domingo, 15 de marzo de 2020

ASESINOS EN SERIE


Cayetano Domingo Grossi (1854 - 6 de abril de 1900) fue el primer asesino serial de la historia argentina. Asesinó a sus 5 hijos recién nacidos que tuvo como fruto de las violaciones a las cual eran sometidas sus dos hijastras. Por ello fue condenado a muerte y se lo ejecutó por fusilamiento el 6 de abril de 1900.

CayetanoDomingoGrossi.jpg


Historia[editar]

El 29 de mayo de 1896, se encontró cerca de una fábrica de grasa, una bolsa conteniendo un brazo de una criatura recién nacida. El titular de la comisaría 12 informó el hallazgo, ordeno una inspección ocular de lugar hallándose entre la basura un cráneo destrozado, piernas, y el brazo restante, dejando bajo vigilancia el sitio, ese mismo día cuando uno de los carros recolectores descargó residuos apareció el tronco, completándose así, el cadáver del bebe. La autopsia llevada a cabo determinó que el niño había muerto por la fractura de cráneo. La investigación no arrojó resultados positivos, quedando el crimen sin resolución.
Dos años después, el 5 de mayo de 1898, se encontró en el mismo lugar, un nuevo cadáver de un recién nacido con el cráneo destrozado y en avanzado estado de descomposición. En sus brazos y manos existían signos de quemaduras de primer y segundo grado. El cuerpo, según las pericias forenses efectuadas, tenía 4 días de vida y su muerte se había producido por compresión violenta de la parte anterior del cuello.
En la investigación, alguien notó que el cadáver había aparecido envuelto en arpillera y trozos de saco de un hombre, de casimir negro, bastante usado y en el que se podían ver muchas composturas y arreglos. Por algunas direcciones postales que entre los desperdicios rodeaban el cuerpo, pudieron establecer que un carro había recogido esa basura y los restos humanos.
Demorado el carretero y después de ser interrogado, confesó que había visto los restos, pero que por temor a verse involucrado, había decidido no decir nada a la Policía.
Revisados exhaustivamente los elementos recogidos, las pesquisas notaron que el pedazo de saco con numerosos remiendos hechos con género de luto, tenían un notable desgaste en las espalderas, como si lo hubiera usado un vendedor ambulante portando canastas con correas y que en sus bolsillos, había restos de cigarrillos y granos de anís, lo que hizo considerar a las autoridades, la posibilidad de que su portador último fuese español o calabrés, ya que éstos solían tener el hábito de las semillas de anís. Las demás prendas, por su calidad y estado, sugerían la pobreza de su dueño.
Así, los policías, tomando como zona de rastrillaje la misma que recorría diariamente el carro de la basura y orientando la búsqueda a gente de escasos recursos; pudo localizar y tomar conocimiento el 9 de mayo de 1898, que en una casa de la calle Artes 1438 (hoy Carlos Pellegrini) en el barrio de Retiro en Buenos Aires, vivía una familia que vestía siempre de luto.
La citada familia estaba compuesta por una mujer, llamada Rosa Ponce de Nicola, su cónyuge, Cayetano Domingo Grossi (un acarrero de profesión); dos hijas mayores de Rosa, Clara y Catalina y otros tres niños menores de edad.
La Policía pudo saber por testimonios de los vecinos, que Grossi mantenía relaciones íntimas con sus hijastras. Pudo establecerse, además, que Clara poco tiempo antes había estado embarazada y algunos días después, había sido vista en estado normal, desconociéndose que había ocurrido con el bebé.
Un día después, el 10 de mayo, una comisión policial con orden de revisar la habitación ocupada por la familia, encontró debajo de una de las camas, una lata conteniendo el cadáver de un bebé, envuelto en trapos. Las sospechas se habían confirmado. Grossi explicó que el saco que envolvía a una de las criaturas asesinadas, hallado en el depósito de basura pertenecía a su hijo Carlos y que él había matado al bebé a pedido de Clara, señaló, además, que el otro bebé había nacido muerto.
Esa noche, Rosa y su hija Clara declararon que esta última había tenido dos hijos con Cayetano Grossi. Grossi, negó inicialmente haber mantenido relaciones sexuales con sus hijastras, responsabilizando de sus embarazos a los novios de las mismas. Por fin algunos días después, confesó haber matado al primer bebé hallado en 1896; a la vez que reconoció haber incinerado a varios bebés más, pero sin asumir haberlos asesinado.2
En posteriores interrogatorios, Grossi reconoció haber tenido un hijo con Catalina y cuatro con Clara, estrangulando a tres, siendo quemados los dos restantes por su concubina y sus hijastras. Rosa, Clara y Catalina, aceptaron los cinco crímenes pero culparon a Grossi de las muertes de los recién nacidos.
A la policía le llamó la atención el extraño grado de sumisión de las mujeres al criminal que las había llevado a guardar silencio por tanto tiempo. Pudo saberse también, que en una ocasión, el asesino había intentado violar a una de las hijas menores de Rosa pero las hermanas lograron evitarlo. Pudo establecerse finalmente, que el propio Grossi las auxiliaba en los partos y que luego, arrojaba a los recién nacidos al fuego, siendo presenciado esto por las mujeres.3

