Arte de Cataluña en 1958.

Tema

El Concilio de Trento estableció el pecado original como un dogma de fe y consagró la creencia de la Inmaculada Concepción aunque no hizo dogma de fe de ella. En España se creyó enfervorizadamente en esta doctrina y se celebra el 8 de diciembre como fiesta de obligado cumplimiento desde el 1644. En aquellos tiempos la devoción por la Virgen María era enorme.
La Inmaculada Concepción presenta a la Virgen como el único ser mortal que se liberó del pecado original. Este fue un argumento doctrinal católico de larga tradición, muy representado en la pintura española del Siglo de Oro.
Este tema fue tratado por el pintor en diversas ocasiones. Zurbarán utilizaba el color rosado para la túnica de la Virgen hasta que Francisco Pacheco en el 1649 escribió el canon de estética para la tipología de la Inmaculada Concepción en el tratado Arte de la pintura. Pacheco seguía las indicaciones de Beatriz de Silva que había tenido una visión de la Virgen vestida de blanco y azul cielo en el año 1615. El 1636 se inició un proceso de beatificación para la monja Beatriz de Silva al hacer pública su visión.

Análisis Formal

Elementos plásticos

La iluminación del cuadro proviene de dos focos. Uno está situado tras la figura central y refuerza su majestuosa presencia. El otro se sitúa delante, en el ángulo superior izquierdo y sugiere el camino a seguir con la mirada.

Composición

El cuadro forma parte de las llamadas series verticales del artista. La obra se rige por una simetría axial muy del gusto de la época, donde cada elemento representado en un lateral tiene su equivalente en el lado contrario. La Virgen es el eje de simetría. Su figura rompe el perfecto equilibrio mirando la luz.
Se representa a María (madre de Jesús) como "una muchachita sumida en éxtasis. La luz describe su faz y los planos y volúmenes de su figura, con una coloración que es, a un tiempo, suave y esplendorosa" (M. Olivar).
María aparece de pie sobre cinco querubines que ocupan media luna. El collar mariano que luce la Virgen luce el anagrama A(ve) M(aría). Mientras tanto, una multitud de estrellas y ángeles se confunden entre las nubes en la aureola que rodea su cabeza.
Los ángeles de los laterales portan lirios y rosas que simbolizan atributos de pureza y tablas con inscripciones del "Cantar de los Cantares", un libro bíblico de un profundo valor místico y simbólico.
En los laterales inferiores aparecen dos colegiales y símbolos que se atribuyen al dogma mariano: el espejo sin mancha, la escalera de Jacob, la puerta del cielo y la luz de la mañana.

Estilo

Esta obra pertenece a la corriente pictórica conocida como Barroco español. Este fue un movimiento muy vinculado a las ideas de la Contrarreforma y en parte influenciado por cierta tendencia mística. El naturalismo de la obra es propio de la pintura contrarreformista
Combina Francisco de Zurbarán "el realismo con un sentimiento místico de inspiración jesuítica" (L. Monreal)
Zurbarán muestra la influencia de Caravaggio en la forma en que ilumina sus composiciones. Su estilo poco a poco asimilará elementos del manierismo italiano.






La Inmaculada Concepción pintada por Velázquez hacia 1618 y conservada en la National Gallery de Londres podría ser, con su pareja, el San Juan evangelista en Patmos del mismo museo, la primera de las obras conservadas del sevillano, pintada con poco más de 18 años.

Historia

En 1800 Juan Agustín Ceán Bermúdez citó la obra, junto con su pareja, el San Juan evangelista escribiendo el Apocalipsis, de idénticas dimensiones, en la sala capitular del convento del Carmen Calzado de Sevilla.2 Ambas fueron vendidas en 1809, por intermediación del canónigo López Cepero, al embajador de Gran Bretaña, Bartholomew Frere. Adquirido por el Museo en 1974.3 La crítica es, desde Ceán, unánime en el reconocimiento de su autografía.
El cromatismo parece haber sufrido un oscurecimiento general, a causa de la cera aplicada en una antigua forración. Pero de todos modos no es probable que en su estado primitivo alcanzase la claridad de las Inmaculadas de su maestro, Francisco Pacheco, si se considera que había de armonizar con el San Juan en Patmos, cuyo sistema de iluminación intensa en el primer plano y dirigida desde la izquierda comparte.4

