domingo, 9 de abril de 2017

Cuadros por estilo

cuadros del barroco

La dama del abanico es un cuadro de Diego Velázquez (1599 – 1660), pintado hacia 1635. Se documenta a comienzos del siglo XIX en la colección de Lucien Bonaparte, puesta en venta en Londres en 1815. El retrato fue adquirido por Alejandro María Aguado, marqués de las Marismas y volvió a salir a la venta en París en 1843, siendo adquirido por James Mayer de Rothschild. En 1872 pasó a propiedad de Richard Wallace, integrándose en su colección de Hertford House, encontrándose actualmente expuesto en el museo de la Colección Wallace de Londres, situada en Manchester Square.

Historia y características de la obra

Se desconoce con certeza la identidad de la mujer que protagoniza el lienzo, sobre la que los expertos discrepan. Para Lafuente Ferrari y otros podría ser Francisca Velázquez, hija del pintor, posibilidad descartada por José López-Rey. En 2006 un estudio de la restauradora británica Zahira Veliz Bomford propuso identificarla con Marie Aimée de Rohan, duquesa de Chevreuse, la aristócrata francesa célebre por sus intrigas políticas que en 1637 llegó a España buscando refugio en la corte de Felipe IV, de donde partió en dirección a Londres solo unos meses después. Por una carta fechada en enero de 1638 se sabe que Velázquez retrató en ese tiempo a la duquesa, «que en todo se porta con mucha modestia, y Diego Velázquez la está ahora retratando con el aire y traje francés».1
Retrato de Marie Aimée de Rohan, duquesa de Chevreuse. La identificación de la dama del abanico con la duquesa de Chevreuse se ha discutido a la vista de los retratos indiscutidos de esta.
El escote que luce la dama ha sorprendido a algunos críticos y se ha afirmado que se trataría de uno de los retratos más atrevidos y sensuales pintados por Velázquez, aunque la retratada vaya tocada con un amplio velo negro que envuelve los hombros, guantes blancos y un rosario de oro en la mano izquierda. La sensualidad de ese escote contrastaría con los usos recatados en el vestir de las damas españolas, aduciéndose que se opone a la modestia exigida por la moral y las leyes contra el lujo y los excesos en el vestir dictadas por Felipe IV.
José López-Rey opuso a esta interpretación que el primer decreto por el que se prohibía a las mujeres españolas emplear vestidos considerados indecentes —guardainfantes, enaguas y escotes— es de 1639 y su eficacia puede ponerse en duda teniendo en cuenta que hubo de ser refrendado en 1649 y 1657.2Para Jonathan Brown, que atribuye el escotado a la moda francesa introducida en Madrid por la duquesa y recuerda la prohibición de 1639, tomándola como fecha límite para la ejecución del retrato, el «aire de velada sensualidad» queda contrarrestado por la «casta intención» que revelan el rosario y la medalla religiosa que cuelga del lazo azul, de modo que «la belleza y la piedad se unen así directamente en este retrato magistral».3
El uso de amplios escotes por las españolas está atestiguado también por numerosas fuentes literarias. Así el capitán Francisco Santos, en su novela Los Gigantones de Madrid por defuera, aludía a unas damas de la corte vestidas «con un trage tan deshonesto que verdaderamente me parecieron rameras; pues tanto adorno y tan desvergonçado, no permitía más caudal de entendimiento (...) de más de llevar descubierto hasta la media espalda, y trages costosissimos». Siendo los escotes motivo constante de preocupación para los moralistas, se escribieron algunos libros específicamente destinados a condenar las modas deshonestas en el vestir, como el del padre Galindo, elocuentemente titulado: Verdades morales en que se reprehenden y condenan los trages vanos, superfluos y profanos, con otros vicios y abusos que oy se usan, mayormente los escotados deshonestos de las mujeres. Pero no faltaron tampoco quienes salieran en su defensa, alegando que su uso no era inmoralidad sino moda, como sostuvo un tal Godoy en un libro, editado en Sevilla en 1684, titulado Breve satisfación a algunas ponderaciones contra los trajes, que sin más fin que el de ser acostumbrados usan las mujeres de España.4
El cuadro ha sido relacionado también con el «Retrato de una dama de superior belleza», cuya identidad no desvela, citado por Antonio Palomino y al que el poeta Gabriel Bocángel dedicó un epigrama publicado en 1637 con La lira de las Musas:
Llegaste los soberanos
Ojos de Lisi a imitar,
Tal, que pudiste engañar
Nuestros ojos, nuestras manos.
Ofendiste su belleza,
Silvio, a todas desigual.
Porque tú la diste igual
Y no la naturaleza.5
Fernando Marías, por su parte, encuentra en este retrato de dama escotada «a la moda francesa» un carácter más íntimo que el mostrado por Velázquez en otros retratos de los mismos años y con protagonistas de cierta alcurnia, por lo que no descarta que pueda tratarse, según la vieja propuesta, de su hija Francisca, y que con el Retrato de niña, quizá su nieta, fuese uno de los conservados por el pintor hasta su muerte, citados junto a un autorretrato inacabado en los inventarios de sus bienes.





La decapitación de San Juan Bautista es una pintura terminada en 1608 por el pintor barroco italiano Caravaggio. La misma se encuentra en la Concatedral de San Juan de La ValetaMalta. Esta pintura es la más importante que Caravaggio haya realizado en Malta y muchos la consideran su obra maestra.
El cuadro se caracteriza por el balance de todas sus partes. No es por accidente que el artista introduce referencias precisas en cuanto al escenario, situando la austera arquitectura del siglo XVI de la prisión como telón de fondo de los personajes. En la ventana, dos figuras silenciosas son testigos de la escena, proyectando al espectador dentro de la pintura y no hacia afuera como ocurre con El martirio de San Mateo.
Aquí se presenta un compendio definitivo del arte de Caravaggio, con personajes habituales en sus pinturas (la anciana, la joven, el canalla desnudo, el noble de barba) y elementos lombardos. La técnica se adhiere a las limitaciones deliberadas y programadas buscada por Caravaggio pero, en medio de los tonos suaves y oscuros, hay un sentimiento impresionante de dibujo a lápiz al cual el artista no renuncia y que es visible incluso en los destellos de luz de sus últimos trabajos. Este balance sumamente clásico, que se proyecta más allá de cualquier contingencia, desata el cruel drama que resulta efectivo al punto que, habiendo rechazado siempre la «estética de la exclamación», Caravaggio limita toda señal de énfasis emocional, externa y excesiva. El pintor firmó en la sangre de San Juan: f michela.... La «f» en la firma tal vez deba ser entendida como fecit (hizo) en vez de frater (hermano). Tal es el sello que colocó en la que podría ser su mejor obra.









La derrota de Sísara es una pintura al óleo sobre lienzo de Luca Giordano, realizada en 1692 y se ubica en el Museo del Prado.
Esta pintura es parte de un par de bocetos que el artista ejecutó en previsión de la decoración de la iglesia de Santa María Donnaromita en Nápoles. Pero los dejó sin terminar debido a su partida a España en 1692, siendo completadas por dos de sus estudiantes: Simonelli y Cenatempio.
La iconografía de la obra está tomada del Antiguo Testamento,1 que narra las luchas entre los israelitas y Sísara, general del ejército de Canaán, posiblemente cerca de la localidad de Daberat,2 y cómo la profetisa Débora acompañó a Barac, comandante de Israel, a la victoria y dispersión del ejército de Sísara. Posteriormente sería asesinado por la heroína Jael con un enorme clavo en la cabeza.
La pintura refleja el instante en el que Sísara huye y abandona a sus tropas en el río Cishon.

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