Califato Omeya de Córdoba o Califato de Occidente, fue un estado musulmán andalusí con capital en Córdoba, proclamado por Abderramán III en 929. El Califato puso fin al emirato independiente instaurado por Abderramán I en 756 y perduró oficialmente hasta el año 1031, en que fue abolido, dando lugar a la fragmentación del estado omeya en multitud de reinos conocidos como taifas. Por otro lado, la del Califato de Córdoba fue la época de máximo esplendor político, cultural y comercial de Al-Ándalus, aunque también fue intenso en unos de los reinos de taifas.
Historia[editar]
Apogeo del Califato[editar]
Los reinados de Abderramán III (929-961) y su hijo Alhaken II(961-976) constituyen el periodo de apogeo del Califato omeya, en el cual se consolida el aparato estatal cordobés.
Para afianzar la organización administrativamente de un territorio bastante extenso y de población heterogénea mayoritariamente no árabe, los soberanos recurrieron a oficiales fieles a la dinastía omeya, lo cual configuró una aristocracia palatina de fata'ls (esclavos y libertos de origen europeo), que fue progresivamente aumentando su poder civil y militar, suplantando así a la aristocracia de origen árabe. De esta manera tremendamente eficaz, se gestionó fiscalmente y de forma centralizada el cobro de los impuestos, diezmos, peajes, tasas aduaneras, derechos sobre mercados y joyas, sometiendo a la contribución del Califato incluso a los cortesanos.1
En el ejército se incrementó especialmente la presencia de contingentes bereberes, debido a la intensa política califal en el Magreb. Abderramán III sometió a los señores feudales, los cuales pagaban tributos o servían en el ejército, contribuyendo al control fiscal del Califato. Realizando con éxito, una redistribución de la riqueza tal como señala el geógrafo Ibn Hawqal.
Las empresas militares consolidaron el prestigio de los omeyas fuera de Al-Ándalus y estaban orientadas a garantizar la seguridad de las rutas comerciales. La política exterior se canalizó en tres direcciones: los reinos cristianos del norte peninsular, el Norte de África y el Mediterráneo.
La fitna[editar]
La fitna, guerra civil, comenzó en 1009 con un golpe de Estado que supuso el asesinato de Abderramán Sanchuelo, hijo de Almanzor, la deposición de Hisham II y el ascenso al poder de Muhámmad ibn Hisham ibn Abd al-Yabbar, bisnieto de Abderramán III. En el trasfondo se hallaban también problemas como la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos.
A lo largo del conflicto, los diversos contendientes llamaron en su ayuda a los reinos cristianos. Córdoba y sus arrabales fueron saqueados repetidas veces, y sus monumentos, entre ellos el Alcázar y Medina Azahara, destruidos. La capital llegó a trasladarse temporalmente a Málaga. En poco más de veinte años se sucedieron 10 califas distintos (entre ellos Hisham II restaurado), pertenecientes tres de ellos a una dinastía distinta de la omeya, la hammudí.
En medio de un desorden total, se independizaron paulatinamente las taifas de Almería, Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia, Albarracín y Zaragoza. El último califa, Hisham III, fue depuesto en 1031, y se proclamó en Córdoba una república. Para entonces todas las coras (provincias) de Al-Ándalus que aún no se habían independizado se proclamaron independientes, bajo la regencia de clanes árabes, bereberes o eslavos. La caída del Califato supuso para Córdoba la pérdida definitiva de la hegemonía de Al-Ándalus y su ruina como metrópoli.
Política interior[editar]
El apogeo del califato cordobés queda de manifiesto por su capacidad de centralización fiscal, que gestionaba las contribuciones y rentas del país: impuestos territoriales, diezmos, arrendamientos, peajes, impuestos de capitación, tasas aduaneras sobre mercancías, así como los derechos percibidos en los mercados sobre joyas, aparejos de navíos, piezas de orfebrería, etc. Asimismo, los cortesanos estaban sometidos a contribución. Administrativamente, el califato dividió su territorio en demarcaciones administrativas y militares, denominadas coras, siguiendo a grandes rasgos la anterior división administrativa del Emirato.
