sábado, 28 de mayo de 2016

HISTORIA TEMÁTICA

HISTORIA DE LA CIENCIA
EXPEDICIONES CIENTÍFICAS
La expedición al Tíbet de Ernst Schäfer, dirigida por éste naturalista alemán, tuvo lugar entre abril de 1938 y mayo de1939 y fue una de varias realizadas en este país asiático por encargo de la organización Ahnenerbe, con el objetivo de realizar investigaciones diversas sobre la geografía, etnografía y fauna y flora del Himalaya, pero también de tipo pseudo-científico, en busca de indicios que confirmasen las teorías impulsadas por la doctrina racista nazi y otras relacionadas con la afición por el ocultismo y el esoterismo de las autoridades del Tercer Reich alemán. Este aspecto y su carácter secreto han alimentado numerosas conjeturas y teoría sobre sus detalles y fines, inspirando a autores de diversas obras literarias de tipo fantástico.


Esvásticas sobre un relieve tibetano en una fotografía tomada por la expedición de Schäfer de 1938 patrocinada por la Ahnenerbe. Los nazis buscaron pruebas en esta región que apoyase sus teorías pseudocientíficas de una relación con la "raza aria"

Historia

Expedicionarios en Calcuta, en 1938. De izquierda a derecha, Karl Wienert, Ernst Schäfer, Bruno Beger, Ernst Krause y Edmund Geer
La expedición estaba liderada por Schäfer, quien ya había visitado la región en viajes anteriores, y compuesta por otros cuatro expertos, Karl WienertBruno BegerErnst Krause y Edmund Geer, que partieron del puerto de Génova en abril de 1938, junto con una escolta de varios SS. Alcanzaron la capital del entonces Tíbet independiente, Lhasa, a principios de 1939. Durante sus dos meses de estancia en la ciudad prohibida, en el por entonces complejo contexto político creado por la ausencia en designar a un Dalái Lama y el choque de intereses entre China, el Imperio Británico y el Imperio Japonés, la expedición emprendió, con el recelo de Schäfer, gestiones de tipo diplomático en vistas del establecimiento de relaciones entre las autoridades tibetanas y el Tercer Reich, y en concreto sobre los detalles de un posible suministro de armas. Mientras, progresaron los numerosos trabajos de campo, documentando y recopilando muestras de la fauna y flora del Himalaya, explorando su geografía, o tomando datos sobre la población tibetana. El antropólogo de la RuSHA, una de las secciones SS, Bruno Beger, fue el encargado de supervisar las investigaciones en su vertiente racial y ocultista.
El antropólogo y SS-Hauptsturmführer Bruno Begermientras realiza la craneometría de un hombre tibetano.
Las noticias del empeoramiento de la situación política en Europa decidieron el regreso, desbaratando los planes diplomáticos. Sin embargo, Beger había recopilado datos antropométricos de cerca de 400 personas mientras que Schäfer, experto cazador, guardó un depósito de más de 300 pieles. Entre también el extenso material documental y fotográfico recopilado, se encontraban diversos ejemplares de textos antiguos, como una edición completa de 108 volúmenes del Kangyur, y otras del Mándala, luego conservados en los archivos de la Ahnenerbe y que aparecieron en el búnker del Reichstag.
La expedición alcanzó Alemania en agosto de 1939, en vísperas del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, siendo homenajeados por las autoridades y reconocidos por la propaganda y la prensa. Schäfer recibió el Totenkopfring, una distinción personal de Himmler, siendo promovido a la dirección del Instituto de Investigaciones para Asia Interior de la SS- Ahnenerbe,Forschungsstätte für Innerasien und Expeditionen im Ahnenerbe der SS, mientras que Beger, incorporado a la estructura militar de la SS, desempeñó funciones como experto de razas asiáticas durante la guerra. Ambos serían procesados por los aliados al final de la guerra, pero mientras Schäfer pudo alegar en su implicación, Berger fue condenado por su participación en caso de la llamada colección de cuerpos del doctor August Hirt.
Coincidiendo con la salida de los alemanes, en mayo de 1939 alcanzó el Tíbet otra expedición secreta enviada por el gobierno japonés. El amplio material fotográfico sirvió para la realización del film Geheimnis Tibet de 1943.
Bundesarchiv Bild 135-BAI-06-16, Tibetexpedition, Melken von Jaks.jpg

