Emperador Calígula: Calígula tendrá, en el futuro, un lugar de dudoso honor en la sangrienta lista de los emperadores romanos, sin que esto quiera decir que fue intrínsecamente peor que otros. Y es que la fama de algunos malvados de la Historia suele depender de un cúmulo de circunstancias presentes y futuras a partir de las cuales, los historiadores hacen su trabajo.
En el caso de Cayo César Germánico llovía sobre mojado tras su antecesor, el impresentable Tiberio. Con su mandato, el Imperio Romano alcanzará su plenitud tras la época puente del Principado que había iniciado Augusto y proseguido Tiberio, ya con el título de Imperio. Calígula añadiría a la nueva simbología imperial elementos helenístico-orientales que intentarían embellecer lo que, bajo su reinado, no sería otra cosa que una durísima monarquía teocrática a merced de sus caprichos.
Sobrino y sucesor de Tiberio (quien lo había adoptado), hijo de Germánico y de Agripina, y tercer Emperador romano, nació en Antium (hoy Porto D’Anzio). Será conocido como Calígula (diminutivo de caliga, sandalia militar). Antes de ser elevado al trono, debió dar señales alarmantes, ya que el propio Tiberio, a quien acompa ñaba en su retiro de la isla de Capri, comentó: «Educo una semiente para el Imperio». La serpiente lanzó muy pronto el veneno, pues con ocasión de la muerte de Tiberio, y cuando todos creyeron que el viejo crápula había dejado de vivir, con el cuerno aún caliente, Calígula arrancó el anillo del dedo del Emperador, y se lo puso para hacerse proclamar por los presentes nuevo César.
No obstante, en pleno juramento, Tiberio, el pretendido cadáver, pidió un vaso de agua, y el terror se enseñoreó de todos, y muy en especial de Calígula, que lucía ya el anillo imperial y se relamía de gusto ante la perspectiva inmediata de asumir el poder. Aunque Macro, allí presente, ante lo violento y peligroso de la situación, se abalanzó sobre el moribundo y, con su propia almohada, lo asfixió. Calígula, el nuevo Emperador, por fin pudo respirar tranquilo… Calígula era un hombre sin atractivos, de aspecto aterrador que acentuaba con su costumbre de ensayar continuamente las más diversas muecas con las que deseaba asustar, aún más, a los que le rodeaban. Su escasa cabellera era muy encrespada, lo que le acomplejaba doblemente. Muy pronto haría prácticas de sadismo en especial sobre las mujeres que tenía más próximas, con las que se ensañaba, según contaba Séneca.
Este sadismo, según el filósofo cordobés, además de por la utilización de castigos y martirios físicos, se presentaba bajo otras formas de tortura provocadas por el mismo emperador, exactamente a través de sus ojos, cuya mirada nadie era capaz de resistir sin empezar a temblar. Bien lo sabía el filósofo cordobés pues, odiado por el emperador, a punto estuvo de perecer por orden de Calígula. Fue salvado in extremis por una concubina del tirano, y no por humanidad sino porque, sabedor de que Séneca sufría una grave tuberculosis, pensó que no valía la pena adelantar por poco tiempo un final que parecía próximo. En el día a día de Calígula todo valía para llevar a la realidad uno de sus más pregonados deseos: «Que me odien, mientras me teman». No obstante, y llegado el momento, parece ser que Calígula era consciente de su patología mental, o sea, esquizoide, de origen genético.
Tanto es así que, consciente de su inestabilidad psíquica, pensó seriamente en retirarse del poder imperial y ponerse en manos de quienes pudieran curarlo, pues su enfermedad no era original, sino consecuencia de unas altísimas fiebres que padeció en sus primeros años. Un defenestrado (quitado de la circulación) y asustado Séneca, por ejemplo, no dudó en dar salida a su odio hacia Calígula escribiendo (aunque, por supuesto, sin publicarlo entonces) un libro titulado De la cólera, que era un ataque en toda regla, y sin perdón, hacia el odiado personaje que dirigía el Imperio.
Con ocasión de su acceso al trono a los 23 años, Calígula sacrificó 160.000 animales como acción de gracias por tan importante suceso, e inició desde aquel momento, su ascensión imparable hacia el poder máximo y caprichoso que culminará en su inclusión en la no muy ejemplar historia de los emperadores romanos en un destacado primerísimo puesto de crueldad y arbitrariedad, a pesar de que, sorprendentemente, inauguró su reinado ejerciendo una política de tolerancia como reacción al despotismo y maldad de su antecesor, su protector Tiberio. Incluso suspendió los odiosos procesos por lesa majestad de su antecesor, además de volver a los comicios en los que se elegía a los magistrados (con Tiberio lo había hecho el Senado). Además, nadie le negó su amor por los desfavorecidos y su odio por los ricos, conducta esta última que, al final, sería su perdición.
En correspondencia, en estos primeros tiempos el pueblo romano lo adoraba, quizá por ver en él al hijo de aquel Germanico desgraciado y bueno y deduciendo, erróneamente, que sería como su progenitor. Todo empezó a torcerse cuando, en apenas un año, gastó todo el tesoro que había heredado de Tiberio, unos 2.700 millones de sestercios, teniendo que tapar aquel enorme agujero con nuevos y gravosos impuestos de los que no se salvaba nadie. Por ejemplo, impuso un canon a los alimentos, otro por los juicios, a los mozos de cuerda, a las cortesanas e incluso a todos los que tenían la feliz idea de contraer matrimonio. Pero todo este atraco no era suficiente y, tras insistir una y otra vez en esta actitud de pedigüeño, en el transcurso de sus muchos delirios, aseguraría sentirse en la más absoluta ruina, llegando en su sicopatía a pedir limosna en las calles romanas además de obligar a testar en su benefició a sectores de la población bastante ricos, poniéndose muy nervioso si éstos, los llamados a cederles sus riquezas, no se morían pronto. Durante esta fiebre de miseria más o menos imaginaria, pero no menos obsesiva, llegó a confiscar las posesiones de sus propias hermanas, Julia y Agripina, y acusarlas de conspirar contra él. Pero volviendo atrás, a los primeros tiempos de su poder absoluto, aquellas primeras bondades del inicio de su reinado las olvidó Calígula apenas medio año más tarde, superando enseguida las atrocidades de su predecesor, acaso por sufrir un conjunto de enfermedades mentales que le provocaban noches interminables presididas por el insomnio, además de sufrir de continuo espantosos ataques de epilepsia, que nunca le abandonaron.
