viernes, 25 de diciembre de 2015

HISTORIA DEL SIGLO I

Batallas del siglo I

La batalla de los «Puentes Largos» (latínpontes longi) se libró el año 15 entre las legiones romanas de Germánicoy comandadas por Aulo Cecina Severo, y una alianza de tribus germanas al mando de Arminio e Inviomero(Inviomerus), su tío.
Germánico, desanimado al rehuir su enemigo continuamente el combate directo, se retiró a la Galia. Como no podía embarcar con él a todo el ejército, parte del mismo regresó a pie, siendo sorprendido por los germanos en el trayecto. Tras unas escaramuzas en el que salieron derrotados, los romanos consiguieron aguantar el envite germano y hacerlos huir, a pesar de la inferioridad numérica.

Contexto histórico

Estatua de Arminio que conmemora su victoria ante Varo.
Después de la derrota de Publio Quintilio Varo en Teutoburgo, Tiberio, por entonces general, dirigió exitosamente una serie de expediciones de castigo contra los germanos. Su meta era evitar una posible invasión germánica, o que se provocaran disturbios en la zona, a raíz de la anterior derrota romana. Pero tras unos años, decidieron dejar de incursionar más allá del río Rin.
Cuando Tiberio sucedió a César Augusto, siguió manteniendo la política de su predecesor de fijar el Rín como frontera natural, aunque su hijo adoptivoGermánico, en su afán de emular a su padre Druso, decidió por propia iniciativa lanzar un ataque contra los pueblos germánicos, invadiendo sus territorios y utilizando como trampolín la Galia. Sin embargo, éstos evitaban el enfrentamiento directo, replegándose ante cada avance de las legiones. Germánico, desanimado por la huida de su enemigo y consciente de que conforme más penetrara en la Germania más peligro tenía de verse rodeado, optó por retroceder a la frontera con la Galia. Para ello, dividió sus fuerzas en dos: embarcó con los que pudo (unas cuatro legiones romanas y 10.000 auxiliares)3 y ordenó al resto, comandados por Cecina Severo, regresar a pie por el camino más rápido, atravesando un peligroso pantano aprovechando que en él había pasos elevados para cruzarlo.
No obstante, Arminio y los germanos se encontraban muchísimo más cerca de lo que los romanos pensaban, y al ver que su enemigo dividía las fuerzas y parte de ellas se internaba en un pantano, decidió pasar a la ofensiva.
Movimientos romanos en el año 15 d. C.

Primeros enfrentamientos

Aprovechando la lenta marcha de los romanos por la ciénaga, Arminio y sus numerosos germanos los adelantaron apostándose en un estrecho paso. Con ello esperaban caer por sorpresa sobre el desprevenido enemigo, y obtener así una victoria fácil.
Sin embargo, paradójicamente los romanos avanzaban muchísimo más lentamente de lo esperado, pues se veían obligados a reparar continuamente los deteriorados pasos para facilitar el paso de los carruajes, que no cesaban de hundirse en el barro. Finalmente la noche llegó antes de que los romanos salieran de la laguna, para pesar de Arminio y sus hombres. Además, Cecina, general romano con más de 25 años de experiencia militar, encargado de dirigir el avance, se mostró cauto y optó por acampar, pues aunque no lo sabía con certeza, pensaba que los germanos los estaban vigilando.
Arminio decidió entonces hostigar abiertamente a los romanos durante su cruce por el pantano, no viendo Cecina otra salida que dividir las maltrechas fuerzas romanas en tres grupos: Los zapadores encargados de seguir construyendo y arreglando los pasos elevados, algunos legionarios y auxiliares que debían defender la impedimenta, y finalmente, el grupo más nutrido de legionarios que harían de barrera contra el enemigo. Por el contrario, el principal objetivo de los germanos era entorpecer a los zapadores, pues el tiempo jugaba contra los romanos.
En un terreno pantanoso, los legionarios no podían adoptar la formación de combate, en la que se basaba toda la fuerza de la legión. Hundidos en el fango, e inmovilizados por el peso de sus armaduras lorica segmentata, no eran rivales para las armas arrojadizas ni para las lanzas germanas, quienes se movían ágilmente por aquella zona encharcada al estar desprovistos de armadura pesada. Además, Arminio envió a varios de sus hombres a desviar el curso de un río cercano, para hacer que el pantano subiera de nivel y sumergiera de nuevo los pasos que estaban reparando los romanos, lo cual imposibilitaría el tránsito de los carros. En esta situación, los romanos morían a cientos sin poder apenas defenderse. Sólo la noche evitó el desastre total, ya que los germanos se retiraron a los bosques que rodeaban la laguna, dando un respiro a Cecina.