Durante el Califato de Córdoba el nombramiento funcionarial máximo era el de visir, el acceso a una alta magistratura permitía la promoción y ascenso de hijos y parientes próximos, lo mismo que el cese los arrastraba. El háyib o canciller ejercía todas las acciones que el califa delegaba en él, dirigía las aceifas y organizaba la política administrativa de las provincias. Era el primero de los visires y responsable de la gestión de estos. También fue muy destacado el puesto de zalmedina de Córdoba, con rango de visir. Su misión era la aplicación de la ley en asuntos de extrema gravedad, la regencia del reino en ausencia del califa, la jefatura por delegación de la Casa Real, la facultad de recibir la adhesión del pueblo en la Mezquita Mayor durante la coronación de los emires o califas y la recaudación de los impuestos extraordinarios. Subordinados suyos eran el jefe de policía y el Juez de Mercado. La importancia de este cargo quedó reflejado en la propia evolución política de Almanzor.2
La administración de la justicia descansaba en los cadíes, estos ejercían sus funciones de acuerdo con el Corány la tradición ortodoxa de la escuela malikí. El primer magistrado tenía su residencia en Córdoba y luego cada provincia tenía su juez con plena jurisdicción. Los cadíes también administraban los bienes de la comunidad y dirigían la oración en las mezquitas. En el Califato de Córdoba surgieron dos magistraturas extraordinarias: comes injustitiarum y el comes redditornum, el primero era un nombramiento del califa con poderes especiales para juzgar casos de especial importancia y el segundo juzgaba las denuncias contra los altos funcionarios.2
La opulencia del califato durante estos años queda reflejada en las palabras del geógrafo Ibn Hawqal:
La abundancia y el desahogo dominan todos los aspectos de la vida; el disfrute de los bienes y los medios para adquirir la opulencia son comunes a los grandes y a los pequeños, pues estos beneficios llegan incluso hasta los obreros y los artesanos, gracias a las imposiciones ligeras, a la condición excelente del país y a la riqueza del soberano; además, este príncipe no hace sentir lo gravoso de las prestaciones y de los tributos.
Para realzar su dignidad y a imitación de otros califas anteriores, Abderramán III edificó su propia ciudad palatina: Medina Azahara. Esta etapa de la presencia islámica en la península Ibérica de mayor esplendor, aunque de corta duración pues en la práctica terminó en el 1009 con la fitna o guerra civil que se desencadenó por el trono entre los partidarios del último califa legítimo, Hisham II, y los sucesores de su primer ministro o háyib Almanzor. No obstante, el Califato siguió existiendo oficialmente hasta el año 1031, en que fue abolido, dando lugar a la fragmentación del Estado omeya en multitud de reinos conocidos como taifas.
Política exterior[editar]
Relaciones con los reinos cristianos[editar]
Un tercer objetivo de la actividad bélica y diplomática del Califato estuvo orientada al Mediterráneo. Durante los primeros años del Califato, la alianza del rey leonés Ramiro II con Navarra y el conde Fernán González ocasionaron el desastre del ejército califal en la batalla de Simancas. Pero a la muerte de Ramiro II, Córdoba pudo desarrollar una política de intervención y arbitraje en las querellas internas de leoneses, castellanos y navarros, enviando frecuentemente contingentes armados para hostigar a los reinos cristianos. La influencia del Califato sobre los reinos cristianos del norte llegó a ser tal que entre 951 y 961, los reinos de León y Navarra, y los condados de Castilla y el Barcelona le rendían tributo.
Las relaciones diplomáticas fueron intensas. A Córdoba llegaron embajadores del conde de Barcelona Borrell, de Sancho Garcés II de Navarra, de Elvira Ramírez de León, de García Fernández de Castilla y el conde Fernando Ansúrez entre otros. Estas relaciones no estuvieron faltas de enfrentamientos bélicos, como el cerco de Gormaz de 975, donde un ejército de cristianos se enfrentó al general Gálib.