Bundesarchiv Bild 135-BB-108-11, Tibetexpedition, Neujahrsfest im Potala.jpg

La expedición nazi al Tíbet

 En 1938 una expedición científica de la Alemania nazi se adentró en el Tíbet. ¿Qué buscaban entre las cumbres heladas del Himalaya? Bajo el paraguas del nazismo, algunos científicos se dejaron seducir por el sueño de conseguir la pureza de la raza nórdica. Y por la quimera de viajar hasta sus orígenes.
La búsqueda del origen de la raza aria, del Santo Grial o de la Atlántida  pueden parecer despistes inofensivos de la imaginación nazi. Y sin embargo, la concepción racial del nazismo creció alrededor de las teorías del ocultismo, que acabaron por tener enorme trascendencia. Numerosos dirigentes nazis habían pertenecido a sociedades secretas desde la década de 1920, habían bebido en las fuentes de la militancia esotérica y dieron soporte a creencias poco o nada fundamentadas. Una de ellas decía, ya desde el siglo XIX, que las raíces ancestrales del pueblo germánico se hundían en el Asia Central. Y, cuando los nazis tuvieron el poder, fueron a buscarlas convencidos.
Himmler y la Ahnenerbe
El auténtico líder político de la Expedición Alemana al Tíbet de 1938-1939 fue el número dos del régimen nazi y jefe de las SS, Heinrich Himmler. Él mismo, el reichsführer, fundó en 1935 la Ahnenerbe, sociedad propagandista que procuró toda la cobertura oficial necesaria a la aventura.
Himmler, desde su posición privilegiada, apoyó siempre teorías seudocientíficas sobre la supremacía racial alemana. El perfil de este hombre poderosísimo se define por sus obsesiones intelectuales, entre las que se encontraban la astronomía germánica, la heráldica, la Atlántida, el espiritismo y las culturas de la India y de Oriente. También se había acercado a la célebre Sociedad Thule, uno de los grupos ocultistas que en Alemania experimentaron un renacimiento tras la Primera Guerra Mundial, con el descontento de la derrota. Eran nacionalistas y antisemitas, glorificaban un pasado alemán mítico y celebraban ceremonias paganas.
La Ahnenerbe, por su parte, impulsaba investigaciones que dieran base científica a la ideología nazi y a las teorías sobre el origen de la raza aria y su supremacía. Así, la Ahnenerbe reunió en su seno tanto a científicos competentes como a ideólogos de dudosa credibilidad, incluyendo sujetos con preocupante historial psiquiátrico como Karl Maria Wiligut, quien estuvo tres años en un manicomio de Salzburgo antes de ser nombrado jefe de la Sección de Prehistoria e Historia Antigua de la sociedad.
La Ahnenerbe cubrió hasta 51 campos de investigación, marco en el que cabe situar la expedición al Tíbet. Desde Alemania salieron expediciones de arqueólogos hacia distintos rincones del mundo con la principal misión de volver con rastros de la Herrenvolk, la raza superior. La Expedición Alemana al Tíbet de 1938-1939 fue la más ambiciosa de todas ellas.
Schäfer conoce a Himmler
El zoólogo Ernst Schäfer ya había participado en dos anteriores expediciones internacionales al Himalaya, que llevó a cabo en 1930 y 1934-1935 en estrecha colaboración con los estadounidenses Brook Dolan y Marion Duncan. Había regresado con magníficas colecciones biológicas y publicado trabajos sobre ellas. Pero Schäfer se había prometido a sí mismo regresar de nuevo al Tíbet para orgullo de su patria, con bandera y equipo alemanes. Cuando Himmler supo de los éxitos de aquel joven científico, decidió conocerlo.
En Berlín, Schäfer le expuso a Himmler la idea de una expedición exclusivamente alemana y el jefe de las SS se entusiasmó de inmediato, convencido de que en algún lugar del Himalaya encontraría vestigios de la raza aria y de que los descubrimientos colmarían de prestigio su gestión. Con esa idea, indicó a Schäfer que se pusiera rápidamente a trabajar con la Ahnenerbe, lo que preocupó un tanto al zoólogo por el desprestigio del organismo entre la comunidad científica. Sin embargo, la magnitud del proyecto y el vacío de las arcas de las SS obligaron finalmente a Schäfer a conseguir por su cuenta los fondos de la expedición y esto bastó para que Himmler tuviera que respetar sus objetivos científicos. Gracias a este pequeño distanciamiento el reichsführer tuvo que abstenerse de investigar teorías como la de la cosmogonía glacial, que la Ahnenerbe secundaba pero Schäfer aborrecía. Así, Schäfer se permitió escoger él mismo a los cinco miembros de la expedición, definir los objetivos científicos y esquivar a los visionarios de la Ahnenerbe.
