martes, 10 de abril de 2018

Historia de al - Ándalus

Califato abasí

El Califato abasí de El Cairo fue el sucesor del Califato de Bagdad, fundado por un miembro de la dinastía que pudo huir a Egipto tras la conquista mongola de Bagdad. Esta rama de los abasíes, meros figurones bajo el dominio de los sultanes mamelucos, se mantuvo hasta el año 1517, en el que el triunfante sultán otomano, Selim I, conquistó Egipto y conminó al último abasí, Al-Mutawakkil III, a cederle formalmente el título del califa.

Califas abasíes de El Cairo[editar]




FRAGMENTACIÓN DEL CALIFATO ABBASÍ
  
Tras la muerte Mutawakkil, el califato comenzó a fraccionarse territorial y económicamente. Para tener contento al ejército, se nombraban a los generales turcos, gobernadores de pequeños territorios que, poco a poco, convertían en emiratos independientes. Los grupos religiosos, también pugnaban por ejercer el poder. Los califas fueron perdiendo poder político, pero seguían siendo jefes de la umma y ostentaban el poder religioso.
          Los fatimíes, musulmanes de la rama shiita, elaboraron su propio sistema político que llevaron a la práctica. Aprovechando la crisis económica y política del califato, fueron dándose a conocer y en el Yemen lograron muchos adeptos. Desde el Yemen, mandaban emisarios a otras regiones y fue en el norte de África, en Túnez, donde en el año 908/275 fundaron el califato fatimí. Su primer califa fue el imán Ybayd Allah, que gobernó totalmente independiente de Bagdad.
          En el año 868/254 el turco Ahmán ibn Tulún, fue nombrado gobernador de Egipto. En poco tiempo se independizó del califato de Bagdad, a cambio de un tributo anual. Los tuluníes, gobernaron durante 37 años en un imperio que abarcaba Egipto, Siria y Palestina y durante ese tiempo, Egipto vivió una época de paz y prosperidad.
          Los ijshidíes, dinastía de origen turco, gobernaron desde 935/323 a 969/358, en Siria, en la zona  costera de Arabia y en las ciudades de Medina y La Meca y ejercieron también su poder en Egipto.
          En el año 969/358, los fatimíes, durante el mandato de su cuarto califa, Mu’izz conquistaron Egipto y comenzaron la construcción de la ciudad de El Cairo, situada al norte de Fustat y que fue la capital del califato fatimí. También construyeron la mezquita de Al-Azhar. Extendieron sus dominios a Siria y Palestina. Durante el mandato del califa Mustansir (1036/427-1049/440), el califato fatimí gozó de gran esplendor, tanto en el aspecto comercial e industrial, como en el cultural.
          Los fatimíes convivieron en armonía con la población sunní y con los cristianos, por lo que el califato vivió un periodo de paz. En El Cairo, se fundó la madrasa Al-Azhar, centro de enseñanza de la teología ismaelita, que se convirtió en la universidad islámica más importante del mundo. Los mejores poetas de la literatura arábiga de la época, estuvieron influidos por sus ideas.
          El califato fatimí, sufrió los ataques de las tribus turcas selyucidas, que les arrebataron Jerusalén y Siria. Los selyucidas eran musulmanes sunnies y fueron intolerantes con las demás religiones. Esa intolerancia, provocó la interrupción de relaciones con los cristianos, que encontraban dificultades en sus peregrinaciones a los santos lugares y esto trajo consigo consecuencias económicas. Los cristianos, con el objetivo de conquistar Jerusalén, emprendieron las cruzadas. En el año 1.099/492, los cruzados cristianos, conquistaron Jerusalén y  establecieron varios estados en Palestina, el Líbano y Anatolia.
          El califa fatimí pidió ayuda al curdo de Alepo, Nur al-Din que mandó un ejército en su ayuda, y consiguió varias victorias sobre los cruzados. Uno de los generales curdos Saladino, se enfrentó a los fatimíes y se hizo con el poder en la zona. En el año 1.171/566, Abolió el califato fatimí, que gobernó durante dos siglos. Conquistó a los cristianos Jerusalén, en el año 1.187/583. También les arrebató parte de Siria y Palestina y en Egipto fundó la dinastía ayyubí, restaurando en la zona la ideología sunní.
          En el Jurasán, Naser ibn Ahmad, fundó la dinastía de los samaníes. Esta dinastía que gobernó desde el 900/287 a 999/389, ejerció el poder en el Jurasán, Sijistán y Tabaristán y en este periodo, las ciudades de Bujara y Samarcanda, rivalizaron con Bagdad en cultura y poder.
          En el 932/320, en Afganistán se instaló la dinastía turca de los gaznavíes y en el Irán occidental, el shiita Ahmad al Buyhi fundó en 945/333 el sultanato de los buidas o buyyíes, que abarcaba la mayor parte de Irán y Mesopotamia.
          En 944/332, la familia árabe de Egipto, los hamdánidas, se instalaron en el norte de Mesopotamia, obtuvieron el control de Siria y fundaron Alepo. Todos estos pequeños estados, estaban totalmente independizados de Bagdad.
          En Al Andalus, Abdarrahmán I, único omeya que se libró de la persecución de los abbasíes, rompió con el califato de Damasco y fundó un nuevo estado. En el 929/317, Abderrahmán III, fundó el califato de Córdoba, totalmente independiente de Bagdad. Su poder afectó a los reinos cristianos de la península Ibérica, que le rindieron vasallaje. Durante la época del califato, Al Andalus, disfrutó de gran auge político económico y social.