Relaciones con el Magreb[editar]
La política cordobesa en el Magreb fue igualmente intensa, particularmente durante el reinado de Alhaken II. En África, los omeyas se enfrentaron a los fatimíes, que controlaban ciudades como Tahart y Siyilmasa, puntos fundamentales de las rutas comerciales entre el África subsahariana y el Mediterráneo, si bien este enfrentamiento no fue directo entre ambas dinastías. Los omeyas se apoyaron en los zenata y los idrisíes y el Califato fatimí, en los ziríes sinhaya.
Eventos importantes fueron la ocupación de Melilla, Tánger y Ceuta, punto desde el cual se podía evitar el desembarco fatimí en la península. Tras la toma de Melilla en 927 a mediados del siglo X, los Omeyas controlaron el triángulo formado por Argel, Siyilmasa y el océano Atlántico y promovieron revueltas que llegaron a poner en peligro la estabilidad de califato fatimí. Sin embargo, la situación cambió tras el ascenso de al-Muizz al Califato fatimí. Almería fue saqueada y los territorios africanos bajo autoridad omeya pasaron a ser controlados por los fatimíes, reteniendo los cordobeses sólo Tánger y Ceuta. La entrega del gobierno de Ifriqiya a Ibn Manadprovocó el enfrentamiento directo que se había intentado evitar anteriormente, si bien Ya'far ibn Ali al-Andalusilogró detener al zirí Ibn Manad.
En el 972 estalló una nueva guerra en el norte de África, provocada en esta ocasión por Ibn Guennun, señor de Arcila, que fue vencido por el general Gálib. Esta guerra tuvo como consecuencia el envío de grandes cantidades de dinero y tropas al Magreb y la continua inmigración de bereberes a Al-Ándalus.
Política en el Mediterráneo[editar]
El Califato mantuvo relaciones con el Imperio bizantino de Constantino VII y emisarios cordobeses estuvieron presentes en Constantinopla. El poder del Califato se extendía también hacia el norte, y hacia el 950 el Sacro Imperio Romano Germánico intercambiaba embajadores con Córdoba, de lo que queda constancia de las protestas por la piratería musulmana practicada desde Fraxinetum y las islas orientales de al-Ándalus. Igualmente, algunos años antes, Hugo de Arlés solicitaba salvoconductos para que sus barcos mercantes pudieran navegar por el Mediterráneo, dando idea por lo tanto del poder marítimo que ostentaba Córdoba.
A partir del 942 se establecieron relaciones mercantiles con la República amalfitana y en el mismo año se recibió una embajada de Cerdeña.
Economía y población[editar]
La economía del Califato se basó en una considerable capacidad económica —fundamentada en un comercio muy importante—, una industria artesana muy desarrollada y técnicas agrícolas mucho más desarrolladas que en cualquier otra parte de Europa. Basaba su economía en la moneda, cuya acuñación tuvo un papel fundamental en su esplendor financiero. La moneda de oro cordobesa se convirtió en la más importante de la época, que fue probablemente imitada por el Imperio carolingio. Así, el Califato fue la primera economía comercial y urbana de Europa tras la desaparición del Imperio romano.
A la cabeza de la red urbana estaba la capital, Córdoba, la ciudad más importante del Califato, que superaba los 250 000 habitantes en 935 y rebasó los 400 000 en 1000, con lo que fue durante el siglo X una de las mayores ciudades del mundo y un centro financiero, cultural, artístico y comercial de primer orden. La segunda ciudad de Europa tras Constantinopla.