Precisamente sería tras un agravamiento de sus enfermedades, y después de una inesperada recuperación cuando todos le daban por perdido, cuando se evidenciaría aún más toda su crueldad, puede que como secuela de su enfermedad anterior. Según se levantara de un humor que siempre era variable y caprichoso, demostraba manía persecutoria, delirios y quimeras relacionadas, de nuevo, con el dinero como, por ejemplo, la necesidad que tenía de pisar físicamente un montón de monedas de oro con sus pies descalzos. También formaba parte de su esquizofrenia su desinterés, convertido en odio, por los más famosos autores contemporáneos, ordenando la destrucción (aunque, a la postre, no lo consiguió) de todas las obras de Homero, Virgilio, Tito Livio y otros. Tuvo una pasión incestuosa por una de sus hermanas, Julia Drusila. Muy jóvenes ambos, Calígula la había poseído por primera vez, siendo sorprendidos los dos adolescentes en el lecho por la abuela Antonia, en cuya casa vivían. Nunca renunciaría a ella, sino que, años después, y a pesar de que la habían casado con un tal Lucio Casio Longino, Calígula la compartió y fue Drusila, al mismo tiempo, esposa legítima de su hermano.
Incluso durante una grave enfermedad que parecía iba a ser definitiva y con un fatal desenlace, Calígula nombró como heredera a su misma adorada hermana y esposa. J.ustificaba esta atípica relación en que, en las dinastías de los Ptolomeos, en su adorado Egipto, esto —la unión de dos hermanos— era considerado una relación incluso sagrada. Su amor hacia Drusila le llevó a sentarla junto a él en el Olimpo que había creado con su misma persona como dios principal, divinizándola también. Cuando ella murió, Calígula no tuvo consuelo, y muy afectado, ordenó e impuso un luto general, dictando durísimos castigos para los que, en ese período de duelo, se bañaran, se rieran aunque fuese poco o, en fin, hubieran comido en familia de forma distendida o agradable.
A continuación huyó de Roma y no paré hasta Siracusa. A su regreso, volvió desaliñado, con los cabellos enredados y obligando a que, en adelante, todos juraran por la divinidad de la difunta Julia Drusila. Desde el primer momento imprimió a su reinado de una pompa desconocida, asumiendo de hecho una teocracia en lo externo, deudora de lo helenístico-oriental entre lo que incluyó actos como el de acostarse, además de con Drusila —que siempre sería su preferida—, con sus otras hermanas, las cuales, después de yacer en el lecho del emperador, fueron entregadas por éste a varios amigos como auténticas prostitutas que estos podían utilizar y explotar a su antojo. En otra ocasión, habiendo sido invitado a la boda de un patricio llamado Pisón, durante el banquete decidió robarle la esposa (Livia Orestila) al atónito flamante marido, llevándosela a sus aposentos y poseyéndola. Justificó este rapto y posesión en que, realmente, Livia era su esposa, y amenazó a Pisón si tenía la audacia de tocar a su mujer. Y es que las caricias impacientes de los desposados habían enardecido a Calígula, que quiso adelantarse al marido en el disfrute de la todavía virgen esposa.
Esta conducta indigna del Emperador no era excepcional, ya que en los banquetes solía examinar detenidamente a las damas asistentes, y no evitaba levantarles los vestidos y comparar sus intimidades, escogiendo a alguna y retirándose para gozarla, como hiciera con la desgraciada Livia Orestila. Después regresaba con evidencias del encuentro y se deleitaba ante los asistentes con confidencias sexuales sobre la arrebatada de turno. Fue también amante de Enia Nevia, esposa de Macron, y entre las cortesanas, su favorita fue Piralis. Asimismo, se divertía mucho divorciando, en ausencia de sus maridos, a damas de alta alcurnia, con las que también se acostaba. No obstante, y por medios legales, Calígula tuvo otras esposas: Junia Claudila (que falleció tras su primer parto), la misma esposa de Pisón, Livia Orestila, Lolia Pauline y Cesonia. Esta última fue la que más le duró, al parecer por sus artes libertinas, que excitaban al Emperador de manera especial y lo hacían deudor de sus caricias. La pasión por Cesonia y la manera cómo la consiguió, son dignas del carácter del Emperador. Era Cesonia una bella matrona llena de sabiduría a quien Calígula coiioció el mismo día que ella paría en palacio (de donde era habitante como una mas de las muchas personhs al servicio del emperador) una hermosa niña.
Encariñado desde ese momento con la madre y con la niña, puso a ésta el nombre de Drusila, en honor de su hermana y amante, y se proclamó padre de la criatura. Y, puesto que era el padre por su propia decisión, automáticamente obligó a que se le reconociera también como esposo de la madre, Cesonia. Momentáneamente metamorfoseado en ilusionado padre de familia, condujo a su esposa e hija a todos los templos de Roma, presentando a la pequeña a la diosa Minerva para que le insuflara saber y discreción.
Sin embargo Cesonia ya había parido tres hijos de su matrimonio anterior con un funcionario de palacio, además era una mujer con la juventud ya perdida y no excesivamente hermosa. Por lo que se rumoreaba que aquella locura de Calígula por ella se debía a que Cesonia le había dado algún brebaje afrodisíaco, como por ejemplo, uno muy conocido extraído del sexo de las yeguas. Perdido el norte, Calígula empezó a practicar toda una serie de conductas absurdas y crueles como, por ejemplo, entre las primeras, el nombrar cónsul a su caballo favorito, Incitatus (Impetuoso), al que puso un pesebre de marfil y dotó de abundante servidumbre a su disposición.