Con todo, Schäfer también compartía teorías e ideas con la Alemania nazi, como que la génesis de la raza nórdica procedía del Asia Central —tesis también vigente en otros países— y la necesidad de encontrar semillas resistentes y fecundas, capaces de dar de comer a una Alemania de potente industria militar pero deficiente producción de alimentos.
Himmler continuó como principal valedor de la expedición y él se encargó de conseguir divisas extranjeras y permisos para salir del país, dos cosas muy difíciles de conseguir en la Alemania nazi de 1938.
Científicos sí, nazis también
Los integrantes de la expedición Alemana eran excelentes científicos y realizaron un trabajo que, prescindiendo de su errática base teórica, estuvo basado en observaciones empíricas. Todos se movieron por ambición profesional, aunque también eran oficiales de las SS por elección personal.  
Ernst Schäfer había solicitado en 1933 su ingreso en el cuerpo de elite de Himmler. Estar en las SS significaba estar entre los mejores, y esa era justamente la ambición de Schäfer. Buscaba oportunidades más allá de las que le ofrecía la universidad. Él y sus compañeros eran hijos de años muy difíciles: en las décadas de 1920 y 1930 había escasas plazas de profesor en las universidades y hasta se acusaba a los profesores judíos de acaparar puestos en las facultades. El nazismo era el viento que soplaba en Alemania y se dejaron llevar por él.
Ernst Schafer era un experto zoólogo y cazador, y gran conocedor de las aves tibetanas. Científico rigurosísimo, supervisaba obsesivamente el trabajo de sus colegas. Unos meses antes de la expedición, en 1937, su esposa Hertha murió en un accidente de caza de un disparo de su propio rifle. Esto le agrió el carácter y determinó sus relaciones personales en la expedición. Fue individualista y exigente con todos hasta el extremo, tanto con los alemanes como con sherpas, porteadores y animales.
Bruno Beger era arqueólogo y fue un hombre clave en la expedición. Él era el más interesado en estudiar los rasgos raciales de los asiáticos. Se propuso como objetivo recoger material en relación a los orígenes y características de una supuesta raza nórdica en la región. Se llevó al Tíbet más de cien cajas: álbumes con muestras de cabello, calibradores, tablas de medición del color de los ojos, yeso para sacar moldes de rostros, material para recoger huellas dactilares, etc. Su principal misión sería el estudio de la aristocracia tibetana, donde creían que estaba la llave del vínculo entre germanos y tibetanos. Cuando Beger entró en las SS, trabajó en el Departamento de Raza y Asentamiento (RusHA). Él mismo era un perfecto ejemplar de raza aria: alto, rubio, de complexión fuerte y acentuados rasgos aguileños.
Karl Wienert era un ilustre geógrafo, y su cometido consistió en registrar las variaciones del campo magnético de la tierra en el Himalaya. Antes de partir, cargó con magnetómetros, barómetros, un altímetro, radios de onda corta, cronómetros, etc.
Ernst Krause era botánico y entomólogo y centró su estudio en la riqueza biológica que poblaba las altitudes de la cordillera del Himalaya. Pero su función más importante consistió en ser el cámara de la expedición. Se llevó cámaras fotográficas de 16 mm y cámaras de placa, cientos de rollos de película, cazamariposas, recipientes para muestras, etc.
Finalmente, Edmund Geer fue el  brazo logístico de Schäfer. Todos eran oficiales de las SS con anterioridad excepto Geer, que tuvo que ser presentado expresamente (era miembro de las SS, pero no oficial) y aceptado a regañadientes. En la obsesión de las SS por la genealogía no encajaba que Geer no pudiera identificar a su abuelo para demostrar pureza germánica. Muy eficiente, se encargó de la logística doméstica del grupo: tiendas de campaña, alimentos, mesas, cerveza, cigarrillos, etc.
¡A medir cráneos!
La expedición partió el 18 de abril de 1938. Un barco llevó a los cinco hombres hasta la India británica y cuando llegaron a Calcuta, los periódicos publicaron titulares hostiles: “Agente de la Gestapo en la India”, decía el Times of India . Fue el presagio de las difíciles relaciones que mantendría Schäfer con los funcionarios indios y británicos. De inicio, consiguieron permiso del virrey de India para quedarse seis meses en el vecino reino de Sikkim, pero no para entrar en el Tíbet.