Iconografía

La cuestión inmaculista era en Sevilla objeto de vivo debate, con amplia participación popular volcada en general en defensa de la definición dogmática. La controversia estalló en 1613 cuando el dominico fray Domingo de Molina, prior del convento de Regina Angelorum negó la concepción inmaculada desde el púlpito, afirmando que María «fue concebida como vos y como yo y como Martín Lutero». Entre los fervorosos defensores de la Inmaculada estuvo Francisco Pacheco, bien relacionado con los jesuitas Luis del Alcázar y Juan de Pineda, implicados en su defensa. Al calor de la controversia los pintores recibieron numerosos encargos, siendo por tal motivo la pintura de la Inmaculada uno de los asuntos más repetidos.5
Aunque Francisco Pacheco en El arte de la pintura aconsejaba pintar a la Inmaculada Concepción con túnica blanca y manto azul, tal como se apareció a la portuguesa Beatriz de Silva,6 Velázquez empleó la túnica rojo-púrpura del mismo modo que acostumbraba a hacerlo el propio Pacheco en sus diversas aproximaciones al tema (Inmaculada Concepción con Miguel CidCatedral de SevillaInmaculada concepción con la Trinidad, Sevilla, iglesia de San Lorenzo, etc.). Este era también el modo más extendido en Sevilla en las primeras décadas del siglo XVII, como se observa también en la Inmaculada de Juan de Roelas del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.7
Velázquez sigue los esquemas compositivos empleados por Pacheco igualmente en la silueta en contrapposto de la Virgen, la luna traslúcida a los pies y la integración de los símbolos de las Letanías lauretanas en el paisaje (nave, torre, fuente, cedro), aun a costa de faltar a la verosimilitud en un grado mayor del que acostumbraba su maestro y suegro, a quien gustaba integrar la Torre del Oro o la Giralda en los suyos. Otras sugerencias expuestas por Pacheco en las Adiciones a su tratado, compuestas a partir de 1634 pero recogiendo indudablemente su práctica artística y los conocimientos adquiridos a lo largo de un largo periodo, han sido respetadas por Velázquez:
Hase de pintar, pues, en este aseadísimo misterio esta Señora en la flor de su edad, de doce a trece años, hermosísima, lindos y graves ojos, nariz y boca perfectísima y rosadas mexillas, los bellísimos cabellos tendidos, de color de oro; en fin, cuanto fuere posible al humano pincel. (...) Vestida del sol, un sol ovado de ocre y blanco, que cerque toda la imagen, unido dulcemente con el cielo; coronada de estrellas; doce estrellas compartidas en un círculo claro entre resplandores, sirviendo de punto la sagrada frente; (...) debaxo de los pies, la luna que, aunque es un globo sólido, tomo licencia para hacello claro, transparente sobre los pies; por lo alto, más clara y visible la media luna con las puntas abaxo.
Explicaba luego Pacheco esta elección de las puntas hacia abajo, contra la costumbre, de acuerdo con las indicaciones del padre Luis del Alcázar, por razones de veracidad astronómica, dada la posición del sol, por convenir así mejor para iluminar a la mujer que sobre ella está y porque, siendo la luna un cuerpo sólido, la figura ha de quedar asentada en la parte de fuera. La luna de Velázquez es, sin embargo, más que un creciente lunar un sólido cristalino a través del que se observa el paisaje. Velázquez prescinde de la serpiente, figura del demonio, que Pacheco dice pintar siempre con aprensión, dispuesto a dejarla fuera del asunto. Pero rompe con su maestro y de una forma radical en el modelo elegido para representar a la Virgen, que toma del natural sin dejar de ser, a su manera, una bella y recatada doncella.
La apariencia de retrato, bien distinto de los idealizados rostros de Pacheco, ha llevado a diversas especulaciones acerca de la identidad de la retratada, buscándose a menudo al modelo dentro del entorno familiar.






La conocida como Inmaculada «de Soult» es un cuadro del pintor español Bartolomé Esteban Murillo, pintado hacia 1678. Se conserva en el Museo del Prado de Madrid, donde destaca como una de las obras más importantes de la última etapa del maestro.

Historia y descripción

Autor de numerosas Inmaculadas, esta es posiblemente la última que pintara siguiendo la misma fórmula ideal que venía empleando desde sus primeras aproximaciones al tema, con la Virgen vestida de blanco y manto azul, con las manos cruzadas sobre el pecho, pisando la Luna y la mirada dirigida al cielo; la composición, como en este caso, suele presentar un claro impulso ascensional, muy barroco, que coloca a la figura de la Virgen María en el espacio empíreo habitado de luz, nubes y ángeles, aunando dos tradiciones iconográficas: la de la Inmaculada propiamente dicha y la de la Asunción. Es llamativa en esta Inmaculada como en otras del pintor la desaparición de los tradicionales símbolos de las Letanías lauretanas, oración mariana que se asocia muy frecuentemente con la iconografía inmaculista. En lugar de ellos, Murillo idea en torno a María una gran gloria de ángeles, pintados en las más variadas actitudes con una pincelada muy deshecha, que logra fundir las figuras con la atmósfera celestial. Los rostros de la Inmaculada y de los ángeles son muy realistas y tienen bastantes detalles.
La pintura fue encargada según Ceán Bermúdez por Justino de Neve para el Hospital de los Venerables de Sevilla (1686); se la conoce también por ello como Inmaculada de los Venerables. Durante la Guerra de la Independencia fue expoliada y llevada a Francia por el mariscal Soult en 1813 hasta 1852; de este hecho proviene su otro sobrenombre. Como dato curioso, Soult dejó en los Venerables el marco original de la obra, que se conserva allí y ha sido restaurado hace pocos años.
La pintura fue adquirida por el Museo del Louvre en 1852, por la formidable cifra de 615 000 francos; lo que la convertía presumiblemente en la más cara del mundo hasta entonces. Se expuso casi durante un siglo en el Museo del Louvre, periodo en el cual el arte de Murillo perdió estimación. Ello ayuda a explicar que el Régimen de Vichy accediese a entregarla a Franco dentro de un intercambio de obras de arte en 1941, junto con la Dama de Elche y varias piezas del Tesoro de Guarrazar. El cuadro de Murillo ingresó en el Prado, mientras que las restantes piezas pasaron al Museo Arqueológico Nacional (la Dama, como depósito del Prado en 1971). Durante 2009 la obra de Murillo fue sometida a un complejo proceso de restauración en los talleres del museo.
El artista obtuvo renombre gracias a su dominio del claroscuro en la tradición sevillana así como la delicadeza manejada en sus rostros, motivo que le hicieron acreedor de muchos encargos de carácter devocional.

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