Y, entre las segundas, su deseo, expresado a gritos, de qUe «el pueblo sólo tuviera una cabeza para cortársela de un solo tajo», producto de una rabieta imperial al oponerse el público del circo a la muerte de un gladiador contra lo decidido por Calígula. También se distraía llevando sus cuentas personalmente, unas cuentas consistentes en redactar la lista de los prisioneros que, cada diez días, debían ser ejecutados.
Otra contabilidad llevada personalmente fue la de su propio gran prostíbulo, que había hecho construir dentro del recinto de su palacio y que resultó un negocio redondo. En otro orden de cosas, y para producir aún más terror, todas estas distracciones las vivía disfrazándose y maquillándose de forma que sus actos, de por sí ya terribles, contaran con el añadido de lo siniestro, de manera que sus caprichos resultaran implacables haciendo temblar a sus víctimas aún más. Las ejecuciones eran tan numerosas que, a veces, no había una razón medianamente comprensiva para tan definitivo castigo, como en el caso del poeta Aletto, que fue quemado vivo porque el Emperador creyó toparse con cierta falta retórica en unos versos compuestos, precisamente, a la mayor gloria de Calígula, por el desgraciado vate. La crueldad de Calígula podría resumirse en una frase que se trataba, en realidad, de una orden dada a sus matarifes respecto a cómo tenían que acabar con sus víctimas. Era ésta: «Heridlos de tal forma que se den cuenta de que mueren». La lista de sus desafueros sería interminable. A modo de muestreo, podemos decir que el Emperador, imbuido muy pronto de su carácter divino, hizo traer de Grecia algunas estatuas, entre ellas la de Júpiter Olímpico, escultura a la que ordenó arrancar la cabeza y sustituirla por una suya, y desde ese momento rebautizada como Júpiter Lacial (él mismo, transformado en el dios de dioses del Lacio).
El siguiente paso será la elevación de un templo en honor de ese nuevo dios y la presencia en el mismo de otra escultura, ésta de oro, y que cada día era vestida como el propio Calígula, en una especie de simbiosis y travestismo entre aquel artista llamado Pigmalión y su modelo, y que evidenciara de manera inequívoca, la naturaleza celestial del Emperador. También, y sin duda todavía en las alturas de su particular Olimpo, invitaba a la Luna (Selene) en su plenilunio, a que se acostara con él. Ya en terrenos más próximos a lo cotidiano, y en su afán por complicarle la vida a sus súbditos, se divertía, por ejemplo, regalando localidades a la plebe que, en principio, estaban destinadas a la aristocracia. Lo divertido para Calígula venía cuando, estos últimos, al encontrar ocupadas sus localidades, iniciaban un altercado con la chusma, espectáculo este mucho más divertido para Calígula que las propias representaciones teatrales. Calígula había sido un emperador que siempre había sorprendido y puesto a prueba a la gente. Como se quejara amargamente de que su reinado transcurría sin grandes cataclismos y, por tanto —según él—, su nombre y su tiempo apenas serían recordados por los historiadores, intentó suplir esta falta de terremotos, inundaciones, pestes o guerras auténticas, con la puesta en escena de batallas de ficción. Así, en una de sus incursiones por Germania y ante la nula presencia real de escaramuzas, decidió que parte de sus legiones pasaran al otro lado del río Rhin, desde donde se encontraban, e hiciesen como si pertenecieran a un ejército bárbaro. Una vez en la otra ribera, Calígula cayó sobre el enemigo con sus soldados, a los que venció sin paliativos.
Escribió, entonces, a Roma anunciando su triunfo al tiempo que se quejaba de que, mientras él exponía su preciosa existencia luchando, en la metrópoli el pueblo y los senadores se divertían en inacabable holganza. También humilló a sus legiones en las Galias obligando a los soldados a recoger, en el transcurso de jornadas agotadoras, toda clase de moluscos y otras especies de productos marinos. Tras agotar el tesoro imperial en su favor y mandar asesinar (como ya queda dicha) a destacados miembros de la aristocracia para quitarles el dinero, acabó siendo asesinado en una estancia de su palacio por el jefe de los pretorianos, Casio Quereas, en el pasillo que comunicaba aquél con el circo, al que volvía el Emperador tras un descanso en uno de los espectáculos de los Juegos Palatinos. Se vengaba así, de camino, Quereas del trato vejatorio que siempre le infligió el Emperador, tratándole de afeminado e impotente.
Ahora había llegado su hora, y ya pudo empezar a alegrarse con la primera herida producida en el cuerpo de un Calígula medroso (un hachazo en el imperial cuello), que, sin embargo, no lo mató inmediatamente, aunque sí provocara en el sádico personaje gritos de dolor y desesperación. Inmediatamente acudieron el resto de los conjurados (hasta treinta de ellos con sus espadas desenvainadas) quienes, tras una estocada en el pecho propiciada por Cornelio Sabino, se ensañaron en la faena de acabar, definitivamente, con la vida del Emperador, su esposa Cesonia e, incluso, con la de la hija de ambos, una niña que fue estrellada sin piedad contra un muro. Se ponía fin, con la misma violencia sufrida, al sangriento y violento reinado de un loco que había torturado a su pueblo durante tres años y diez meses de pesadilla.
Crudelísimo incluso después de su muerte, se encontraron abundantes listas de nombres destinados a ser ejecutados. Incluso, junto a estas, fueron hallados gran cantidad de venenos destinados a cumplir de ejecutores de aquéllos, tan abundantes que, al ser arrojados al mar, envenenaron las aguas marinas, que devolvieron a las playas miles de peces muertos. Calígula (que contaba 29 años al morir) fue borrado por el Senado de la lista de los emperadores de Roma. Había sido un hombre tan malvado y despiadado con los demás como cobarde él mismo. Por ejemplo, en vida sentía un terror patológico por las tormentas, que le arrastraba debajo de las camas cuando empezaban los relámpagos.
Murió, como ya se ha dicho, muy joven, y nadie sabría nunca lo que hubiera podido ser su reinado de vivir más años. Como en el caso de tantos personajes polémicos o indeseables, el cine no lo dejaría escapar, siendo uno de los films más conocidos uno seudo porno del escandaloso director Tinto Brass titulado Calígula.