Condena a muerte y ejecución[editar]

La concubina de Grossi, Rosa Ponce de Nicola y sus hijastras, Clara y Catalina, fueron consideradas “encubridoras” de los homicidios y fueron condenadas a 3 años de prisión efectiva cada una y pago de costas procesales. Finalmente, la pena de Catalina se redujo a 2 años de prisión.
Habiéndose establecido las responsabilidades de cada uno de los acusados, Cayetano Domingo Grossi fue hallado culpable como autor material de los asesinatos de los bebés. Y fue condenado por el juez, Ernesto Madero, a pena de muerte.
El día de su ejecución, a las 5 de la mañana se le permitió la entrada a la capilla de la prisión a los hijos de Grossi, uno de ellos un joven de 19 años fue el primero en entrar, hacia como un año que no veía a su padre, pero al verlo frente a frente no mostró emoción alguna. El hijo más pequeño, Lorenzo, de 6 años de edad, no quiso acercarse a su padre y rehuyó sus caricias. Teresita, su hija, lloro al verlo, y también mostró alguna resistencia en abrazarle.
El teniente primero Rosa Burgos, el teniente primero Calisto García y el capitán Manuel Medrano fueron los encargados de la ejecución, Grossi fue puesto en el banquillo, se les vendaron los ojos, fue atado de pies y manos y finalmente fue ejecutado por fusilamiento el 6 de abril de 1900 a las 8 a.m. (UTC-3), el sargento segundo, Emilio Lascano, se acercó a él y le disparó un tiro de gracia.4
Es el primer asesino serial de la historia argentina y no como mayormente se cree que fue Cayetano Santos Godino.








Florencio Roque Fernández (1935-1968, Monteros, provincia de Tucumán, Argentina) fue un asesino en serie argentino que en la década de 1950 asesinó a alrededor de 15 mujeres, en su ciudad natal Monteros. Popularmente fue conocido como "El Vampiro argentino" o "el Vampiro de la ventana", haciendo alusión a su modus operandi.

Antecedentes[editar]

Florencio Fernández era un enfermo mental, sufría de delirios y alucinaciones que lo hacían creer firmemente que era un vampiro (posiblemente esquizofrenia), además poseía una atracción sexual hacia la sangre. Desde muy joven comenzó a vivir en las calles, víctima del abandono de su familia. Al momento de su arresto, se encontraba viviendo en una cueva aledaña a la comunidad; sufría de fotofobia.

Modus operandi[editar]

Acechaba a su víctima durante varios días, se aseguraba de que estuviera sola en casa, y aprovechando las noches calurosas de primavera o verano, tiempo en que los residentes dejaban las ventanas de sus casas abiertas durante la noche, se introducía a la casa por medio de las mismas.
Mientras su víctima dormía comenzaba a golpearla. Luego, le mordía el cuerpo, llegando en algunas ocasiones a diseccionarle la tráquea y la carótida, y así al mero estilo estereotipado de los vampiros bebía la sangre de su víctima. Luego, la dejaba desangrándose hasta morir, si no había muerto ya antes.

Aprehensión, reclusión y muerte[editar]

Florencio fue detenido el 14 de febrero de 1960 a la edad de 25 años; en un operativo policíaco, que la prensa calificó como "pintoresco", ya que se llevó a cabo en la cueva donde el asesino vivía. Fernández no opuso resistencia al arresto, al menos no hasta que la policía lo hizo salir a la luz del sol.
Fue declarado inimputable y recluido en una institución psiquiátrica, donde moriría de causas naturales unos años después.