En la ruta hacia las alturas del Himalaya recorrieron campos de arroz, bosques tropicales y montañas cada vez más despobladas conforme ascendían por las laderas de la cordillera. En Darjeeling, donde se contemplaban ya las cimas nevadas del Kanchenjunga, Schäfer se topó por primera vez con Hugh Richardson, funcionario de la legación británica en Lhasa, que se erigiría en su peor enemigo. Les recordó hasta dónde llegaban sus derechos en Sikkim y aconsejó a Bruno Beger moderar sus mediciones antropológicas para no molestar a la población.
Beger se encontró con que el reino de Sikkim, situado entre Nepal, Bután, Tíbet y la India, contaba con una variadísima composición étnica y, caso omiso de las recomendaciones, allí realizó sus primeras mediciones de cráneos con el calibrador, y también las primeras máscaras de yeso. Para conseguir las muestras de los rasgos faciales, Beger untaba el rostro del hombre o mujer elegido con pasta de yeso, que se secaba lentamente sobre el rostro dejando sólo diminutos orificios para respirar. La operación, muy desagradable, duraba unos 40 minutos. La expedición contrató también a varios sherpas y ayudantes para la caravana.
 Finalmente, Schäfer tomó la determinación de colarse por la frontera y penetrar en el Tíbet a escondidas. Entraron por el paso de Nathu La, que atravesaba la muralla del Himalaya a 4.265 metros de altura. Al otro lado estaba el valle del río Chumbi y, después, el Tíbet. Ya en terreno tibetano recibieron por fin una invitación formal del Kashag, el consejo de ministros del Tíbet, para permanecer 14 días en el país. Era diciembre de 1938.
La expedición se recompuso para aprovisionarse. Hicieron marcha atrás y, cuando la logística estuvo a punto, retomaron la ascensión. Al llegar a Gyantse, la tercera ciudad del Tíbet, observaron muchas cruces gamadas dibujadas en las paredes de las casas. Aquí este signo se llamaba yungdrung y se dibujaba tanto en el sentido de las agujas de reloj como en el contrario. Schäfer mostró a los tibetanos sus cruces gamadas para buscar la complicidad con ellos. Los británicos tenían allí una guarnición y eso hizo que Richardson quisiera reunirse con los alemanes. El encuentro fue tenso y el funcionario escocés les exigió la documentación y les recordó sus límites, así como la prohibición de usar instrumental científico.
El 11 de enero de 1939 reemprendieron el viaje hacia Lhasa, la Ciudad Prohibida que tan pocos europeos habían pisado. En pleno invierno, la travesía fue de una  gran dureza y alcanzaron temperaturas inferiores a los 15 gados bajo cero. En algunas localidades fueron mal recibidos y alertados contra sus actividades científicas, prueba de que Richardson había advertido a los líderes locales en un trabajo propagandístico de desgaste contra la expedición. Aun así, ni Beger ni Wienert detuvieron nunca sus mediciones y Krause siguió tomando imágenes de todo cuanto tuviera interés científico. Como rebelan los diarios de los expedicionarios, muchas veces este tipo de actividades se realizaron clandestinamente y a escondidas de autoridades y compañeros de caravana. La única práctica que se detuvo realmente fue la caza con escopeta, actividad preferida de Schäfer.
Lhasa, la Ciudad Prohibida
El momento culminante de la Expedición Alemana al Tíbet fue su estancia en Lhasa. La capital tibetana en la década de 1930 seguía rodeada de un halo de misterio y, buena prueba de ello, es que Schäfer hasta se arrodilló ante ella para saborear el instante de su llegada. Himmler también les felicitó desde la distancia. La simple entrada en la ciudad, en las narices de los británicos, ya era de por sí un hito para una delegación alemana. Pero además, los científicos alemanes disfrutaron progresivamente de una gran intimidad con las autoridades civiles y religiosas tibetanas, con las que mantuvieron contacto casi diario y de las que consiguieron una prórroga de estancia de tres meses. Hay abundantes imágenes de los encuentros con los altos funcionarios del Kashag.
Conforme crecían los rumores de guerra en Europa, esta amistad enfurecía más a la legación británica, que entorpecía en lo posible las relaciones entre alemanes y tibetanos. Reting Rimpoché, el regente tibetano, llegó a pedir formalmente a Schäfer el  suministro por parte de Alemania de armamento para enfrentar al ejército chino, pero el  jefe de la expedición tuvo que negarse. En el contexto que vivían hubiera significado un suicidio para la expedición. Aun así, el regente llegó a escribir una carta a Adolf Hitler que sentó bases de cordialidad entre las dos naciones.