Comía y bebía mientras presenciaba ejecuciones; en medio de las fiestas, tomaba a la esposa de cualquier invitado, la violaba y volvía a la mesa para contar cómo le fue; tuvo relaciones incestuosas con sus tres hermanas; mandó a torturar y a matar a senadores, a veces solo para quedarse con sus fortunas: fue, en síntesis, uno de los más sádicos emperadores romanos.
El historiador romano Suetonio, dice del emperador Calígula que: ‹‹era delito capital mirarle desde lo alto cuando pasaba, o pronunciar, con cualquier pretexto que fuese, la palabra “cabra” ››. Era un hombre alto, de piel muy blanca, grueso aunque de piernas y cuello delgados, con abundante bello corporal, ojos hundidos, frente ancha y abultada, poco pelo y calvicie en la parte superior de la cabeza. Con un rostro “naturalmente horrible y repugnante” y un semblante soberbio y amenazador que él mismo potenciaba ensayando gestos frente al espejo, Calígula inspiraba temor a donde quiera que fuese. Sabía que lo odiaban, pero admitía con actitud maquiavélica: “Que me odian, con tal de que me teman”.
Su nombre real y completo era Cayo Julio César Augusto Germánico, o “Gaius Julius Caesar Augustus Germanicus” en el latín de aquel entonces. Nació el 31 de agosto del año 12 d.C., y murió asesinado por sus propios guardias el 24 de enero del año 41, tras un breve pero sangriento y nefasto gobierno, que duró desde el 16 de marzo del año 37 hasta el día en que su vida fue cegada.
Entre otras cosas, Calígula fue un psicópata y antisocial, un megalómano, paranoico, envidioso patológico, depravado sexual (incestuoso, enormemente promiscuo, bisexual, sádico, exhibicionista), hábil manipulador, ladrón y farsante. Se cree que en su juventud sufrió de epilepsia, y se sabe a ciencia cierta que padecía de insomnio y casi nunca dormía más de tres horas. La ciencia moderna plantea que, además de algunas experiencias de vida, comportamientos aprendidos y una cierta predisposición genética al mal, el alcohol de aquellos días, que él bebía con una desmesura que hasta para el bebedor promedio de aquel entonces era demasiado, tenía una cantidad tal de plomo que resultaba tóxica para el cerebro humano, causando, en casos extremos como el de Calígula, un deterioro en los lóbulos frontales, volviendo así más impulsiva y violenta a la persona. Sin embargo el plomo no explicaba todo en Calígula, ya que éste conservó siempre una gran capacidad de planificación, lo cual no habría sucedido si el plomo fuese lo único detrás de su transformación en monstruo, algunos meses después de que tomara el poder. En otras palabras, Calígula había nacido con tendencias psicópatas, pero ciertas experiencias primeramente, y más adelante el plomo, llevaron su oscuridad innata hasta esa cima de locura y maldad que lo inmortalizó como uno de los más terribles emperadores romanos.
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Infancia y adolescencia
Calígula nació un 31 de agosto del año 12, cerca de Anzio (actual Italia). Fue el tercero de los seis hijos supervivientes de Germánico y Agripina la Mayor, siendo sus hermanos Nerón y Druso, y sus hermanas Julia Livilla, Drusilla y Agripinilla. El padre de Calígula, Germánico, era un destacado miembro de la dinastía Julio-Claudia, y aún todavía es considerado como uno de los más insignes generales romanos; fue también nieto de Tiberio Claudio Nerón, e hijo adoptivo de Augusto. Entretanto Agripina, madre de Calígula, era hija de Marco Vipsanio Agripa y Julia la Mayor, y nieta de Augusto y Escribonia.
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Cuando Calígula tenía apenas dos o tres años, comenzó a acompañar a su padre en las campañas militares que éste dirigía en el Norte de Germania. En ese contexto, fue algo así como una mascota del Ejército, y hasta le habían confeccionado un uniforme militar pequeño con una mini armadura y todo lo demás. Fue pues en ese entonces cuando recibió el sobrenombre de “Calígula”, cuyo significado es “Botita”… Ese sobrenombre, de tan tierno significado, resultó siempre molesto para él, y lo tuvo hasta sus últimos días, sin imaginar que, en la actualidad, los occidentales pensamos en sangre, muerte y horror cuando escuchamos el nombre “Calígula”…
Ya con siete años, Calígula acompañó a su padre en un viaje a Siria, donde éste moriría, un 10 de octubre del año 19, envenenado por un agente del emperador Tiberio, quien lo veía como un peligroso adversario político, al menos según el historiador Suetonio. Así, al perder a su padre, Calígula empezó a proyectar gran parte de sus necesidades afectivas sobre Incitatus, un caballo al cual endiosaría al llegar a asumir el poder del Imperio Romano. Por otro lado los análisis psicológicos, en base a las evidencias históricas, dicen que, ya que durante su niñez Calígula no tuvo una buena guía moral en su padre y casi todos los adultos lo trataban como alguien a quien tenían que servir y cuyos caprichos debían satisfacer, Calígula se volvió consentido, inmaduro, egocéntrico y narcisista. Pero además la muerte de su padre significó algo terrible en sí mismo para su desarrollo psicológico: lo vio morir joven, pese a que era grande y poderoso, de modo que, en cierta forma y a partir de un sentimiento de identificación con su padre, creyó (aunque fuese inconscientemente) que tendría el mismo destino, y esto detonó en él una actitud nihilista y fatalista.
Ahora, y puesto que no podía ya seguir con su padre pues éste no vivía más, Calígula tuvo que ir a vivir a Roma con su madre, y permaneció allí hasta que se deterioraron las relaciones de su progenitora con el emperador Tiberio, quien no quería que ésta se casara porque, en su paranoia, temía que el esposo se convirtiera en enemigo político, así que en el año 29, bajo falsos cargos de traición, la exilió a ella y a Nerón César, y Calígula pasó a vivir con Livia, bisabuela suya y madre del emperador Tiberio.
