ARTE GÓTICO .-
Resulta asombroso hasta hoy el tamaño de algunos de estos templos, los cuales podrían haber contenido el doble o el triple de la población del lugar, y superando en mucho a cualquier otra edificación regional. Inmensidad no imprescindible, pero simbólica para convertirse en el núcleo de la actividad de la población, y referencia permanente tanto espiritual como cívica y geográfica. La iglesia gótica era en efecto el corazón de la acción, no sólo a través del culto, sino que también de anuncios públicos y debates, entierros, bautizos, enseñanzas, juicios, cotización de productos, bendición de la nueva actividad, o el punto de partida de carnavales y procesiones. Las minúsculas almas apegadas al suelo no estaban sin embargo pegadas al suelo; la inmensidad del espacio y la omnipresente inmaterialidad permiten hasta hoy la elevación interior en un acto de íntima ascensión hacia la luz y el espacio absidal. El contraste de la inmensidad con respecto al individuo le facilita el desprendimiento de sí mismo en cuanto ser aislado y de sus aspectos más densos y temporales, de sus preocupaciones cotidianas, a través de, paradójicamente, lo que le están informando sus mismos sentidos físicos. Así pues, por más indiferencia que la catedral gótica parezca tener con cualquier cosa que se encuentre pegada a la tierra, con su misma inmensidad, luz y colorido lo invita a esa liberación, a expandirse a todo el espacio, a la totalidad y el infinito, acompañándola en su movimiento ascendente, como un organismo que crece hacia el sol, según la expresión de René Huyghe (2).
Un templo es un área de conjunción posible entre materia y espíritu, entre principios opuestos dentro de un mundo de dualidad. Mediante un acto mágico, o de consciencia, se busca la experiencia del ágape, donde los principios opuestos puedan coincidir, en el espacio: la materia sutilizada, asciende, contactando la luz que desciende. Esta coincidencia de los opuestos en un instante sin tiempo es la que se simboliza en la mandorla, el espacio coincidente de dos círculos que se superponen parcialmente (ver artículo en Revista Alcione/Mitología y Simbolismo). Cada arco, cada galería, cada bóveda, en el gótico, es una mandorla parcialmente visible que se sumerge en la tierra y que nos invita a esa comunión.
Puede considerarse al templo como una gran matriz dispuesta a la fecundación espiritual: los múltiples y pequeños gametos, los feligreses, ávidos de ser transformados y nacer a una nueva vida, a una consciencia iluminada; ella puede suceder o no, esa es una posibilidad individual. Dice Ortega y Gasset:
Yo soy un hombre español, es decir, un hombre sin imaginación….El arte español, es realista…el pensamiento español, es realista… Y lo peor es que el otro día entré en una Catedral Gótica…Yo no sabía que dentro de una Catedral Gótica habita siempre un torbellino; ello es que apenas puse el pie en el interior fui arrebatado de mi propia pesantez sobre la tierra…Y todo esto vino sobre mí rapidísimamente. Puedo dar un detalle más común a aquella algarabía, a aquel pandemónium movilizado, a aquella realidad semoviente y agresiva… (y ya fuera de la catedral, se sentó a contemplarla y a recordar lo que había vivido dentro de ella) había mirado hacia arriba, allá, a lo altísimo, curioso de conocer el acontecimiento supremo que me era anunciado, y había visto los nervios de los pilares lanzarse hacia lo sublime con una decisión de suicidas, y en el camino trabarse con otros, atravesarlos, enlazarlos y continuar más allá sin reposo, sin miramiento, arriba, arriba, sin acabar nunca de concretarse; arriba, arriba, hasta perderse en una confusión última que se parecería a una nada donde se hallara fermentando todo. A esto atribuyo haber perdido la serenidad.
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