El Señorío de Salas, situado en el Concejo de Salas, en Asturias, surge en el año 1138, año en que el rey de León Alfonso VII otorgó a la familia Lamuño, (natural del pueblo que lleva su nombre), las localidades de Salas, Lamuño y los cotos de San Salvador y de Linares, que pasaron a formar parte de las tierras de dicho Señorío, siendo el primer Señor de Salas don Fernando Lamuño. En el año de 1500 varios segundones de la familia Lamuño se trasladaron al valle del Nalón, a la zona del Concejo de San Martín del Rey Aurelio. A partir de 1680, los Lamuño perdieron poder en Salas a favor de la familia Doriga y posteriormente de la familia Malleza. Aunque desde 1560 los que gobernaban eran los Valdés-Salas, que estaban emparentados con los Lamuño. No obstante el título de Señor de Salas se mantuvo en manos de la familia Lamuño hasta el decreto de la abolición de los privilegios de los Mayorazgos y Señoríos, llevada a cabo en las Cortes de Cádiz el 1 de julio de 1811 y siendo abolidos definitivamente dichos privilegios en 1837, reinando en España Isabel II de Borbón y Borbón. Actualmente ha sido rehabilitado.
año 1145
El monasterio de Santa Catalina de Montefaro, en Ares, La Coruña (Galicia, España) fue fundado hacia 1145 por el conde Pedro de Osorio, de la casa de los Traba, pasando luego bajo el mecenazgo de los Andrade.
Fue Fernán Pérez de Andrade el que en el año 1393 fundó sobre la primitiva construcción lo que sería Convento de la Orden Tercera de San Francisco, mediante documento firmado por el Arzobispo Compostelano Juan García Manrique, en Burgos. En él concedía a Fernán Pérez y a la Orden de San Francisco abundantes privilegios económicos que, sumados a las tierras de la península de Ares y Mugardos, donadas a la casa de Andrade por Enrique II en 1371, dotan al primer Abad del monasterio, fray Lope Manteiga, del control eclesiástico sobre las parroquias de Cervás, Caamouco, la ermita de Chanteiro, Franza, el término del actual municipio de Mugardos, y parte de los de Miño, Narón, Neda y Ferrol.
El enorme peso del monasterio en la vida de los habitantes de la comarca, ampliado durante los siglos XVI y XVII, encontrará la oposición del vecindario a fines del siglo siguiente, cuando se produce la conversión de Ferrol en arsenal y plaza fuerte por los reformistas borbónicos en 1757.
Los franciscanos desaparecen de Montefaro con la desamortización de Mendizábal en 1837, pasando sus tierras al ejército, que instala allí una dotación estable.
La pervivencia del románico en Galicia en períodos en los que el gótico era ya utilizado en otras zonas, conforma en Montefaro una construcción de transición desvirtuada por reformas posteriores en el siglo XVIII, y por su adaptación a usos militares. De la fábrica de 1393 sólo se conserva una magnífica portada al fondo del segundo claustro; tres vanos cubiertos por una arcada doble entrecruzada, de arquivoltas apuntadas, que se apoya sobre columnas pareadas, con capiteles de decoración zoomórfica y pasajes de la vida de San Francisco. En las basas predominan las veneras de adscripción jacobea.
Las obras realizadas por el ejército sacaron a la luz gran cantidad de restos escultóricos de factura semejante a la citada portada: Capiteles, lápidas sepulcrales, cabezas de estatuas, canecillos y fragmentos de arcos, que tras estar varios años adornando la alameda de acceso al Monasterio- Cuartel se trasladaron al museo de San Antón (La Coruña).
Asimismo, de las obras de una galería de tiro fueron extraídas unas piedras talladas que pertenecían probablemente a una capilla exenta, dada la distancia del edificio principal. De finales del siglo XVI se hallaron, en la reconstrucción del claustro unas pinturas renacentistas, en mal estado, representando franjas verticales con motivos vegetales geométricos.