Cuando la vieja Livia murió, Calígula pasó a vivir con su abuela Antonia, junto con sus hermanas Agripina la Menor, Drusila y Lívila. Según se sabe, Calígula mantuvo relaciones incestuosas con sus tres hermanas, aunque su favorita, y de la cual realmente se enamoró, fue Drusila, a la cual tomó cuando ésta todavía era virgen. Lejos de ser algo esporádico, esas relaciones incestuosas eran tan frecuentes que una vez Antonia encontró a Calígula y Drusila haciendo el amor… Paralelamente, en el año 30 Druso César fue encarcelado, y Nerón César, hermano de Calígula, murió un año después en el exilio.
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Tiberio, el gran maestro de la depravación
Si a nivel de experiencias algo fue tremendamente decisivo en la conversión de Calígula en un monstruo, eso fue el hecho de ser llamado a Capri por Tiberio, cuando tenía 19 años, en el año 31. Allí, en la isla de Capri, por seis años Calígula tuvo que esconder el resentimiento que tenía hacia Tiberio a fin de sobrevivir. “Nunca hubo aquí un mejor sirviente o un peor maestro”, dijo un testigo sobre Calígula y Tiberio, ya que en esos seis años Calígula presenció todas las crueldades y depravaciones que Tiberio cometía, pues el “viejo granuja” (así le llamaba Suetonio) hizo cosas como: empujar cotidianamente a personas del acantilado, principalmente criminales, pero a veces también mujeres y niños inocentes; realizar orgías con niños, niñas, mujeres, hombres y adolescentes; ordenar y presenciar torturas; cometer violaciones; nadar desnudo en una piscina, junto a niños vestidos de peces que le hacían felaciones bajo el agua… Según el análisis de los expertos, Calígula, siendo una versión temprana del Síndrome de Estocolmo, terminó queriendo ser como Tiberio, y aprendió de él una filosofía hedonista y amoral en que la finalidad de la existencia era el placer, en que la vida de los demás no valía nada, y en que la violencia y el placer podían combinarse perfectamente bajo el más cruel y depravado sadismo…
Si bien en esos años con Tiberio también Calígula se entregó a cosas como las artes escénicas, la danza, el mimo y otras actividades consideradas inconvenientes para los nobles pero buenas en sí mismas, también aprendió a disfrutar de las orgías y el desenfreno, y hasta se hizo el hábito de asistir disfrazado (con peluca y manto para que no lo reconozcan) a torturas y ejecuciones. “Cayo vive para su propia perdición y para la de todos”, había dicho Tiberio sobre Calígula, no sospechando de que el joven, aparentemente inofensivo, acabaría asesinándolo tiempo después.
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Ascenso al poder y comienzo esperanzador
En el año 33, Tiberio le concedió a Calígula el cargo de cuestor, que éste conservó hasta antes de ser emperador. También, en ese entonces perdió a su madre Agripina y a su hermano Druso, quienes fallecieron en prisión; además, contrajo matrimonio con Junia Claudilla, hija de Marco Silano. Sin embargo Junia, tras embarazarse de Calígula, murió un año después en un parto, junto con el bebé. Entonces Calígula se hizo amigo del prefecto de la Guardia Pretoriana, Sutorio Macro (Macrón). Sorprendentemente, Calígula inició una relación con la mujer de Macrón y éste lo consintió por pura conveniencia, llegando incluso a hablarle bien a Tiberio de Calígula, a fin de que el viejo malvado no sospechase nada.
En el año 35, Calígula y Tiberio Gemelo fueron nombrados como herederos del trono, y Tiberio murió poco después, un 16 de marzo del año 37. Según Tácito, Tiberio murió asesinado por Macrón, quien lo asfixió con una almohada para darle el trono a Calígula; mientras, Filón y Josefo dicen que Tiberio falleció de muerte natural; pero Suetonio, cuya versión es la más aceptada, plantea que fue el mismo Calígula quien asesinó a Tiberio, lógicamente sin que nadie se percatara. En todo caso y con el importante respaldo pretoriano de Macrón, Calígula fue nombrado emperador, sin compartir el puesto con Tiberio Gemelo puesto que el testamento de Tiberio fue anulado con la excusa de que el viejo emperador había estado en condición de demencia cuando escribió dicho documento.
Llegó así el falsamente luminoso 28 de marzo del año 37, y Calígula entró en Roma, vestido de luto, con un aspecto que transmitía fragilidad, bondad y falso pesar por la muerte del malvado Tiberio. Cientos de teas brillaban, hombres, mujeres, ancianos y niños estaban en las calles para recibir con entusiasmo al hijo del insigne Germánico. Las distinciones de clase se desdibujaban ante el entusiasmo del pueblo, que unido en una sola masa le daba la bienvenida al nuevo emperador, llamándole “astro”, “cachorro” y “retoño”. Sí, veían en él una esperanza renovada, un potencial salvador que enterraría los días de sangre, miseria y terror que caracterizaron al degenerado Tiberio en su última etapa. Calígula aceptó todos los Poderes del Principado que le confirió el Senado Romano ese día, y Suetonio cuenta que aproximadamente unos 160000 animales fueron sacrificados en honor al emperador, en el interior de distintos templos, durante los primeros tres meses de su naciente y prometedor gobierno.
El filósofo Filón refiere que, durante los primeros siete meses del reinado de Calígula, hubo una felicidad general que no se había experimentado durante mucho tiempo en el Imperio Romano. Se mostró inicialmente como un ser piadoso, generoso y bienintencionado: puso las cenizas de Tiberio en el Mausoleo de Augusto, pese a que muchos lo odiaban y querían que sus despreciables despojos fuesen lanzados al Tíber; decretó una amnistía para exiliados y condenados; desterró a los delincuentes sexuales; rehabilitó a su tío Claudio en la vida política; adoptó como sucesor a Tiberio Gemelo y lo nombró Príncipe de la Juventud; hizo rendir honores a su difunta abuela Antonia; viajó a las islas de Pandataria y Pontia para recuperar los restos de su madre y de su hermano; concedió al pueblo el derecho a votar por magistrados; aumentó las obras de teatro y los combates de gladiadores, a fin de entretener a las masas; donó a cada ciudadano romano trescientos denarios; repartió alimentos y regalos; dio generosas compensaciones económicas a la Guardia Pretoriana y a las tropas urbanas y fronterizas; realizó abundantes banquetes a los cuales invitó a senadores y caballeros; etcétera… Con todas estas cosas, era natural que todas las clases sociales le dieran su beneplácito a Calígula, y que todas las provincias del Imperio Romano le jurasen fidelidad sin problema alguno.