          El califato abbasí, a duras penas se mantenía en este clima de independencia. Se dio la circunstancia que durante gran parte de los siglos X y XI, coexistieron tres califatos: el califato omeya de Córdoba, el califato fatimí y el califato abbasí en Bagdad.
          Los califas abbasíes, dependían cada vez más de las tribus turcas. En 945/333, los buyhies, de religión musulmanas en la rama shiíta,  entraron en Bagdad y se convirtieron en los verdaderos gobernantes de la ciudad, restaurando el orden y la autoridad en el decadente califato. Pero los síntomas de decadencia eran evidentes no sólo en lo político, sino también en lo económico y comercial. Disminuyó el tráfico de caravanas procedentes de China y decayó el comercio con Rusia y la producción de metales preciosos.
          El califa musulmán, cada vez se apoyaba más en las dinastías turcas. Los ejércitos abbasíes, durante el siglo XI, estaban compuestos casi en su totalidad por tribus turcas, principalmente la de los selyucidas, que se adaptaban a las costumbres del califato y se convertían a la religión musulmana en la rama sunní.
          Los selyucidas, ya gobernaban en gran parte de Persia, cuando el califa abbasí les pidió ayuda para expulsar a los buyhíes de Bagdad. En 1.055/446, los selyucidas conquistaron la ciudad y se aliaron con los abbasíes. El califa, cuyo poder era ya meramente nominal, nombró al jefe de los turcos selyucidas, Togrul-Beg, rey de oriente y occidente y le encomendó la misión de extender la ortodoxia musulmana.
          Los turcos pasaron a ser los verdaderos soberanos del imperio. Gobernaron de forma represiva y fueron intolerantes con las ideas y religiones de los pueblos que formaban el califato. Esto tuvo consecuencias fatales tanto en el ámbito comercial como en el cultural. Los turcos sumieron al califato en una decadencia que había de resultar definitiva.            
          En la parte septentrional del continente asiático, habitaban las tribus nómadas de los mogoles que se dedicaban a la caza y al pastoreo. Influidos por la civilización turca, se fueron haciendo sedentarios, desarrollaron una rudimentaria forma de gobierno y se convirtieron en agricultores.
          En una de estas tribus, nació Gengis Kan, que fue el fundador del imperio mogol. Organizó un gran ejército y en pocos años, con el empuje salvaje de sus tropas, fue conquistando territorios y  formó en menos de veinte años, un gran imperio.
          La enorme extensión que iba adquiriendo el imperio mogol, era un peligro y una amenaza para el califato abbasí. En Europa, ningún estado fue capaz de hacer frente al empuje mogol, pero en Persia, el Islám presentó a los mogoles una tenaz resistencia y el Gran Kan de Persia, ordenó invadir Bagdad. En el 1258/656, los ejércitos mogoles cruzaron Persia, entraron en Bagdad y mataron al califa y a más de cien mil musulmanes. Sólo se libraron de esta matanza, los cristianos que vivían en la ciudad.
          Con la desaparición del califato abbasí, que por entonces era ya una institución decadente, terminó una etapa importante de la historia musulmana. Pero la decadencia política del imperio musulmán, fortaleció a la religión islámica. La división del califato, propició que tanto Córdoba como El Cairo, Samarcanda o Bagdad, brillasen como centros culturales. El sistema de pequeños emiratos, se aproximaba más al espíritu igualitario del Corán y las tensiones entre el absolutismo del califato abbasí y el islám, fueron desapareciendo. Los ulemas, adaptaron la sari’a a la nueva circunstancia política y mientras que los emires se sucedían, los ulemas se convirtieron en la única autoridad estable y la devoción de los musulmanes se hizo más profunda.








Al-Fadl ibn Yahya al-Barmakí (febrero de 766, muerto en 808) fue un visir abásida, hijo de Yahya ibn Khalid. Era de la familia de los barmáquidas y hermano de leche del califa Harún al-Rashid.
Desde 786 se asoció con las tareas de gobierno de su padre. El 792 se le encargó el gobierno de las provincias occidentales de Persia luchando contra el rebelde Yahya ibn Abd-Al·lah que se rindió tras unas negociaciones. El 793 fue nombrado gobernador de Khurasan (793-795) cuya provincia pacificó; volvió a Bagdad dejando un lugarteniente en Khurasan (794-795). El 797 su padre hizo un viaje a La Meca dejándole, como hijo mayor, el sello símbolo del poder de los visires, que después pasó a su hermano Djafar ibn Yahya cuando perdió el favor del califa que lo destituyó de todos su cargos. Por un tiempo fue tutor de los hijos de Harún al-Rashid y del futuro califa al-Amin favoreciendo la causa de los alidas, permitiendo y protegiendo la constitución de un estado zaydita en Gilan lo que supuso que fuera maldecido públicamente por el califa (799). Fue encarcelado junto con su padre (803) y murió en Rakka el 808 con 45 años.


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