Lhasa significó para Beger la oportunidad de estudiar por fin la aristocracia tibetana. El antropólogo estaba emocionado y a la vez preocupado porque había llegado el momento de demostrar las conexiones entre los tibetanos y su propia raza. Los aristócratas paseaban por las calles vestidos con túnicas bordadas de oro y una larga cabellera recogida en un doble moño, caminando por delante de mujeres ataviadas con vestidos de seda y joyas de plata. Los estudió. Beger quiso ver rasgos arios en ellos y los definió así: “Altos, de cabeza alargada, con el rostro alargado, los pómulos retraídos, la nariz recta o ligeramente curva con el dorso nasal elevado, el cabello lacio y un comportamiento imperiosos que denota seguridad”.
A su paso por la Ciudad Prohibida, la expedición nazi tuvo la suerte de coincidir con la celebración del Año nuevo Tibetano y la Gran Oración o Mönlam, principal peregrinación religiosa del Tíbet. Ante sus ojos atónitos, los monjes de los monasterios de alrededor de Lhasa invadieron la ciudad en una manifestación de extrema religiosidad no exenta de vicio y violencia. Fueron las últimas imágenes espectaculares que registró Krause.
En marzo de 1939, Hitler se anexionó Checoslovaquia. Schäfer y los suyos estaban a punto de pasar de extranjeros incómodos a enemigos oficiales de Gran Bretaña. La situación se complicaba y salieron de Lhasa el 20 marzo de 1939.
Durante la primavera, prosiguieron la expedición por el país, pero rápidamente todos los contactos que habían hecho durante el viaje empezaron a girarles la espalda. El bloqueo del correo, la presión y la hostilidad británicas se intensificaron. Gran Bretaña ya no podía parecer débil ante la amenazante Alemania; la India tampoco. Schäfer y los suyos vieron que era el final de su aventura.
Himmler estuvo de acuerdo en que la huida era pertinente y la organizó él mismo. El reichsführer en persona fue a esperar a la expedición en su llegada a Munich el 4 de agosto de 1939.
Balance científico
La Expedición Alemana al Tíbet completó con éxito su labor de observación y recogida de datos. Recopilaron cantidades enormes de plantas y mariposas, así como cajas repletas de valiosas pieles de animales. Ernst Krause rodó 18.000 metros de película de 16 mm y tomó 40.000 fotos en blanco y negro y color. Bruno Beger recogió 2.000 objetos etnográficos sobre la cultura tibetana y regional, realizó mediciones de 366 personas, tibetanos principalmente, pero también de otros grupos. Beger también tomó 2.000 fotos, hizo moldes de cabezas, caras, manos y orejas de 17 personas y reunió huellas dactilares y de manos de 350 individuos más. También obtuvieron más de 50 variedades nuevas de semillas para el Reich. El régimen recibió su trabajo con orgullo y satisfacción.
Sin embargo, el estudio de la raza aria salió peor parado. Cuando regresó del campo de Auschwitz, Beger publicó finalmente un artículo sobre las razas del Tíbet. Fue decepcionante. La búsqueda de la raza aria entre las cumbres del Himlaya era un fracaso no confesado. En su estudio, trataba de vincular grupos tibetanos con un grupo “európido” más antiguo. Lejos de llegar a ninguna conclusión sólida, más que nada esbozó un retrato de la diversidad étnica en Tíbet y la India. Después de esto, ya no se conoció ninguna investigación más de Beger sobre el origen de la raza aria. Jamás pudo contar a su regreso la explicación que le hubiera gustado dar a sus superiores y a sus profesores de universidad. Quiso encontrar argumentos, pero, en rigor, Beger no demostró nada. Sólo pequeños movimientos migratorios antiguos, de causa bélica, comercial o religiosa, explican la presencia de rasgos diferenciales en la aristocracia tibetana.



Qué fue de los expedicionariosErnst ShäferSiguió vinculado a la Ahnenerbe. Cuando llegó la victoria de los aliados, mantuvo que su implicación con el poder nazi había sido estrictamente científica. Fue juzgado, pero no fue condenado. Se estableció en Venezuela en 1950, donde creó una estación biológica. Ya mayor, se retiró a la Baja Sajonia y murió en 1992.
Bruno BegerFue juzgado en 1971 y condenado por su paso por los campos de concentración. Estuvo en el campo de Auschwitz en 1943, donde seleccionó a unos cuantos individuos para su estudio, entre ellos algunos de rasgos asiáticos. Después fueron gaseados. Al terminar la guerra, Beger fue condenado a tres años de prisión, pero no llegó a ser encarcelado. Murió en octubre del 2009 en Frankfurt.
Karl Wienert, Ernst Krause y Edmund Geer regresaron al mundo académico sin hacer demasiado ruido.

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