Belerma es un personaje literario propio del Romancero Viejo, que fue creado por juglares y romanceristas del siglo XVI para designar a la dama ideal. Belerma da nombre a varios romances, y es, también la compañera de Durandarte, escrupuloso amador y amigo inseparable del caballero Montesinos, famoso por el ciclo de romances al que da su nombre. En el romance Oh Belerma Durandarte (Personaje que personifica a la espada de Carlomagno) se despide de Belerma y de su fiel primo Montesinos al caer en la batalla. Según dicho romance, Durandarte sirvió a Belerma durante siete años, y al inicio de su romance con ella, él hubo de marchar a la guerra, donde, tras heroicas hazañas, muere. En este contexto se desarrolla el romance, que según varios filólogos, es una mezcla entre la epopeya quijotesca y la tradición romancera castellana, pese a existir dicho romance en otras lenguas peninsulares, como el gallego o el catalán. Además, llegaron a existir variaciones del tema principal del romance en siglos posteriores.
Diez años vivió Belerma |
con el corazón difunto |
que le dejó en testamento |
aquel francés boquirrubio. |
5 Contenta vivió con él, |
aunque a mí me dijo alguno |
que viviera más contenta |
con trecientas mil de juro. |
A verla vino doña Alda, |
10 viuda del conde Rodulfo, |
conde que fue en Normandía |
lo que a Jesucristo plugo, |
y hallándola muy triste |
sobre un estrado de luto, |
15 con los ojos que ya eran |
orinales de Neptuno, |
riéndose muy de espacio |
de su llorar importuno |
sobre el muerto corazón |
20 envuelto en un paño sucio, |
le dice: «Amiga Belerma, |
cese tan necio diluvio, |
que anegará vuestros años |
y ahogará vuestros gustos. |
25 Estése allá Durandarte |
donde la suerte le cupo; |
buen pozo haya su alma, |
y pozo que esté sin cubo. |
Si él os quiso mucho en vida, |
30 también lo quisistes mucho, |
y si tiene abierto el pecho, |
queréllese de su escudo. |
¿Qué culpa tuvistes vos |
de su entierro, siendo justo |
35 que el que como bruto muere, |
que lo entierren como a bruto?; |
muriera él acá en París, |
a do tiene su sepulcro, |
que allí le hicieran lugar |
40 los antepasados suyos. |
Volved luego a Montesinos |
ese corazón que os trujo, |
y enviadle a preguntar |
si por gavilán os tuvo. |
45 Descosed, y desnudad, |
las tocas de anjeo crudo, |
el monjilón de bayeta |
y el manto, basto, peludo; |
que, aun en las viudas más viejas |
50 y de años más caducos, |
las tocas cubren a enero, |
y los monjiles, a julio, |
cuanto más, a una muchacha |
que le faltan días algunos |
55 para cumplir los treinta años, |
que yo desdichada cumplo. |
Seis hace, si bien me acuerdo, |
el día de Santiñuflo, |
que perdí aquel mal logrado |
60 que hoy entre los vivos busco. |
Holguéme de cuatro y ocho, |
haciéndoles dos mil hurtos |
a las palomas, de besos, |
y a las tórtolas, de arrullos. |
65 Sentí su fin; pero más |
que muriese sin ver fructo, |
sin ver flujo de mi vientre, |
porque siempre tuve pujo; |
mas no por eso ultrajé |
70 mi buena tez con rasguños, |
cabal me quedó el cabello, |
y los ojos, casi enjutos. |
Aprended de mí, Belerma, |
holguémonos de consuno, |
75 llévese el mar lo llorado, |
y lo suspirado, el humo. |
No hiléis memorias tristes |
en este aposento obscuro, |
que, cual gusano de seda, |
80 moriréis en el capullo. |
Haced lo que en su fin hace |
el pájaro sin segundo, |
que nos habla en sus cenizas |
de pretérito y futuro. |
85 Llorad su muerte, mas sea |
con lagrimillas al uso; |
de lo mal pasado nazca |
lo por venir más seguro. |
Pongámonos a la par |
90 dos toquitas de repulgo, |
ceja en arco, manos blancas, |