Francisco Antonio Laureana (Corrientes19521​- San Isidro27 de febrero2​ de 1975) fue un joven argentino abatido por la policía bonaerense, que se cree que fue el violador y asesino en serie «Sátiro de San Isidro», que durante un lapso de seis meses ―entre 1974 y 1975― violó a 15 mujeres, de las cuales asesinó a 13. Solía matar a casi todas sus víctimas los miércoles y jueves cerca de las 18:00 horas.

Crímenes[editar]

La policía reconstruyó los hechos de lo que creen que pudo ser la serie de asesinatos y el perfil psicológico del asesino. Francisco Laureana, de 22 años, había sido interno en un colegio católico en la ciudad de Corrientes (en el norte de Argentina).3​La policía afirmó que Laureana había huido de la ciudad de Corrientes porque en el colegio religioso había violado y ahorcado a una monja en las escaleras del establecimiento.3​En julio de 1974 se mudó a la ciudad de San Isidro (en el norte del Gran Buenos Aires) donde trabajó como artesano vendiendo aros, pulseras y collares. Se juntó con una mujer que tenía tres hijos.3
Antes de salir a la calle a trabajar le decía a su esposa: «No saques a los pibes porque hay muchos degenerados sueltos».3
Casi todos los días miércoles y jueves cerca de las 6 de la tarde desaparecían una mujer o una niña en la ciudad y sus cuerpos sin vida eran encontrados poco tiempo después en baldíos, con signos de haber sido violadas y asesinadas salvajemente, en algunos casos estranguladas y en otros asesinadas con un revólver calibre 32.3​Sus víctimas eran mujeres que tomaban sol en los chalés o que esperaban en paradas de colectivo. El «sátiro» siempre robaba algo a su víctima, como un anillo, una pulsera, una cadenita, etc., que nunca vendía, sino que guardaba en una bota en su casa para mantenerlos como trofeos.3​En ocasiones regresaba semanas después al mismo lugar para revivir el momento del crimen.
Debido al modus operandi repetido, la policía y el experto forense Osvaldo Raffo creyeron que las muertes podrían ser obra de un solo individuo.4
Después de cometer uno de los homicidios, un testigo lo vio huyendo por los techos de una casa, pero el homicida le disparó con su arma. El testigo resultó ileso y fue clave para confeccionar un identikit del sospechoso que empezó a circular por toda la ciudad.5

Muerte[editar]

El jueves 27 de febrero de 1975 a la tarde, una niña de ocho años vio a Francisco Laureana y le pareció igual al asesino del identikit (que su familia tenía fijado a una heladera) y le contó a su madre; la mujer simuló llamar a su marido para dar aviso a las autoridades. Laureana pasó por el frente, sonrió, y siguió de largo.
La policía lo encontró a pocas cuadras, y las características eran parecidas al identikit que tenían; se acercaron al sospechoso para pedirle que los acompañara para un interrogatorio. Según el informe de los policías, Francisco Laureana sacó entonces de una bolsa que llevaba en el hombro un arma de fuego y empezó a disparar a los oficiales, iniciando así un tiroteo en el que Laureana recibió un disparo en el hombro y luego escapó malherido, escondiéndose de la policía en el gallinero que se encontraba en los fondos de una mansión. Una perra que cuidaba el lugar «marcó» a su dueño el lugar donde se escondía Laureana. Los policías bonaerenses se acercaron al gallinero y acribillaron a Francisco Laureana.
La policía lamentó haber tenido que matarlo, ya que hubieran querido interrogarlo sobre los motivos que lo llevaron a cometer los crímenes. Se encontraron en el gallinero dos gallinas muertas a tiros (se desconoce si la policía o si Francisco Laureana con su instinto violento no resistió de matar). Cuando se le informó a su mujer, ella atinó a decir "acá tuvo que haber un error. Mi marido no pudo haber hecho todo eso. Era un buen padre, un buen marido, un artesano que amaba lo que hacía".6
Como el asesino era un fetichista, muchos crímenes pudieron resolverse al encontrar en las botas de su casa objetos que pertenecían a las víctimas, junto con armas de fuego. El caso de Francisco Antonio Laureana, uno de los asesinos más prolíficos de la historia argentina, pasó relativamente desapercibido debido al complejo clima político reinante durante el gobierno de Isabel Perón.

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