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La enfermedad y el inicio de la barbarie
Calígula había hecho todas las bondades antes descritas porque era inteligente y estaba consciente de que no podía sentarse a gobernar “a lo Tiberio” sin antes tener afianzadas ciertas cosas. No obstante, es casi seguro que Calígula no tenía en mente convertirse en el monstruo que fue de la noche a la mañana, y que por ende, en el oscuro giro copernicano de su conducta que aconteció después de su enfermedad en octubre del año 37, debió haber algo que escapó de sus planes, algo que realmente lo trastornó y lo hizo actuar de una manera que, aún en su maldad, casi seguramente no habría mostrado (obedeciendo a una racional prudencia) en caso de no enfermar. Sobre la naturaleza de esa enfermedad se han esbozado algunas teorías, pero los planteamientos más confiables indican que sintomáticamente presentó epilepsia, y que a nivel de causas el plomo pudo haber desatado la crisis, ya que Calígula empezó a beber demasiado cuando ascendió al poder; pero, si el plomo estuvo en el origen de su locura, parecería claro que dicho metal se fue acumulando en su cerebro, hasta que cierto día, abruptamente, se desató una crisis epiléptica, que conllevó daños cerebrales irreparables que posteriormente se manifestaron como profundos trastornos conductuales.
Al caer enfermo Calígula, se cuenta que el pueblo lo quería tanto que se dieron manifestaciones públicas de apoyo; deseaban que Calígula se recupere pronto: no sabían lo que pedían… Bien resume Suetonio aquella metamorfosis cuando dice: «Hasta aquí he narrado su vida como príncipe, ahora narraré lo que aún queda de ella como monstruo».
En efecto, después de recobrar la salud, Calígula ordenó ejecutar a muchos de los que habían ofrecido (no literalmente) su vida a los dioses si él se recuperaba, además de que forzó a suicidarse a muchos exiliados, incluyendo a su mujer, a su suegro Marco Silano, y a su primo Tiberio Gemelo. Filón dice que Tiberio Gemelo había instigado una conspiración contra Calígula mientras éste estaba enfermo, y que por eso había sido ejecutado (ser forzado a suicidarse es ser ejecutado) en el año 38, aunque Suetonio dice que esa conspiración solo estaba en la paranoica imaginación de Calígula; por su parte, Marco Silano tuvo que ser juzgado por el propio emperador, ya que Julio Grecino, que inicialmente iba a juzgarlo, fue ejecutado porque se negó a eso al considerarlo una gran injusticia. También, a más de las mencionadas, en el año 38 Calígula ordenó otras ejecuciones sin juicios, sin pruebas o evidencias; entre esas estuvieron la de la mujer de Macrón y la de Macrón, causó gran indignación esta última, pues muchos sabían cuánto había ayudado Macrón a Calígula.
Por otra parte, en el año 38 Calígula también se casó con Lollia Paolina, mientras paralelamente era amante de su hermana Drusilla, a la cual había nombrado heredera del Imperio Romano y previamente la había casado con su amigo Marco Emilio Lépido, anulando el matrimonio previo que ésta tenía con Lucio Casio Longino, amigo del emperador Tiberio. Claramente, Marco Emilio Lépido consentía la situación porque fue Calígula quien en cierta forma le regaló a su hermana, y porque además no le quedaba otra, so pena de poner su vida en peligro. No obstante, todo este lío se deshizo cuando Drusilla murió en junio de ese mismo 38. Entonces Calígula se deprimió profundamente y abandonó Roma para viajar a Sicilia: cuando volvió, hizo rendir honores funerarios de Augusta a su hermana Drusilla, y la deificó oficialmente como representación viviente de Venus. Paralelamente, Marco Emilio Lépido, habiendo perdido a la compartida Drusilla, quiso probar, en gran parte por conveniencia política, a las hermanas restantes de Calígula, haciéndose amante de Agripina la Menor y Julia Livilla; sin embargo, Calígula vio el asunto con ojos paranoicos, y en el año 39 hizo ejecutar a Marco Emilio Lépido y exiliar a sus dos hermanas a las Islas Pontinas.
También, durante el año 39 Calígula se casó con Milonia Cesonia y tuvo un mes después (habían tenido relaciones antes de casarse) a una hija que bautizó como Julia Drusilla, mismo nombre de su fallecida hermana. Esta niña sería muy querida por Calígula, quien dos años después la adoraría porque, a tan tierna edad, la pequeña ya disfrutaba arañando los ojos a otros niños… Conjuntamente a su paternidad, Calígula afrontó una grave crisis económica en el 39, pero su corrupción fue tan grande que consiguió dinero haciendo cosas como: acusar falsamente a individuos adinerados para después multarlos o mandarlos a matar y quedarse con sus patrimonios; forzar a senadores y caballeros para pagar a cambio de ser sacerdotes del culto religioso del emperador; obligar a personas adineradas a ponerlo como heredero en sus testamentos, mandándolas después a matar en secreto y mostrándose públicamente dolido por los supuestos suicidios; organizar grandes juegos con elevadísimas apuestas, en los cuales hacía trampa siempre; pedir dinero al pueblo en actos públicos; crear nuevos impuestos para juicios, matrimonios, prostíbulos; subastar gladiadores; reinterpretar testamentos en que ciertos ciudadanos habían dejado como heredero a Tiberio; obligar a los centuriones a devolver botines de guerra, etcétera.