Desastre

Los legionarios, totalmente desmoralizados y con el recuerdo del desastre de Varo y sus hombres, comprendieron que su única posibilidad era luchar en tierra seca. Por ello, Cecina mandó a dos legiones desplazarse respectivamente a una y otra orilla de la laguna al amanecer, y resistir allí el acoso de los germanos, quedando los carros de la impedimenta, auxilares, heridos y los zapadores en el interior de la laguna, avanzando lentamente. El objetivo era salir de allí en el menor tiempo posible y alcanzar una pradera cercana donde los legionarios pudieran desplegarse en formación de combate. Sin embargo, éstos, al verse ampliamante superados numéricamente por su enemigo, optaron por huir hacia la pradera, abandonando la columna central, atascada en la laguna, a su suerte.
Arminio aprovechó la ocasión para cargar contra la larga línea romana, partiéndola en varios segmentos. Sólo la poca organización y disciplina germana (que en mitad de la lucha dejaban de combatir y se dedicaban a robar el botín de los carros) permitieron a muchos romanos alcanzar la orilla y reunirse con las legiones desertoras, tras sufrir multitud de bajas y perder la mayoría de la impedimenta (provisiones, medicinas, herramientas, etc.). Se estima que de 25.000 a 30.000 efectivos iniciales, a los romanos les quedaban 15.000-20.000.
Busto de Germánico.

Carga final

Con la llegada de la noche, los romanos construyeron como pudieron un campamento fortificado con foso. Cecina pensaba que la única opción era simular (aún más) debilidad para luego sacar de golpe todas sus fuerzas del campamento y atacar a la desesperada. Para ello, aleccionó a sus soldados para que no perdieran la poca moral que les quedaba y no desertaran.
En el otro bando, Arminio defendía la postura de seguir hostigando a los romanos, pero Inviomerus y el resto de los jefes tribales, más impulsivos y confiados por los éxitos anteriores, decidieron dar la estocada final a las maltrechas fuerzas romanas. Y se prepararon para asaltar el campamento. Para ello, los germanos rodearon completamente la posición enemiga, y ante la escasa y débil defensa romana, animados, tomaron sus muros, rellenaron el foso y asaltaron las puertas. Pero para la mayor de sus sorpresas, encontraron a los legionarios en formación de combate y preparados para la lucha; y para acrecentar el desconcierto, éstos tocaron con cuernos y trompetas las conocidas órdenes de carga y salieron del campamento a toda prisa, arrollando a los desprevenidos y desorganizados germanos que intentaban entrar en el campamento. Los germanos, que no esperaban encontrarse a las legiones en formación y ni mucho menos, cargando contra ellos, quedaron aterrorizados; y tras producirse una gran mortandad entre ellos en los primeros instantes del combate, huyeron en desbandada. Incluso Inviomerus fue herido en combate.
Los romanos, cansados de perseguir a los germanos durante todo el día, pudieron recuperar parte de la impedimenta perdida, tomar fuerzas y continuar con el regreso a la frontera del Rin para reunirse con Germánico.
Ocho legiones romanas han penetrado en profundidad en Germania. El objetivo ha sido llegar a contactar con los germanos rebeldes comandados por Arminio. No ha habido posibilidad. Replegando y huyendo ante el avance de Germánico, encuentran su oportunidad cuando el romano da orden de dar media vuelta y regresar a la Galia. Germánico divide sus fuerzas en dos grandes bloques, él con cuatro legiones embarcara con la flota y su general Cecina conducirá las restantes hasta el Rhin, a través de un peligroso pantano -a fin de ganar tiempo- aprovechando que en el mismo existen unos antiguos pasos elevados -puentes- que facilitan con mucho la inicialmente difícil tarea.
Los romanos no saben que los germanos se encuentran muy cerca de ellos, y si pensaban que atravesarían las ciénagas antes de que estos pudiesen darles alcance estaban muy equivocados...
EL ATAQUE GERMANO
Arminio, que se encontraba mucho más cerca de los romanos de lo que éstos podían suponer, advertido del movimiento, emprendió una rápida marcha con sus numerosas huestes. Alejados de la columna romana, flanqueándola a través de atajos o los mismos pantanos, a sabiendas de que de la velocidad dependía la sorpresa, se adelantaron a los romanos y se apostaron en el camino.
 