y dos perritos lanudos. |
Hiedras verdes somos ambas, |
a quien dejaron sin muros, |
95 de la muerte y del amor |
baterías e infortunios: |
busquemos por do trepar, |
que, a lo que de ambas presumo, |
no nos faltarán en Francia |
100 pared gruesa, tronco duro. |
La iglesia de san Dionís |
canónigos tiene muchos, |
delgados, cariaguileños, |
carihartos y espaldudos: |
105 escojamos como en peras |
dos déligos capatuncios, |
de aquestos que andan en mulas |
y tienen algo de mulos; |
de estos Alejandros Magnos |
110 que no tienen por disgusto, |
por dar en nuestros broqueles, |
que demos en sus escudos. |
De todos los doce pares |
y sus nones, abrenuncio, |
115 que calzan bragas de malla |
y, de acero, los pantuflos; |
¿de qué nos sirven, amiga, |
petos fuertes, yelmos lucios?: |
armados hombres queremos, |
120 armados, pero desnudos. |
De vuestra mesa redonda, |
francos paladines, huyo, |
donde ayunos os sentáis, |
y os levantáis más ayunos; |
125 la de cuatro esquinas quiero, |
que la ventura me puso |
en casa de un cuatro picos, |
de todos cuatro picudo, |
donde sirven, la cuaresma, |
130 sabrosísimos besugos, |
y turmas, en el carnal, |
con su caldillo y su zumo». |
Más iba a decir doña Alda, |
pero a lo demás dio un nudo, |
135 porque de don Montesinos |
entró un pajecillo zurdo. Blancaflor es una leyenda de sur de la Península Ibérica sobre la hija pequeña del diablo similar en temática a la leyenda griega de Medea.1 En ocasiones, también se confunde erróneamente con el cuento de Blancanieves. Trama[editar]
Los reyes de un país muy lejano, desesperados por no poder tener hijos, rezan por tener descendencia (en algunas versiones, incluso llegan a hacer la promesa de entregárselo al diablo cuando cumpla veinte años si se les concede el favor).
Tiene a un hijo hermoso y generoso, pero le debe su alma con el diablo, bien sea por la promesa de sus padres, bien por resultar un jugador empedernido. El diablo promete restituirle su antigua vida si realiza tres encargos que le impondrá. Una anciana a la que ayuda de camino al castillo de Irás y no Volverás, donde habita el diablo, le da un truco para superar las tareas: antes de llegar al castillo hay un río donde se bañan las hijas del diablo. Debe esconder la ropa de la pequeña, de nombre Blancaflor, y no dársela hasta que le prometa ayudarlo.
Siguiendo las instrucciones de la anciana consigue la ayuda de Blancaflor tras prometerle matrimonio. Gracias a ella logra superar las tres tareas:
El diablo enfadado por su derrota y porque el muchacho vaya a desposar a su hija trata de matarlo, pero ambos huyen al país natal del príncipe. Una vez allí, el futuro monarca olvida todo lo ocurrido y se promete con otra. Blancaflor está a punto de suicidarse con una piedra de dolor y un cuchillo de amor, cuando el príncipe, que asiste al coloquio de Blancaflor con estos objetos empieza a recordar todo lo ocurrido y la detiene en el último momento para casarse con ella.
Similitudes con Medea[editar]
Hay diferentes paralelismos con las historia de Jasón y el vellocino de oro.
Por una parte, el nombre de la heroína. En algunas versiones del cuento, el nombre de la protagonista está relacionado con el Sol ("Marisoles", "Siete rayos de sol") al igual que Medea que es la nieta del Sol.1
Por otra parte, hay un paralelismo en las historia: el héroe se compromete con la heroína para luego, al llegar a su reino, comprometerse con otra candidata más adecuada.
En el cuento, a diferencia de la narración mitológica, el príncipe acaba cumpliendo con su promesa.
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