jueves, 10 de mayo de 2018

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santos del 31 de mayo

De Santa Petronila, hija de San Pedro, ¿que no sabía Vd. que San Pedro tenía una hija?

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31 mayo 2013
 
            Sí, queridos amigos, la hija de San Pedro, llamada, a mayor abundamiento, Petronila, como su padre. Lo que ya estaría dándonos una pista, y es que el príncipe de los apóstoles debió de tenerla después de conocer a Jesús, pues de no ser así, nunca la habría llamado Petronila, pues como es sobradamente conocido, el nombre “Pedro” es una invención personal de Jesús en el famoso episodio del “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mt. 16, 18).
 
            En favor de la tradición de la supuesta hija de Pedro se expresan autores de la importancia de San Jerónimo (342-420) San Agustín (354-430). Si bien, para decir toda la verdad, no es tan clara la identificación entre la Petronila hija de Pedro y la Petronila Mártir que celebramos hoy.
 
            Del fabuloso descubrimiento de la Biblioteca gnóstica de Nag Hammadi en Egipto en 1945, procede un llamativo opúsculo cual es el conocido como “La hija de Pedro”, datable en torno al último cuarto del s. II y componente de un igualmente apócrifo “Hechos de Pedro”. El opúsculo en cuestión se refiere a una hija del príncipe de los apóstoles, de la que afirma su gran belleza pero de la que no da el nombre.
 
            El relato es conmovedor: mientras Pedro anda curando enfermos por donde quiera que va en Jerusalén, uno de los presentes le reprocha que en su misma casa su propia hija yace en la cama paralítica de medio cuerpo. Al solo efecto de no decepcionar la fe de los que le observan y le escuchan, Pedro accede a sanar a su hija, si bien acto seguido, realiza lo que podríamos denominar un contramilagro que retorna a la joven a su situación anterior y la postra de nuevo en cama. Preguntado por el porqué de tan extraña actuación, el apóstol se justifica con las siguientes palabras:
 
            “¡Por la vida del Señor que esto es útil para ella y para mí! Pues el día que nació tuve una visión en la que Él me decía: “Pedro, hoy ha nacido para ti una gran tentación. Tu hija causará daño a muchas almas si su cuerpo permanece sano”. Mas yo pensaba que se mofaba de mí. Cuando la muchacha tuvo diez años, muchos sufrieron escándalo por su causa. Un gran hacendado, Ptolomeo, que había visto bañarse a la muchacha y a su madre, envió por ella con la intención de hacerla su esposa. Pero su madre no quiso. Ptolomeo insistió y no pudo esperar [...]
            Los siervos de Ptolomeo trajeron a la muchacha, la dejaron delante de la puerta de la casa y se fueron. Cuando caímos en la cuenta, su madre y yo bajamos, descubrimos a la muchacha y que todo un costado de su cuerpo, desde los pies a la cabeza, había quedado paralizado y enjuto. La recogimos y alabamos al Señor que había librado a su sierva de esa mancha, de la vergüenza y de [ilegible] Este es el motivo por el que la muchacha ha quedado así hasta el día de hoy” (HijPd. 131-135).
 
            ¿Es esta Petronila la Petronila virgen y mártir que celebramos hoy? Porque si bien, observará el lector, hemos hablado hasta ahora de una Petronila hija de Pedro que hubo de sufrir mucho en vida, y que todo apunta a que efectivamente murió virgen, mártir, lo que se dice mártir, no fue. Y lo cierto es que la tradición de Santa Petronila Mártir, aunque sí observa ciertas confusiones, no necesariamente se identifica con esta Petronila hija de Pedro.
   
Santa Petronila y Veneranda
en las catacumbas de Domitila

           Si sí como si no, las listas de los mártires venerados durante los siglos VI y VII, y concretamente el “Epitome libri de locis sanctorum martyrum”, mencionan a una mártir de nombre Petronila y hasta una iglesia bajo su advocación en la cual enterradas tanto ella como los santos Nereo y Aquileo. La tumba ha sido descubierta en las Catacumbas de Domitila, y también una pintura en la que Petronila acoge a una difunta de nombre Veneranda en el cielo. Una inscripción sobre la tumba establece que Petronila ya era venerada en Roma como mártir en el siglo IV. El “Liber Pontificalis”de Duchesne hasta nos transmite la inscripción tallada en el sarcófago: “Aureae Petronillae Filiae Dulcissimae”, “De la dorada Petronila, dulcísima hija”. Caracterización ésta de “hija” que nos obliga a buscarle un padre suficientemente “eminente” (¿San Pedro?), si bien podría referirse también a una relación filial con un Flavio cristiano de la familia senatorial Aurelia, de donde el juego de palabras “Aureae Petronillae”.
 
            Para terminar de complicar la identificación lo cierto es que como hija de San Pedrotambién, -aunque como virgen y no como mártir-, se nos aparece de nuevo Petronila en los “Hechos de los santos mártires Nereo y Aquileo”, a los que según vemos, vincula la santa que hoy celebramos su figura, y también en el propio “Liber Pontificalis” que ya hemos citado.
   
Tumba de Santa Petronila en San Pedro

           Como quiera que sea, en el año 757 el ataúd que contiene los restos mortales de la santa es transferido a un edificio redondo cerca de San Pedro, convertido en Capilla de Santa Petronila. En la reconstrucción renacentista de la Basílica de San Pedro, los restos de Santa Petronila serán trasladados a un altar, el cual aún hoy existe y se venera en el lateral derecho, cerca de la cúpula, que puede ver Vd. en la fotografía.