Cécina entretanto avanzaba mucho más lento de lo esperado. El mal estado de los puentes, que en muchos tramos se encontraban deshechos, obligaban a perder al romano tiempo en la reconstrucción de los mismos.
Cuando la columna llegó a la altura del lugar en donde les estaban esperando los germanos Cécina, no sin cierto temor, decidió detenerse y, en la medida de lo posible, acampar.
El cuadro que se abría ante el general romano no era muy esperanzador. Una larga columna romana en medio de un extenso pantano flanqueado por bosques repletos de enemigos. No podía ofrecer batalla ni parecía posible seguir avanzando y la retirada era sencillamente imposible.
El romano, un veterano militar, no perdió los nervios y afrontó con entereza las dificultades; ya que había que seguir adelante, la única opción que se abría ante ellos era la de seguir con la reconstrucción del camino mientras parte de sus tropas hacían de barrera entre los zapadores, que trabajaban sobre los puentes, y los germanos que desde todos los lados tratarían de entorpecer el trabajo de sus hombres.
Aquella jornada fue sin duda terrible para los romanos. La lucha se generalizó en un terreno cenagoso que impedía a éstos cualquier tipo de maniobra de combate. Clavados en el barro o el agua los legionarios se veían impedidos de luchar de la mejor forma que sabían. Sus armas arrojadizas eran inútiles sin poder maniobrar en formaciones y su artillería no era por supuesto utilizable. Hundidos en el fango por su pesado armamento, tenían que soportar los indiscriminados ataques de los ágiles germanos. Para los guerreros nativos este era su terreno ideal. Sin corazas, loricas o grandes y pesados escudos, se movían con relativa facilidad por aquel endiablado terreno. Su arma más común, la alargada framea, les permitía alancear a distancia a unos ateridos romanos que caían a decenas sin casi defensa, al no poder alcanzar a sus contrarios.
Sólo la noche puso obligado fin a los combates cuando los germanos se retiraron a los bosques. Sin embargo, las calamidades no habían acabado aquí. Arminio había enviado a parte de sus hombres a trabajar en los cursos de agua cercanos. La idea era desviar las corrientes hacia la laguna en donde los romanos se encontraban clavados por el ataque. Si Cécina creía que aquella noche disponía de algún tiempo de respiro estaba muy equivocado. De repente el nivel del agua del pantano comenzó a elevarse anegando parte de los puentes, inutilizando otros, y en definitiva multiplicando las dificultades a las que ya de por sí tenían que hacer frente.
El recuerdo de Varo y sus legiones estaba sin duda en la mente de todos. Aquella noche, en la que prácticamente nadie pudo descansar en seco, una profunda desmoralización se abatió sobre el ejército.
Cécina y su estado mayor sopesaron sus alternativas; ya que resultaba imposible hacer frente a los germanos en los pantanos, pues los hombres estaban tan terriblemente cansados y asustados que no aguantarían un día más el acoso al que habían sido sometidos el día precedente, la única opción era adelantarse de madrugada al ataque e ir a esperarles en los confines de los bosques en donde acampaban. De esta forma, mientras parte del ejército contenía a los germanos en los lindes del pantano, los heridos, enfermos y todo el material que pudiese ser todavía transportado en los carros, atravesarían los puentes que los zapadores se encargarían de ir terminando. Una vez fuera del pantano existía una llanura, un lugar seco capaz de albergar al ejército y de suficiente extensión como para permitir un despliegue de batalla.