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Grandes obras en medio de actos atroces
Como un paréntesis en el desarrollo de los hechos, acotaremos brevemente que Calígula llevó a cabo numerosos proyectos de construcción durante su reinado, por lo que no todo fue malo. Algunos de esos proyectos fueron: ampliar los puertos de Regium y Sicilia; terminar el Templo de Augusto y el Teatro de Pompeyo; iniciar la construcción de un anfiteatro en las cercanías de la Saepta; remodelar el Palacio Imperial; comenzar a construir los acueductos de Aqua Claudia y Anio Novus; reparar murallas y templos en Siracusa; reparar viejas carreteras y crear nuevas; intentar crear un canal a través del Istmo de Corinto; construir, a base de barcos, un puente flotante temporal entre Baiae y Puteoli; crear dos de las mayores embarcaciones de la antigüedad, una que albergaba un templo de Diana, y otra que era un palacio flotante con pisos de mármol y cañerías propias…
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Calígula y el Senado Romano
Retomando la historia negra del emperador, también en el año 39 se dio un grave deterioro de las relaciones entre Calígula y el Senado, pues éste último se había acostumbrado a una relativa autonomía, hasta que llegó Calígula y todo cambió. Los senadores se constituyeron así en una resistencia política para el emperador. Tenía que liquidarlos, ¿pero cómo?… En el punto de decadencia moral que Calígula había alcanzado, la respuesta no fue complicada: revisó los casos de traición acontecidos durante el gobierno de Tiberio, y en base a esos documentos hizo interpretaciones exageradas y arbitrarias para decir que muchos senadores no eran confiables, mandándolos a ejecutar. Cualquier cosa bastaba para ser acusado por delitos de lesa majestad, y así muchos senadores fueron marcados con fuego, enviados a trabajar a minas o a reparar carreteras, encerrados en jaulas (en cuatro patas, para humillarlos más), lanzados a los feroces leones, abiertos en canal con sierras o, si tenían suerte, simplemente enviados a correr detrás de su carroza, u obligados a permanecer de pie mientras él comía deliciosos manjares y se reía viéndolos sufrir hambre y sed.
Pero las humillaciones sufridas por los senadores no se limitaban a lo descrito anteriormente, pues ellos, y algunos otros miembros de la alta sociedad, padecieron la degradación sexual sin precedentes que Calígula impuso para conseguir más dinero. De ese modo, muchas habitaciones del palacio fueron convertidas en secciones de un gigantesco aparato estatal de prostitución de lujo, donde las esposas, las hermanas, y las hijas de los senadores y de otros infortunados, ofrecían sus bellos cuerpos ―recuérdese que los hombres adinerados solían conseguir mujeres bellas y tener hijas bellas― a elevadísimos precios, que los clientes frecuentemente pagaban con dinero que los mismos esposos, padres o hermanos de las prostituidas, eran obligados por Calígula a prestarles…
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La falsa conquista de Britania y la guerra contra Poseidón
Durante el año 40, Calígula ideó dos grandes farsas: una que engañó a muchos, otra que lo hizo quedar como un verdadero loco, y que casi seguramente fue efectuada como una burla. En el primer caso, tras recibir la sumisión de Adminio (hijo de Cynobelino, rey de Britania) y de sus hombres, a los cuales Cynobelino había expulsado de Britania, Calígula los tomó y organizó una marcha pública en Roma, donde supuestamente ellos eran prisioneros de la ficticia guerra que se acababa de ganar contra la recientemente anexionada Britania. En ese desfile, también Calígula empleó prisioneros de guerra galos, que habían sido seleccionados por ser altos y fuertes, y a los cuales se les había pintado el pelo de rubio para que parecieran guerreros nativos de Britania. En el segundo caso, Calígula hizo a sus soldados disparar al mar y recoger conchas que supuestamente eran los despojos del gran Neptuno (Dios del Mar, equivalente a Poseidón); sobre aquella recolección, aunque sin mencionar lo de Neptuno y las flechas lanzadas al agua, Suetonio cuenta lo siguiente:‹‹Por último, se adelantó hacia las orillas del océano a la cabeza del ejército, con gran provisión de balistas y máquinas de guerra y cual si proyectase alguna grandes empresa; nadie conocía ni sospechaba su designio, hasta que de improviso mandó a los soldados recoger conchas y llenar con ellas sus cascos y ropas, llamándolas despojos del océano debidos al Capitolio y al palacio de los césares. Como testimonio de su victoria construyó una altísima torre en la que por las noches, y a manera de faros, encendieron luces para alumbrar la marcha de las naves. Prometió a los soldados una gratificación de cien duleros por cada uno, y como si su gesto fuese el colmo de la generosidad, les dijo: “Marchad contentos y ricos”.››
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Incitatus, el caballo de Calígula
Una especie de signo viviente de la locura de Calígula fue su caballo Incitatus, al cual lo hizo nombrar sacerdote y cónsul de Bitania (territorio al norte de Turquía), además de que le mandó a construir una enorme caballeriza de mármol con pesebres de marfil, una estatua de mármol, y una villa con 16 jardines y 18 sirvientes.