Las ciudades más importantes que junto con la capital cordobesa fomentaron el esplendor del califato fueron Toledo como punto estratégico y cultural; Pechina o Sevilla, como los principales puertos comerciales de Al-Ándalus; Zaragoza, Tudela, Lérida y Calatayud, situadas en el estratégico valle del Ebro. Otras ciudades importantes fueron Mérida, Málaga, Granada o Valencia.3
Cultura[editar]
Abderramán III, octavo soberano Omeya de la España musulmana y primero de ellos que tomó el título de califa, no sólo hizo de Córdoba el centro neurálgico de un nuevo imperio musulmán en Occidente, sino que la convirtió en la principal ciudad de Europa Occidental, rivalizando en poder, prestigio, esplendor y cultura durante un siglo con Bagdad y Constantinopla, las capitales del Califato Abasí y el Imperio bizantino, respectivamente. Según fuentes árabes, bajo su gobierno, la ciudad alcanzó el millón de habitantes, que disponían de mil seiscientas mezquitas, trescientas mil viviendas, ochenta mil tiendas e innumerables baños públicos.
El califa omeya fue también un gran impulsor de la cultura: dotó a Córdoba con cerca de setenta bibliotecas, fundó una universidad, una escuela de medicina y otra de traductores del griego y del hebreo al árabe. Hizo ampliar la Mezquita de Córdoba, reconstruyendo el alminar, y ordenó construir la extraordinaria ciudad palatina de Madínat al-Zahra, de la que hizo su residencia hasta su muerte.
Los aspectos de desarrollo cultural no son menos relevantes tras la llegada al poder del califa Alhaken II a quien se atribuye la fundación de una biblioteca que habría alcanzado los 400 000 volúmenes. Quizás eso provocó la asunción de postulados de la filosofía clásica —tanto griega como latina— por parte de intelectuales de la época como fueron Ibn Masarra, Ibn Tufail, Averroes y el judío Maimónides, aunque los pensadores destacaron, sobre todo, en medicina, matemáticas y astronomía.
Califas de Córdoba[editar]
- Abderramán III (929-961)
- Alhakén II (961-976)
- Hisham II (976-1009 y 1010-1013)
- Muhámmad II (1009 y 1010)
- Sulaimán al-Mustaín (1009 y 1013-1016)
- Alí ben Hamud al-Násir (1016-1018)
- Abderramán IV (1018)
- Al-Cásim al-Mamún (1018-1021 y 1023)
- Yahya al-Muhtal (1021-1023 y 1025-1026)
- Abderramán V (1023-1024)
- Muhammad III (1024-1025)
- Hisham III (1027-1031)
Califato de Córdoba
El panorama que ofrecía al-Andalus en los últimos años del siglo IX y los primeros del X, en los que se sucedieron los emires al-Mundir (886-888) y Abd Allah (888-912), no era nada positivo. Aparte de la revuelta de Umar ibn Hafsun, que había alcanzado unas proporciones gigantescas, y de la actitud casi independentista que adoptaban los gobernadores de las marcas, se multiplicaron las luchas internas, en las que intervenían tanto factores étnicos como sociales y políticos. Pero esa situación, que fue la que se encontró Abderramán III cuando accedió al Emirato en el año 912, cambió radicalmente en muy poco tiempo. Abderramán III (912-961) logró pacificar el territorio de al-Andalus en apenas unos años. Un poeta cortesano, Ibn Abd Rabbihí, exaltó hasta límites increíbles los éxitos militares del nuevo emir, escribiendo lo siguiente:
En una sola campaña te apoderaste de doscientas fortalezas
llenas todas de petulantes rebeldes.
Ni Salomón tal hiciera,
ni el constructor de la muralla de Gog y Magog.