LA JORNADA SANGRIENTA
Poco antes del alba comenzó el despliegue romano; tal y como se había acordado, mientras las cohortes acudían a los flancos, la parte más pesada de la columna comenzó a abrirse paso por entre la ciénaga. Cuando las tropas enviadas a los lados renunciaron inopinadamente a cumplir con su cometido y se desplazaron hacia delante -abandonando a su suerte a la columna central-, Arminio vio que había llegado la gran ocasión que había estado esperando. Las legiones de los dos flancos posiblemente no fueron molestadas en su huida hacia la zona seca que se abría a lo lejos, pero cuando en la columna central -que avanzaba lentamente debido a su falta de movilidad- las filas de las dos legiones que la escoltaban durante la progresión se desordenaron por completo, ordenó un asalto general.
Arminio mismo conducía una de las cuñas que lanzó contra la columna romana, en su mismo centro, atravesándola entonces y dividiéndola así en dos mitades. El escenario no podía ser mas atroz; una larga fila de carromatos cargados de hombres heridos, armas o suministros atascados aquí y allá, trabados por el cieno, y protegidos por una amalgama desordenada de legionarios y auxiliares acosados por ingentes oleadas de enardecidos germanos decididos a exterminar sin piedad a sus enemigos.
 

Para el combate, Arminio había dado instrucciones de herir sobre todas las cosas a las bestias. Eliminados los animales de tiro y monta, la movilidad romana quedaría del todo comprometida. El propio Cécina perdió su caballo y estuvo a punto de ser capturado. Solo un oportuno contraataque local de los hombres de la I Legión permitió al veterano general volver a encabezar el mando de la desastrosa columna de marcha. Al final, gracias a la usual indisciplina germana, pues buena parte de los guerreros se dedicó en la primera oportunidad que tuvo a saquear los innumerables carromatos atascados en el barro, permitió que la mayor parte de los hombres pudiese atravesar espada en mano el camino y llegar hasta la llanura en donde les estaban esperando ya los hombres de las legiones V y XX.
Es difícil calibrar las pérdidas humanas y materiales durante este episodio, sin duda altas, pero, en principio, la gran mayoría había conseguido pasar esta primera prueba.
LA NOCHE TRISTE
Profundamente desmoralizados, los romanos comenzaron a preparar, para pasar la noche, una especie de campamento fortificado. Habían perdido en las ciénagas todos sus bagajes, y entre ellos tiendas, azadas para cavar o medicinas…. Era un ejército deshecho, prácticamente roto, pero que, principalmente gracias a su general, mantenía la disciplina necesaria para ponerse a trabajar y al menos lograr levantar una especie de empalizada sobre algo parecido a un foso. Dentro del perímetro, unos 25 ó 30.000 hombres esperaban asustados lo que les deparaba el destino. Ateridos de frío y tumbados en el húmedo suelo, soldados de toda índole; heridos, enfermos, algunos civiles, escuchaban aterrorizados los gritos y cánticos de guerra que a lo lejos se dejaban oír de los germanos. Hubo momentos en que el pánico estuvo a punto de prender en todo el campamento. Sólo la decidida actuación de Cécina evito que la totalidad el ejército de Germania Superior echase aquella noche, literalmente, a correr.
Después de un conato de pánico habido en el campamento, una vez restablecido, tímidamente, el orden, los oficiales romanos en un nuevo consejo de guerra convocado por su general volvieron a tratar sobre la batalla: Su situación era claramente desesperada, las tropas estaban al borde del colapso, se hacía pues inútil todo nuevo intento de proseguir la retirada. Así pues, ya que no podían irse, la única opción era plantar cara a los germanos. Cécina, veterano bregado en mil combates, sabía que una de las pocas opciones que podían tener era la de realizar una salida en masa en cuanto los germanos asaltasen el campamento. No había otra alternativa, la decisión estaba pues clara. La importancia del momento no se le escapaba a nadie, era sencillamente vencer o morir, y por ello se aleccionó a todos los mandos, desde los tribunos a los centuriones, para la batalla. A la tropa, los considerados más valientes, sin distinción de origen –bien auxiliar o romano-, les fueron entregados los pocos caballos que se conservaban. Sólo habría una oportunidad, una sola embestida, si unos u otros flaqueaban estarían todos irremisiblemente condenados.
VICTORIA FINAL
A la mañana siguiente, y por suerte para los romanos, Arminio, decidido tan sólo a continuar con su estrategia de acoso a distancia, fue apartado a un lado por los líderes tribales más impulsivos. Se habían terminado ya las contemplaciones, los guerreros germanos deseaban lanzarse sobre la empalizada, exterminar a los romanos y hacerse con el ingente botín que a buen seguro les esperaba.
Guiados por Inguiomero los germanos rodearon el campamento y sin miedo comenzaron a rellenar el foso que protegía la empalizada. Los romanos, siguiendo el plan preestablecido, hicieron una tímida defensa de sus posiciones, tal y como correspondía a una fuerza que aparentemente había perdido toda su capacidad de combate. Y llegaban ya a lo alto de las defensas cuando desde dentro, en perfecta formación, las legiones se dispusieron para el contraataque.
De repente el sonido de decenas de trompetas y cuernos marcando el inicio de la carga dejaron clavados sobre el terreno a los desconcertados asaltantes. Todas a una, las puertas del campamento se abrieron y largas y compactas columnas de legionarios salieron a la carrera contra unos sorprendidos germanos. En un momento el ejército de Inguiomero y Arminio perdió toda cohesión y el pánico se propagó entre sus filas. No hubo apenas resistencia organizada. La matanza fue terrible, y el propio Inguiomero fue alcanzado y herido por los romanos. Al finalizar la jornada los otrora victoriosos germanos habían sido muertos o dispersados.
Una vez cansados de la persecución, los romanos se reagruparon, recuperaron de entre el botín del enemigo todo lo que pudieron llevar consigo y, un tanto recuperados, volvieron a ponerse en camino hacia el Rhin.
El ejército se había salvado por poco, pero el daño recibido había sido considerable, una vez más, ROMA INVICTA EST.