Como el caballo de carreras que era, Incitatus participó en muchas carreras. Siempre, la noche antes de la competencia, Calígula decretaba un silencio general en la parte de Roma cercana a la villa de Incitatus, y quien perturbase el sueño de su caballo era enviado al sueño eterno por la espada de un soldado… Dicen que solo una vez en toda su vida Incitatus perdió una carrera, y el talentoso jinete vencedor fue ejecutado por orden de Calígula…
Comía copos de avena mezclados con suaves y delgadísimas escamas de oro, tomaba el mejor vino en copas de oro, devoraba ratones, calamares, mejillones y pollo; vestía púrpuras de la mejor calidad y usaba collares con piedras preciosas; no copulaba con yeguas, sino con una bella mujer llamada Penélope, que pertenecía a la alta sociedad y había sido elegida por Calígula como esposa de su amado caballo…
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El dios Calígula
En el año 40, Calígula dio un paso más allá y se autodivinizó: se autoproclamó un dios-sol; aparecía vestido como Hércules, Venus, Mercurio y Apolo; firmaba documentos públicos con el nombre de Júpiter; se erigió dos templos en Roma y otro en la provincia asiática de Mileto; usó el Templo de Cástor y Pólux como pórtico para su propio palacio imperial; destruyó las estatuas de hombres ilustres que Augusto había colocado en el Campo de Marte; desenterró al gran Alejandro Magno para quitarle la coraza y usarla regularmente; prohibió toda estatua que no fuera la suya; decapitó estatuas de dioses importantes y les reemplazó las cabezas con su cabeza; se hizo adorar por el pueblo, instaurando su propio culto e imponiendo la genuflexión (arrodillarse ante el emperador); en su culto, se hizo una estatua de oro de sí mismo a tamaño natural, a la cual le cambiaba de roba todos los días, poniéndole una prenda idéntica a la que usaba; impulsó a los miembros de la alta sociedad a buscar ser sacerdotes de su culto para así obtener privilegios o salvarse de males; hizo sacrificar muchísimos pavos reales, gallos negros, faisanes y otros animales, todo para honrarse como dios; invitó numerosas veces, siempre en plenilunio, a hacer el amor a la Diosa Luna; conversó en muchas ocasiones de tú a tú con el gran Júpiter (equivalente de Zeus), llegándole a decir “si no me elevas al cielo, haré que caigas al infierno”; dijo que Júpiter le había pedido compartir su casa con él, y en base a esa excusa conectó el Palacio del Capitolio con el templo de aquel gran dios; intentó meter su estatua de dios (una versión de la estatua de Júpiter con sus rasgos) en el Templo de Jerusalén, pero no pudo porque los judíos se levantaron en armas; etcétera.
Por último, Suetonio cuenta que: ‹‹cierto día se colocó por burla al lado de la estatua de Júpiter y preguntó al trágico Apeles cuál de los dos le parecía más grande, y como vacilase en contestar, le hizo azotar acto seguido, haciéndole notar entonces que tenía la voz agradable y hermosa en las súplicas y hasta en los gemidos.››.
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Muerte de Calígula
Se cuenta que antes de que muriese, Calígula recibió algunas señales de que su final estaba por venir: cuando iban a trasladar la estatua de Júpiter que estaba en Olimpia, dio tales carcajadas al ver que la tocaban, que los obreros salieron corriendo y algunas máquinas se cayeron; un tal Casio le dijo que recibió en sueños la orden de sacrificar un toro (Calígula vendría a ser el toro) a Júpiter; cayó un rayo sobre el Capitolio de Capua y otro en el Templo de Apolo Palatino, ambos en el día de los idus de marzo; Sila, astrólogo consultado por él con cierta frecuencia, le dijo que tendría una muerte próxima, violenta e inevitable; los oráculos de Anzio le dijeron que se cuidase de Casio, y él reaccionó haciendo ejecutar al procónsul Casio Longino, olvidando que el pretoriano Querea también se llamaba así; soñó que estaba en el cielo, junto al trono de Júpiter, y que el enorme dios le empujaba con el pulgar del pie derecho para hacerlo caer a la Tierra; le cayó sangre de flamenco durante un sacrificio; el actor Mnester representó el asesinato de Filipo de Macedonia.
Sobre su muerte, ésta fue un asesinato planeado por tres hombres, liderado por Casio Querea y ejecutado por él y otros pretorianos, aunque se sabe que muchos senadores, militares y otras personas sabían, pero existía una actitud de complot y nadie habló porque todos querían ver muerto al tirano sádico y demente. Así, se quedó en tenderle una emboscada cuando saliese de los juegos palatinos a través de una galería subterránea, y Casio Querea, que era un viejo pretoriano y conocía al emperador desde niño (había sido un destacado oficial de Germánico), pidió ser el primero en hundirle un puñal; ya que, como señala Suetonio: ‹‹Calígula insultaba sin cesar su vejez y nunca le dirigía más que palabras ultrajantes, tratándole de cobarde y afeminado; si se presentaba a pedirle la consigna, le contestaba “Príapo” o “Venus”; si el tribuno se adelantaba a darle gracias por algo, él le presentaba la mano a besar en forma y con movimientos obscenos.››.
De ese modo, cuando durante la mañana del 24 de enero del año 41 Calígula salió de los juegos palatinos desplazándose solitariamente por una galería subterránea, se encontró con Querea y éste le pidió la contraseña (la galería subterránea era una salida secreta); pero, antes de que terminara de responder, sintió el puñal de Querea clavándose con saña entre su cuello y su clavícula. Aterrorizado, Calígula intentó correr mientras Querea lo insultaba, pero Cornelio Sabino lo apuñaló, y después todos y cada uno de los conjurados le hundieron sus armas de metal, atravesándolo como treinta veces (entre todos) y dejándolo allí en el suelo, con las carnes abiertas y la sangre manando por todas partes…
Cuando los guardaespaldas germánicos de Calígula se percataron de lo sucedido, asesinaron a todos los conspiradores que pudieron, así como también a senadores y civiles inocentes que estaban cerca en aquel momento, o al menos esto cuenta Flavio Josefo. Sea cual sea la verdad sobre esos detalles, los conspiradores sobrevivientes asesinaron a la esposa y a la hija de Calígula: Cesonia, su esposa, fue apuñalada; entretanto, la perversa niña fue estampada contra un muro, tan fuerte que se le reventó el cráneo y sus sesos se esparcieron por el suelo. A Claudio, que habría de ser el futuro emperador, también lo intentaron matar, pero escapó a tiempo. Para acabar, Suetonio cuenta que: ‹‹Su cadáver fue llevado en secreto a los jardines Lamianos, lo chamuscaron en una pira improvisada, y lo enterraron luego cubriéndole con un poco de césped. Más adelante sus hermanas, vueltas del destierro, lo hicieron exhumar, lo quemaron y dieron sepultura a sus cenizas. Se asegura que hasta esta época aparecieron fantasmas a los guardias de aquellos jardines, y por la noche, en la casa donde le asesinaron resonaban espantosos ruidos. Su esposa Cesonia murió al mismo tiempo que él, asesinada por un centurión; a su hija la estrellaron contra una pared.››
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