Paralelamente, Abderramán III decidió lanzar aceifas contra los cristianos del norte, los cuales, a comienzos de la décima centuria, aprovechando las disputas internas de al-Andalus, habían avanzado a través de la meseta norte, llegando a alcanzar la línea del Duero. El éxito más llamativo de las tropas cordobesas fue la victoria lograda en Valdejunquera, localidad cercana a Pamplona, el año 920. Asimismo, Abderramán III decidió vigilar el norte de África, en donde había surgido un nuevo y serio peligro, el de los Fatimíes, adeptos al «shiismo», que pretendían unificar el islam bajo su mandato. Pero el éxito más espectacular de Abderramán III en esos años fue el aplastamiento de la revuelta que, tras la muerte de Umar ibn Hafsun en el año 918, habían continuado sus hijos. El año 928 caía en poder cordobés la fortaleza de Bobastro, centro de la rebeldía de Umar ibn Hafsun y sus sucesores. Abderramán III no sólo ordenó la destrucción de Bobastro, sino que decidió trasladar el cadáver de Umar ibn Hafsun a Córdoba, siendo crucificado y expuesto al pueblo en una de sus puertas.
Proclamación de Califa de Abderramán III
Abderramán III decidió, en el 929, proclamarse califa, creando el Califato de Cordoba En una carta enviada a sus gobernadores, Abderramán III decía: «Nos parece oportuno que, en adelante, seamos llamado Príncipe de los Creyentes, y que todos los escritos que emanen de nos o a nos se dirijan empleen el mismo título». Aquél era un paso trascendental, por cuanto suponía la definitiva ruptura, esta vez en el terreno religioso, con los califas de Bagdad. Al mismo tiempo, Abderramán III adoptaba el título de «combatiente por la religión de Allah». No es fácil discernir los motivos que empujaron a Abderramán III a autoproclamarse califa. Es posible que aquel acto tuviera un sentido triunfalista, siendo algo así como la coronación de los brillantes triunfos logrados en los años anteriores. Pero también es admisible interpretar aquel hecho como el deseo de Abderramán III de levantar una bandera frente a los peligros que aún le acechaban, el más importante de los cuales era el de los fatimíes del norte de África.
Conquistas de Abderramán III
En los años siguientes, Abderramán III prosiguió su marcha victoriosa, logrando contener la disidencia de las marcas. Particularmente duros fueron los combates mantenidos tanto en Toledo, en donde los cordobeses entraron en el año 932, como en Zaragoza, que capituló ante el Omeya en el año 937. Asimismo, el califa cordobés fue capaz de frenar las acometidas cristianas, contra las que realizó aceifas victoriosas, como la denominada «campaña de Osma» del año 934. Ciertamente, Abderramán III también sufrió alguna derrota ante los cristianos, la más significativa de todas la de Simancas-La Alhandega, del año 939. Pero las fronteras entre al-Andalus y los núcleos cristianos no sufrieron la menor modificación. Más aún, hubo reyes cristianos que se mostraron sumisos a Abderramán III, como sucedió con Sancho I de León, el cual se trasladó hasta la capital califal, en el año 838, para que le curaran de su obesidad. En cuanto al norte de África, Abderramán III mejoró notablemente su posición, a lo que contribuyó sobremanera la conquista, en el año 931, de la ciudad de Ceuta. El indiscutible prestigio alcanzado por Abderramán III se puso de relieve al entrar en relaciones tanto con el Imperio bizantino como con el recién nacido Imperio germánico. Abderramán III fue, asimismo, el que ordenó la construcción, al oeste de la ciudad de Córdoba, de la fastuosa ciudad-palacio de Medina Zahara, que se convirtió en el centro del poder califal.