La batalla de Tapae del 87 d. C. fue parte de la Guerra Dácica del emperador romano Domiciano contra las tribus de Dacia, sucedida casi dos décadas antes de la conquista definitiva de Trajano.

Antecedentes

En el año 87, Duras, rey dacio, ordenó a sus fuerzas cruzar el Danubio y atacar la provincia romana de Moesia. Tras el ataque el emperador Domiciano organizó personalmente su defensa y organizó una expedición para invadir Dacia.

La batalla

La fuerza romana, bajo el general Cornelio Fusco, se componía de cinco o seis legiones romanas que cruzaron el Danubio y avanzaron a Tapae para invadir el interior del reino de Dacia. En el paso se encontraron con el ejército dacio, que tendió una emboscada a los romanos, sufriendo éstos una gran derrota. Casi todos los soldados de laLegio V Alaudae murieron; los dacios capturaron sus estandartes y sus máquinas de guerra, y Cornelio Fusco murió en la batalla. Tras esta victoria, el rey dacio Diurpaneus recibió el nombre de Decebalus, que significa el valeroso o el más poderoso.

Consecuencias

Al año siguiente los romanos lanzaron otra ofensiva al mando del general Tettius Iulianus que consiguió forzar con éxito el mismo paso; sin embargo, las difíciles condiciones geográficas y la necesidad de defender el frente dePanonia obligaron a los romanos a detener su ofensiva y buscar la paz, que resultó muy humillante para Roma y que pudo ser la causa del asesinato de Domiciano en el año 96.

Decebal's portrait.png
Decébalo en la Columna Trajana.
Fecha87 d. C.
LugarTapae en TransilvaniaRumania
Coordenadas45°30′20″N 22°43′29″ECoordenadas45°30′20″N 22°43′29″E (mapa)
ResultadoVictoria dacia
La batalla de Tapae, que enfrentó a Roma con los dacios, es la mayor victoria del emperador Trajano a lo largo de su dilatada carrera militar. El emperador hispano pasó toda su vida guerreando contra los enemigos de Roma, pero la mayor parte de este tiempo se enfrentó a enemigos que se atrincheraban en fortalezas y ciudades o que acosaban a los romanos en fugaces escaramuzas. En Tapae, no obstante, Trajano tuvo que hacer frente a un ejército completo en orden de batalla y formado en campo abierto. Me atrevería a decir que Tapae fue, de hecho, la última gran victoria del ejército romano en todo su poderío, ya que a partir de entonces, relegado a operaciones defensivas, no haría sino luchar por la supervivencia de un imperio que se resquebrajaba.