La antigua iglesia conventual debió tener planta de cruz latina, sustituida en el siglo XVIII por nave única con cubierta de bóveda de cañón sobre arcos dovelados y lunetos sobre el altar mayor. El retablo que la preside de madera estofada y policromada, reproduce un esquema barroco con retoques posteriores: Las antiguas imágenes están en iglesias ferrolanas. Son barrocos los dos claustros, con arcadas de medio punto sobre ventanas rectangulares, entablamento dórico y columnata de pilastras. La torre de formas macizas, se corona con balaustrada y cimborrio, con marcado carácter churrigueresco. De uno de sus vanos fue trasladada a la Alameda una estatua de San Francisco sin cabeza que se atribuye a Mateo de Prado. Una figura zoomórfica, animal heráldico de la casa de Andrade, se emplaza en el exterior de la capilla.
año 1150
El Asedio a Vitoria fue realizado entre 1199 y 1200 por las tropas del Reino de Castilla de Alfonso VIII en la invasión del territorio occidental del Reino de Navarra en tiempos del monarca Sancho VII.
La ciudad de Vitoria la había fundado Sancho VI el Sabio en 1181 sobre una antigua aldea llamada Gasteiz.
Este asedio duró unos ocho o nueve meses, iniciándose antes del 5 de junio de 1199 y consiguiendo su rendición antes del 25 de enero de 1200. Al mando de la plaza se encontraba Martín Txipia. La ofensiva al llegar a la ciudad comenzó con baterías y asaltos con todo el rigor de las armas, encontrándose con una fuerte resistencia y produciéndose un gran derramamiento de sangre, según consta en el Archivo de San Millán, optando por cercar la ciudad impidiendo la entrada de alimentos y agua.
Para levantar el asedio, Sancho VII el Fuerte acudió a tierras almohades a intentar que estos atacaran a Castilla y así obligar a acudir a otro frente. Tras largas negociaciones y debido a la división en el territorio musulmán no lo logró. El obispo de Pamplona García Fernández consiguió una tregua castellana y, junto a un caballero de la guarnición asediada, se dirigieron a tierras almohades a exponer al rey navarro la insostenible situación de la ciudad para conseguir su entrega. Tras la autorización, debida también a que el ejército castellano controlaba el resto del territorio de Álava y Guipúzcoa, la ciudad se rindió en enero de 1200.
Asedio de Vitoria | ||||
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Conquista de Navarra | ||||
Fecha | 5 de junio de 1199 | |||
Lugar | Vitoria (Álava) | |||
Resultado | victoria castellana | |||
Beligerantes | ||||
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Comandantes | ||||
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La batalla de Alarcos (en árabe: معركة الأرك ma'rakat al-Arak) fue una batalla librada junto al castillo de Alarcos (en árabe: al-Arak الأرك), situado en un cerro a cuyos pies corre el río Guadiana, cerca de Ciudad Real (España), el 19 de julio de 1195, entre las tropas cristianas de Alfonso VIII de Castilla y las almohades de Abū Ya'qūb Yūsuf al-Mansūr (Yusuf II), saldándose con la derrota para las tropas cristianas, la cual desestabilizó por completo al Reino de Castilla y frenó todo intento de reconquista hasta la batalla de Las Navas de Tolosa.
Batalla de Alarcos | ||||
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Reconquista | ||||
Miniatura de tropas cristianas y musulmanas, s. XIII. | ||||
Fecha | 19 de julio de 1195 | |||
Lugar | Alarcos, Ciudad Real (España) 38°57′10″N 4°00′10″O | |||
Coordenadas | 38°57′10″N 4°00′00″OCoordenadas: 38°57′10″N 4°00′00″O (mapa) | |||
Resultado | Victoria almohade | |||
Beligerantes | ||||
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Comandantes | ||||
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Fuerzas en combate | ||||
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Bajas | ||||
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En 1177, el monarca castellano Alfonso VIII conquistó Cuenca con ayuda de Aragón. Inquieto, el califa Abū Yūsuf Ya'qūb al-Mansūr pactó en 1190 un periodo de paz para frenar el avance castellano sobre Al-Ándalus. Cuando expiraba el trato, recibió noticias de que habían surgido revueltas en sus posesiones del norte de África. Alfonso VIII había empezado a levantar en una elevación sobre el río Guadiana la ciudad de Alarcos, que no tenía terminada su muralla, ni aun asentados todos sus nuevos pobladores, cuando una expedición, dirigida por el belicoso arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga, penetró en las coras de Jaén y Córdoba y saqueó las cercanías de la capital almohade (Sevilla) en la Península. Este desafío de la fuerza castellana enfureció sobremanera a Ya'qub, quien decidió mandar todas sus fuerzas disponibles para contener al monarca castellano. El historiador Vicente Silió (1892-1972) narra cuál fue el pretexto oficial para la invasión:[cita requerida]