Petronila, Santa
Virgen y Mártir: 31 de mayo


Por: Archidiócesis de Madrid | 



Virgen y Mártir

Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Domitila, en la vía Ardeatina, santa Petronila, virgen y mártir. ( s. inc.)
A medida que el hagiógrafo avanza en la familiaridad con las Vitae Sanctorum y las Actas de los martirios de los santos comprueba, entre susto y fascinación, los esfuerzos de escritores anteriores -algunos lo hacen desde los albores de la historia cristiana- por pasar a la posteridad los modelos de fe y vida que ellos han visto o cuyas noticias han recibido oralmente, o quizá tuvieron entre sus manos documentación anterior que no ha sobrevivido al tiempo. Lo hicieron movidos por el cariño agradecido a los que supieron ser fieles y transmitieron el heroísmo de sus virtudes de la mejor manera que pudieron; con frecuencia estaban por la labor de dejar en el mejor papel posible al santo protagonista de su relato y por ello no es infrecuente notar añadiduras a la personalidad que relatan, aunque sea acumulando dones, milagros y hechos portentosos que demuestren más y más a quienes les escuchan o a sus posibles lectores la complacencia de Dios en sus santos. No fueron mentirosos; no intentaban hacer historia, o al menos, no se adaptaban al modelo de historia que hoy pide la crítica; incluso, en ocasiones, fueron poco respetuosos con ella. Porque lo que pretenden es animar a la fidelidad a Cristo al tiempo que ponen ante los ojos de los creyentes a alguien que le entregó la vida con la coherencia entre las obras y la fe. 

Las inexactitudes sólo son afecto y los anacronismos le interesan al autor lo que importa un sello de correos o una bufanda al caracol. No es su cometido la exactitud en los detalles propia del juez inquisidor; prefieren la llaneza de ensalzar las apoteosis del amor. Sólo con este principio es posible acercarse con alegría y temblor a la lectura de las Vidas y de las Actas para aprender de personas que triunfaron del egoísmo hasta el fin.

Posiblemente éste fuera el intento del autor anónimo que dejó por escrito la vida de santa Petronila llamada también con los nombres de Perina, Petronela y Pernela. La total carencia de datos da origen a la historia apócrifa claramente imaginativa que pondera excelsas virtudes -ésas que intenta poner como paradigma en la mente de los lectores- y que carga las tintas más sobre las bondades de las situaciones del entorno que sobre la misma realidad personal que lógicamente desconoce. 

Pues bien; el tiempo es el siglo primero y el lugar de la narración, Roma; Petronila está presentada como hija de san Pedro. Su máximo anhelo es padecer por Jesús que tanto quiso padecer por ella. Una extraña enfermedad la mete en cama con agudísimos dolores imposibles de aliviar; pero su semblante alegre y su actitud llena de optimismo demuestran a todos los que van a visitarla la aceptación voluntariosa y complacida de Petronila que, por fin, puede sufrir algo por su Señor. Se prolonga por mucho tiempo la postración. Entre los creyentes romanos se empiezan a correr rumores; ¿cómo es posible conciliar tamaño sufrimiento de Petronila con la actitud permisiva del padre Pedro, si es verdad que sólo su sombra llegaba a curar a enfermos, hace unos años, en Jerusalén?, ¿será que Pedro ha perdido virtud?, ¿será esto una muestra de falta de cariño?, ¿no deben preocuparse los padres por la salud de los hijos?... Un día Pedro reúne a una gran multitud de creyentes en Cristo en su casa y manda con imperio a su hija: «Petronila, levántate y sírvenos la mesa». Asombrados y estupefactos contemplan a la dulce joven incorporarse del lecho y salir dispuesta al cumplimiento del encargo toda llena de facultades. Terminada su misión vuelve a la cama, recupera la enfermedad con incremento de sufrimiento y ya no se restablecerá hasta después del martirio de Pedro. 

No ha hecho mella en su físico el terrible padecimiento soportado, se han rejuvenecido sus facciones y hasta se diría que se ha multiplicado la belleza previa a la enfermedad. Ahora dedica Petronila todas sus energías a la oración y a la caridad. Parece un hada madrina que con vara mágica va solucionando problemas de cristianos irradiando continuamente el influjo benéfico ante cualquier necesidad: pobres, lisiados, enfermos, ciegos, leprosos y todo tipo de carenciales van a visitarla y salen pletóricos de felicidad. Por toda Roma corre un inmenso e imparable rumor que transmite de boca a boca la explosión de la caridad de Jesucristo patente en las obras de Petronila. 

Pero hay más. Por todo lo relarado, no es extraño el enamoramiento del joven Flaco que se acerca con gran séquito de criados y esclavos a solicitar el consentimiento para hacerla su esposa. La reacción ahora de la virgen es de indecible sorpresa; pero guarda las formas, agradece al noble joven enamorado el honor que le hace y pide suave y dulcemente tres días para reflexionar al término de los cuales debe Flaco enviarle sus doncellas y criadas para que la acompañen.

Todo es llanto en Petronila. Jesucristo llena su corazón; no quiere romper la unidad del amor; sólo a Jesús quiere como Esposo. Pasa los tres días encerrada, en compañía de Felícula, dada al ayuno, a continua oración, penitencias y súplicas al Señor. El último día del retiro llega el presbítero Nicodemus, le celebró la misa, le dio la Comunión y contempló cómo moría Petronila al pie del altar consumida de amor.

Las criadas de Flaco que ya esperaban jubilosas trocaron el cortejo de nupcial en fúnebre para llevarla a enterrar.

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