Decébalo y los dacios

La Dacia se correspondía con la actual Rumania, comprendiendo este reino parte de la llanura húngara por el oeste y los montes Cárpatos ocupando el resto del país. Limitaba con el Imperio Romano al sur, estando separado de la provincia de Moesia por el Danubio. Dada su abrupta geografía, la única manera de penetrar hasta el interior de la Dacia era por el oeste, pasando por la ciudad de Tapae. Esto convirtió a esta población en un punto estratégico y enclave, por lo tanto, de nada menos que cuatro batallas.
Provincia Dacia marcada en rojoProvincia Dacia
Los dacios eran uno de los pueblos bárbaros más evolucionados, gracias a la influencia de los griegos. De carácter belicoso e indomable, dieron problemas a Roma desde que los romanos entraron en contacto con ellos al ocupar Moesia. Durante el reinado de Domiciano (81-96), las razias de los dacios en territorio romano dieron lugar a una expedición de castigo al mando del Prefecto de la Guardia Pretoriana, Cornelio Fusco, en el año 87. Fusco y sus hombres llegaron hasta Tapae, donde sufrieron una emboscada y fueron aniquilados por un ambicioso caudillo,Diurpanneo, que utilizó esta victoria para erigirse rey de los dacios con el nombre de Decébalo. Una victoria menor romana de nuevo en Tapae al año siguiente no bastó para consolidar el dominio de Roma y Domicinao firmó la paz con Decébalo.
Esta paz, más nominal que otra cosa, sirvió al rey dacio para reforzar su ejército y, lo que es más, su orgullo. Aprovechando la tregua, Decébalo fomentó los saqueos en Moesia y, como harían los ingleses con sus corsarios en el siglo XVI, cobijó a los bandidos a cambio de parte de los beneficios. Roma, acobardada por el desastre de Fusco, miró hacia otro lado con la esperanza de que en algún momento los dacios cesasen sus saqueos.

La campaña de Trajano

En el año 98 se terminó la bonanza para Decébalo, pues ascendió al trono Marco Ulpio Trajano. Trajano era un soldado y un romano, por lo que nada más llegar al poder comenzó a organizar una campaña para meter en cintura al rey dacio y recordarle los acuerdos firmados con Domiciano a golpe de espada.
El ejército que tenía el hispano a sus órdenes era el mejor que había visto el mundo hasta entonces y el mejor que vería hasta mil años después. Roma estaba en el cénit de su gloria y sus legiones eran el símbolo de ese poderío. No es este momento para describir los entresijos de esta fabulosa máquina bélica, pero baste decir que poco tenía que envidiar los ejércitos modernos en cuanto a organización, logística y disciplina.
Emperador TrajanoEmperador Trajano
Trajano reunió siete legiones (I Auditrix, II Auditrix, III Flavia, VII Claudia, I Itálica, V Macedónica y XIII Gémina), cuarenta cohortes auxiliares (formadas por infantería no romana), dieciocho alas de caballería y treinta cohortes mixtas (que incluían infantería y caballería). A esto se sumaban dos cohortes de la Guardia Pretoriana encargadas de la protección del emperador. El total, unos 80.000 hombres, daban el ejército más grande reunido por Roma desde el primer emperador,Octavio Augusto.
Decébalo debió observar con pavor a esa ingente cantidad de hombres esperando al otro lado del Danubio una orden para abalanzarse sobre él. Pero era un líder inteligente y valiente, y ni se planteó la rendición.
El año 101, Trajano cruzó el Danubio sobre un improvisado puente de pontones y entró en la Dacia. Decébalo no plantó cara de forma directa, sino que fue retirándose hacia los bosques de los Cárpatos. Las fortalezas que debían frenar a los romanos cayeron una tras otra ante la maquinaria de asedio romana, y la caballería de Trajano cabalgaba delante del ejército dando caza a las partidas de dacios que huían del implacable avance de las legiones. Decébalo se dio cuenta de que Trajano marchaba haciaTapae. Si el hispano conquistaba la ciudad, tendría el camino despejado para entrar en el corazón del reino. Sabía que tenía que evitarlo, pero era demasiado listo como para colocarse ante el ejército romano y dejar que le masacrasen. Probablemente recordando su victoria sobre Fusco en el mismo lugar, el rey dacio ideó una trampa para acabar con los invasores.