En 1194, el rey Alfonso VIII cometió la imprudencia de retar a Yasub enviándole un mensaje en tono altanero, por el cual le retaba a que mandase sus tropas a batirse en España o le facilitase navíos para que los cristianos pudiesen embarcar y derrotarle en África. Hacía treinta y un años que Yasub gobernaba el Imperio almohade. Contestó al de Castilla con unas breves líneas al dorso de su mensaje: «Estas son las palabras que ha pronunciado Alá, el Todopoderoso: Me lanzaré sobre ellos, les convertiré en polvo sirviéndome de ejércitos que no han visto nunca y de cuya fuerza no podrán librarse». Leyó a sus tribus el desafío de Alfonso y escuchó en respuesta un gran clamorío, exigiendo venganza. Con un poderoso ejército salió Yasub para Algeciras.Vicente Silió.[cita requerida]
El 1 de junio de 1195, desembarcó sus tropas en la línea de costa entre Alcazarseguir y Tarifa con su ejército almohade.2 El emir almohade llegó hasta Sevilla, donde logró reunir un ejército de 300.000 hombres, entre caballería y peones, formado por todo tipo de mercenarios, tropas regulares, etc. Alcanzó Córdoba el 30 de junio, donde se hallaban las tropas de Pedro Fernández de Castro "el Castellano", señor de la Casa de Castro y del Infantado de León, quien había roto sus vínculos de vasallaje con su primo el rey Alfonso VIII. Pedro Fernández de Castro era hijo de Fernando Rodríguez de Castro "el Castellano", señor de Trujillo, que, al igual que su hijo hacía ahora, había combatido en el pasado junto a los almohades.
El 4 de julio Abū Yūsuf partió de Córdoba cruzando Despeñaperros y avanzando sobre la explanada donde se alzaba el castillo de Salvatierra, a los pies del de Calatrava. Un destacamento de la Orden de Calatrava, junto con algunos caballeros de fortalezas cercanas que intentaron dar con las fuerzas almohades, se toparon con ellas pero tuvieron la mala fortuna de encontrar un ejército muy superior al destacamento y fueron casi exterminados por completo. Alfonso VIII se alarmó tras lo acontecido y se apresuró a reunir todas las tropas posibles en Toledo y a marchar hacia Alarcos. El monarca castellano consiguió atraer la ayuda de los reyes de León, Navarra y Aragón, puesto que el poderío almohade amenazaba a todos por igual. Esta ciudad fortaleza estaba aún en construcción y era el extremo de las posesiones de Castilla formando frontera con al-Ándalus. Era determinante impedir el acceso al fértil valle del Tajo y, por darse prisa en presentar batalla, no esperó los refuerzos de Alfonso IX de León ni los de Sancho VII de Navarra que estaban de camino. El 16 de julio el gran ejército almohade fue avistado y era tan numeroso que no llegaron a saber cuántos hombres lo formaban. Aun así e imprudentemente, Alfonso VIII decidió presentar batalla al día siguiente de llegar finalmente las tropas a los alrededores de Alarcos (el 17 de julio). Tal vez por confiar en la fuerza de la caballería pesada castellana, en vez de retirarse a Talavera donde habían llegado las tropas leonesas y que les separaban tan sólo unos pocos días de distancia. Abū Yūsuf no aceptó dar batalla ese día (el 18 de julio), prefiriendo esperar el resto de sus fuerzas. Al día siguiente, la madrugada del 19 de julio el ejército almohade formó alrededor de la colina "La cabeza" y a dos tiros de flecha de Alarcos como citan las fuentes árabes.
Desarrollo de la batalla[editar]
...Obscurecióse el día con la polvareda y vapor de los que peleaban que parecía noche: Las Cabilas de voluntarios Alárabes, Algazaces y ballesteros acudieron con admirable constancia, y rodearon con su muchedumbre a los Cristianos y los envolvieron por todas partes. Senanid con sus Andaluces, Zanetes, Musamudes, Gomares y otros se adelantó al collado donde estaba Alfonso, y allí venció, rompió y deshizo sus tropas infinitas, que eran más de trescientos mil entre caballería y peones.