Califato de Al-Hakam II: Epoca cultural de Al-Andalus
A Abderramán III le sucedió en el Califato de Cordona a su hijo al-Hakam II (961-976). Su etapa de gobierno, que fue bastante breve, tuvo escasos sobresaltos, caracterizándose por el predominio indiscutible de la paz. El único aspecto llamativo fue la presencia, una vez más, de los normandos en las costas occidentales de al-Andalus, lo que sucedió en los años 966, en torno a Lisboa, y 971-972. Apenas hubo enfrentamiento con los cristianos, aunque los musulmanes decidieron reconstruir la importante fortaleza de Gormaz, que era una avanzada contra sus enemigos del norte. En aquellos años, por otra parte, eran frecuentes las embajadas a Córdoba de los dirigentes cristianos del norte; así, los condes de Castilla y de Barcelona. El establecimiento de los fatimíes en Egipto, en el año 969, supuso su definitivo retroceso en la zona del Magreb. Es más, el general Galib restableció el protectorado Omeya en la zona occidental del norte de África. En otro orden de cosas es preciso señalar que en tiempos de al-Hakam II el arte y la cultura conocieron un espectacular desarrollo en al-Andalus, y particularmente en la ciudad de Córdoba. Se dice, por ejemplo, que al-Hakam II consiguió reunir una biblioteca formada nada menos que por cerca de 400.000 volúmenes. En el terreno de las artes plásticas lo más significativo de la época de al-Hakam II fue la construcción, en la mezquita mayor de Córdoba, del espléndido mihrab, en el que destacaban las bóvedas de nervios, pero también la riqueza de los materiales utilizados y la exuberancia decorativa.
Califato de His-ham II y Gobierno de Ibn Abi Amir
El panorama de al-Andalus experimentó, no obstante, un cambio sustancial en tiempos del sucesor de al-Hakam II, His-ham II (976-1009). Comoquiera que el nuevo califa era un niño, el poder efectivo lo asumió su tutor, Ibn Abi Amir, el cual había iniciado su carrera en la corte califal en el modesto puesto de copista. Pero a la larga Ibn Abi Amir, persona de gran ambición, pasó a ser el auténtico dirigente de al-Andalus, en tanto que Hisham II se convertía en una mera figura decorativa. De ahí que a la etapa que se abría con el gobierno de Ibn Abi Amir se la denomine de los «amiríes». Un importante paso lo dio Ibn Abi Amir en el año 978, al ser nombrado hachib, cargo que equivalía a una especie de primer ministro. En ese mismo año ordenó la construcción, en las afueras de Córdoba, al este de la ciudad, del palacio de Medina Zahira, en donde se instalaría la administración central de al-Andalus. Tres años más tarde, en el 981, Ibn Abi Amir recibía el sobrenombre de «el victorioso por Allah», «al-Mansur bi-llah» en árabe, de donde deriva el nombre con que le denominaban los cristianos, es decir, Almanzor.
Avance y Conquistas de Ibn Abi Amir (Almanzor)
Almanzor, que contaba ante todo con el apoyo de los beréberes, puso en marcha una política de signo populista. Desde el punto de vista religioso se mostró sumamente ortodoxo, llegando incluso, al parecer, a ordenar la destrucción de buena parte de la biblioteca de al-Hakam II. Pero la base de su poder era el ejército, lo que da pie a que se hable de su gobierno como una auténtica dictadura militar. Almanzor realizó numerosas y terroríficas campañas contra los cristianos. Recordemos sus más significativos éxitos: el año 985 las tropas cordobesas saqueaban Barcelona, el 988 destruían los monasterios leoneses de Sahagiin y Eslonza, el 997 entraban victoriosas en Santiago de Compostela (donde fue respetada la tumba del Apóstol) y en el 1002 arrasaban el monasterio de San Millán de la Cogolla. No obstante, a los pocos días de este último suceso murió Almanzor, o, como dicen las fuentes cristianas de la época, «fue sepultado en los infiernos».
Gobierno de Abd al-Malik
Un hijo de Almanzor, Abd al-Malik (1002-1008), sucedió a su padre en el cargo que aquél había desempeñado. Abd al-Malik, en su breve etapa de gobierno, mantuvo intacta la fortaleza militar de al-Andalus, realizando algunas incursiones victoriosas contra los cristianos. Pero al año siguiente de su muerte, en el 1009, el régimen amirí dejó de existir. En esa misma fecha abdicaba el califa Hisham II. Al-Andalus entraba en una fase caótica, la denominada gran fitna, que concluiría, unos años después, con la definitiva desaparición del Califato de Córdoba.
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