La batalla de Tapae

Trajano, entretanto, estaba ya próximo a Tapae. La ciudad era un infausto recuerdo para los legionarios, que sabían que de las dos últimas batallas libradas allí, una había sido una victoria amarga y la otra una derrota convertida en carnicería. Tapae se hallaba cerrando un estrecho valle delimitado por los montesSemenic al oeste y Banatului al este, ambos cubiertos de frondosos bosques. Decébalo decidió aprovechar el terreno para emboscar a los romanos. Colocó ante la ciudad, en el extremo norte del valle, al grueso de su infantería, con sus espadones curvos (falces) capaces de partir en dos a un legionario de un golpe. Pero eso era el cebo, pues en los montes Banatului, ocultos entre los árboles, esperarían más infantes, miembros de las fieras tribus montañesas. Y en Semenic aguardaba igualmente escondida la caballería de los aliados sármatas, un pueblo iranio oriundo de las estepas al este de la Dacia. Cuando los romanos se internasen en el valle en busca de la confrontación con el cuerpo principal, las tropas emboscadas caerían sobre sus flancos y retaguardia y los encerrarían, exterminándolos.
El plan de Décebalo era inteligente, pero muy previsible. Tal vez un caudillo rival o un jefe germano invasor habrían mordido el anzuelo, pero Trajano era un general romano, y de los mejores. Nada más llegar al extremo sur, observó el estrecho valle, por el cuál debía pasar para entrar en combate con los dacios que aguardaban en el otro extremo, y los silenciosos y amenazadores bosques que ocultaban las elevaciones. El hispano debió adivinar las intenciones de su rival con aquel simple vistazo sobre el terreno. Los exploradores de la caballería romana que rastrearon los montes Semenic confirmaron sus sospechas al informar de la presencia de 10.000 jinetes sármatas.
Trajano ordenó al general Tercio Juliano tomar parte de las tropas y dirigirse a Tapae desde el oeste, atacando a los sármatas por la retaguardia. Juliano llevó consigo a las legiones I Itálica, V Macedónica y XIII Gémina, veinte cohortes auxiliares y diez alas de caballería.
Un decurión de la caballería romana dirige a su patrulla contra un grupo de refugiados dacios.
Un decurión de la caballería romana dirige a su patrulla contra un grupo de refugiados dacios
El emperador avanzó por el valle con las legiones I Auditrix, II Auditrix, III Flavia y VIII Claudia en cabeza, flanqueadas por ocho alas de caballería. En reserva dejó veinte cohortes de tropas auxiliares, que marchaban detrás de las legiones. Si bien no tenía confirmación, Trajano suponía que si había tropas emboscadas en Semenic, también las habría en Banatului. Por ello, colocó treinta cohortes mixtas al mando de Lucio Licinio Jura en su flanco derecho, atentas a cualquier movimiento entre la maleza. El emperador, con su Guardia Pretoriana, se situó justo detrás de sus legionarios.
Decébalo no sabía nada de las tropas de Juliano y creyó que todo el ejército romano había caído en la trampa. Al dar la señal de ataque, los infantes dacios del extremo norte del valle se lanzaron sobre las legiones. Tal y como habían ensayado miles de veces, los legionarios arrojaron sus jabalinas (el famoso pilum), que atravesaron escudos y cuerpos dacios, para acto seguido desenfundar el gladius y esperar estoicamente la embestida. Esta no tardó en llegar y toda la furia y audacia bárbaras se empotraron contra la disciplina y serenidad romanas.
Legionarios de la época de TrajanoLegionarios de la época de Trajano
Los sármatas de Semenic escuchaban el ruido de la lucha esperando la orden de cargar… que nunca llegó. A su espalda sonó el cornicem y las legiones de Juliano cayeron sobre ellos. Los sármatas no fueron capaces de volver grupas y cargar en mitad del tupido bosque, y menos aun cuando los infantes auxiliares de Juliano y su caballería les envolvieron por los flancos y los empujaron hacia la picadora de carne que eran las tres legiones.
Entretanto, los dacios de Banatului salieron de la maleza y trataron de aplastar el flanco derecho de Trajano. Pero allí estaba Lucio Licinio Jura y sus cohortes. Aguantaron la embestida no sin sufrir un gran número de bajas, pero resistieron. Y no solo eso, sino que contracargaron ladera arriba. Comenzó a llover a cántaros sobre los combatientes, el suelo se embarró y los truenos resonaron sobre las cabezas de romanos y dacios. Lejos de desanimarse, los oficiales romanos arengaron a sus tropas afirmando que Júpiter Tonante combatía de su lado, tal y como se representaría después en la Columna de Trajano. Los auxiliares continuaron su ascenso por la pendiente convertida en lodazal, luchando en un duro cuerpo a cuerpo para cubrir el flanco de sus camaradas.
En el centro, las legiones aguantaban a los dacios inspirados por la presencia de Trajano, que permanecía inmutable en su posición. Los bárbaros flaqueaban. La línea romana no se había roto con la carga inicial, y la profesionalidad de los legionarios les hacía muy superiores en el combate tan cercano, que era su especialidad. Los centuriones, en primera línea, acuchillaban incansablemente a los dacios mientras animaban a sus hombres. Cuando las tropas de Decébalo se percataron de que la emboscada no había funcionado, comenzaron a abandonar el combate. Pero el terreno, tan favorable en un principio, se volvió contra ellos al dificultarles la huida. Las alas del ejército romano los rodearon y fueron pocos los que lograron escapar.
Las tropas de Juliano habían acabado con los sármatas y los auxiliares de Lucio Licinio Jura consiguieron, a costa de muchas bajas, poner en fuga a los dacios de Banatului. Trajano había ganado el día.