Allí fue muy sangrienta la pelea para los Cristianos, y en ellos hicieron horrible matanza. Había entre ellos diez mil caballeros de los armados de hierro como los primeros que habían acometido, que la flor de la caballería de Alfonso, y habían hecho su azala Cristianesca y jurado por sus cruces que no huiría de la pelea hasta que no quedase hombre a vida, y Dios quiso cumplir y verificar su promesa en favor de los suyos. Cuando la batalla andaba muy recia y trabada contra los infieles [Cristianos], viéndose ya perdido comenzaron a huir y acogerse al collado en que estaba Alfonso para valerse de su amparo, y encontraron allí a los Muslimes que entraban rompiendo y destrozando, y daban cabo de ellos. Entonces volvieron brida y tornaron sobre sus pasos, y huyeron desordenadamente hacia sus tierras y donde podían.
Entraron por fuerza en la fortaleza los vencedores quemando sus puertas y matando á los que las defendían; apoderándose de cuanto allí había, y en campo de armas, riquezas, mantenimientos, provisiones, caballos y ganado, cautivaron muchas mujeres y niños, y mataron muchos enemigos que no se pudieron contar, pues su número cabal sólo Dios que los crió lo sabe. Halláronse en Alarca veinte mil cautivos, á los cuales dio libertad Amir Amuminin después de tenerlos en su poder, cosa que desagradó a los almohades y a los otros muslimes, y lo tuvieron todos por una de las extravagancias caballerescas de los Reyes.3
—De Historia de la Dominación de los Árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias Arábigas
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Los cristianos disponían de dos regimientos de caballería: en primera línea estaba la caballería pesada (de unos 10.000 hombres) al mando de Don Diego López de Haro y sus tropas, seguida después de la segunda línea, donde se encontraba el propio Alfonso VIII con su caballería e infantería.
Por parte de las tropas almohades, en vanguardia se hallaban la milicia de voluntarios benimerines, alárabes, algazaces y ballesteros, que eran unidades básicas y muy maniobrables. Inmediatamente tras ellos estaban Abu Yahya ibn Abi Hafs (Abu Yahya) y los Henteta, la tropa de élite almohade. En los flancos, su caballería ligera equipada con arco y en la retaguardia el propio Al-Mansur con su guardia personal.
Ya'qub siguió los consejos del qā'id andalusí Abū 'abd Allāh ibn Sanadí y dividió su numeroso ejército, dejando que el ğund andaluz (soldados de las provincias militarizadas) y los cuerpos de voluntarios del ğihād sufrieran la embestida del ejército cristiano y que más adelante, aprovechando la superioridad aplastante del ejército almohade, el agotamiento y bochorno del ejército cristiano, atacaría con las tropas de refresco que mantenía en reserva, la guardia negra y los almohades.4
El califa le dio a su visir, Abu Yahya Ibn Abi Hafs, el mando de la poderosa vanguardia: en la primera línea de los voluntarios benimerín. A Abu Jalil Mahyu ibn Abi Bakr, con un gran cuerpo de arqueros y las cabilas zeneta; detrás de ellos, en la colina antes mencionada, Abu Yahya con el estandarte del califa y su guardia personal, de las cabilas Henteta; a la izquierda los árabes a las órdenes de Yarmun ibn Riyah, y a la derecha, las fuerzas de al-Ándalus mandadas por el popular qā'id ibn Sanadid. El propio califa llevaba el mando de la retaguardia, que comprende las mejores fuerzas almohades (las comandadas por Yabir Ibn Yusuf, Abdel Qawi, Tayliyun, Mohammed ibn Munqafad y Abu Jazir Yajluf al Awrabi) y la fuerte guardia negra de los esclavos. Se trata de un formidable ejército, cuyos efectivos el rey Alfonso VIII había subestimado gravemente.
La carga cristiana no se hizo esperar, fue un tanto desordenada pero su impulso fue formidable. La primera carga fue rechazada por los zenetas y los benimerín, retrocedieron y volvieron a cargar para volver a ser rechazados. Sólo a la tercera carga consiguió la caballería cristiana romper la formación del centro de la vanguardia almohade, haciéndolos retroceder colina arriba, donde habían formado antes de la batalla, y causando numerosas bajas entre los benimerín (voluntarios), zenetas (que trataron de proteger al visir, Abu Yahya) y la élite Henteta donde se encontraba el visir, que cayó en combate. A pesar de la muerte del visir, el ejército almohade no vaciló y prosiguió con el ataque. La caballería cristiana maniobró hacia la izquierda para enfrentarse con las tropas de al-Ándalus al mando de ibn Sanadid.