Después de Tapae

Los romanos sufrieron un número importante de bajas, pero a cambio de acabar con el ejército dacio casi al completo. Ambos bandos quedaron extenuados, pero obstinados como eran sus líderes, la guerra continuó. Decébalo se refugió en sus casi inexpugnables fortalezas de los Cárpatos, que se alzaban excavadas en la misma roca de los montes. Trató de organizar una contraofensiva con el apoyo de los sármatas pero fue desarticulada por la caballería romana antes incluso de empezar. Ni siquiera sus bastiones en las montañas repelieron a los romanos, que los capturaron uno a uno. Casi obligado por los nobles dacios, el rey pidió la paz. Trajano estaba harto de él y de los dacios, y la acepto poniendo unas condiciones muy leves. Se estableció una guarnición en la capital, Sarmizegetusa, Decébalo debió pagar una compensación y poco más.
Columna de TrajanoColumna de Trajano
Esta paz no fue más que un descanso de dos años, pues Decébalo se volvería a rebelar y desencadenaría la Segunda Guerra Dacia, que termino con una igualmente aplastante y aún más fugaz victoria de Trajano. El díscolo rey huyó a los montes y finalmente, sin partidarios, acabó suicidándose al ser descubierto por una patrulla de caballería romana.
Con la muerte de Decébalo, la Dacia fue finalmente sometida y ocupada por las legiones. Trajano decidió convertir aquella región abrupta que tantos problemas había dado a Roma en un puesto avanzado del Imperio al otro lado del Danubio, auspiciando un profundo programa de romanización en la recién creada provincia. Al mismo tiempo, en Roma se construyó un magnífico foro en honor del emperador presidido por la imponente columna que lleva su nombre y que recoge una detallada narración en relieves de toda la conquista de la Dacia, siendo todavía hoy un milenario tributo a las legiones que la hicieron posible. Poco podían imaginar por entonces los romanos que menos de dos siglos después, en el 272, un Imperio debilitado y acosado en todos sus frentes tendría que abandonar la provincia dacia ante el empuje de los godos. Sin embargo, la obra de Trajano perduró más allá de la dominación romana en la región y de ella nació la actual Rumanía, cuyo propio nombre rememora la imborrable huella de Roma.

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