Tres horas habían pasado ya desde el comienzo de la batalla, siendo en ese momento mediodía. El calor y la fatiga comenzaron a afectar a la caballería cristiana. Aun tras sufrir numerosas bajas, los musulmanes no tardaron en reagruparse, cerrando la salida a la caballería enemiga. Estos, haciendo uso de su caballería ligera al mando de Yarmun, rebasaron a las tropas cristianas por los flancos y fueron atacados por la retaguardia, lo que, junto a la labor de los arqueros y a las maniobras de desgaste, acabó por cerrar el cerco. Fue entonces cuando Ya'qub decidió enviar el resto de sus tropas. El ejército castellano no estaba preparado para aquella nueva táctica y finalmente se vio en la necesidad de huir, sufriendo así una tremenda derrota. Diego López de Haro, por su parte, trató de abrirse paso a toda costa, teniendo finalmente que refugiarse en el inacabado castillo, que tras haber sido cercado por 5.000 hombres, tuvo que rendir. En cuanto a Pedro Fernández "el Castellano", cuyas fuerzas apenas combatieron durante la batalla, fue enviado por el califa para negociar la rendición. A los pocos supervivientes, entre ellos López de Haro, se les permitió marchar y se retuvieron 12 caballeros como rehenes para el pago del rescate.nota 3 Entre los castellanos que murieron en la batalla se encontraban los obispos de Ávila, Segovia y Sigüenza, Ordoño García de Roda, Pedro Ruiz de Guzmán y Rodrigo Sánchez; así como los Maestres tanto de la Orden de Santiago, Sancho Fernández de Lemus, como de la portuguesa Orden de Évora, Gonçalo Viegas. Las pérdidas también resultaron elevadas para los musulmanes. No sólo el visir, Abu Yahya, sino también Abi Bakr, comandante de los benimerín (voluntarios), perecieron en la batalla o como consecuencia de las heridas sufridas.
Vicente Silió escribe que «las tropas de Yasub eran tan superiores como para inducir al monarca cristiano a rehusar la pelea», pero se hallaba Alfonso VIII en la plenitud de su vida, con el vigor de sus cuarenta años y no pensó en ningún instante retroceder ante el enemigo. Prefería morir antes que contemplar la gran catástrofe que se avecinaba. Y a fe que si no hubiese sido por la intervención de algunos nobles que, muy en contra de su voluntad, le sacaron del campo de batalla, hubiera sucumbido.
Consecuencias de la batalla[editar]
Como consecuencia, los almohades se adueñaron de las tierras entonces controladas por la Orden de Calatrava y llegaron hasta las proximidades de Toledo, donde se refugiaron los combatientes cristianos que habían sobrevivido a la batalla. Desestabilizó al Reino de Castilla durante años. Todas las fortalezas de la región cayeron en manos almohades: Malagón, Benavente, Calatrava, Caracuel, etc., y el camino hacia Toledo quedó despejado. Afortunadamente para Castilla, Abu Yusuf volvió a Sevilla para restablecer sus numerosas bajas y tomó el título de al-Mansur Billah (el victorioso por Alá).
En los dos años siguientes a la batalla, las tropas de al-Mansur devastaron Extremadura, el valle del Tajo, La Mancha y toda el área cercana a Toledo, marcharon contra Montánchez, Trujillo, Plasencia, Talavera, Escalona y Maqueda, pero fueron rechazadas por Pedro Fernández de Castro "el Castellano", que tras la batalla pasó a servir al rey Alfonso IX de León, quien le nombró su Mayordomo mayor. Estas expediciones no aportaron más terreno para el Califato. Aunque su diplomacia obtuvo una alianza con el rey Alfonso IX de León (que estaba enfurecido con el rey castellano por no haberle esperado antes de la batalla de Alarcos) y la neutralidad de Navarra, ambos pactos temporales. Abū Yūsuf abandonó sus asuntos en al-Ándalus volviendo enfermo al norte de África, donde acabaría muriendo.
En un golpe de mano de los caballeros calatravos, sólo el castillo de Salvatierra, junto a Sierra Morena, pudo ser recuperado (1198) en los diecisiete años en los que la zona estuvo en poder almohade. Quedó como una posición aislada castellana en territorio almohade, hasta que fue tomado por éstos en 1211.
Sin embargo, las consecuencias de la batalla demostraron ser poco duraderas cuando el nuevo Califa Muhammed al-Nasir intentó frenar el nuevo avance hispánico sobre al-Ándalus. Se decidió todo en la batalla de Las Navas de Tolosa que marcó un punto de inflexión en la Reconquista y el Imperio almohade se derrumbó pocos años después.
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